lunes, 8 de octubre de 2012

ÚLTIMA CENA


Mientras escribo este relato siento su presencia a mi espalda. En casa todos duermen. Frente a mi la luz del flexo. Cuando un vampiro entra en tu habitación la temperatura baja dos o tres grados si ha ayunado, si llega saciado la temperatura apenas se modifica. Hace frío.

“Antonio buenas noches” “Vlad te esperaba” “Es cierto que vas a abandonar los relatos” “Sí. Al menos temporalmente” “Me abandonas” “Vlad tú trasciendes mis relatos, tú perteneces a  Murcia, vas a seguir existiendo aunque no sea a través de mis palabras” “Eso suena como lo que se cuenta a un niño cuando su madre ha muerto. Antonio no va a haber más palabras” “Vlad hice una promesa y debo cumplirla” “Los hombre rompen sus promesas” “Tienes razón, yo mismo las he roto, pero ésta debo cumplirla Vlad” “Estás misterioso” “Para ti no tengo misterios” “No Antonio. Han sido ocho meses juntos. A veces he tenido la sensación de que me envidiabas” “¿Envidiarte yo?” “Antonio…” “Sí. Tal vez sí. Eres un hombre de buen porte. Tienes éxito, infundes miedo y respeto en los que te circundan” “¿Realmente envidias eso?” “El porte sí” “Eres muy cabrón Antonio. Yo te he envidiado la vida cada momento. Y te he odiado” “Ya te dije que aunque estuvieses muy enamorado hay cosas que no pueden ser. La única forma de regresar a tu forma humana era morir. Morir para vivir. Vivir para morir Vlad” “Habría preferido la muerte, pasar a la vida eterna Antonio” “¿Pero acaso la vida eterna, el cielo existen?” “El infierno sí” “¿Pero el cielo?” “El cielo es la vida Antonio, la vida prestada y frágil que vives, los sinsabores y las caricias, las risas, los llantos, la vida y la muerte en definitiva, los momentos excelsos y las caídas. Yo habría muerto por poder vivir. La vida si se hace eterna es un grillete” “Estamos terminando. NO sufrirás más” “Pero Antonio, me había acostumbrado a mantener algo de esperanza” “Tú, un vampiro ¿esperanza?” “O algo parecido. También estuve enamorado” “Sí lo relaté yo mismo” “Siempre hay esperanza Antonio, hasta en los parajes más yermos” “¿Incluso en los desiertos?” “La esperanza de las flores del desierto es muy hermosa” “Estás melancólico Vlad” “Y tú” “Sí” “Pero me parece que me has citado para algo más. No me fío de ti un pelo” “Sí algo hay” “Puedo sentarme, llevo más de veinticuatro horas en ayunas y me duelen las rodillas” “Sí por favor ¿Quieres tomar algo?” “Sangre” “Después. Vlad qué te parecería si hiciesen una película con tu historia” “Antonio apenas te leen ¿Quién va a querer hacer una película” “Se ha puesto en contacto conmigo BRam Stoker” “Antonio, ese tío hace vampiros muy feos” “Por eso se estará interesando. ¡Eh! No me pegues que soy tu creador. Si escribo en el ordenador que te clavo una estaca se acaba Vlad ya mismo” “Pero no te burles. No me gustan las despedidas” “Lo de la película es cierto, pero el director es Santiago Segura, quiere que aparezcas en la nueva de Torrente, tu conversión en humo les ahorraría mucho en efectos especiales” “Mira que puedes llegar a ser tonto. Me avergüenzo de que seas mi creador” “Recreador, ya existías, te he tomado prestado, yo sólo te he trasplantado a Murcia y te he enfrentado a las delicias de los bancos de sangre” “Estoy triste. De nuevo quedo en silencio. No sé por cuánto tiempo” “Dame un abrazo Vlad. Espera me subo a algo que eres muy alto” “Antonio puedo beber un sorbito de tu yugular” “Claro, la verdad es que tengo mucha curiosidad, pero no te pases que es tarde y  mañana tengo consulta. No me he duchado. Me ducho antes de acostarme” “Es igual Antonio” “Pero luego no te quejes” “¿Puedo?” “Sí. Por favor” “Gracias” “Esto hace cosquillas” “Ya está” “¿No habrás sorbido poco? Sorbe si quieres algo más, me encuentro fuerte y no sé cuanto más estarás sin comer” “Ya está. Antonio gracias por haberme…recreado, he disfrutado a pesar de los momentos de dolor” “Yo también Vlad, a pesar de los momentos de dolor”

