miércoles, 16 de abril de 2014

CANSERA (una historia de Vlad)

Un vampiro cansado de vivir. Así se siente Vlad. La inmortalidad después de la esperanza de la vida es pesada, muy pesada. Salió por la noche a tomar su refrigerio y la vio. Se posó primero en un tejado, después en una azotea, era ella. Bajó a la calle. Entró en el bar. La miró y ella también le miró. Su mirada fue fría, como la de él.  Pero las miradas de la indiferencia de los vivos asolan las esperanzas de otros ojos  que aunque muertos aun recuerdan. Se tocó el pecho, el estómago. Donde hubo mariposas había una daga que tiraba de su garganta para replegarla sobre el estómago. Esa mirada. Los mismos ojos: la indiferencia. A Vlad siempre le gustó no reflejarse en los espejos. Le divertía. Pero ser trasparente para aquellos ojos no. Se sublimó, y algunos fumadores, desde la puerta, vieron salir un humo negro de un olor entre incienso y marihuana de un bar del centro.

Impulsó las membranas de sus alas. Hambre. Rabia. Náusea. Odio. Nada. Bajo la luna roja se encaminó a la Cresta del Gallo. Sobre una roca intentó aullar pero le faltaron las fuerzas. Una garganta. Una yugular desgarrada con la sangre fluyendo a borbotones: su eternidad prestada.

En la explanada del Valle. Un coche. Un mini. Una matrícula reciente. Una pareja joven. Planeó hasta el suelo. Miró a través del cristal empañado. Una muchacha lo miró. Gritó. Abrió la puerta se acercó al cuello. Ella se volvió. Cruzó su mirada y en el punto rojo de su retina vio el recuerdo de la mirada que le ignoraba. Retrocedió. El chico le golpeó.  Quieto miró. Se tapó los ojos. Y huyó corriendo.

No podía moverse. Necesitaba fuerzas. Dos intentos con el mismo o peor resultado que en el coche. Débil. Cada vez más.  En la habitación de un cajero unos cartones se movían arrítmicamente  bajo un sueño de alcohol. Sorbió una sangre desabrida áspera y alcohólica. Suficiente para quien solo quiere las fuerzas necesarias para terminar.

En su guarida se aseó. Rebuscó en sus trajes. El Armani Negro. La camisa negra de seda y un pañuelo gris. Se miró al espejo. Se plisó la arrugas con las manos. Se atusó el cabello. Bien. Salió a la calle y paseó. A lo lejos en la esquina le espiaban. Hacía semanas que lo hacían.

Cerró la puerta instantes antes del alba. Se tumbó en su cripta improvisada. Cerró los puños sobre la tierra reseca de los Cárpatos. La tierra y descansar. Durmió.

Le despertó un ruido. Alguien forzaba el cerrojo de la puerta. Un clic. Unos pasos. Ya estaban ahí.  Nicolás , Blade o Ginés qué más da . Una estaca de castaño, de roble o de limonero.  Por fin.

Revolvían sin la cautela con que habían forzado la puerta. Sabían que la luz de la planta a mediodía les preservaba. “Venid estoy aquí. Terminemos” La madera de limonero es la más dulce de las muertes para un vampiro. Habían dado con la mesa que tapaba la claraboya de su cripta. Un chirrido. Un golpe seco y el postigo que repiquetea por el suelo. Otro chirrido. Vlad recuerda cuando su corazón palpitaba. “Está aquí. Dame el martillo y la estaca, ponme el espejo detrás para que la luz llegue a la cripta” “Toma Ginés” La luz. Termina ya el reflejo a sus pies le impide la escapada. “Vamos acaba ya” La punta aguda de la estaca en el pecho inmóvil. El frémito del cuerpo de su agresor al cargar el martillo que la impulse. “Descansa en paz Vlad”. Un rayo. Un trueno. Muchos más rayos y truenos. Un estruendo. Un aguacero que hace huir a los viandantes. Se ha hecho la noche. Su ejecutor duda. Vlad le golpea. Y se zafa por la claraboya. Huye. Vuela de día amparado por la oscuridad que ha enviado su  Padre . Huye. Vuela y se oculta en una de las grietas de  los montes al sur de Murcia.


La tormenta enlaza con la noche. Está triste. Sigue vivo de su vida muerta. Tiene hambre.