domingo, 30 de septiembre de 2012

WALHALLA


“Juan acabo de sacar una migas .¿Quieres una tapa?” “¿Por qué me dices esas cosas si sabes que no me puedo negar” “Es que con esta lluvia apetece” “Y está lloviendo con ganas” “Estamos en alerta roja” “Termino un arreglo que tengo en la casa de al lado y me voy para la casa. Esta tarde no voy a salir que el agua me da mucho respeto. Están cojonudas estas migas. Dime qué te debo que me voy para mi casa” “Un euro” “¿Y las migas?” “A la tapa te invito yo” “Pues ahora pago yo una ronda, ponte tú otra” “Toma” “Qué jaleo en la calle” “Sí es raro. Va todo el mundo para abajo”. Los dos hombres salen del bar. Al fondo de la calle había otra calle. Ahora hay un torrente. “Qué pasa” preguntan al unísono a uno de los que se dirigen con prisa.”Un coche se ha quedado atrapado y mira como está el tiempo” “Juan voy a llamar al ciento doce” “Yo voy a acercarme”. Al llegar hay un coche parado en medio de la calle que ahora es una rambla. El agua tiene unos veinte centímetros, pero la calle es muy empinada y tiene mucha fuerza. El hombre que conduce ha intentado salir a pie pero no consigue mantenerse. Está en el coche tranquilizando a los dos críos. Le dice al mayor si puede salir por la ventana, que tiene cerca una farola donde agarrarse. El chiquillo asustado abre la ventanilla. Se agarra a la farola y sale del coche. La corriente le arrastra los pies pero por fin consigue asirse. El agua está creciendo. En cualquier momento el coche va a comenzar a flotar calle abajo. Juan mira al hombre del coche. El hombre le comprende y le señala al niño que ya está fuera. Juan se agarra a un árbol. Le extiende la mano y con apuros consigue sacarlo. El niño señala a su hermana y su abuelo. El agua ha arrastrado el coche que ha golpeado contra un árbol  y de momento sigue varado. El hombre desde el interior mira a Juan , parece el único dispuesto a intentar lo imposible. Trata de abrir la puerta, pero la corriente ya no lo deja. Le dice a la niña que abra la ventana trasera. Juan se agarra a las rejas. Los vecinos le dicen que no lo haga hasta que no llegue otro vecino con un tractor y un motor para enganchar el coche. No hay tiempo, la corriente sube y sacude el vehículo, la niña lo mira aterrada. El abuelo atrapado en su asiento reza para que deje de llover, pero arrecia, ahora la lluvia es una niebla densa. Juan baja por el lateral de la calle agarrado a una reja. Está a dos metros, pero sólo  queda una pared enlucida. Busca  apoyo con los pies, pero la corriente es muy fuerte. No será posible. Llueve. El estallido de lluvia apenas le deja tener los ojos abiertos. Mira atrás. No hay retirada, aunque el terror que siente le empujara. Se suelta y se agarra al tirador del coche. Mira al hombre sentado resignado pero agradecido y pidiéndole perdón. Mira a la niña. Llega a coger su mano. Llueve. El gorgoteo de la lluvia se silencia con el rugido de una crecida sobre la crecida, una ola de agua y barro se abate sobre ellos. Se coge al vehículo. Y salen dando tumbos en un torbellinos de agua y piedras que le golpea y lo ahoga. Los giros continuos le hacen perder la noción del espacio y después del tiempo. Pierde la consciencia, sin soltarse de la maneta del vehículo con el que ha sido arrastrado.

Amanece en un lago tranquilo. El coche flota. La niñas sonríe y su abuelo está relajado. Se mete por la ventanilla en el asiento del copiloto. El abuelo y Juan sacan la mano y reman en un agua en calma. Se encuentran una barca. Preguntan al barquero que viste un traje extraño que donde está la orilla. Les señala en dirección a un sol que no parece moverse. En silencio bogan escuchando el chapoteo del agua tranquila. La niña está dormida. El vehículo queda varado a unos metros de unas arenas doradas. A los dos hombres les duele todo. El abuelo saca en brazos a la niña. Se está bien. Se tumban mirando el sol. Cierran los ojos. Han alcanzado la otra orilla.

sábado, 29 de septiembre de 2012

SUMILLER


“Tenemos unas perdices con fondo de chocolate y reducción de Pedro Ximénez” “Parece delicioso” “Y le recomiendo el maridaje con un Vega Sicilia único” “No se ha andado usted con fuegos de artificio” “Perdón señor, no sé a qué se refiere” “El Vega Sicilia no es un vino barato precisamente” “Sé que a usted le gusta lo mejor y es el que da la mejor combinación con el plato sin lugar a dudas, pero puedo ofrecerle otros” “Está bien. Confío en su criterio. Era un simple comentario”.

“Has estado muy seco con el sumiller cariño” “Por lo que vamos a pagar aquí, no te diré lo que tendría que hacerme para considerarlo caro” “Qué bruto eres. Ya vuelve”

Descorcha la botella. Huele el tapón y la vierte en un decantador. El vino se escurre por el vidrio antes de posarse en el fondo. El ambiente se impregna de aroma a alcohol y después a una fragancia de cereza y almizcle. “Lo dejamos reposar unos minutos y le doy a probar. Las perdices ya están tomando su temperatura” Se da la vuelta y toma de una mesa accesoria dos cucharas que parece que han raspado un poco de mantequilla, por encima unas motas dispersas de color verde o gris moho. “Tomen mientras el aperitivo de la casa. Virutas de torta del Casar, fundidas a ochenta grados y compactadas a dieciocho grados con finas hierbas. Maridaje espléndido con cerveza negra artesana de Cork. “Yo no he pedido cerveza ni aperitivo. Quiero saborear las perdices” “¿Quiere entonces que lo retire?” “usted verá” “Deje por favor el mío. Me encantará probarlo” “Gracias señora” Se retira empujando la mesa auxiliar y sin llevarse ni el vaso plano con la cerveza negra ni la torta del Casar echada a perder.

“Aquí están las perdices. Bon apetit” “Gracias” Escancia el vino en la copa de él. Él lo coge lo huele y lo deja. “Está bien” “¿No lo va a catar?” “No” El camarero hace un mohín de disgusto” “¿Le sirvo a la señorita?” “Por favor. Es suficiente. Gracias” “¿Tiene usted Casera?” “¿cómo dice el señor?” “¿Que si tiene usted Casera?” “Señor esto es un restaurante” “¿Y donde debe haber gaseosa, en una farmacia?” “Señor aquí no tenemos gaseosa” “¿Y Sprite o SEven up?” “Sprite” “Botellas pequeñas supongo” “sí señor” “Tráigame tres en una chapañera con hielo” “¿Desea algo más el señor?” “No con eso es suficiente” De vuelta a la barra el camarero hace ejercicios de relajación con la respiración y las manos. Al poco regresa con el Sprite como le ha indicado. Pone un vaso ancho en la mesa con hielo “¿Para qué es este vaso?” “Para el Sprite señor” “No hace falta, es para tomarlo con el vino. Lo mezclo en la misma copa” “Señor le recuerdo que es un Vega Sicilia Único” “Lo sé. A mí me gusta con Sprite” “Seño disculpe pero como sumiller lo considero un sacrilegio” “Y sin embargo si le pidiese su mejor ginebra me la mezclaría sin contemplaciones con el Sprite” “Permítame decirle que no es lo mismo. El vino es una cultura” “El vino es un líquido alcohólico de buen sabor que a mí me gusta beber con Sprite” El camarero suda. La mujer calla. El señor no se inmuta. El hombre y el sumiller se miran y callan. “¿A que le adivino qué está usted pensando de mi?” “Señor no estoy pensando nada. Mi trabajo es aconsejar” “Está usted pensando que soy un nuevo rico que trato de impresionar a una mujer joven , extremadamente hermosa y de una mirada indefinible” “Señor le aseguro que no” “Por eso propuso de entrada el vino con diferencia más caro de su carta. Un hombre con una mujer así no va a rechazar ninguna propuesta” “Señor le aseguro” “Pues ha acertado usted, del todo, sobre todo al definir a mi acompañante, y porque no ha hablado usted con ella, y sabe algo más” “No” “Tráigame otro plato como este de perdices porque parecen deliciosas pero con esta cantidad. si no me trae más le sacaré el sabor cuando me lave los dientes en casa” “Sí señor”