Si alguien pasa por la calle verá cómo sale de mi ventana un humo gris. Después un murciélago que bate sus alas en dirección a Murcia. Me encuentro débil.


domingo, 7 de octubre de 2012

EL DVD


No había terminado de subir cuando ya deseaba bajar del taxi. No soporto el olor a sobaco. Al conductor, ese olor, su olor, no le afectaba.  Una barra de desodorante es algo muy barato, pero para algunas personas parece que tuvieran que conseguir un aval para adquirirla. El taxista se detuvo a la puerta del restaurante. Bajamos los tres mientras Miguel pagaba al taxista. Le esperamos in entrar. Cuando llegó sonreía. “Mirad lo que me ha dado” Nos mostró una edición casera de un DVD con el nombre del pastor que lo había predicado  “Tíralo ¿Qué vas a hacer con eso?”  “No lo tires. A ver si te va a traer el mal fario” “Que lo tires” “Me has hecho dudar. No lo voy a tirar. Luego veo qué hago con él. Sonreímos.

Ya por la tarde poco después de la siesta Miguel apareció en el hall del hotel. Traía mala cara. “Antonio no sé si alegrarme o arrepentirme de no haber tirado el DVD” Estaba serio. No parpadeaba. Él, un hombre tranquilo se mostraba alerta. “¿Qué te ha pasado?” “He sentido curiosidad y antes de dormir he puesto el DVD en el ordenador” Su nuez se ha movido en busca de unas gotas de saliva. “Estás afectado. ¿Qué predicaba ese pastor? ¿El apocalipsis?” “No había ningún sermón” “¿Qué te ha pasado el taxista entonces” “Ha sido horrible” “Enséñamelo. Tengo curiosidad. Creo que no será para tanto” “Pero yo no vuelvo a mirarlo” No volvimos a cruzar una palabra en la habitación. Pasó la llave por el lector. La puerta se abrió. La introdujo en la ranura y se encendió sólo la luz sobre el escritorio. Debajo su ordenador. No había plegado la pantalla. Lo encendió . Puso la clave y se metió en el baño.”No me has dado el DVD” “Lo he dejado puesto. Se arrancará solo” Del baño, con la puerta abierta no salía ningún ruido, era evidente que se había ocultado. El DVD player comenzó a ejecutarse. Unas imágenes celestiales, un sol sobre cielo azul, el ojo triangular y un predicador con un traje gris. “¿Cuándo empieza lo que has visto? Porque de momento sólo aparece un predicador y bastante aburrido, el nombre además coincide con el de la carátula” “Desde el principio , la música y las imágenes, lo he soportado diez segundos pero se me han hecho eternos” “Sal tu mismo. Este tío es cargante pero no para  tanto” “A ver. Eso no lo he visto antes” “Tíralo. Me arrepiento de haberte dicho que no lo tirases. Te has sugestionado” “Si lo hubiera tirado no sé qué podría haber ocurrido” “Ahora eres tú y no el DVD quien me está asustando” “Llévatelo tú si quieres. “Dámelo, ahora lo tiraré. Vamos a cenar”. Me lo eché en el bolsillo lateral de la chaqueta para tirarlo en el primer contenedor que me cruzase. Pero lo olvidé.

