sábado, 3 de junio de 2017

Despedida

Hace seis años que embarqué. Solo. Cinco años antes aislamiento. El contacto humano, familia, pareja, no debía turbar la voluntad de una misión que con éxito sería una singladura sin retorno. La mente, el cuerpo debían funcionar como un engranaje sin fisuras con el equipo de la nave. El hombre y la máquina. El programa estaba diseñado para evitar la variabilidad que puede introducir en los comportamientos humanos los sentimientos, las pulsiones, las pasiones, las dudas, la tristeza y la melancolía. Comportamientos automáticos. Actitudes frías. Cálculos exactos. Cinco años. Y un programa final de enclaustramiento aislado de cinco meses. El primer hombre en vuelo tripulado a Marte. Una vida, la mía que se sacrificaría para justificar una preparación de años. En cinco años aislé la tristeza, no experimenté más satisfacción que los logros conseguidos con los experimentos de los que era actor y observador. Óptimo siempre el resultado de la evaluación. Un ciborg nacido humano. Cinco meses se construyeron en un día a dia sin música, sin ruido, sin palabras, sin gestos, sin colores, sin tacto, sin sabor. La comida y las instrucciones entraban por la misma arpillera horizontal de la puerta de mi celda. Un día tres meses antes de la partida un cambio sutil. A la hora de la comida, un cabo me acercaba la comida. sus pisadas, los únicos sonidos que rompían la monotonía de un hombre máquina, cambiaron. No era la misma persona. En un mundo aislado de silencio, despertó mi atención. Dejó la comida en la arpillera. Cerró y se retiró. Aun con las suelas de goma, las pisadas sonaban como un tintineo. Intenté olvidar. Eliminar la distraccion de mi cabeza. Quizás era una prueba sofisticada para debilitar mi resistencia y sacarme de la misión. Cada día tres veces las mismas pisadas. Sólo faltó los domingos. Un día sentí la necesidad de anticiparme. Segundos antes de que comenzase el trayecto de diez metros a la puerta me aposté en el lateral. Las visagras de la tapa de la arpillera chirriaron, una brizna de aire entró en el interior. Di un paso en el cuarto , giré la cabeza y me crucé con unos ojos negros profundos. Parpadeó dos veces al sentirse descubierta. Me acerqué el dedo a los labios suplicándole silencio. Junté las manos para pedirle que no denunciara.Sonreí por primera vez en semanas sin necesitar logro alguno de la misión. Desde ese momento juraría que los pasos eran aun más musicales, más saltarines. Las miradas se hicieron cálidas. Por el estrecho metal de la arpillera cruzaron algunas palabras susurradas, un falsete de una voz joven. Los domingos, día de su libranza no podía apartar de mi la tristeza que a punto estuvo en dos ocasiones de superar los umbrales de constantes que me habrían expulsado del experimento. El próximo domingo partiría mi nave hacia marte. Un viaje sin retorno de un hombre sin sentimientos. La última cena antes de su libranza, los ojos, profundos, con pestañas largas estaban húmedos, su voz me animó, me felicitó por mi valentia y susurró un te esperaré. Congoja. La trampilla se cerró. Cerré los ojos para fijar esas imagenes y esos sonidos en mi memoria.  Dudé si confesar el fracaso del programa. El hombre ciborg era más hombre que máquina. Algo parecido al amor, el miedo e incluso el deseo viajaban conmigo. Subí a un transbordador que me llevaría a la nave principal que se había construido en órbita. El despegue,el ensamblaje fueron perfectos y ahí inicié mi viaje. Cinco años. Problemas, averías, colisiones de objetos cósmicos, riesgo en cada uno y puedo deciros que el valor, la serenidad vino no del ciborg sino del hombre que deseaba vivir para intentar un casi imposible regreso. Hace un año el programa falló. No habia posibilidad de tomar tierra en Marte. Desde entonces sigo en órbita alrededor del planeta rojo. La poca esperanza que conservo se la debo a esos ojos, esa voz susurrada en falsete que me espera. Estoy enfermo. No puedo más. Cansado. Me cuesta concentrarme, se agotan los recursos que reponen mi alimento y mi bebida. Hoy he decidido congelar mi cuerpo. Morir para intentar vivir en una vida suspendida por el frío. Quien sabe si otros hombres, otras tecnologías puedan rescatarme y resucitarme, si no la orbita irá descendiendo y me estrellaré en el planeta. Es por eso que dejo y emito esta grabación. En la cápsula pongo "la sonata del Prícipe Igor" mientras se sella el cristal. Los cinco segundos que quedarán para mi congelación recordaré los ojos a través de la arpillera, húmedos como el último día. Estoy enfermo. O sólo estoy triste......

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