IT`S RAINNING MEN


 “Lleva cuidado que está la calle imposible” “Después de un verano tan seco, esta lluvia repentina nos ha descolocado. Los accesos a Murcia estarán colapsados. Pero no te preocupes que evitaré circular por las autovías. Ahí,  un frenazo te alcanzan por detrás , tú le das al de delante y sin coche un mes o más. Llevaré cuidado. Puedes estar tranquilo” “No es por eso. No es sólo por la lluvia” “El viento. Estate tranquilo. No paso por ningún bulevar o alameda. Si hay alguna rama desgajada no me va a alcanzar. Lo tengo todo controlado” “Tampoco es por el viento. Es la tormenta” “Una aguacero, torrencial, pero apenas quince minutos. Habrá balsas de agua que también tengo previstas en mi trayecto, pero ni atravieso torrentes ni ríos o ramblas” “Déjame terminar. ¿No has mirado por la ventana cuando llovía?” “Hoy no. ¿ha caído granizo?” “Granizo no” “No me dirás que han llovido ranas. Porque lo de llover ranas es un mito. Mi abuela me lo decía, pero lo que ocurre es que las ranas están ahí, en la tierra dormidas y con la humedad, desaparece la cutícula que las protege del ambiente seco y su metabolismo comienza de nuevo a funcionar. Comienzan una alimentación frenética, una actividad sexual alocada, los renacuajos se apuran en los charcos comiéndose a los más débiles para que cuando de nuevo el sol seque el suelo, algunas ranas, las más resistentes aguanten en el suelo a una nueva precipitación. En sitios húmedos no hace falta tanto, en los trópicos hay ranas hasta en los árboles” “No paras de hablar. No son ranas. Mira por la ventana tú mismo” “El chapoteo de la lluvia. El viento que produce ondas en los charcos. Mucho tráfico y torrentes de agua por las calles” “Fíjate en las balsas de agua” “Sí hay muchas. Caen algunas gotas que dejan una impronta de círculos concéntricos en la superficie” “Y si te digo que no son gotas” “Será granizo” “No es granizo. Todos pensábamos lo que tú pero un anciano se entretuvo en contemplar un charco y afirmó que había visto los cojoncillos de un enanito que se zambullía, y que después, al fijarse había muchos  más de los que podía contar” “Pon la tele. No acabo de creerte. Lo de las ranas puede tener una explicación, pero lo de los cojoncillos, perdón lo de los hombrecillos, no sé” “Míralo” “Son las noticias. ¿no me engañas? ¿no es un vídeo de pega? Es cierto el presentador muestra en unas imágenes de una cámara sumergible que introduce en un charco a decenas de hombrecitos y mujercitas desnudos zambulléndose entre las aguas turbias. Comiendo el verdín del fondo, sorbiendo el musgo y solazándose. Están copulando” “Espera . Mira esta otra cadena” “Son bebés, centenares de bebés amamantados por las mujercitas” “Mira esta otras más sensacionalista” “Son hombrecitos muertos. Están medio chafados por las ruedas de un coche. No miden más de cinco centímetros” “El alcalde de hecho ha prohibido la circulación en las vías inundadas para limitar la mortandad una vez se ha establecido que son humanos pequeñitos” “¿De donde han venido” “La mayoría dice que con la lluvia. Tú seguramente opinarás que siempre estuvieron ahí, sin embargo nadie había hablado antes de ellos” “Siempre se ha hablado de gnomos o duendes,  aunque todos hemos pensado que eran mitos, y estos son muy reales y desde luego jamás en este número tan descomunal” “¿Qué crees que pasará con ellos?” “Seguro que desaparecerán como han venido con el tiempo seco” “Alguien ha dicho que en cuanto ven el arco iris los adultos entran en un sopor que los conduce a una muerte dulce. Otros dicen que sus pequeños los devoran” “No me extrañaría” “¿Y cuando salga el sol?” “Se sublimarán o se ocultarán bajo tierra a esperar otra oportunidad. ¿Lo has grabado para que podamos mostrarlo a nuestros nietos?” “Claro ya circulan en youtube en facebook y twiter casi más vídeos que estos pequeños seres. En realidad nadie los ve si no es en su imagen digital” “Son muy graciosos” “Sí”

viernes, 28 de septiembre de 2012

CONJUNCIÓN PLANETARIA



Imposible que dos gravedades no converjan en un universo vacío. Venus y Júpiter. Sentada en el espigón desde el que se abre la playa de La Llana. Al fondo La Manga. A la derecha la tormenta que se ha reactivado en contacto con las aguas caldeadas del Mediterráneo. Los pescadores recogen las cañas cuando la intensidad del viento ha tirado algunas. “Señorita va a llover . Se va usted a calar” No responde. Intenta sonreír y agradece con un gesto de su mano que más parece una parálisis. Va a llover. El viento se ocupará de empaparla. Una sensación. Es mejor que no sentir nada. Un rayo. Un trueno. Se estremece. Siempre tuvo miedo. Pero ahora necesita ese espanto sobrenatural para asirse a la vida. Las olas rompen con más fuerza mientras esperan la lluvia. Un chasquido. Una manta de agua restalla como un látigo sobre las olas. Se acerca. El viento la sacude ahora con violencia. Su cuerpo oscila delante y detrás. Atrasa un paso para no dejarse llevar. Se alejan las luces rojas traseras del último vehículo. Un pescador que le ha hecho una oferta. Una puta. Una mujer sola. De pie abrazando su propio cuerpo y encarando el viento. Se van. Se acerca al lugar más oscuro, pero no debajo del espigón . Necesita sentir la humedad y el frío deslizarse. Necesita hablar en silencio, pedirle al viento que le devuelva los momentos que arrastró hacia el interior. Hubo un tiempo en que esos momentos le sobraban, tenía muchos, cada instante, cada segundo cada centésima de segundo. La gravedad, los planetas, Júpiter y Venus se encargaban de proveer las preces que ofrecer al viento. No quedó ninguno. El viento se los llevó. Era el mismo lugar donde la conjunción de Venus y Júpiter hicieron estallar el tiempo. La misma oscuridad y el mismo silencio, pero entre chiribitas de colores y caricias en el estómago. Stop. Tiene frío. La temperatura es agradable, pero el viento le roba el calor a su cuerpo como le robó los momentos. El viento le quitó todos los momentos, o ella se los dejó arrebatar sin oponer resistencia, sin embargo el calor no se lo quitará del todo. Le gustaría, ahora que comienza de nuevo a sentir. Tirita. No puede hilvanar dos ideas seguidas. No puede recordar. Tirita. Tirita. Los brazos se estremecen. Los dientes castañetean. A la luz de la última farola el suelo hierve con el chapoteo del agua. Intenta subir al espigón, pasear en alto por el borde, pero está cerrado. Una puerta de dos alas y un candado. Levanta el postigo que lo sujeta al suelo. Lo mueve con las manos. Es delgada, un poco más y podrá colarse. Con el esfuerzo está entrando en calor. Llueve menos, pero las gotas, más finas se le clavan en las mejillas.