Regresamos de la cena algo achispados. La cara de Miguel se había despejado. Sonreía. Las sombras se habían despejado de su mirada. Su habitación estaba dos plantas más abajo. Nos despedimos en el ascensor y seguí hacia mi habitación. Con la sensación de llegar al hogar, por instinto me llevé la mano al bolsillo del pantalón buscando las llaves. Me rocé con el borde de la cubierta del DVD en el bolsillo de mi chaqueta. Pasé delante de una papelera lo saqué pero decidí no tirarlo. Abrí la puerta puse la llave en su lugar y sólo se encendió la luz del escritorio. No recordaba haberla encendido. La limpiadora. La habitación estaba en ordenada. Me puse delante del ordenador. Lo encendí. Dejé el DVD en el lateral. Me quité la corbata y dejé la chaqueta en la percha. Tecleé la clave. Introduje el DVD.  Fui a lavarme los dientes mientras el DVD player se arrancaba. Desde el baño escuché música y ruidos, gritos inhibidos y destellos a mi espalda. Salí. Procedían de mi ordenador. Me acerqué y no me atrevo a describir lo que vi.  Replegué la pantalla sin apagarlo. Ni lo desenchufé ni saqué el DVD. Cogí la americana y me fui a dar un paseo. Me senté en un banco del parque y esperé que amaneciera. Por la mañana me cargué de valor y lo saqué.

No me atreví a tirarlo. No sé lo que podría ocurrir. Lo he dejado en la leja más alta de mi despacho, debajo de una caja de Ikea con documentos. Si alguien lo quiere se lo regalo.

