miércoles, 16 de mayo de 2018

LA MEDALLA

Al pasar la meta en Central Park le pusieron una medalla que tenía  muchas dudas que fuese a conseguir.42 kilómetros y doscientos metros que lo habían machacado en la quinta avenida y las cuestas de acceso a Central Park. Una muchacha pelirroja le sonrió Le extendió los brazos y le colgó la medalla. Otro voluntario le apremió para que siguiese caminando en busca del camión con los números de su dorsal. Unos tragos a una bebida energética. Otros a una botella de agua. Cogió su bolsa y salió por el lateral que daba al museo de paleontología. Se echó la mano a la medalla. La apretó contra el pecho. Sintio primero frío del metal y después calor. Subio al metro. Algunos policías gordos lo felicitaron. El revisor le abrió la puerta. el maratoniano viajaba sin pagar. Llegó a Brooklyn. No había dormido la noche anterior.Se tumbó en la cama. Sólo sintió el movimiento de la medalla sobre le pecho en un par de excursiones del tórax. Después sopor y sueño. Despertó a las tres de la madrugada. El sudor de las ropas estaba seco. El vello pegado a la piel con un olor de sudor rancio. La mano al pecho y allí estaba la medalla. Se levantó. Pulsó el agua caliente. Se quitó la camiseta, las mallas y el calzoncillo cuando ya empezaban a aparecer rozaduras. La medalla no. Iba a colgarla en la pared, en la percha de la toalla de baño, pero decidió que era  mejor dejarla puesta. Se miró al espejo y la volvió a tocar. Se secó y se volvió a la cama desnudo. Boca arriba el metal le dio frío. Se tapó, llevó la manta por encima del metal y volvió a dormirse. Despertó. Se vistió. Desayunó y tomó el transfer ala avión. Sólo se quitó la medalla para pasar los controles policiales. Se sintió raro sin la cinta pendiente de su cuello. Entrelazabas las manos, las acercaba al peho y se las llevaba a la nuca. Sudaba hasta que vio aparecer la caja con sus pertenencias al otro lado del escaner.LLegó a  Madrid. Cogió el coche. Se puso el cinturón y se enganchó la cinta con la correa del reloj. Tiró y sintió un pequeño desgarro de la cinta. Paró. Miró. No podía seguir. NO podía partir la cinta. Destrozar su medalla. Cogió una aguja y fue sacnado hilo a hilo de las dos laminas de su reloj. El daño había sido mínimo, pero le hizo sentirse más débil. Le hizo pararse cada poscosmetros anclado a lsuelo por la maleta del equipaje de mano. Llamó a la puerta. Lo abraz´su madre. Se llevo la mano a la cinta y la protegió no quería más accidentes. su madre intentó quitarle la medalla y colagarla donde estaban las otras, pero él se lo impidió. Esa no. Ella le preguntó por qué y él no le respondió. Ella le dijo queno era ni siquiera la primera vez que traía una del marathon de Nueva York, y el le dijo que esta vez no.No comprendió pero lo dejó. Paso a la habitación. Se hizo el nudo del a corbata y se puso el traje de chaqueta y por encima la medalla. Cuando llegó a la oficina su compañero de mesa le preugntó si era cofrade de alguna cofradía, él le explicó que no que era su medalla del marathon de nueva York. El otro siguió. Todos los miraban, pero ninguno mostraba interés alguno. Tampoco le importaba. Y así pasó un mes. Y un año. La cinta con el pequeño desgarro se había oscurecido en los lugares más cercanos a la piel.Nadie se extrañaba y nadie preguntaba. Casi un año después se agachó a recoger un documento que se había caído al suelo. Al levantarse, la cinta se enganchó en el pomo del cajón de la meda. Se desgarró y la medalla repiqueteó contra el suelo. Cogió la cinta partida y cogió la medalla. ABrió el cajón y la guardó.

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