lunes, 4 de diciembre de 2017

METAMORFOSIS

Abrió la puerta con el mismo giro que la había abierto cientos de veces. La cerró del mismo modo que la había cerrado otras tantas. Se descalzó y caminó de puntillas como siempre para no hacer ruido. Sintió sed y bebió un sorbo de agua. Sintió hambre y comió dos  magdalenas. Se lavó los dientes y se acostó. De madrugada porque trabajaba de noche. Y fue la última vez que todo le pareció lo mismo. Se levantó a la hora  a la que todo el mundo come. Desayunó cuando todo el mundo almuerza. Comió lo que todos se desayunan. Hasta ahí lo de todos los días, pero cuando fue al baño, a partir de levantarse de hacer sus necesidades todo empezó a ser distinto. Se lavó la cara y el agua le pareció más fría, el lavabo más bajo, la toalla más áspera, el jabón de peor aroma. Se secó, se miró al espejo y no reconoció a quien estaba allí. Esos ojos, las entradas, la barba de tres días, la tez morena no sabía de donde habían salido. Las encontraba ajenas a sí mismo. Volvió a la habitación aterrado. Cogió su móvil. Abrió los álbumes de fotos, en  todas había un hombre igual que el que se reflejaba en el espejo pero que no era él. Se vistió con ropas a su  medida que no le parecían adecuadas. Calzó unos zapatos comodísimos que no reconoció. Bajó, cerro los ojos y dejó que sus pasos lo guiaran hasta el que debía ser su vehículo. En efecto la llave lo abrió. El contacto y al trabajo. Si se concentraba en no pensar, en dejar que su cuerpo, que su mente actuasen de forma automática, todo ocurría de acuerdo a una rutina que no reconocía como tal. Si pensaba, si involucraba al mundo racional en sus actos, su entereza se derrumbaba y comenzaba con opresión en el pecho y una diaforesis que le empapaba las axilas y le regaba la frente. Mostró la identificación a la puerta de la fábrica. El guardia lo saludó afable. Devolvió el saludo aunque no lo reconocía. Aparcó. Se dejó llevar por su cuerpo prestado u opresor a la puerta donde otros operarios se ponían monos de color plata. Uno lo saludaba. Otro le daba un cachete. Otro más le palmeaba el hombro. Era un hombre popular. Sintió el impulso de hacer algunos gestos similares, pero consiguió contenerlos ante el temor de la respuesta de alguna de aquellas personas que reconocía como extraños. Uno le dio un abrazo y le dijo que se alegraba mucho de verlo, que acababa de volver después de una baja de tres meses. Le dijo que se alegraba, pero que le perdonara que no recordara su nombre. Pensó que estaba de broma y le insistió que se lo decía muy en serio.Le dijo un nombre que no le resultaba familiar. Se lo llevó a un rincón. El otro le dijo que no lo asustara. Sólo inquirió si encontraba algo distinto en él. le dijo que no, pronunció su nombre y le dijo que lo encontraba como siempre. Desde la confianza le dijo que estaba seguro de que no era el mismo. Algo había cambiado en él , que le pedía le perdonara, que si le trataba así no era por descortesía sino simplemente porque era otra persona. No sabía como había ocurrido pero era otra persona totalmente distinta, se temía que en el chasis de la persona anterior. El otro huyó. Aterrado. No se le volvió a acercar. No lo lamentó,

De madrugada regresó a casa. Abrió la puerta como nunca la había abierto. La cerró como nunca la había cerrado. No se descalzó porque el suelo estaba frío. Se hizo un bocadillo y bebió una cerveza. Miró la cama pero no se quiso acostar. El día le parecía demasiado importante para desperdiciarlo. Cogió un bolígrafo y cogió papel y empezó a escribir. Dejó fluir historias basadas en recuerdos que venía de los tiempos anteriores a su metamorfosis humana. Y le gustó. Llegó la hora de su trabajo nocturno. Miró el reloj. Se duchó y se quedó en casa. Por la mañana conocería gente y sitios nuevos.

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