domingo, 4 de marzo de 2018

UNA LATA DE COCACOLA

Llueve. Débilmente. Gotas dispersas en el pavimento se reflejan con la luz tenue de las farolas. Llueve poco, pero lo suficiente para hacer cambiar los planes. Cena. Un local cálido. Una comida frugal. Vino. Una propuesta de tomar la copa en el restaurante. Desestimada:bailar. Afuera llueve. No hace frío, pero la humedad hace que tengas escalofríos. Has bebido demasiado. Con el fresco la euforia se apaga. Si bebes más mañana no estarás para nada. Te vuelves. Te insisten. Te vas a casa. Dices adiós. Regresas. Las manos en  los bolsillos, los hombros echados hacia adelante para guardar algo de calor. Evitas los charcos pero la humedad llega ya a los calcetines. Hace un momento estabas eufórico. Ha pasado. Sólo quieres llegar. Recuerdas tus palabras. Intentas no recordar las que no deberían haber atravesado tus labios. Pero las recuerdas. Un coche que pasa te salpica con el agua de un charco. Te estremeces. Lo increpas. Una peineta. Frena y se para unos metros más adelante. Te detienes. La noche aun se pude complicar. No vas a correr. Lo miras. La puerta se abre pro se vuelve a cerrar y sigue su camino. Respiras. Varias veces para bajar la adrenalina que se ha disparado. Palpitas. Una papelera vacía. DEbajo una bolsa llena de botellas de alcohol y refrescos. Junto a ella un lata roja de cocacola. Tu víctima. Extiendes la pierna y golpeas. Golpearla y ponerla en órbita. No llega a despegar. La lata se encaja en tu zapato. A punto estás de resbalar al volver a dejarlo en el suelo. La arrancas con la mano y la vuelves a dejar en el suelo. Amagas el disparo, detienes la pierna. Sigue ahí. en el suelo aplastada en el centro. Amagas de nuevo y esta vez sí el sientes que la energía cinética de tu pie se transmite casi sin disiparse a la lata que sale disparada. Unos transeúntes salen de una esquina. Te vuelves temiendo que les golpee. Algo te golpea la nuca y cae al suelo. Es la lata. No sabes como pero la lata está de nuevo allí. Los peatones siguen por la acera. O disimulan o no han sido ellos. Avanzas dando pequeños toques a la lata. Llegas a un espacio abierto de una plaza. Nadie. Tres pasos atrás. Corres. disparas. La lata dibuja una parábola, llegas a perderla de vista pero de repente vuelve. Se te acerca. Das dos pasos atrás, levantas la pierna y la detienes. No hay viento. Las hojas más finas de los árboles están quietas. No puedes explicar el extraño efecto. Vuelves a repetir el disparo y vuelve a ocurrir. No deliras, porque un grupo de muchachas aplauden tu malabarismo. Has empezado a sudar con el esfuerzo. El sudor se hiela y sientes frío. Miras alrededor. Una papelera debajo de un tilo. Golpeas con la puntera y haces canasta. Saltas y giras impresionado de tu propia destreza. Caminas. A casa. diez minutos a paso rápido. Doblas una esquina. Un ruido detrás tuyo. Miras y no ves a nadie.Otra esquina más iluminada. Te vuelve y sigue sin haber nadie. Esperas un poco más y rodando llega la lata que se detiene junto a la puntera de tu zapato. Caminas unos pasos más. Te paras. La lata rueda y se queda en tus pies. La lata tiene movimiento propio. O quizás en su interior hay algún insecto o un minúsculo roedor. La tomas y la sacudes. Nada en su interior. La dejas en el suelo y corres. La lata rueda detrás tuyo. Te persigue. O te acompaña. Llegas a casa. Ensayas cinco llaves antes de dar con la llave del portón. Por fin. Entra. Miras a través de los cristales la lata. No se mueve. Quizás se agita ligeramente. Pasa un vecino. La mira. La coge y la lleva hacia el contenedor soterrado de reciclaje de envases, el amarillo. Desde detrás del cristal ves la imagen de una lata entre centenares de latas de otros colores aplastada por una prensa para convertirse en un bloque informe de aluminio. Corres. Le coges la mano al vecino. Le dices que por favor no. El vecino se extraña. Le reiteras la súplica. Le pides que te de la lata. Te dice que no te pongas así. Te la da. Te la metes en el regazo . La acaricias. En casa la dejas en el suelo calentita sobre la alfombra, te acuestas. Si su padre la ve ahí montará la de San Quintín y  la tirará a la basura, a la orgánica porque no recicla y te reñirá por sucio. Enciendes la luz y la dejas en el estante. Ahí tiene un pase como icono pop. Por la mañana la sacas a pasear cada día. Le has preparado un arnés con un plástico de los que contienen seis latas. Los días de helada la sacas abrigada con un calcetín afelpado. En los paseos te alejas de los contenedores amarillos porque sabes que le afecta. No has visto en ningún lugar una lata tan bonita como la tuya

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