martes, 10 de diciembre de 2013

Noviembre ( vuelve Vlad)

Noviembre en Murcia pasó del calor al frío. Lo hizo de una forma brusca. Demasiado brusca incluso para un muerto. Terminó la cosecha fácil de cuellos perfumados. Media noche. Hace días que no come. No soporta el olor rancio de la lana de las bufandas mezclado con el almizcle o el pachuli de perfumes baratos o caros pero que enturbian el sabor dulce y salado de aromas tristes de la sangre de sus víctimas. Es de noche. Una noche como la de sus ancestros en los Cárpatos. Sin nieve. Con un frío húmedo que cala a pesar de ir vestido.
Por el tubo de ventilación de aire acondicionado de un edificio del centro de Murcia sale un humo distinto de la calefacción. Un humo que se condensa en una forma alada y  membranosa que se aleja de la ciudad. No hay nadie por los caminos de la huerta. Bate las alas con la luna a la espalda. Se posa en la Cresta del Gallo. A veces en la explanada ha cazado a parejas de amantes, ha sorbido la sangre ebria y espesa con el buqué que sigue al éxtasis instantáneo. Nadie. El frío espanta el amor. Se da la vuelta. La noche despejada. A lo lejos refulge el mar. Urbanizaciones costeras desiertas. El mar. Se lanza al vacío y planea.
A media noche las olas mansas baten sobre el pequeño muelle. sólo las luces de los faros y algún barco que faena.  en el mar de vez en cuando algún atún se agita. Una estampa de soledad. Noviembre. Frío. El mar.
Vlad se posa en el cañón del Monte de las Cenizas. Si todavía fuera el humano que fue, sentiría frío, pero la sangre hace tiempo que dejó de ser algo más que una alimento. Si todavía fuese humano, la melancolía terminaría el trabajo que empezó a hacer la humedad.
Algo se mueve en el muelle trescientos metros más abajo. Sus sentidos se aguzan. Salta al vacío.
En el muelle un buceador se encarama a un pequeño bote. Vlad se posa en la superficie de hormigón. Huele a sal y a algas podridas. El buzo se quita las gafas y las deja sin orden en la quilla. Se echa hacia atrás la capucha del traje de neopreno. El cabello largo queda suelto. Es una mujer. Seca el cabello con una toalla mientras tira de un cabo del que saca un mero y un par de lubinas.
-¡Eh! ¿quien eres? Me has asustado-  dice mientras desliza sus piezas furtivas debajo de los remos.
-¿alguien capaz de bajar al mar después de la media noche y te espantas por mi presencia?.
-No sé quien eres.
-Yo tampoco sé quien eres tú.
-¿Eres guardia?.
-No.
-No te acerques. ¡Déjame!
Un pequeño latido en el canto de su  mandíbula. Un frémito que no ha podido resistir. Se ha avalanzado pero no ha terminado su ayuno. Ella se ha deslizado. Le ha empujado.Y ahora se desliza con su hermoso traje negro hacia el fondo. Silencio o más bien sonidos lentos y atenuados. Hacia la superficie del agua la luna, delante un reflejo de unos cabellos rubios que le contemplan hundirse. El fondo fangoso le detiene. Arena y frío, las tablas del bote arriba, no es tan distinto de su lecho. La mujer se mueve. a izquierda y derecha. Se lleva las manos a la cabeza. Vlad espera agazapado sobre un lecho de posidonia. Un chasquido sobre las aguas. una sombra redonda. Ella le ha echado un flotador. Aguanta Vlad. Aguanta.
La mujer se zambulle. No ha podido resistir impávida al ahogamiento del desconocido. Ella abre los ojos en el agua abraza el cuerpo muerto, muerto pero no ahogado. Vlad se revuelve y ahora sí sorbe. Ella se agita como se agitarían sus presas antes de morir.
Poco antes del amanecer si alguien se hubiese fijado verían que de una de las torres de aire acondicionado el humo entra en lugar de salir. Vlad descansa. Saborea una y otra vez el sabor salado de la sangre con el aderezo también salado del agua de mar