jueves, 20 de noviembre de 2014

SELFI

Haces cumbre.Estás cansado.Menos que otras veces. Una mañana bonita. Respiras. Con el reposo el sudor aparece en tus sienes. Sentías calor y ahora tienes frío. Sonríes. Una foto. A tí mismo. Inmortalizarás este momento que vives. Plenitud. Poderoso. Libre. Y la colgarás en feisbuc para que te envidien miestras trabajan. Resulta difícil manejar la pantalla del móvil en medio de tanta luz. Te proteges con tu propia sombra. El suelo. No, el suelo no. Tu rostro debe aparecer en la pantalla. Sudoroso. Deformado por la corta distancia. Pulsas el cuadrante superior . Aparece un menú. Pulsas. El suelo desaparece. El azul del cielo y una nube que lo surca. No estás tú. Enfocas a izquierda y derecha. Cielo y más cielo, árboles y monte, pero tú no. Vuelves al menú. Ningún icono te sugiere un programa que borre la figura humana del paisaje.Colocas el movil frente a tu rostro y disparas. Confías que puedas recuperar tu imagen. Tres cuatro disparos en distintos ángulos. Comes algo . Enjugas las gotas de sudor que recorren tu sien. Bebes porque tu boca se ha quedado seca.. El agua sabe mal. Escupes y tomas el camino de vuelta. Corres a pasos cortos las pendientes, más lento las más empinadas, más rápido las suaves. Asfalto. Coches. No has conseguido tomar tu propia imagen en la fotografía. No consigues olvidarlo. Un efecto óptimo, un defecto del dispositivo. Lo comprobarás más tarde. El coche aparcado, frente a la luna impoluta de un restaurante. No quieres mirar pero miras. No te ves. El espejo no devuelve más que la imagen del coche contra el que te has apoyado para estirar. Sudas. gotas frías. Tu boca se seca de una saliva áspera y amarga. Coges el móvil. Intentas otra foto pero sólo sale tu vehículo. Miras al suelo. Aunque hace sol no tienes sombra. Un vahído. Entras."Un cortado por favor" "Enseguida" No eres invisible. Aunque has perdido tu sombra, aunque no tienes reflejo y  careces de imagen tu corporeidad permanece. Detrás de la barra hay una luna. Ni tú ni la taza aparecen entre las aguas del azogue de un cristal deslustrado. La camarera no repara en la falta. "Adiós buenos días" "Adiós".
En casa subes, das la espalda al cristal de ascensor. Abres la puerta. No hay nadie. Sacas el móvil. sólo cielo y monte y piedras ni tu ni tu sombra. Te tomas el pulso. Te tomas la temperatura. ochenta y treinta y seis.
Ruido de llaves en la puerta. Ella llega. Te abraza. En la vidriera tu no estás. Al contacto de tus dedos su suéter desaparece del reflejo pero no del tacto de tus dedos. " ¿Te pasa algo?" "Nada. Estoy cansado" "No tienes que darte esas palizas por el monte no tienes edad" No es eso" "Debes llevar cuidado"
El día siguiente vino sin cambios. Cuando despertó esperó un sueño pero volvió a ser una realidad. 
El fin de semana regresó al mismo pico. Rodeó la misma cruz. Buscó lo que había perdido y regresó sin encontrarlo. Se sintió estúpido escudriñando entre las ramas de los pinos, oteando el fondo de los barrancos, los vericuetos de las sendas, los oteros y las cárcavas. Nada. nada nunca de las cientos de veces que subió y sigue subiendo. Ya no busca porque sabe que el lugar donde perdió su sombra y su reflejo, será el lugar donde un día quizás cuando las encuentre entregará su vida.

martes, 11 de noviembre de 2014

La secadora

En Murcia el viento de poniente es seco. Aunque esté nublado, son nubes ralas, nubes áridas afiladas por las corrientes. Casi nunca subía a tender ropa al terrado, la secadora suplía con ventaja al viento. Con la máquina rota subió, buscó la pinzas, el barreño y sacó la ropa blanca empapada de la lavadora.Apoyó el barreño en el gotelé de la pared para pulsar el botón del ascensor. El viento silbaba por la claraboya del hueco de la escalera. Hoy no era su día. Cuando un día amaneces triste deberías acostarte. Lo sabía por la mañana. Mejor acostarse cerrar los ojos y fingir dormir bajo las sábanas revueltas de una noche en vela. Apoyas el hombro sobre la puerta metálica para que el pestillo pueda girar. Un intento. Dos. si no se abre vas a gritar, no para que te oigan sino para aliviar la presión interior. Clic. Ha saltado. La puerta se abre. Subes el barreño. El viento te empuja. Mira en la superficie de telas húmedas algún calcetín o algún tanga que pueda salir volando antes de llegar a apresarlo con la pinza. Los pájaros reposan sobre los cables como sus ropas penden del tendedero. La sábana se arruga. El cable debe estar poco tenso. Extiende los brazos para estirar las sábanas. Los retira. Súbitamente. Se mira las palmas. Cuando tocas un tejido mojado no deberías sentir el calor trémulo de una carne cercana. Sin embargo ha sido esa su sensación. Calor. Vuelve las manos . Estira los brazos los cruza a derecha e izquierda. , arriba y abajo . Cierra los ojos. Palpa como los ciegos. Detrás de su sábana hay un cuerpo de hombre. Es de día. El viento se ha parado. La sensación es ahora de bochorno sin embargo siente frío. Tiene miedo y tiene curiosidad. La sábana es la cortina que custodia la ligera intimidad de una casa hacinada. Detrás hay alguien. el sol de noviembre apenas se levanta a mediodía. Las sombras son largas hacia el norte. Su talla no es grande y su sombra supera la de la sábana. Al otro lado no hay sombra. Se ha ido. Vuelve a extender las manos. La sábana oscila y se enreda entre sus dedos. Siente los dedos ceñirse alrededor de los suyos. Reprime un grito cuando retira sus manos de la aprensión de la sábana sin dificultad. Vuelve a acercar la mano derecha. Deja  que sus dedos toma contacto con la tela. Los pulpejos se entrelazan con otros dedos. Las manos le cubren las suyas extienden lo que sin duda es una caricia por el dorso de su mano. Se acerca. Más, cada centímetro de su cuerpo entremezcla su calor con el otro lado de la sábana. Es agradable. El sol. El calor. El olor a limpio. El aroma a humedad. El sentido oculto que nos aproxima a otros seres, la conversación sin palabras de dos cuerpos. A través de una sábana. Un ruido en la escalera de acceso. Como ha venido el calor desaparece. Mira atrás. No hay nadie. Un portazo. Mira hacia delante. Acerca la mano que no encuentra resistencia ni calor. Se agacha coge el barreño y las pinzar. Se vuelve a la puerta del terrado. diez pasos. Echa mano al picaporte. Un último cambio de dirección. Deja el barreño en el suelo se vuelve. Palpa la sábana. Nada. Se vuelve pero no se atreve a mirar al otro lado de la sábana.
El técnico de la secadora la está esperando frente a la puerta. Lo había olvidado. Lo invita a entrar. La avería era algo tan nimio que la avergüenza. En una temporada no tendrá que volver al terrado. lo lamenta.
De madrugada miró a su compañero. La sábana le olió a sudor. Metió las sábanas debajo de la sábana y a pesar de la temperatura no encontró el calor.