jueves, 17 de mayo de 2018

NO DAR CON LA TECLA.

El viejo ordenador estaba muy cascado: el tabulador estaba medio desprendido, la betería no aguantaba el arranca de la máquina, el transformador estaba sellado con icnta aislante y el software de media docen a deprogramas hacía meses que no se actualizaba. Aun así le costó cambiar. Muchas horas en soledad, en penumbra, en silencio, en compañía, con buena luz y de charla con amigos, muchas, nunca demasiadas. Llegar a la convicción de que llegaba a su fin no era una tarea fácil. Pero había llegado a esa conclusión. Obstinerse en no cambiar podía suponer perder mucha información que deseaba conservar. Habló con la máquina. Le explicó que aunque tuviese un nuevo ordenador, seguirí haciendo algunas tareas con su viejo teclado. Sabía que no era cierto. Desde el momentoe del contacto con el teclado nuevo, el viejo sería ya historia. Rescataría la información si es que dfinalmente lo hacía y lo dejaría como mucho arrinconado en un estante del trastero. Si sobrevivía así a las purgas que de vez en cuando se desarrollaban llegaría a ser admiarado como un objeto histórico.

El nuevo ordenador era rojo. La puesta en marcha no se le antojó sencilla. Cada programa exigía un registro que parecía muy necesario para el mantenimiento del producto. Antes cuando uno compraba una herramienta, por ejemplo un martillo lo hacía para siempre, hasta que el estil se rompiese y en eso podían pasar a décadas. Las herramientas actuales exigían una continua remodelación hasta que el proveedor se cansa y decide que no te lo volverá a actualizar y te deja sin herramienta. Cansado y enfadado, dudando de haber cambiado de ordenador, apagó el portatil muy pasadas las dos de la madrugada. quería escribir peroya no eran horas. Se acostó. Por la mañana.

Temprano, incluso antes de desayunar, en calzoncillos desplegó el portatil en su mesa delante de la ventana que daba a la calle. Encendió la pantalla. Tecleó la clave. Asombrosa la rapidez con que se desplegaban los programas. Abrió el procesador y volcó en cada palabra la inspiración que le había asaltado cada noche. Lo tenía tan claro que escribía sin fijarse en la pantalla, con la mirada perdida en los transeúntes. Un párrafo largo calculaba que medio folio. volvió atrás, comenzó a leer y encontró un texto ilegible con caracteres mezclados, lleno de puntos, arrobas y almohadillas. No tenía las manos hechas al nuevo teclado. No había problema. REcordaba cada palabra y cada coma. Los sueños las habían fijado. Escribió ahora concentrado y despacio. dos líneas, y el resultado fue el mismo. Estaba seguro de no haberse equivocado. Miró el tipo de teclado que tenía configurado, español de España. TEcleó las letras una a una. si sólo se trataba a las letras como caracteres y no como palabras, se correspondían con lo que de la tecla se esperaba, pero si intentaba una palabra aunque fuese tan corta como una preposición el resultado era una locura. Su capacidad de resolver problemas informáticos había sido ya superada. cogió el móvil y envió un wasap al  amigo que le resolvía suis frecuentes atascos cibernéticos. El amigo le respondió que no comprendía qué quería decir. Leyó el mensaje y era ilegible como habían sido el párrafo y las palabras. Estaría enfermo. Algún ictus que l eimpidiese escribir o bien que considerase ilegible lo que era claro por completo. Una prueba. ¿qué ocurriría si alguien empleaba su propio ordenador?. Salí al descansillo y espero que bajara una de las chicas del piso de arriba quehacían un erasmus. Le pidió porfacor si podía copiar algo al dictado. Ella le dijo que tenía prisa. El le ofreció dinero y ella pasó. Se le veía preocupada. El le dijo que no se preocupara que solo eran dos minutos. Le dictó el párrafo que tenía en mente, la chica escribió. Le suplicó que lo leyera y la muchaca lo encontró ilegible. Le pidió entonces que en un minuto más escribiese lo que ella desese. Escribió quince palabras que después leyó sin dificultad. Le pagó y le dio las gracias. Probó a escribir con la tablet e incluso con una maquina de escribir mecánica y los reusltados no variaban. El viejo ordenador. El cambio había sido la casua. Quien sabe si una maldición cibertnética, los ordenadores conectados a través de la red insubordinandose con un humano que abandona a uno de los suyos. Pero la máquina de escribir tampoco estaba conectada a la red con lo que la teoría se veía arrollada. Subió al trastero. REcordó una película de Spielberg con una sublevación de las máquinas. Cogió su antiguo ordenador. Cuidó que el calbe no tirase. Lo encendió. comenzó a escribir sin mirar. Abrió los ojos confiando que la maldición se hubiese evaporado, pero lo que escribió era igual de ilegible. Dejó el contenedor junto a la basura para llevarlo a reciclar. El párrafo latía en su mente. Cogió una libreta. Cogió un lápiz y escribió. Cerró la libreta , la abrió y lo que había escrito era perfectamente legible.

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