sábado, 15 de marzo de 2014

Espinas

La media se enganchó en las espinas de un rosal mientras corría monte arriba. El escozor de la piel desgarrada le hizo detenerse. La sangre brotaba a través del blanco del tejido. Una a una se liberó de las espinas. Siguió la senda,  pero a los pocos pasos se detuvo para mirar atrás los esquejes todavía resecos del rosal. Un rosal sin rosas rodeado de coscojas en medio de su senda favorita al mirador. Mil veces. Dos mil tal vez. Nunca antes había visto el rosal. ¿ cómo había aparecido allí?. Nadie abandona un rosal como a un perro, trasplantado en medio del campo. Una rosa no crece sóla en el bosque tan lejos de cualquier lugar habitado.

Fin de otoño. Árboles desnudos y hojas arremolinadas a espaldas del viento. De vuelta el rastro de gotas de su propia sangre moteaba un reguero sobre el  suelo escarchado. Llegó la nieve: rojo sobre blanco al subir, rosa bajo el blanco de los nuevos copos al bajar. La rutina del reguero se repitió todo el invierno: un rosal sin flores, arañazos en la pierna, gotas de su sangre sobre y bajo la nieve. Eran las marcas que iluminaban el regreso.

Cuando la primavera llegue, cuando el rosal florezca será más cauteloso. NO habrá nieve. Serán sólo sus pisadas las que marcarán el nuevo sendero. Llega la lluvia de marzo. Una lluvia cálida que sólo resisten algunos manchones de nieve en las umbrías. Correr bajo la lluvia. Llegar al collado con la niebla rodeándole en gigantes copos de algodón: Algodón. El algodón sirve para cuidar las heridas. La pierna no le escuece. En la media no hay más restos que sangre antigua que no salió con el lavado. Bebió agua. Sorbió gotas que se deslizaban por el flequillo. Se estremeció con la humedad y la temperatura más baja. Bajó dando traspiés con las piedras sueltas, resbalando en las curvas arcillosas. El rastro del invierno no le guiaba. Abajo, detrás de dos robles las coscojas. El rosal. El rosal no estaba. La lluvia arreciaba. Las nubes más negras ocultaban el sol imitando la noche. Musgo, tierra y barro. Nada señalaba la presencia del tronco con espinas. Tocó la tierra. Un jabalí podía haberlo cortado al ras. No . Nada.

La lluvia ha borrado el sendero de gotas de su sangre emparedada en finas capas de nieve. Pero el rosal florece con la lluvia . Y no está.


Las sábanas amanecieron revueltas velando su falta de sueño. Sin desayunar subió monte arriba. Siguió los pasos chapoteando en los charcos de sus pisadas en el barro. La coscoja. Los robles. El rosal no. Volvió aun tres días. Después cambió el recorrido.