sábado, 6 de octubre de 2012

LA FELICIDAD


“¿Qué le pasa?” “Está convencido de que ya ha pasado el día más feliz de su vida. Después de eso, poco te queda ya” “Qué estupidez” “Para ti” “Uno no puede saber si mañana no será un día aún más feliz” “Él sí lo sabe” “¿Cómo?” “Hace un año tuvo un día perfecto” “Siempre cabe la posibilidad de la mejora” “A veces no” “¿Por qué?” “Hace doce meses que compara cada momento con aquél” “Me estás poniendo muy nerviosa” “Yo no, en todo caso él” “Tú” “ Sólo trato de explicarte por qué está así” “Pero la mitad del mundo se pasa la vida buscando la felicidad sin éxito, algún momento más o menos agraciado entre un acúmulo de desventuras. Él encuentra la felicidad, una felicidad parece que absoluta y a partir de ahí es infeliz” “Exacto” “La humanidad o al menos los humanos que yo conozco, se conforman con lo que viven aunque sigan convencidos de que serían más felices si disfrutaran de aquello de lo que carecen, dinero, un amor, más o menos sexo, aventuras, éxito, riqueza, viajes, estamos diseñados para estar insatisfechos sin haber llegado a ser felices” “Él ha llegado a ser feliz” “Con un resultado nefasto” “O no” “Nefasto, no hay más que verlo” “Eso sí” “¿Y no le bastaría el regreso a la normalidad?” “Cuando se ha llegado a una felicidad como aquélla no” “Se podía haber quedado así para siempre” “No habría sido lo mismo” “Sí” “No, la misma fuerza pero con distinta intensidad” “No comprendo cómo llegado a ese estado lo dejó pasar” “Por falta de valor” “¿Te lo ha dicho él?” “Lo supongo” “¿Por qué?” “Casi todo el mundo tiene pánico a los cambios. Ser feliz de modo sublime es una cosa, pero dar un giro de ciento ochenta grados a tu vida algo muy distinto” “Llegó a un grado sumo de felicidad y según tú no sería capaz de cambiar el discurrir de su vida” “No, no lo sería” “Entonces ¿Qué le quedaba? La melancolía” “Sí, y la sensación de derrota también después de haber recibido  más de lo que estaba preparado a admitir” “Eso es de cobardes” “¿Cuántos héroes conoces?. Se necesita ser muy valiente para ser feliz” “No creo” “Ponte en su lugar. Estás aquí, ahora y te está pasando algo que te colma. Estás en el vértice de una montaña. Hacia atrás el pasado es gris y mate. A tus pies el sol. Tú encima. Hacia adelante no ves más que una bajada empinada sin fin tapada  mucho más abajo por la bruma, y hasta donde ves o donde imaginas no hay ningún otro pico que emerja de las nubes ¿Qué crees que sintió?” “ En tu ejemplo, encaramado a un pico agudo, imagino dos cosas o tal vez las dos a la vez. Una, vértigo, la otra, si el pico es tan alto que mira el sol hacia abajo, falta de oxígeno” “Las dos cosas, y sin embargo el ejemplo de la montaña tiene un matiz que lo diferencia” “Como en cualquier metáfora, pero me ha ilustrado de su situación” “La diferencia es que al pico de la felicidad subió sin esfuerzo, es más, no sólo sin esfuerzo, sino arrastrado por un gran placer” “Como bajo el efecto de las drogas” “Sí, aceptamos que escaló la montaña dopado de puro placer, y llegar a la felicidad con las drogas tiene el riesgo de que siempre quieres más y más hasta que el frenesí te deja exhausto y sin voluntad en la cumbre, abandonado, con la necesidad de una dosis mayor o más frecuente. Eso le pasó a él. Sintió miedo de una dependencia exclusiva. Se sabía feliz, pero  aun exultante no se vio capaz de avanzar, y la felicidad es frágil, y cuanto más intensa, mayor es su fragilidad” “Y bajó de la montaña ¿De dónde saco las fuerzas?” “Le aterró la dependencia, intentó convencerse de que al bajar sería libre, se dijo mil veces que esa era su elección, pero supo desde la primera que su elección no era lo mismo que su deseo” “Ahora es libre, ha bajado, se ha desembarazado de lo que le forzaba a la felicidad. En libertad hay otros caminos” “Pero no tiene fuerzas, ni ganas, ni deseo . Cuando estuvo arriba ver de cerca el sol lo dejó ciego” “Quizás mirar otra vez el sol podría ayudarle a recuperar la visión” “Imposible” “Si no un sol quizás la Luna” “La  luna solo tiene la luz prestada del  sol, no haría  más que recordarle su pérdida” “¿Tú me querrías tanto?” “ Yo no he dicho que él alcanzara la felicidad por amor” “¿Por qué si no?” “No sé” “Yo sí. Todavía no me has respondido” “No sé qué decirte” “Eso sí es una respuesta”

miércoles, 3 de octubre de 2012

¿QUIEN SE HA LLEVADO MI JAMÓN?