“Oiga ¿Qué hace usted ahí? Está prohibido pasar. ¿Adónde va con este tiempo?” Le enfoca la cara con la linterna. Se oculta del foco con las manos. En el haz de luz ve arreciar de nuevo la lluvia. “Señora ¿Qué hace usted con esta noche?. Está temblando. Véngase conmigo que llueve a cántaros” No se decide. “O si quiere márchese, pero no le puedo permitir entrar salvo que sea mi invitada” Sigue a ese hombre desgarbado y mal afeitado. Él la espera con la puerta abierta. NO hay nadie más en la caseta con cristaleras con palillería a los cuatro puntos cardinales. Él la espera. Ella entra en silencio. Un relámpago, un trueno. El cielo se deshace y cae a plomo sobre las cristaleras. Le ofrece un café. No le gusta el café. Le da un sorbo. Le sabe amargo. “Está caliente, lleve cuidado. ¿Cómo se le ocurre salir en una noche así?” Sopla la taza. El hombre le ofrece un poco de leche directamente de un brik. Da un sorbo. Mejor ahora. “Si no quiere hablar no hable. YO estoy acostumbrado a estar solo, pero si me permite yo de vez en cuando le diré algo aunque no me conteste” Él tampoco sonríe. Mira al exterior. “Vine a ver la conjunción de Venus y Júpiter” “Ha elegido el día” Le echa un poco más de café. Da un bocado a un bocadillo envuelto en papel aluminio. Le ofrece después de morder, excusándose por no haberlo hecho antes. “He elegido el día. El viento podría devolverme lo que se llevó”

miércoles, 26 de septiembre de 2012

EL ABUELO


“Nada funciona. Llevamos meses sin escuchar más que malas noticias. Todo el mundo tiene miedo a perder algo y no me refiero a la salud; a la gente le resulta doloroso si no imposible hacer planes de futuro porque barruntan que el futuro será peor y si sales ves las manos abajo, ves personas derrotadas que miran al suelo” “Eso no es nuevo” “Lo sé, pero tantas personas desesperadas tantas navegando al pairo en la desesperanza de un mar hostil puede conducir  al caos, al colapso de nuestra sociedad o...” “A la guerra” “No sé si tanto, pero cuando pierdes la esperanza, cuando el futuro es un borrón que se inclina cuesta abajo hacia un pozo y te aceleras en la caída, cuando no se puede soportar más la humillación, puede que la gente se rebele, luche detrás de la primera bandera que consiga arrastrar tanta fuerza desperdiciada” “Cuando hay un naufragio, rara vez se cogen los botes de forma ordenada, no hay mujeres y niños, sino mi hijo, mi mujer, yo, los botes zarpan medio vacíos, la mayoría naufragan a su vez al ser botados con prisa, el resto si tiene suerte se hace de un chaleco salvavidas, o consigue asirse a un objeto que flota y espera en el agua el rescate, o la congelación o los tiburones, o la deshidratación. El resultado es que el barco tendría recursos suficientes para haber salvado la vida de la casi totalidad de los tripulantes y pasajeros y sin embargo la mitad o más alimentarán el plancton” “Sin embargo me educaron, tú me educaste en la quimera de que las crisis sacan lo mejor de los hombres. Y ahora, según se prolonga no veo más que actitudes miserables, cobardes e insolidarias” “Cuesta abajo se camina más fácil” “Aunque sepas que caminas hacia un pozo de mierda” “Cuando estás cansado sólo los más fuertes pueden elegir, y a veces no quieren o no saben” “Es desolador” “Pero tienes que mirar bien. Hay personas ejemplares mucho más cerca de lo que crees, líderes solidarios que se ocupan de sus vecinos o de su familia, empresarios que aguantan su empresa” “Pocos” “Algunos y otros se han arruinado en el intento. Madres que multiplican los ingresos disminuidos quitándose de todo por mantener lo esencial de sus hijos, personas que sonríen cuando te dicen buenos días” “Poco mérito es ése” “Miguelito si la mitad de las personas que te cruzas por la calle te sonriesen cuando las ves la crisis habría terminado” “Entonces no ha terminado” “Te veo cansado Miguelito” “Abuelo estoy muy cansado. No tengo ganas de luchar” “Eres mi nieto favorito pero siempre fuiste muy flojo” “No me digas eso. ¿para qué luchar algo que no voy a sobrevivir. Y sin embargo me gustaría tener algo de esperanza para mis nietos. No te vayas” “¿Qué quieres ahora?” “Estoy muy cansado. Llevo siete días postrado en esta habitación, he sobrevivido a un compañero y aunque las enfermeras me animan, yo no veo mejoría por ningún lado” “Miguelito noventa y tres años son muchos, yo no pasé de los sesenta y seis” “ Si tuviese un puntito de esperanza no creas que tengo ganas de irme, pero ya no la tengo y estoy muy cansado. Quizás está llegando el momento de devolver mi cuerpo a la tierra” “Todavía puedes elegir pero no mucho tiempo más” “Espera que me voy contigo. Siempre me gustó tu conversación. Aprovecharé la oportunidad que he tenido de volver a verte” “Has vivido mucho más que yo. Tú también tendrás cosas que contarme” “Pero si te canso me lo dices abuelo, que los viejos a veces somos un poco pesados”

“¡Miguel. Despierte”

No volvió a despertar.

martes, 25 de septiembre de 2012

SEPTICEMIA.


La inmortalidad te apartó de los humanos. Anclado al paso del tiempo, sin atajos, sin paradas, sin vuelta atrás y sin final. La sangre tu único alimento. La noche tu día. La soledad tu compañera. Inmune a las infecciones y al cáncer o la vejez que matan a los humanos tu infección son los recuerdos. Cuando un vampiro evoca sus recuerdos, pierde el apetito, se estremece, le invade la melancolía, añora el momento en que pudo morir y descansar para toda la eternidad. Anoche Vlad no salió. Se quedó en su cripta. Se sentó en un rincón a la luz y al olor acre de la cera quemada de un cirio. Le apetece sentir el tiempo. Extiende la mano y ve a la luz de las velas las sombras oscilantes de sus venas exangües en las manos sarmentosas de viejo. La septicemia se enrosca en su interior, le muerde el tiempo en que revivió el amor humano. Cuando el sopor a que le conduce el ayuno le hace eclipsar los párpados, el sueño nocturno se interrumpe con la imagen de la que le hizo desear ser humano. Como en las pesadillas despierta con la frente regada, la boca seca y las palpitaciones sordas de un corazón muerto. Le queda un hilo de vida. Un hilo. Mañana si no se alimenta, con la salida del sol su cuerpo devolverá la ceniza que hace cientos de años le hurtó a la tierra. Falta poco, muy poco. Pero sabe que ese poco es imposible. Ningún vampiro ha llegado a voluntad a devolverse a la muerte. Es como si un humano intentase estrangularse con sus propias manos. Fallan las fuerzas. A Vlad le fallan las fuerzas y le falla la voluntad. Se levanta. Se sublima en un humo que sale por la cerradura de la cripta. Se arrastra por la calle con el único impulso que le impele el viento flojo de primera hora de la noche. Una rendija por debajo de la puerta de un cajero. Un indigente se cobija entre unos cartones. Vuelve a su cuerpo. Aparta el cartón. La mujer de apariencia mucho mayor que su edad no se inmuta dormida por el vino de un brik que yace a su lado. Sorbe. Sabe rancio. Siente náuseas. Es como comer gusanos, u hojas o raíces en un ejercicio de supervivencia. Recupera la fuerzas, sus músculos emaciados se rellenan a la vez que su estómago convulsiona y siente náuseas que expulsan la espuma de su saliva y algunos restos de sangre ajena. No puedes seguir así. La mujer en el suelo se levanta, te mira, se rasca las dentelladas de la yugular, extiende la mano y sorbe las gotas del envase, lo sorbe y lo colapsa y cuando termina te lo tira. Te dice vete y te vas. Caminando. Tu porte ahora es elegante y joven pero no orgulloso. Cabizbajo tropiezas con dos mujeres jóvenes. Desde arriba ves el pelo y piensas que es ella. Le coges el rostro entre tus manos la miras y escuchas hola guapo de una voz que no es la suya. La sueltas y te vas. Dame un besito escuchas desde atrás. Se marchan apuntalando su paso entre las dos. Sabes que debiste morir. La inmortalidad desde que no pudiste volver a ser mortal ha sido un error. Mejor morir y descansar que la inmortalidad que no te permite vivir o amar a la luz del día. Estás resuelto. Vas a ser el primer vampiro que se suicida de la inmortalidad. El infierno será tu destino, pero ningún infierno peor que tu no vida. Has fracasado en un intento de ayuno. No podrías salir al sol, las fuerzas te abandonarían antes de ponerte en riesgo. En un montón de basuras hay un palé roto. Una tabla puntiaguda. La colocarás en la tapadera de tu ataúd. Lo sujetarás, soltarás las bisagras y el peso perforará tu corazón. Descansar, para siempre. Es posible. Es posible. Lo haces . Va a amanecer. Te acuestas. Esperas el último instante de la noche. Tratas de mantener los pensamientos neutros, pero te aparece el infierno, la condena del fuego y el sufrimiento. Y sin ella. Vas a soltar. Va  a caer. Las pesadillas. La septicemia de su rostro detrás de tus párpados. Basta ya. No puedes más. Va a amanecer. Quitas el calzo que la mantiene abierta. Adiós. Adiós. Te quiero.

