miércoles, 4 de octubre de 2017

LA CITA

Un bar de carretera. Una venta con los asientos de la barra de escai rojo. Un lugar de raciones enormes y consumos rápidos por personas en mono y botas de seguridad. Traje de chaqueta. Se sentía fuera de lugar. Pero las once de la mañana. No podía pedirse todo el día. Y ni siquiera estaba seguro que ella fuese a venir. Sería el cuarto o quinto intento. No se esforzaba en recordarlo. No sabía por qué venía. Pero no podía negarse desde que la había localizado. Un café. A su alrededor bocadillos. Platos de magra o ternera en salsa. Repostaje rápido de obreros. No sabía estar incorporado en los sillones. Echaba el torso hacia adelante. Su padre se lo recriminaba. Su padre siempre estaba tieso como una tabla en las sillas. ël no. Quizás era algo heredado de ella. Los hombros cargados. El color de los ojosm seguro. Su padre tenía los ojos oscuros y él los tenía muy muy claros. Ya era la hora. Como las otras veces. Los pies cruzados apoyados en la barra del suelo. Empezaban a sudarle los pies. Tamborileaba con las manos. No había tocado la taza. Sabía que el café estaba frío. Lo bebió a sorbos. Es ridículo beber a sorbos un café frío. Después tendría que ir al baño. Un coche paró en el aparcamiento. Demasiado lujoso. Sabía que no. Desconocía cómo le iba, pero ese coche no. Apuró el café. algo más. Una botella de agua. La había buscado. Los últimos cinco años había gastado la mayor parte de su tiempo libre en buscarla.Y la encontró. Donde menos lo esperaba. Tras la muerte de su padre. Una foto una polaroid descolorida. un hombre una mujer un niño y una vespa azul celeste. Detrás del papel un teléfono. El teléfono apuntado una tinta posterior a la fotografía. Ahogo. Palpitaciones. Tocó el papel. Buscó sensaciones. Nada. Puso los números en la pantalla se teléfono. Acercó el índice al botón verde. Se detuvo quince veinte cien o mil veces. Pulsó. Escuchó el tono. Tres vrces. Una voz. Cansada. Grave con tono de recién levantada aunque era más de la una del mediodía. Colgó. Cerró los ojos. REcordó ese diga. Era una voz áspera, seca, desabrida. Mantuvo los ojos cerrados. Recordó la cara que había visto en la foto. Un rostro dulce con una media melena. Unos ojos tristes como perdidos. Se marchó. Sin decirle adiós. Su padre nunca se quejó. Nunca se lamentó. La mujer que se marcho nunca había existido- Con dos años no tenía más recuerdo que la sensación de soledad de haberla perdido. Las ropas, las fotos, se hicieron desaparecer de golpe. Hasta que encontró ese último recuerdo del que su padre no se había querido desprender. Esperó que ella le devolviese la llamada. No ocurrió. Llamó aun dos veces más y permaneció en silencio. Espera ¿quien eres? ¿te conozco? le preguntó una vez. tosía. Cada vez que articulaba tres palabras tosía. rompio el silencio. ¿Es usted......? Creo que soy su hijo. Esa vez el silencio se hizo al otro lado del teléfono. Eres tú cariño. De verdad que eres tú. Sí. Creo que soy yo. Sintió sollozo. Se sonó. Si me dices donde vives voy ahora mismo a verte. Ella calló.  No. Quedemos en algún lugar. Mañana. Hoy estoy muy cansada. Otro bar. Similar. En un polígono. Aparcó. Entró. Espero dos horas. Miró a cada transeunte a cada vehículo pero ella no llegó. Miró el movil y ninguna explicación. Así tres veces. Y de nuevo estaba en la barra de un bar con necesidad de ir al baño entre el agua y el café.  Se levantó del taburete. Miró a la escalera antes de entrar al baño. Vio una mujer espigada, delgada con unos pantalones de lana, demasiado c´laidos para la temperatura. Una chaqueta de pata de gallo gris  unos zapatos dorados raidos un echarpe de piel descolorido. Subió tres escalones. Miró los ojos que le recordaban a los suyos. NO se atrevió a moverse. Llegó al rellano. Lo miró. Fijaron las miradas. Ninguno se movió. Ella se dio media vuelta y bajó las escaleras de lado. Quiso seguirla. Pero no pudo o no quiso.

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