Siempre que llegaba a casa, antes de la cena, centraba el jamonero en el poyete. Afilaba el cuchillo en la piedra de amolar. Se situaba vertical y quitaba chullas transparentes que formaban un entejado poco tupido sobre el plato de postre. Un bote de cerveza en una copa de cristal. El mando del televisor . Un trago. Burbujas en la garganta. Sabor amargo en la lengua. Un pellizco al jamón. El tacto untuoso. El olor a mantequilla y aceite. La comunión de la chulla. Los ojos cerrados. La sal que se disuelve en la lengua. Mastica. Un pico crujiente. Mastica dos veces más y otro trago de cerveza. Un placer de un hombre solo. Con precisión hacía coincidir el último bocado con el último trago. Ahora sí. Una cena ligera, una ensalada con algo de queso, un yogurt y a la cama. El ritual de todos los días entresemana. Al volver a la cocina, tapaba el jamón con un paño, admiraba el corte perfecto y lo afirmaba al lateral del frigorífico. Pero había comprobado la precisión de su corte, siempre entre noventa y cinco y ciento cinco gramos. Los jamones siempre entre siete kilos y  medio y siete setecientos cincuenta. Un jamón cada dos meses, semana arriba semana abajo. Pero esta vez el jamón avanzaba más deprisa de lo previsto. Calculaba que el doble más. Los tres días siguientes lo pesó en la báscula antes de servirlo en el plato: Cien gramos, ciento tres y ciento dos. Como siempre. Pero su jamón se evaporaba. Lo consultó con el carnicero, pensando que el jamón se secaba. El carnicero le dijo que en un jamón de bodega, eso era imposible. Pero su jamón se acababa. No le molestaba, pero la falta de control le estaba interrumpiendo el sueño, le estaba alterando el sabor y le estaba rompiendo las rutinas que hilvanaban sus días. No era posible pero era cierto. Después de cenar, dedicaba dos horas a hacer la contabilidad de un par de amigos autónomos. El apunte tedioso de las facturas, la valoración de los gastos en desgravables  y no desgravables, la confección de las liquidaciones para hacienda hacían que en su despacho hubiese dos montones de papeles, sólo dos, los pendientes y los resueltos. Pues algún día habría jurado que el paquete de los pendientes se había visto recortado, y coincidiendo con el recorte de su jamón. El sonambulismo podía ser una explicación, nadie sino él en sueño activo se habría comido su jamón  y habría adelantado su trabajo. Si era así, era un trastorno muy práctico, con un poco más de gasto en jamón avanzaba mucho más el trabajo. Pero ¿Y si no era esa la explicación?. Por la noche echó harina en la única entrada de la cocina  y también en la única salida de su habitación, hizo una muesca en el jamón y una raya junto a la vigesimotercera –a- del documento con el que empezaría al día siguiente. Esa noche descansó como hacía muchas que no lo hacía. Saltó la banda de harina en el suelo que estaba íntegra. Pasó al despacho. Buscó el documento marcado y no estaba. Miró en los resueltos, estaba ése y treinta más. Fue a la cocina con su corazón dando botes y se tranquilizó al ver la línea sin tocar. El jamón estaba tapado pero el corte había avanzado, calculaba entre un milímetro y medio y dos milímetros. Contuvo el llanto pero no la rabia. Si seguí así, antes de dos semanas estaría terminado, en cuanto al trabajo, no iba a tener que pasar ningún fin de semana más de fin de trimestre hasta las tantas revisando papeles. No podía contar a nadie el misterio del jamón y sus papeles. Él mismo tomaría por loco a quien le contase una cosa así. Compró una cámara y la ocultó en un altillo de la cocina y otra en un estante del despacho. A las seis se despertó. Había la mitad de expedientes pendientes que cuando se acostó. El corte limpio del jamón rozaba ya el hueso. Le dio la vuelta en la jamonera. Se sentó frente al ordenador. Colocó las grabaciones de ambas cámaras. Lo que vio le dio la respuesta.

Varios meses después el carnicero le preguntó si es que no le gustaban ya sus jamones. Le respondió que ya no comía jamón. En el bar sus amigos le preguntaron por qué ya casi no salía los fines de semanas. Él respondió que tenía que trabajar más.