En un último instante se gira y la estaca apenas le roza la espalda. Después el sopor del día. Mañana necesitarás sangre.

lunes, 24 de septiembre de 2012

EL GUANTE


“Vete” “¿Qué pasa?” “Ahí tienes tu maleta. Vete.” “No entiendo nada. Te has vuelto loca” “¡Qué engañada me has tenido!” “¿Qué estás diciendo?” “¿Dónde está el guante?” “Paula ¿Qué guante?” “El guante verde de cabritilla en el lateral del asiento del copiloto del coche”

No podía reconocerlo pero sí lo sabía. El guante verde que encontró dos semanas antes donde ella le decía. Le extrañó verlo. Doblado desordenadamente en el lateral del asiento del copiloto. Le extrañó no haberlo visto antes, porque era bien visible, pero él solía conducir el coche. Pero recordaba haber lavado el coche dos o tres veces en los últimos dos meses y en ese hueco no había nada. O habría perdido la razón. Y hacía seis meses que no  veía a Lucía, o sí la veía pero no como antes desde que se resquebrajó el futuro frágil que estuvieron construyendo tapizado de sueños blandos y mullidos de color rosa claro y azul celeste. Estalló el sueño. Pero el guante de Lucía sólo lo vio hacía dos semanas. Se lo devolvió. Ella lo tomó sin palabras, sin gestos. Sí es mío. Lo atrapó y lo apretó en el puño, moviendo los dedos para hacer desaparecer de la vista el resto inesperado, tal vez incómodo de su pasado. Paula lo sabía. ¿Cuánto tiempo lo había sabido en silencio? Ahora. Seis meses después. Ahora y no hace siete u ocho meses.  Hoy una condena doble. Ayer una liberación del mundo inesperado en que navegaba al pairo agitado por placer, por dolor, por remordimientos y por amor. Habría ganado algo , ayer, hoy todo era pérdida, nada más que dolor.

“Vete ya degenerado y traidor” “Me voy pero no sé a qué te refieres” “Embustero” “No lo sé de veras” “No sabes cuantos días he subido al coche oliendo su perfume” “Estás desquiciada” “Hace siete meses un guante verde en el coche cuando cogía mis gafas de la guantera. No era mío. El perfume, el mismo perfume que había invadido mi espacio, que te había desplazado de mi lecho salía entre los dedos de ese guante único. ¿Estoy mintiendo? Ahora no dices nada. Te callas. Ya eres libre. Sigue el olor de tu hembra. Traidor. Ingrato” “Déjalo ya por favor” “Me alegro de haber roto  mi silencio. Me encuentro bien aunque me veas llorar. No te importa” “Sí me importa . Eres tú” “No soy yo. Eres tú y es ella. No soy yo. Yo estoy aquí y seguiré aquí. Tú te vas” “Me echas” “Te has echado tú. Más de seis meses tuve el guante guardado. Intenté tirarlo pero no podía. Lo dejé en un cajón. Lo cambié mil veces porque sentí que su olor impregnaba cada una de las prendas. Lo envolví en una bolsa. Hasta hace dos semanas. Necesitaba una prueba. Lo volví a dejar en el lugar donde lo encontré” “Estás loca” “Sí. Loca. Y no has dicho nada. No me has preguntado si era mío” “Sabía que no era tuyo” “Ves sabías que no era mío. Lo sabías. Sal de tu mentira. Yo ya estoy más aliviada. Ahora vete” “Me voy . Adiós. ¿No te lo vas a pensar?” “No quiero pensar más. Han sido muchos meses. Una última prueba que no has superado” “Bueno ya te diré donde estoy. De momento no voy a mover nada por si cambias de opinión” “Yo ya he hablado con mi abogada” “Adiós”.

La puerta se cierra a su espalda. Es de noche. En su interior se cierne el gris, o el marrón sucio, niebla o calina. No quiere pensar en el mañana. Se tienta el bolsillo. Las llaves del coche, las de la playa. No quiere dormir en casa de nadie ni en un hotel. No quiere reproches de sus padres ni el consuelo de sus amigos. Su casa y su cama en la costa. Llamar a Lucía no, todavía. Mañana será otro día.

No hay nadie en la urbanización de la costa. La brisa y él. Abre el portón de entrada. Regresa al coche abre la puerta del copiloto. Mira el interior e intenta imaginar al menos el momento en que el guante calló. Sí. Tomará prestado un sueño de su pasado para pasar una primera noche en soledad que será sin duda de hiel.

domingo, 23 de septiembre de 2012

DETRÁS DEL SETO


Los niños formaban una algarabía en la piscina y de la piscina corrían al castillo hinchable emplazado en el único rellano abierto del jardín. Es lo primero que se veía al llegar. A la izquierda, en el porche del chalet que miraba a los niños, las mesas estaban dispuestas igual que el año anterior, pero en los rostros de los mayores se percibía una mueca. Risas, gestos sobreactuados, pero presididos por el lastre de una ausencia precoz y reciente.

Cuando un niño se queda sin padre, los mayores a su alrededor pierden el derecho a la tristeza. La tristeza debe quedar por dentro. El mundo de los niños cicatriza rápido, el de los adultos no tanto, incluso algunas heridas no restañan nunca. El niño huérfano no tenía edad para comprender el alcance de la muerte. Sus amigos estaban allí, las ocho velas de su tarta, la piñata y una multitud de regalos, más que en otras ocasiones. Conforme la tarde cayó, el niño cada vez con más frecuencia se acercaba a su padrino reclamando orden para el resto de los niños. Antes de hablar con él recorría las caras por si hubiese suerte y apareciese el único rostro ausente, el rostro que por su enfermedad tanto lo había acompañado los últimos seis meses salvo las ausencias largas del hospital. No estaba. “Padrino..”.

Los días previos, la madre no tenía seguridad en lo que hacer. Sentía mucho la falta. Tan cercana. NO había todavía destilado con suficientes lágrimas la pena. Las respuestas siempre.”Seguir” “Seguir” “Seguir” “Adelante” “Tu hijo”. Y la certeza de que un padre muerto que estuvo intensamente aferrado a la vida no querría que su hijo perdiera una oportunidad de alegría por un detalle, por un instante, el final de una vida. Haría la fiesta, aunque su gesto no saliera de una mueca y aunque tuviera que perderse en el  interior para recuperar un ánimo que se disolvía.

