lunes, 11 de diciembre de 2017

EL FARAÓN

"Hombre Manolo.Por fin te has decidido a reformar tu piso" "Sí más o  menos" "Estos pisos tienen una buena distribución pero se hace necesario reformar. Más de treinta años. Los tiempos cambian" "Sí muchos cambios. Demasiados" "No serás tú uno de esos contrarios a la innovación" No" "NO te molesto más.¿necesitas ayuda para descargar?" "Gracias. Me arreglo bien solo".

Su piso tenía una buena distribución. Bien iluminado, pero nunca entendió por qué para un piso de ciento veinte metros, el salón cuadrado tenía más de cuarenta. sólo hacía poco tiempo que lo había comprendido.
Se acercó a un almacén de materiales de construcción. Miró la lista. Arena. Cemento. Ladrillos del siete. Una plana, una caldera y dos paletas, una grande y otra pequeña. Un martillo para romper los ladrillos y así poder encajarlos en los huecos. Lo cargó todo en el coche. Lo descargó cuando llegó a casa y lo dejó en el centro de su salón. Puso unos regles y entre ellos tendió unos hilos. en el interior del cuadrado se situó él y situó todos los materiales. Llenó un barril de agua. en una caldereta hizo una primera masa de cemento. Un pegote de cemento y un ladrillo. Otros pegotes tapando la junta entre uno y otro. Se asomaba para ver si el borde exterior no sobrepasaba la línea. Las cuatro paredes de ladrillos ascendieron a su alrededor aislándolo del resto de su salón. Tan alto que tenía que subirse a un taburete para colocar la última hilera de ladrillos, la que lo fundía con el techo. Prepararó un cemento más claro, y con la plana se dedicó a enlucir el interior de los ladrillos. Un foco en la frente le permitía advertir y corregir las irregulares de la pared. No había dejado ventanas, ni puertas ni respiraderos. El aire no era un problema, el cemento siempre deja poros. La salida imposible una vez el cemento fraguara, salvo que decidiera golpear su obra, algo que no tenía pensado. Antes de cerrar había traído consigo diez de sus libros favoritos. Una radio que escuchó mientras le quedaron pilas. Un reloj, Unos gemelos . Una esclava y una cadena con una Cruz de CARavaca. y fotos. De personas y momentos queridos. Había terminado. Escuchó la radio, leyó el libro que estaba deseando empezar. Comió unas galletas y se sentó. Permaneció sentado mucho tiempo. Primero con luz y después sin ella cuando las pilas del foco se agotaron. Al principio con música de la radio, y después en silencio. Un día se cansó de descansar sentado y se acostó, con las manos enlazadas sobre su pecho. Acomodó el suelo con un hueco entre los ladrillos que sobraron, quitó los trozos de cemento que habían raspado para alquilar la casa los anteriores propietarios. Puso la esterilla y se tumbó. Durmió a ratos porque al interior del cubo cerrado no entraba la luz. Cruzó las manos sobre un pecho que cada vez se agitaba menos. Los ojos se fueron hundiendo en las cuencas. Las manos sarmientos. La ropa redundaba en los pliegues de su cuerpo reseco.

Dos meses después el portero usó su llave para meter en la casa un paquete. Llamó y no le respondió nadie. Sabía que era un hombre ordenado. Le sorprendió la suciedad. Curioseó en la casa. Llegó al salón. en el centro un habitáculo sin ventanas de ladrillo sin enlucir. Se acercó y olía mal. Llamó a la policía, quienes llamaron al juez y a los bomberos. Abrieron un boquete y sacaron su cuerpo reseco reducido a la mitad o menos de su volumen. Admiraron el perfecto acabado del interior.

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