El monedero


En el suelo había un monedero. Era viejo. No tenía nada especial. Se agachó a recogerlo por puro instinto mientras paseaba. Estaba demasiado en la calle a horas en que un hombre debería estar en su trabajo, pero hacía algo más de un año  después de veinte años  había perdido el suyo en una oficina. Algunos días no tenía fuerzas ni para levantarse. Se levantaba cuando su mujer lo hacía para ir al centro a limpiar dos casas, pero en cuanto se marchaba se acostaba. Dormía por el día y la noche la pasaba en vela. Como los niños. Le dijo su mejor amigo. No soy un niño. Estoy más cerca de ser un viejo que de ser un niño. Todavía te miras a los espejos. Le respondió que sí. Había espejos por todas partes y cristales y reflejos que te devolvían una imagen desagradable: la tuya. No seas vago. No soy vago. No hay trabajo para alguien como yo. Dar vueltas. Largas y cortas. Si se paraba en el bar acababa bebiendo y ya veía algunos compañeros que tomaban mal camino. Miró al suelo y vio el monedero. Aunque no llevaba gafas le pareció que entre las dos piezas del cierre salía un billete. Miró a los lados. Miró atrás. Se agachó. La espalda crujió. La inactividad lo estaba oxidando. De tela. Una bolsita con un cierra superior como una mandíbula con dos bolitas que con un clic se entrelazaban. Ciento cincuenta euros en tres billetes de cincuenta , tres euros, veinte céntimos y una medalla de latón de la virgen de la Fuensanta. Ningún dato que permitiera averiguar quien era el poseedor del monedero. Era una zona de paso de mucha gente. Cada hora media docena de autobuses paraban. Cualquiera podía ser el propietario. Ciento cincuenta euros. En su situación actual se trataba de una verdadera fortuna. De vez en cuando le venía alguna duda. ¿Y si el propietario estaba en iguales o peores condiciones que él?. Cuatrocientos euros de ayuda familiar mas lo que su mujer ingresaba con la limpieza. Tenía la casa pagada. No debía nada. En eso había sido previsor. No tenía hijos. Pero no había modo de localizar al propietario. Era absurdo intentarlo, y más absurdo dejarlo en objetos perdidos. Dinero en efectivo, como está la cosa, alguien encontraría el modo de quedárselo. Era suyo . Sí, sólo suyo. Una minúscula revancha frente a un destino que le estaba siendo muy adverso. No era la lotería, pero sí lo suficiente para un homenaje. El dinero que llega fácil se debe gastar rápido y con alegría. Esta noche cuando llegase su mujer le iba a dar el tiempo justo de arreglarse, Cuando le preguntase como siempre si había preparado algo de cena, sabiendo lo corto de su repertorio, le respondería que no, y la dejaría cabrearse y renegar un rato y  que le riñera, y después le preguntaría si había terminado y ella se cabrearía más todavía. Y el la abrazaría y le diría ponte guapa que nos bajamos al mesón a cenar marisquito, como antes. Y ella creería que él bromeaba. Y él le pediría que no le preguntase. Volvió a casa. Sonreía, pensaba en sus ojos cuando se enfadaba y en el brillo cuando tomaba dos cervezas. Subió. Se sentó en el sofá con la luz apagada. Ella se retrasó poco. Entró en silencio a pesar de que la luz estaba apagada. No preguntó si había alguien aunque él la vio mirar de reojo por los cristales esmerilados del salón. Sabía que estaba sentado y estaba callada. SE levantó y fue al dormitorio. La sorprendió mirando en los bolsillos de los vestidos, en las chaquetas y en los bolsos. Le preguntó qué le pasaba. Ella no lo miró y no le dijo que nada. Dejó de buscar, pero pareció recordar, volvió a un rincón detrás de una silla miró y tampoco vio nada. El le preguntó si buscaba algo. Ella le dijo que no. Seguro. Sí seguro que no. Su mentón se frunció. Se tapó los ojos cuando comenzó a llorar con el llanto de la desesperación que reservaba para momentos muy contados. ¿Qué te pasa?. Soy una tonta. Le secó las lágrimas con las manos que antes eran callosas. No, no lo eres. He perdido mi monedero con los cientocincuenta euros de los atrasos de la luz. Ahora nos la van a cortar. ¿Es este? Sí ¿Dónde estaba? Detrás de la taza del bidé. Menos mal que lo has encontrado. No nos cortarán la luz. Sí menos mal