Ya era de noche. Después de la cena las copas y la cercanía del final de un día que comenzó tenso hicieron más fácil las risas de los mayores. Algunos niños caían rendidos en las butacas más cómodas o encima de sus padres o madres los más pequeños. La viuda miró alrededor y contuvo la respiración, su hijo no estaba. “¿Habéis visto a mi hijo?” Unos niños le respondieron que no , otros que estaba detrás de un seto que dividía en dos el jardín. La madre miró y el niño apareció. Venía muy serio caminando hacia ella. “Mamá el papá me ha dicho que vayas” La música era el único sonido que rompía el silencio. Todas las conversaciones de la veintena de adultos que había pararon. “Pero hijo. Papá…” “Mamá me ha dicho que vayas. Me ha felicitado. Me ha dado un abrazo y se ha despedido. Me ha dicho que aunque yo no lo vea él estará conmigo y que todo va a ir bien. Quiere que vayas” A la madre le temblaban las piernas. Miró a su hermana. Miró a su amiga que con un movimiento de ojos le señalaron que fuera. Extendió la mano a su hijo.”No mamá. Me ha dicho que tú sola” La música se detuvo. Nadie se preguntó cómo. La mujer caminó lenta hacia el seto. Lo  bordeó. Sólo se veía su cabeza. Se agachó. Silencio. Su hijo comenzó a jugar y los otros niños lo siguieron. Dos o tres minutos después la mujer volvió a aparecer. Primero la cabeza por encima del seto. Después dio la vuelta. Sonreía y miraba algo que traía en la mano.

“Estaba ahí. Quería despedirse. Me ha dado esto” Y les mostró la rosa que le había dado.

sábado, 22 de septiembre de 2012

NOE


Técnico de mantenimiento del Hospital de los Arcos en el mar Menos. Diez años. Muy conocido ya en el hospital antiguo. Un problema, una solución y siempre amable. Más cerca de los sesenta que de los cincuenta. Se volvió canoso. Normal a su edad. Pero en unos días. Se dejó el pelo y se dejó la barba. Al terminar de la jornada se quedaba hurgando en los montones de deshechos que produce un hospital. No se llevaba nada sin consultarlo. Tornillos para reutilizar, una madera, trozos de tela, plásticos. Lo miraban extrañados, pero no molestaba y nadie se atrevía a preguntar. Cada día rebuscaba entre los restos con mayor desesperación. De la meticulosidad del inicio cuando cada remache, cada pieza, le cuadraban, a una expresión próxima a la desolación transparente en unos ojos ocultos detrás de una pelambre blanca. Su jefe le siguió con su furgoneta atestada de tablones. Llegaron desde San Pedro del Pinatar por la antigua nacional a la rotonda del Centro Comercial La Velas, ahí giró a la izquierda y a unos doscientos metros detuvo la furgoneta. Dudó si detenerse a su vez y ofrecerse a ayudarle. No lo hizo. Era evidente que le había estado siguiendo. Siguió unos metros. En la nueva rotonda que permite incorporarse a la autovía, se detuvo en un camino. Oteó desde un alto y lo vio. Se ocultó tras un árbol. En medio del campo apartado de la línea de naves industriales junto a la carretera, había un viejo barco varado en medio de un campo roturado en barbecho. Lo vio ir y lo vio volver. Lo vio acarrear agua y algunos sacos. Estuvo trabajando una hora y se marchó. Saltando entre los tormos, su jefe se acercó. Desde lejos el barco aparentaba ruina. Unos ocho metros de eslora. Agujeros por encima y por debajo de la línea de flotación. Los cristales rotos en la cabina. Sin embargo las maderas carcomidas habían sido tratadas, rellenadas y alguna podrida sustituidas. Tocó y ya había dado una primera mano de decapante para después pintar. Abrió la puerta de la cabina. Bajó dos peldaños y en el pequeño compartimento, olía a demonios. A derecha e izquierda, en el suelo y en el techo había jaulas en cada una de las cuales había parejas de ratas, ratones, gatos, unos chiguaguas, tórtolas, palomas, canarios y otros animales pequeños. Apenas podía respirar. Abrió la trampilla para el pescado y vio terrarios con gusanos que bullían, moscas, mosquitos, cucarachas, hormigas   e insectos que ni siquiera conocía. Se fijó en el sistema de control de humedad y temperatura que en absoluto silencio funcionaba sin parar. Se fue preocupado por su amigo. Por la mañana lo comentó con el neurólogo quien no dudó,  una demencia, con su edad un inicio de Alzheimer puede volver a las personas maniáticas con tendencia a guardar cosas. Le advirtió que todo estaba en un orden absoluto, si no sería cosa de los psiquiatras, le aseguró que no, que le trajese a la consulta aduciendo cualquier causa. No estaba dispuesto a engañarlo más. No tenía motivos para haberle espiado sin haber intentado antes que él mismo le explicase la verdad. Eso iba a hacer, hablar con él, lo que debería haber hecho desde el principio. Cuando regresó al taller, vio a personas que no eran habituales, sin ningún cometido, que se acercaban a curiosear al compañero que había perdido la cabeza. Se enfadó con quien no había sido discreto y consigo mismo por no haberse dirigido a él desde el principio.

“Juan vente al despacho” “Hoy todo el mundo quiere hablar conmigo” “Te encuentro raro” “Estoy trabajando mucho” “¿Quieres descansar?” “No no puedo. TE lo habría dicho” “Has cambiado tu aspecto” “No tengo tiempo de afeitarme” “Y te llevas cosas cada día después de trabajar” “siempre te he pedido permiso” “No es eso. Somos compañeros. Eres mi amigo y estoy muy preocupado” “Yo también” “¿Quieres contarme algo?” “No. Eres muy buena persona. Simplemente no cambies” “No me vas a decir nada” “Te lo he dicho. Simplemente que no cambies. Queda poco” “¿Poco qué o para qué?” “Tengo que trabajar. No puedo decirte más” Se dio la vuelta y se marchó a trabajar. Cada día la misma rutina. Nadie entendía nada hasta que empezó a llover.

viernes, 21 de septiembre de 2012

LAS AGUJAS DEL RELOJ


Cuando mi hija nos vio discutiendo nos recriminó de forma muy agria. No recordaba haberla visto así. Desde que nació fue una niña un poco rara. Su mirada intimidaba a los adultos que se acercaban a hacerle carantoñas. Pero como ayer nunca. Yo discutía con su madre, mi mujer, por naderías, como siempre, ninguno de los dos queríamos renunciar a la última palabra. Mi hijita no había hecho un gesto. Dejó su muñeca en la trona, con mucho cuidado, sacó los pliegues del vestido de los laterales de la silla. Los ordenó uno por uno. La peinó con dos pasadas precisas del cepillo. Se agachó. Juntó su cabeza a la de la muñeca y le susurró al oído muy flojito, o no tanto, pero nuestros gritos nos impedían oírla. Se dio la vuelta. Esa mirada. No podré olvidarla. Las cejas enarcadas. Como su madre. Pero los ojos con una expresión fría. La boca blanda. Los labios fruncidos. La punta de la lengua que se insinuaba. Sus pupilas negras no dejaban ver el ojo de sus iris. Callaros ya. Susurró. Seguimos sacando trapos sucios del desván de los recuerdos de pareja. Que os calléis. La miramos de reojo. A la vez le dijimos que no se preocupase que no era nada . Que tu padre. Que tu madre. Y nos volvimos a enzarzar. Que os calléis estoy harta de oíros discutir. Esta vez sí nos callamos. A través de sus pupilas se veían sus retinas rojas como fuego. Os vais a callar porque yo lo digo. Estoy cansada de escucharos decir tonterías y discutir a cada hora. No puedo jugar con mi muñeca con un mínimo de tranquilidad. ¿No podéis entenderlo?. Son cosas normales en familias. Dijimos su madre y yo al unísono. No son cosas normales. Estoy harta de vosotros. Estoy muy harta. En sus ojos refulgía el rojo como dos llamas. Hija no te pases. Sí no te pases. No entendéis nada de nada. No sois nadie. Yo tomo el control. Ha llegado el momento. Hija no te pases. Eso, repliqué. Alzó las manos. Nos señaló y no vimos levitando. Movió las manos y nos zarandeó en el aire. ¿Me vais a hacer caso? Suéltanos.No os voy a soltar. Que nos sueltes. Eso suéltanos. No. Todavía no he decidido qué voy a hacer con vosotros. Os voy a poner a reflexionar. Mucho tiempo hasta que decidáis dejar de discutir cada hora.

