viernes, 20 de octubre de 2017

MANDALA

"¿Me haces un dibujito de tu familia?" "¿Familia?" ""Sí, tu papá. tu  mamá y tu hermana" "Vale" La dejó tranquila. Los niños dan mejor información si se les deja solos. Era una niña encantadora. Cuatro años. Rebeca roja un poco corta, Falda de tablillas, calcetines y bailarinas negras. Sentada con el tronco muy inclinado sobre el pupitre. Los lapices muy apretados y el lateral de la lengua mordido a ratos. Le gustaba el lazo sobre su pelo anillado. La miraba desde lejos. Los niños no le gustaban, en genérico, aquella niña le encantaba. Sentía debilidad por los niños supervivientes de historias terribles. "¿Has terminado ya?" "sí seño.. María" "Eso es María. Ya quisiera yo ser tu seño" "Qué dibujo más bonito" Un dibujo gris. Un dibujo claro que confirmaba la denuncia. Abuso y malos tratos de quien se supone que te debe proteger incluso con su vida. Haría el informe. Un informe corto claro y detallado, una simple glosa de la confesión no verbal de la pequeña. Extendió la mano y le acarició los rizos. Elasticos. Se agachó y los olió. Le tendió la maño y la sacó a la habitación de al lado donde esperaba la asistente social. " ¿Nos veremos mañana Seño.. María? Jejeje" "Ahora me has querido engañar. Te he pillado" "Sí... María" "¿Me das un beso?" Se agachó y se dejó abrazar y besar. Aprovechó para olerla una vez más. "María mañana nos veremos en el juicio" "Sí. La cosa está clara. Pobre su hermana".
"Hola. María te he traído un regalo" "Sí. Me lo das luego, ahora voy a entrar a un sitio muy serio" "No. Tómalo ya. Es un... no sé como se llama. Pero tiene colores muy bonitos. Lo he coloreado para ´ti" "Es un mandala. Me encanta" "Mi hermana los coloreaba siempre. Cuando lloraba los miraba. Decía que se miraban de fuera adentro" "Sí. De fuera adentro. Para buscar la paz interior. tu hermana era una niña muy buena" "María la echo de menos. ¿Cuando podré volver a verla?" "...No lo sé. Es difícil. Luego hablamos. Muchas gracias por el mandala. Lo colgaré en el despacho de mi casa. Ahora nos vemos. Besitos"
El juez tomó declaración a los testigos. Llamó a la psicóloga al estrado. Le pidió si se ratificaba en su informe aun a sabiendas que era muy desfavorable para el reo. Con su traje de chaqueta su blusa, el pelo liso brillante miró al juez a los ojos y se ratificó. El reo se volvió la miró un instante con sus ojos azules. Frunció los labios. Un colaborador del abogado defensor entró en la sala. Le hizo un gesto al abogado. Pidió la venia al juez para volver a llamar al estrado a la madre de la niña desaparecida cuya hermana había corroborado los abusos. La mujer subió al estrado. Lloró. Desconsolada. El juez le dijo si necesitaba tiempo. Ella respiró. Miró a su marido. Dijo que no. Pidió disculpas al juez y a su marido porque había creído las mentiras inconscientes de su hija pequeña. La denuncia que ella había puesto al padre por malos tratos admitía ahora que no era falsa pero que no llegó a pegarle. El juez le mostró el dibujo de su hija pequeña. Ella dijo que era una niña. Siempre había tenido mucha imaginación. Lo habría inventado. Habría escuchado algo en la familia que la custodiaba hasta el resultado del juicio. La perito estaba escandalizada. El reo miraba al suelo. Se mordía los labios para disimular su sonrisa. Ella quiso hablar pero el juez no le dio la palabra. Desalojó la sala y se retiró a deliberar. Salió poco después. Lamentó que la principal testigo se hubiese desdicho de su declaración, pero sin esa testifical de valor probatorio tenia que dejar en libertad condicional al reo con una multa por faltas. La niña pequeña, hermana de la desaparecida quedaría de nuevo bajo el amparo de la patria potestad de sus padres. La niña miró a la psicóloga. La psicóloga la miró escandalizada cuando las manos sarmentosas, libres de las esposas de su padre se acercaron a la pequeña.

En casa lloró. Mucho. Sacó el mandala del portafolios y lo colgó en la pared de su despacho detrás de su silla.

Quince días después regresó tarde a casa. Le costó abrir la puerta. Había tomado algunas copas. Desde el juicio bebía más de lo que debía, no mucho pero sí más. Abrió la puerta. La cabeza le giraba. No podía ir al dormitorio. Si se acostaba el giro se haría vertiginoso. Se quitó los zapatos. Se descalzó para sentir el frío del suelo en los pies. Descansaría o pasaría toda la noche si era necesario en el sofá del despacho. Encendíó la luz. Se quitó la blusa. "Buenas noches señora forense" Aquella voz. Se giró. Apenas vio los ojos azules . Los dedos sarmentosos del juicio la golpearon. En el suelo se sentó sobre su cintura y con una mano le apretó el cuello mientras con la otra la manoseaba. No podía respirar. Los ojos se le congestionaban. No había pensado que pudiese acabar tan mal.Le golpeó con las manos sin éxito. La mano le aplastaba la garganta. Míró el mandala. De fuera adentro. Evocó a la niña tan pequeña, tan fragil tan hermosa, esa misma mano la rozó, la misma mano que violó mató e hizo desaparecer a su hermana. En la zona de penumbra de la luz apareció una figura. Una niña, el rostro amoratado, el cuello ennegrecido y los ojos saltones, el vestido en todo igual a la niña del dibujo, pero de doce años. Se acercó pudo ver sus ojos opacos enrasados en lágrimas y el mentón fruncido. Golpeó algo con el pie. Un roce. Un objeto quedó en contacto con sus dedos. A punto de perder el conocimiento, lanzó el abrecartas sobre el cuello del mal padre que cayó desplomado asfixiándose en su propia sangre. Antes de morir pudo mirar a su hija asesinada.

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