lunes, 25 de marzo de 2013

¿VUELVE VLAD?


“Antonio” Me vuelvo. Un susurro. Procede de la oscuridad de un portón. El cabo de andas golpea la chapa del trono y los nazarenos se quejan al levantar la imagen. No hay nadie. Desde arriba caen las notas de una saeta. Alrededor silencio.
“Antonio” Alguien se ha ocultado justo cuando ha llegado el Crucificado. “Antonio” Conozco esa voz. No sé a qué obedece tanto sigilo. Doy dos pasos hacia atrás y un embozado mucho más alto que yo me tapa con unas manos heladas la boca. No podría gritar cuando apenas me llega el aire justo para mantener un hálito de vida en mis venas. “Silencio. Silencio o te vas a lastimar” Me gira la cabeza. Sus ojos. Fríos. Su piel pálida. “Vlad. Has vuelto” “Me has llamado” “No recuerdo” “Tienes mala memoria” “Sí. Te echaba de menos” “Y me traes en estos días de cruces” “No quería atormentarte. El ordenador. Las teclas y saliste tú ¿Cómo estás?” “Muerto, eterno, hambriento…” “…y sólo” “Es mi condena, la soledad, salvo que se te haya ocurrido algo” “Vlad no puedo devolverte a la vida, moriste y sigues muerto, sólo la noche te puede amparar en esa existencia postiza que tienes” “Sufrí” “Lo sé. Seguí tu sufrimiento” “Me encumbraste y me dejaste caer” “Son las reglas Vlad, sólo la muerte  podrá cambiarte de eternidad, pero nunca, entiendes, nunca hacia una existencia viva. Viviste un sueño. Soñaste un imposible. Me haces daño” La mano se aferra a mi cuello. Las uñas se clavan en la nuez “Podría destruirte ahora mismo, en este portal” “Aj. No puedo respirar” Siento regueros de sangre deslizarse desde las incisiones de sus uñas al cuello de mi camisa. “Debería matarte. O no. Sorber tu sangre para compartir contigo esta maldita eternidad. ¿Quieres venir conmigo? Un compañero de viaje” “Por favor” “No. Me aburrirías con tus historias. No me fío de ti. Me haces soñar sueños dulces imposibles al despertar. Pesadillas despierto. Eres tú quien debería matarme en lugar de dejarme en suspenso sobre una cuartilla añadiendo números romanos a tu antojo” Me duele Gracias. Me has arañado” “Vives. No te quejes. ¿Qué sabes de ella?” “¿De quien?” “Lo sabes bien” “¿Qué más da Vlad? Pasó. Si te respondo volverá tu angustia. Volverá tu melancolía. No sé dibujar con mis palabras un vampiro melancólico” “¿No sabes?” “No debo. Eres un mito. Tratar los mitos tiene sus reglas si no se cae en el ridículo, en la vulgaridad o en la trivialización. ¿Quieres acabar siendo una serie de dibujos animados de Disney? Sería ridículo. Tú, un tío elegante, cultivado, inteligente, atractivo” “Solo” “Sí, solo, pero suficiente y poderoso. No te quiero ver convertido en una caricatura que todos vean un domingo por la tarde entre risas detrás de una caja de palomitas. Callas” Se da la vuelta. Se encaja entre los dos paños del portón. Agacha la cabeza. Entrecruza los dedos. Los chasca. Un chasquido seco.”¿Dónde está?” “¿Quién?” “¡¡Ella!! ¡¡Me estás enfureciendo!!” “Te convertirás en una vulgar caricatura. Serás un personaje patético si insistes en repetir el pasado” “No me comprendes Antonio. No puedes o no quieres comprenderme” “No quiero volverte a ver humillado en pos de sus pasos” “Tengo una eternidad para arrepentirme de mis actos” “Vlad estás muerto. No puedes amar” “Déjame que yo lo decida” “No” “Por favor” “No” “¿Quieres que te lo ruegue?” “No” “Si no te lo piensas al menos, saldré al recorrido de la procesión y me abrazaré a la cruz. Te quedarás sin personaje” “No hay que exagerar” “Te ríes. Ahora te ríes. No me gusta esa sorna. ¿Qué te hace tanta gracia? Mi sufrimiento” “Perdona. Me río porque no sé tu edad, entre vida viva y vida muerta rondará los seiscientos años, y eres como un adolescente” “Quiero verla. Dame otra oportunidad. Inventa una historia” “No estoy muy fino. Vete a cenar y me lo pienso” “Gracias” “ Una última cosa. Las personas que están en estas sillas son mis amigos. Cena en otro lugar y yo ya me pongo con lo tuyo” El humo se pierde por la rendija del interior de la puerta. En una ventana una muchacha que se asomaba a la ventana siente frío mientras dos colmillos le sorben de la yugular una sangre tibia y salada, fresca, un bouquet sublime después de su regreso.

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