Y aquí estamos. Dando vueltas. Los pies en el eje. Nos vemos a las doce. A la una y seis minutos a las dos y doce minutos, a las tres y diecisiete, a las cuatro y veintidós, a las cinco y veintinueve,a las seis y treinta y tres, a las siete treinta y ocho, a las ocho cuarenta y cuatro, a las nueve cuarenta y nueve, a las diez cincuenta y cinco y a las doce. Once veces al día nos encontramos. Por supuesto mi mujer y yo no nos hablamos y hace ya una semana. Yo he tenido suerte. Marcar las horas hace el recorrido lento. A ella le han tocado los minutos. Mi hija nos mira en su muñeca dar vueltas en silencio.  Hace algo más de una hora iba algo mareada. Doce vueltas en un día es mucho, me ha reconfortado su sufrimiento, pero me abstengo de reír, porque una vez hice una mueca y mi pequeña me miró y me amenazó con trasladarme al segundero, y eso que yo hasta en la más mínima atracción me he mareado no podría soportarlo. Aún doy gracias por ser la manecilla horario de un reloj de pulsera. NO quiero pensar ser de un carillón con sus campanas cada hora. Todavía he tenido suerte. Mañana, al llegar mediodía intentaré reconciliarme con mi mujer a ver si mi pequeña se apiada de sus papis y nos retorna a nuestra vida normal. En el futuro sólo discutiremos cuando esté en el colegio, o si acaso cuando duerma. La próxima vez nos ha amenazado con convertirnos en granos de un reloj  de arena, zarandeados arriba y abajo al ritmo del tiempo. Ya viene por allí su madre. Silencio. Si espero, en cinco minutos se aleja. Mañana. Mañana será el día de la reconciliación. 

jueves, 20 de septiembre de 2012

BLOQUEADO


El Kebab no sabía bien. La salsa olía agria. No tendría que haberlo probado. Estaba muy hambriento. Ahora tengo que entrar a dar la clase y no sé cuanto tiempo podré aguantar. Primero ha sido el ardor. Después los eructos. Y ahora, justo ahora los retortijones. Podría irme pero no puedo. No suponía que estudiar educación física tuviese unas salidas tan complicadas. Sin oposiciones las clases en los gimnasios son mi única oportunidad de trabajo. El Metropolitan es un gimnasio muy bueno. De momento sólo dos grupos tres veces a la semana, pero tiene gimnasios en más lugares y puedo desarrollar más actividades paralelas, quizás pueda ser entrenador personal de algún alumno. El retortijón vuelve. Hoy. El kebab de los cojones. No podía haber tomado un bocadillo. Qué dolor. Voy a sentarme porque creo que me estoy mareando. Estoy solo en el vestuario. A media mañana empezarán a llegar los alumnos. Ahora estoy solo. En cuanto me quite el pantalón me coy al baño. Si aguanto.

¡Qué alivio! Ahora mejor. Ahora sí podré aguantar la clase. El spinning es sentado. Si fuese la clase de pilates sería otra cosa. No podría soportar las contorsiones, pero la media hora del spinning sí. O eso creo. Qué dolor. Otra vez. Creía haber terminado. Tendré que esperar a levantarme. Mi tablet. ¿Dónde está mi tablet? ¿ Y mi cartera?. Me las he dejado fuera. Todas mis clases. Todas mis tarjetas afuera. No me puedo levantar. No hay nadie. No conozco todavía a la gente del gimnasio. En otros lugares hay rumores de mangantes. Aquí no lo sé. No me puedo levantar. No hay nadie. No por Dios. Viene otra vez.

Hay alguien afuera. La puerta se ha abierto. Camina. Será la limpiadora. Demasiado sigilo y no ha preguntado si había alguien. Ahora se detiene. Es el vestuario  masculino podría haber alguien desnudo. Pero no necesariamente tiene que ser una mujer. Ahora hay muchos limpiadores varones. Un hombre no tendría que anunciarse cuando llega al lugar en que hay otros hombre. Se ha detenido. Tiene que estar a la altura de mi mochila. La taquilla, está detenido enfrente de su taquilla, será un trabajador o un cliente madrugador. Pero a veces los robos domésticos los comete gente de dentro, personas insospechadas que no saben resistirse a la tentación de una tablet o no saben o no pueden evitar la emoción del riesgo de ser descubiertos tomando posesión de lo ajeno. Tienes que hacer algo. Tienes que encontrar un modo de manifestarte. Si estuviera bien podría salir. El intruso en cualquier caso no será violento no se atreverá a buscar pelea, huirá. Pero no puedo mis tripas me están matando. Ha abierto un  velcro. Ahora un cremallera. Pero no puedo gritar desde el baño. No puedo hacerlo, si hablase sentado me sentiría ridículo. Dios que puedo hacer. Me están robando en mis narices y no puedo hacer nada. Grítale. Amenázale. No puedo. Si me equivocase tendría que abandonar el trabajo. Pensarían que soy alguien desconfiado. A mí mismo me mataría la vergüenza. ¿Qué puedo hacer?. Me duele la tripa y ahora me estalla la cabeza. La cadena. Si tiro de la cadena huirá.

SE escucha el ruido de la cadena. El sonido silencia el resto de ruidos que pudiera haber fuera del baño. Cede el retortijó. Me levanto me lavo las manos y salgo. Hay un muchacho con la mochila junto a la mía. Le sonríe. “¿Usted es el nuevo profesor de spinning?” “Sí. Soy yo”

miércoles, 19 de septiembre de 2012

LA RANA


El olor a sábanas limpias. El tacto crujiente de una sábana extendida sobre otra. El crujido cuando la despliegas. La cama es siempre una fuente de placer para el descanso o para el sexo. Llegas a casa después de un largo viaje. Abres la mampara de la ducha. Catas la temperatura del agua. El vapor anuncia que está muy caliente. Giras el mando hacia el lado azul. Esa es la temperatura que te apetece sentir por cada rincón de cuerpo. El tintineo. El masaje de la esponja. La puerta entreabierta y al otro lado la cama. Aunque estás solo no te resistes a perfumarte antes de echarte. Cada detalle importa para el momento de la inmersión entre las sábanas. El momento del buceo buscando la postura adecuada para descansar. Te paralizas. Bajas la presión de cada uno de tus sistemas. Enfocas tu cerebro a la fantasía que deseas. Y te duermes. O así debería ser si al apratar la sábana para echarte no escuchases un croar y vieses justo en el centro geométrico un batracio que croa y te mira con descaro.

