domingo, 3 de diciembre de 2017

MALAS SENSACIONES

A veces sales a correr, pasan los minutos y tus músculos, tus articulaciones, tu mente no van rodados. Tienes la sensación de series de movimientos inconexos y desacompasados que malgastan la energía. Puede ser que vayas incluso rápido, pero sin ritmo. No llegas al momento de la inconsciencia del esfuerzo que te permite avanzar unos kilómetros cómodamente. Eso son malas sensaciones. Pero tambien puede tener otra acepción que es de lo que trata el relato que habla algo que ocurrió hace no mucho tiempo.

Fue un día de superluna, como hoy. Una luna llena gigante que apoca las luces artificiales. Una luna llena en suma. Salió a correr de noche. No era tarde pero el sol se pone muy pronto en diciembre. Hacía frío. Mallas largas, camiseta y cortabientos. Y el frontal para iluminar sus pasos. Había dudado en lo del frontal, porque cuando llevas luz, se produce la paradoja que ves la zona iluminada pero te vuelve inseguro con la periferia de penumbra o absoluta oscuridad. Decidió llevarlo para acostumbrarse. Una ruta de diez kilómetros por la mota del río a un ritmo tranquilo. Pensando. Soñando y fabulando. Llegó a la parte final del recorrido . Se dio la vuelta. Enfrente la luna. Una claridad que producía sombras en la noche. Nadie en todo el recorrido. Domingo. El frío. En el suelo chasqueban las hojas con sus pisadas. Se rompían. Pasó por una zona arbolada. Escuchó el chasquido de las hojas a un ritmo distinto del de sus pisadas. Un corredor más rápido. Sin frontal a sus esplada no había ninguna luz. Se concentró, siguió. No se detuvo porque el entrenamiento no se para. Volvió a escuchar, se le antojó más cerca, le pareció que muy cerca el sonido del movimiento de las hojas con las pisadas. Aprovechó una curva del meandro del río para mirar hacia atrás. No le seguía nadie. Vio las hojas moverse con la brisa suave. Escuchó el ruido en todo similar al que había escuchado. Sonrió. En el pulsómetro la frecuencia cardiaca comenzó a recuperar el ritmo ajustado al esfuerzo que estaba haciendo. Siguió escuchando las hojas, pero ahora sabía qué las producía. Dejó de oírlas.Dejo de oír todo. Silencio. Se setuvo la brisa. Las rnas dejaron de croar. Los murciélagos buscaron cobijo. Silencio absoluto. Sólo sus pisadas y el ruido pausado de su respiración. Tenía  malas sensaciones. Y su cuerpo rodaba. La meta estaba cerca. El silencio se profundizó. Ya divisaba las luces a lo lejos. El puente que debía cruzar  para llegar al pueblo. Un aullido al que no siguieron otros aullidos. un quejido y un nuevo aullido. Los perros de un solar no ladraron a su paso como siempre hacían. giró el frontal sin aminorar la marcha y los vio agazapados debajo de uno de los camiones. Otro aullido más cercano y otro quejido. Silencio. Brisa. Giró a la izquierda. Entró en las calles del pueblo. ESquivó las zonas de sombra. Corrió por el centro aprovechando la ausencia de coches. Llegó al banco donde solía estirar y prefirió no hacerlo. Se sacó las llaves del bolsillo de atrás de las mallas. Las manos le temblaban no encontraba la llave. Cuando la encontró no alcaanzaba a introducirla. Cuando la introdujo se atrancó. Le pareció escuchar un jadeo. Abrió la puerta. la cerró a su espalda y encendió la luz. Miró el reloj. La frecuencia cardiaca se había disparado. Respiró hondo y se controló.

Por la mañana poco después del amanecer oyó ruidos de sirenas por las calles del pueblo y por la huerta. Bajó. Tomó el café antes de comenzar a trabajar. Por la noche en muchas casas de la huerta junto a la orilla del río, muchos perros y ganado habían amanecido degollados y algunos descuartizados. Junto al río. entre las hojas de los tilos unas huellas de unas garras que nadie había sido capaz de indentificar. Pasó el tiempo. El rumor desapareció y nadie dio una explicación satisfactoria que tampoco nadie reclamó. El siguió corriendo por las noches aunque no es su hora favorita. Quiere pensar que tuvo algo que ver con la superluna, pero no es seguro. Si otro día tiene malas sensaciones se volverña a casa

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