martes, 10 de octubre de 2017

LA VENTANA

Afuera. El mundo transcurre al otro lado de la ventana. El agua fluye. Los pájaros cantan. Las hojas caen de los árboles aunque el otoño no se ha enterado de que ya no es verano. Hace calor. Apoyado en la baranda. Llegan olores a espliego y a tomillo. A veces a algas. Ella duerme boca abajo con su cuerpo sólo parcialmente cubierto por las sábanas. Si te acercases podrías tocarla. Rozar su piel. Dibujar caricias a lo largo de su espalda. Se mueve. Sólo con pensarlo. Te aferras a la reja. La luz del sol todavía no se extiende por el fondo del valle. En las hierbas, el rocío posa gotas que se deslizan hacia el suelo. En el alféizar de la ventana encima de la pequeña terraza también se condensan gotas que te caen en la frente. Es agradable. El frío y la humedad. El sabor neutro con toques de arcilla de ese agua. Tu reloj se detiene. No sueles llevar reloj. Pero hay uno en tu muñeca. El agua se para. Las hojas quedan suspendidas en el aire. El sol no avanza. Un extraño silencio con la desaparición del movimiento. La gota de agua en tu frente. La rompes con el indice. Te acercas a la cama. deslizas el dedo por la espalda entre las escápulas hacia la cintura hasta que queda seco de la humedad de la mañana. No se  mueve. No respira. Está caliente. Con el tiempo detenido el calor no se disipa. Aprovechas para curiosear la habitación. Dos maletas. Ropa de hombre. Desorden. Miras el reloj que sigue detenido.Sigues Registras los cajones vacíos de unas maletas no desechas. Cenizas en el cenicero. Una botella de vino blanco medio vacía con dos copas, sólo una con carmín. Una puerta con llave. Abres. En el pasillo la camarera detrás del carro con los ojos cerrados mientras vacia el recogedor en el cubo. Abajo un patio con un gato de angora en postura de defensa delante de un cliente que lo azuza , la escena de un taxidermista. Cierras. Otra puerta delante. Un baño. Dudas. No es decoroso. Sonríes. De nuevo miras el reloj. Las manecillas detenidas.Giras el pomo de la puerta y empujas. En la ducha un hombre desnudo. REgueros de gotas detenidas que producen un reflejo tornasolado en la pared con la luz que se cuela por el cristal esmerilado de una claraboya. Una barba de tres días. útiles de afeiter junto al lavabo. Sales. Cierras la puerta. La miras quieta estática pero calida. Te desvistes y compartes su lecho. Adoras sin profanar. Recorres sin poseer. Miras sin fijar. Acaricias sus labios en un beso inefable. Acaricias. Recorres. Sientes el calor y el tacto de la piel de un cuerpo paralizado. TE tumbas bocarriba. El ventilador del techo sin movimiento y sin embargo el cable del interruptor ha quedado en uno de los extremos de su oscilación. Y si te quedaras así. Para siempre. En un mundo inmóvil en ese lecho. En esa habitación compartida con dos estatuas calientes. Estás incómodo. Acaricias. Coges una mano y esperas una respuesta que no se produce, sólo el calor, ni siquiera el frémito de la sangre al ser expelida por su corazón. Te sientes raro y ajeno. Un invasor de un espacio y de un tiempo que no te pertenece. Te levantas. Tu cuerpo no ha plegado ni las sábanas. Eres tú quien está en un instante de tiempo que no existe. El privilegio de esa suerte de encantamiento va a desaparecer. Al calor le acompañará el movimiento. Junto a la ventana. Miras el reloj . El segundero. Se agita como si se moviese contra una liana que lo tuviese fijo. Se desprende tic tac tic tac. El ventilador gira, las aspas se funden en la periferia de un círculo. La brisa viene del río. Las hojas caen. Las gotas del alfeizar rebotan en el pasamanos de la reja. Detrás de la puerta la ducha. Se detiene. Ella duerme. Descansa. Te acercas. Rozas su mejilla con los labios. La puerta se abre. Sale el hombre de la ducha con la toalla ceñida a la cintura. Se acerca junto a ella y la acaricia. Une su cuerpo al de ella y no te ve. Tu instante de tiempo ha pasado. Afuera por la ventana los rayos de sol ya llegan al fondo del valle. El agua fluye.

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