“Croac, Croac” “¿Qué haces aquí en mi cama? Aquí no hay charcas o acequias, ni piscina, este es un apartamento sin terraza en el centro Murcia” “CRoac, croac” “Mi abuela decía que en tormentas especialmente intensas se había visto llover ranas. Es final de setiembre y hace mucho calor” “CRoac, croac” “¿Por qué eres tan descarada? Deberías saltar a tu charca en cuanto me has visto” “¿A qué charca? Croac CRoac” “Has hablado” “Que a qué charca. Croac Croac. Esto es una habitación” “Una rana parlante. Eres un prodigio o yo estoy ya durmiendo” “No estás durmiendo. CRoac croac” “Vete de  mi cama que estoy muy cansado” “No pienso irme. A falta de charca estoy muy cómodo” “Lleguemos a un acuerdo. Apártate por lo menos que pueda acostarme en este lado. A mí las ranas me dan muchísimo repelús” “Para que me mueva. CRoac, croac. Primero debes acariciarme la cabeza y después darme un besito” “¡Qué asco! Se me revuelve el estómago con sólo pensarlo. No puedo soportar las ranas” “Mala suerte. CRoac CRoac. Pero si no me das el besito no me puedo ir” “¿ Por qué me ha tenido que pasar esto a mi precisamente hoy que estoy tan cansado?” “Croac. Mejor es esto que te hagan un hechizo que te condene a ser una rana. Croac Croac” “¿Por eso hablas? No siempre fuiste una rana” “No . Croac, CRoac. Slurp” “Te acabas de comer una mosca” “Es asqueroso. CRoac. Croac. Pero no he podido evitarlo. Antes de ser una rana, yo era concejal del Ayuntamiento de Murcia” “¿Quién te hizo esto?” “El mismo brujo. CRoac croac. Que nos tiene condenados a esta crisis. CRoac. Croac. Después de muchos días de estudio había llegado a la fórmula para neutralizar el hechizo que nos tiene en la ruina. Croac. Croac. El brujo se enteró y aquí me tienes comiendo moscas” “¡Qué mala suerte, para uno que actuaba con buena fe!. Yo te acariciaría y te besaría pero no puedo” “ Si me besas, desde el ayuntamiento te daré lo que me pidas. CRoac. CRoac” “Pero si ahora estáis tiesos” “Simpre se puede hacer algo croac croac” “Mira, ahora que lo dices, al colegio de mi hija le vendría de perlas arreglar el gimnasio que está cerrado porque no tiene bomba de achique, y renovar algo el mobiliario” “Eso es fácil. Pide algo más. CRoac. Croac” “Yo tengo trabajo. Me conformo. Arregla algún otro  colegio y por favor abaratad el bono de transporte, que la gente va tiesa” “Hecho. CRoac. Croac. Ahora bésame” “Uno , dos y tres. No puedo” “Por favor. Bésame. Croac CRoac. Tenemos que acabar con la crisis” “las mejoras en el colegio y en el municipio están en juego, el bono transporte está en mi mano. Lo voy a hacer. Lo voy  a hacer. Una dos y … MUAAAA. ¡Puaj!”

Se levantó una humareda y sobre la cama apareció un hermoso concejal con una traje de Armani , zapatos Sebago, cinturón de Hermes, camisa Carolina herrera y corbata, alfiler y gemelos de Moschino. Se sacudió el polvo que había dejado el humo . SE atusó el cabello. Se bajó de la cama y se dirigió a la puerta dejando de lado a su desencantador que sólo vestía una toalla entorno a la cintura.

“No me ha costado mucho. ¿Cuándo vas a hacer lo del colegio y lo del abono transporte?” “¿Qué?” “Lo que me has prometido” “Mira. De ti para mí. Nunca hagas mucho caso a un político en campaña”

lunes, 17 de septiembre de 2012

El BARQUERO


“Esto es un fórmula uno” “Un fórmula uno no, pero tecnología fina sí” “Tienes un montón de pilotos. Debe ser muy complicado manejarlo” “En absoluto. La mayoría son testigos. Para ponerlo en marcha sólo tengo que darle a este botón para el encendido. Este otro para comenzar a dar presión a las bombas hidráulicas. Este otro para abrir la caja de los viajeros. Con este la cierro. Este otro lo pone en marcha y este más alejado me confirma la marcha.  Y este asa que es la parada de emergencia. Está todo numerado” “Pero es alucinante. Pero para desmotar esto .¡Tela!” “Es lo más fácil de todo. Ahí donde lo ves, la atracción no es más que un camión con la cuba desplegada y el mástil donde engancha el eje es esencialmente una grúa enorme. SE pliega solo y se vuelve un camión. Es muy rápido” “Como un transformer” “Exacto” “¡Qué chulo! Mi abuelo y yo tenemos que darnos una panzada de montar perno a perno para que todo esté listo, y asegurar cada coche y cada coche con sus cables, y si se rozan, que se rozan mucho en invierno a final de enero que no tenemos ferias los pintamos. Tírale líneas con el pincelito. Acabas con los riñones destrozados” “Desde luego es mucho más incómodo. Pero” “Pero nada. Es mucho más incómodo. Ya quisiera yo tener una como estas en vez una rueda de caballitos, pero hasta de segunda mano tienen que valer una pasta” “Mucho” “Pero qué gozada” “Sí” “Bueno. Muchas gracias por enseñármelo. Si quieres luego te invito a algo” “No hace falta. Ha sido un placer. Si quieres un día te dejo manejarlo” “Jo tío. Sería lo más grande” “Pues te pasas un par de días y un día que libre me dejas tú a mi en la tuya” “¿Qué interés vas a tener tú en una rueda de caballitos”

Sí, sí que me interesa manejar una rueda de caballitos. Yo soy feriante. Hijo y nieto de feriantes. La feria, los viajes, los chiringuitos, la música, las luces, los papelillos y los fuegos artificiales han sido nuestra vida y nuestra muerte en accidentes o por puro cansancio como mi abuelo que sólo salió de su rulot en la ambulancia que lo llevó a morirse al Hospital Reina Sofía en Córdoba. Ni cama le pudieron dar. De la observación a reanimación, de un sitio a otro como había vivido. Mi padre y  mi abuelo fueron feriantes. Yo soy hijo de feriantes pero yo soy un cajero de un banco. La atracción es una empresa, con acciones, dividendos amortizaciones y desgravaciones. Las decisiones de esta empresa ya no se toman mientras lo montas y lo desmontas, si la gente ha venido o no, si el tiempo a acompañado o ha llovido cada día sino en una reunión de la sede social, donde la voz cantante la lleva mi primo el economista con su máster de ESADE que no ha pisado ni una feria. No sé lo que soy y lo que soy no me gusta por muchos botones de colores que tenga en mi cabina o por la cantidad de vatios de música que lance al exterior. No me satisface tener acciones de un bulldozer. “Oye” “Decidme” “Queremos ocho entradas” “Lo siento es hora de cierre la máquina se ha desconectado” “Venga. Se acaban las fiestas. Somos ocho danos una vuelta” “No es que no quiera. Es que se ha terminado chicos. La máquina está programada para pararse a esta hora. Esto gasta mucha energía para estar encendido en balde” “Pues nos vamos a los caballitos” “Lo siento”

“Abuelo está usted echando la lona. No lo molestamos” “¿Qué queréis?” “Se acaban las fiestas. Vamos chispadas como piojos no se lo vamos a negar pero nos apetece mucho darnos una última vuelta antes que acaben las fiestas” “Coño. Montaros que yo también he sido joven” “Abuelo. Que estamos cerrando” “Coged caballos. Y tú también. Deja de recoger. Mira que chicas tan guapas. Las niñas bonitas no pagan dinero” Y puso a todo volumen al montar la barca me dijo el barquero las niñas bonitas no pagan dinero. Las muchachas reían . Su nieto reía. Él cantaba a carcajadas mientras bebía tragos de un bote de cerveza. Enfrente, con las luces apagadas un transformer tomaba la forma triste de un camión. En la cabina un muchacho los miraba, las risas y los caballitos viejos y repintados que subían y bajaban.

domingo, 16 de septiembre de 2012

LAS BABUCHAS


“¿Abuela vas a estar esta tarde en tu casa?” “Si hasta las siete que después he quedado a andar con mis amigas” “¿Me invitas a un café?” “Y a lo que tú quieras” “He vuelto de viaje y te he traído una cosica” “¿Y para qué te molestas?” “Nos das tú siempre que salimos. Luego nos vemos que tengo ganas de darte un abrazo. Cuelgo que tengo que arreglarme”

Me gusta que mi nieta venga a verme. Me gusta verla hacer cosas que yo no habría soñado hacer. Está terminando su carrera, ha viajado por sitios que yo no sabía ni que existiesen, es guapa, o por lo menos yo la veo muy guapa, tiene buenos amigos, sus amigos la quieren, respeta a su madre y de vez en cuando viene a verme a mi. Muchas veces sin avisar. A veces he tenido que rehacer mis propios planes, pero los veo tan poco que no voy a ponerle pegas. Voy a hacer unos buñuelos en un momentico que le encantan.

Están ricos. Luego no podré comer ninguno. Ella médico y yo diabética, me pondría la cabeza a cien. Tomaré otro con un poquico de azúcar. Que sea lo que Dios quiera.

