viernes, 1 de diciembre de 2017

BARBERÍA

Aun me sobra algo de tiempo. He quedado a cenar. He comprado algo de ropa. Es tarde. Llevo el pelo sin arreglar. Una barbería. Sería un lujo. Treinta minutos. La tarde ha cundido. Ignacio. A esa misma barbería ibamos mis hermanos y yo de niños. Un sólo cliente. Habitual según sigo sus conversaciones. Su padre ha envejecido. El corazón lo limita. Joven cuando el barbero tambien fue joven, ahora vive con dificultad con una sobrecarga de líquidos que no responde a sobrecargas de furosemida. Me muestro con timidez. Es tarde. Detesto molestar. Es el mismo barbero, octogenario avanzado.Tiene hora y me invita a sentarme. Mientras termina con el otro cliente veo los sillones sólidos, sin un atisbo de obsolescencia programada. Los buenos perfumes y masajes para después del afeitado. El cliente se va. Me invita a sentarme en el sillón central. Le digo lo que quiero. Y comienza a cortar. Suave. Tantea antes de inicar una conversción bien documentada de la que es experto. Clientes egregios. Personas señaladas en la historia de la ciudad. Termina. Me muestra con un espejito al que no miro cómo ha quedado el peinado. Le pago. Y salgo. Abre la puerta un hombre con dos niños. Ambos con pantalones cortos a pesar de que llega el invierno. Me vuelvo. Soy yo, mi hermano y mi padre. O al menos se parecen mucho. Voy a decir algo, pero qué voy a decirme a mi mismo cuando era un niño. Salgo. La calle es distinta. No hay zona azul , ni verde ni roja. Los coches aparacados son seat ciento treinta y cuatro, seiscientos, algún Gordini y algún citroen de los que se llamaban Tiburón. La Avenida de la Libertad. Un solar y enfrente Simago. Me marcho, pero ¿cómo irse cuando he dejado el coche en un parking que no existe. Me echo la mano al bolsillo. El móvil. Sin línea ni internet. Una cabina. Marco un fijo. Se pone mi suegra. con voz más joven pero con expresiones que no han cambiado. Se cansa de oírme y cuelga. En la relojería junto a la entrada del bloque de simago miro un calendario. Me lo temía. Muchos años atrás. Sin coche, sin posibilidad de que alguien me ayude. Regreso a la barbería. Ha terminado con uno de los niños, el moreno con un pantalón de tirantes muy corto y una camiseta de punto de rayas azules sobe fondo blanco. El otro espera en la silla con el uniforme del colegio. Tiene los ojos grandes. Una mirada que impone, El barbero podría ser el mismo, pero luce rejuvenecido. Le pido sentarme en el sillón. Lo rechaza. Insiste que espere mi turno. No tengo tiempo.Se vuelve me mira y me asevera que todos están esperando. Diez minutos para las nueve. El carillón golpea la campana. Tiene que volver a sentarse. Si cierra no tendrá otra oportunidad. No sabe por qué pero lo sabe. Cuando termina con el segundo niño se sienta en el sillón. El barbero le insite que no lo necesita. El le dice que sí, que claro que necesita volver al lugar que trastocó el día.  Pero el tiempo no se mueve. El barbero rejuvenecido le mira el cabello recien cortado. Reniega porque es tarde y le parece una burla. El barbero lo mira de reojo. Da rodeos y maniobras de dilación en la tienda. Quiero un corte a navaja. El barbero le rasura con la navaja.De mala gana . Se encuentra más joven. No le importa volver donde tuvo su barbería recien abierta. Si no es el sillón qué es. A su izquiera un cenicero con caramelos. Coge uno por instinto. la cabeza le da vueltas. Se vuelve el barbero. El barberto es viejo. Mi peniado ha terminado. Le gusta viajar para ir a bodas. Pero así no. El tiempo sólo ha de  viajar hacia delante. Sale a la avenida de la libertad. El parking está debajo. Simago ya no está .Enfrente el corte inglés. Paga en el cajero y se marcha

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