lunes, 1 de octubre de 2012

EL CHATO


“Eres un cerdo. Sólo un cerdo habría hecho lo que tú has hecho. ¿Cómo has podido tratarme así?. Sólo sabes comer , ver fútbol y beber cerveza. Mírate en el espejo. Hace años que pareces un chato, la nariz se te pierde en los carrillos. Los ojos se te han hundido, las carrilladas enormes, la papada, la panza , eres un cerdo por dentro y por fuera. Y encima me tratas así. No debía haberlo consentido” “Loli que no es para tanto” “¡Déjame. vete a hozar entre tu mierda!” “Loli que te estás pasando. Yo te quiero” “¡yo no! ¡Cerdo me das asco!” “Loli que como me enfade” “Si te enfadas qué- Groing GRoing” “Lo has conseguido” Se da la vuelta en la cama. Se coloca la mascarilla para la apnea del sueño. Se aferra con las dos manos a la almohada. Deja que la silicona de su contenido le haga un molde del rostro. Un cerdo. La quiere. No fue su culpa pero no se arrepiente. Un cerdo. Antes a ella no le importaba. Le hacía gracia. Ahora que no puede perdonarlo sí repara. “Cerdo asqueroso si tuvieras dignidad te irías a roncar a otra parte” No se calla. No lo va a hacer. Pero él no se va a mover de ahí. GRoing Groing . El cerdo se va a quedar ahí. Que sea ella la que se va al salón. No debería quererla. Si ella le quisiese a lo mejor no la querría. Pero no lo quiere, la pierde y él el cerdo la desea más que nunca. Dormir. Mañana cambiará de opinión. Groing. GRoing. GRoing.

Se despierta sobresaltado. Una pesadilla peor que la vigilia previa al sueño. Los elásticos de la mascarilla le tiran, la mascarilla le aplasta la nariz. Intenta quitársela y no puede. Sus dedos se han vuelto imprecisos. Se deslizan por la goma elástica sin separarla de su piel. ¿sus dedos? No los siente. Se ha apoyado sobre el brazo y se le deben haber dormido. Tiene sed. Alarga la otra mano para encender la luz de la mesilla. No alcanza a pulsar. Estira la mano para coger el vaso. Lo empuja y cae al suelo en la alfombra. No ha hecho ruido. Menos mal, así ella no se ha despertado. Intenta sentarse para ponerse las zapatillas e ir al baño. Se desliza por el borde y cae sobre el vaso. Se lastima. ¿Qué le está pasando? Está muy torpe. Intenta levantarse para ir al baño y por mucho que se apoya en las paredes no consigue permanecer de pie. A cuatro patas. Levanta la pierna para orinar en el baño y tras varios intentos decide hacerlo en la ducha. A gatas va al salón. Está enfermo. Está muy gordo. Una apoplejía le ha sobrevenido mientras dormía. Llega al salón junto a su sillón donde le gusta ver la tele. Pulsa el interruptor de suelo que enciende la luz. Una pezuña. Ha pulsado con una pezuña. Aunque duda, se da la vuelta, no sabe si desea ver su reflejo en la vidriera. Es él. Se reconoce perfectamente. Un chato, un barraco de unos doscientos kilos.  Ella lo sabía. Un cerdo. Se acostó siendo un hombre o siempre fue un cerdo. Va a amanecer. Vive en el centro de la ciudad. Huir. En las afueras en una granja puede disimularse. Sale. Baja escaleras. Espera a que entre un vecino para salir a la calle y corre. Su olfato se ha agudizado. Sigue el olor de las trufas. Camina hacia el Norte. Cruza la autovía por un aliviadero de aguas de escorrentía, bebe unos sorbos de las aguas remansadas. Al otro lado una dehesa. Encinas. Le encanta el olor. Hoza con el morro y aparta la tierra con las patas. Deliciosa. Y más allá otra. “Marrano ¡epa!” Un hombre. “Padre mira cómo busca las trufas ese marrano” “De donde se habrá escapado” “No sé pero la finca es nuestra” “Sigue marranico” Le cuesta recordar cuando fue humano. Si cierra los ojos, si se imagina niño no ve más que un lechón. Les da las trufas a los recién llegados. Sabe antes de olvidarlo todo, que mientras encuentre hongos subterráneos no le faltará comida, bebida o incluso alguna marranita de buen ver.

Suena el despertador. Su mujer se despierta. La mascarilla está en el suelo. Está sola. Piensa que él ha ido a por tabaco. No se le ha pasado el enfado.