El portero eléctrico. Ahí está. Mírala que guapa hasta en blanco y negro. “Sube”.

“Hola abuela dame un abrazo” “Mua mua mua mua. Te comería a besos. Tan alta y tan guapa. Estás más delgada” “No abuela estoy bien. Tú siempre me ves más delgada. ¿Huele a buñuelos?” “Acabo de terminarlos. Me han salido riquísimos” “Abuela que eres diabética. No los habrás probado” Se relame un pequeño resto de azúcar glas de la comisura “No hija no. Yo no puedo comer dulces, ya lo sé, son para ti” La nieta lleva una bolsa en la mano. Deja la bolsa y el bolso colgados de la percha de la entrada. La joven pasa de largo el salón que sabe que su abuela que vive sola no usa mucho, deja atrás las fotos de bodas y bautizos de la pared, de las comuniones y graduaciones, y en el lugar de honor la de su abuelo que falleció hace ya diez años. En la primera puerta a la derecha está la sala de estar, la mesa camilla en el centro, el mueble del televisor enfrente, la mecedora al lado con el gato que se levanta y se frota con las perneras de su pantalón al reconocer en ella el olor de la familia. Se sienta en la mecedora. Curiosea la labor que hace su abuela: el cuello de una chaqueta de punto. “Aquí tienes tus buñuelos . ¿El café cómo lo quieres?” “Manchado” “Aquí tienes la leche condensada” “Están buenísimos abuela. Cómo te echo de menos. Tengo que venir a verte más” “Cuando tú quieras. Yo siempre estoy aquí o muy cerca. ¿Dónde has estado esta vez?” “En Marruecos abuela” “¿Y qué tal?” “Me ha gustado mucho. Tienen unas costumbres un poco radicales para nosotros, pero tiene mucho encanto, en muchos lugares es como viajar en el tiempo cincuenta, cien años o más” “No sé yo si firmaría eso cariño” “Claro que no abuela, ni yo tampoco, pero es algo muy interesante. Te ayuda  a apreciar cosas que tenemos cada día y te encuentras otras nuevas” “No sabes cómo me gusta oírte” “¿Y con quien te has ido? ¿Tienes novio?” “Abuela me he ido con mis amigas. Soy muy joven para tener novio” “Pues a ver si se te va a pasar el arroz que a tu edad tu madre ya estaba casada” “Eso era antes. Tú no sufras. ¿Un poquico de mistela no tendrás?” “Sí. Ya te la traigo” Cuando salió no pudo evitar mirar la bolsa colgada en la entrada. Tenía una cierta curiosidad por su contenido. “Abuela te he traído un regalico. Te lo doy” “No te levantes. Dime qué es y termínate los buñuelos” “Unas babuchas” “¿Y eso qué es?” “Las babuchas son como unas zapatillas que usan en Marruecos en su traje típico incluso para ir por la calle. Te las doy” Qué atinada había estado. Unas zapatillas, con la falta que le hacían. Y con lo cortas que estaban las pensiones nunca veía el momento de cambiarlas. Mientras su nieta iba a la bolsa a traerlas, cogió las suyas que estaban hechas una pena y las tiró a la basura con los restos de las sardinas en escabeche y las pepitas de melón del medio día. Descalza regresó. Se acomodó en la silla.

“Toma abuela” Le extendió dos zapatitos muy bonitos de poco más de tres centímetros. “¿Eso qué es?” “Unas babuchas de imán. Verás qué bonitas quedan en el frigo. ¿Qué haces descalza abuela?” “El podólogo me lo ha dicho para que no me duelan los callos” “Me tengo que ir. Muchas gracias por los buñuelos y el café. Dame una par de besazos” “Adiós guapa".

Cuando la puerta se cerró se acercó a la basura. Los jugos había empapado sus zapatillas. Las babuchas refulgían en el frigo. Abrió el monedero. Había algunos euros para acabar el mes. Luego se pasaría por los chinos de la esquina por unas zapatillas nuevas.

sábado, 15 de septiembre de 2012

UN CORAZÓN DE MANZANA


A la altura del Marble Arch entré en Hyde Park.  Prefería pasear entre césped y arboledas a pesar del frío y la amenaza de lluvia que soportar el ruido del tráfico que buscaba el norte de la ciudad. Las manos en los bolsillos del abrigo. La marcha rápida de las distancias largas. El cuello encogido como las tortugas para evitar el frío. El pequeño pedestal del Hyde Park Corner me pareció triste. Aquel era un lugar de peregrinaje de la España de la Dictadura. Ahora casi nunca hablaba nadie allí en un mundo que  ha perdido la fe en las palabras. El mundo de hoy sólo cree en el tiempo que pasa rápido, en la energía y en la fuerza. A estas alturas del año no quedaban hojas. A la altura de Buckinham Palace crucé a mi parque favorito en Londres, Saint James. No iba a ningún sitio. No tenía ni quería ir a ningún lugar. Me senté y miré unas ardillas gordas que se acercaban a los pocos visitantes que sabedores de su presencia las alimentaban. En el lago patos, ocas y cisnes. De vez en cuando se zambullían. Respiré hondo. Miré al cielo que se había puesto gris al compás de una brisa procedente del  Támesis. Me subí las solapas del abrigo y cerré los ojos. Los abrí. Miré al suelo. En el cuero de mis botas manchadas del barro del camino comenzaban a posarse algunas gotas finas como la cabeza de un alfiler o el estambre de una amapola. Algunas ráfagas de viento agitaban las ramas de los robles. Las ardillas se habían subido a los árboles. No llevaba reloj. Había conseguido perder la noción del tiempo. Había escapado de la reunión que me estaba asfixiando. Bastaba por hoy de trabajo. Cada vez quedaba menos espacio para el asalto de nuevas gotas. La superficie lisa del lago parecía completamente esmerilada. Mi gorra de lana y el abrigo podrían aguantar la humedad aunque la lluvia tupida pero fina arreciase. A mi espalda sonó el bisbiseo de la carrera de una ardilla con su cola enhiesta y desplegada que corría hacia la pata delantera del banco donde me encontraba. Se dirigía a un corazón de manzana apoyado junto a mi bota. Antes había mirado y no estaba. Alguien lo había arrojado quizás en un momento de abstracción o en un momento en que el sueño me hubiese vencido. La ardilla se detuvo a un palmo de mi bota. Se movió de delante hacia atrás dando saltos, estudiando las intenciones de un desconocido. La miré y miré el resto de manzana. El corazón de manzana era mío. Lo cogí entre el índice y el pulgar. La ardilla esperó que se lo lanzase. No. Era mío. La ardilla gruñó y se marchó hacia su árbol.

Alguien la había comido aprisa, como comen lo gusanos, sin hacer una pausa entre uno y otro bocado. Entre el peciolo y los restos de los pétalos sólo cabía una boca pequeña, a ambos lados había dejado una corona casi en forma de sombrilla. Restos de pintalabios se mezclaban con el verde de la piel y el blanco ya anaranjado de la pulpa. Una mujer joven, tal vez casi una niña, o una mujer pequeña china o vietnamita con un pintalabios barato que la obligaría a retocarse a cada momento. Junto a mi bota. Una bota vieja marrón y sucia con el verde, el blanco y el rojo, sobre el césped y bajo un cielo grisáceo. 

Algunas gotas más gruesas. El esmerilado del lago se convirtió en un tintineo. Líneas diagonales se dibujaban en el espacio con  cada gota. Mi abrigo estaba ya empapado.  Miré el roble. La ardilla estaba agazapada a sotavento de las ráfagas de lluvia. Lancé el corazón de manzana a las raíces nudosas que emergían del suelo. No se movió. Eché a andar de vuelta. Avancé diez metros y me giré. La ardilla corría ya de vuelta con su comida hacia su refugio. En Marbel Arch encontré a mi compañera con su impermeable amarillo recién estrenado. No preguntó donde había estado.

LA RELIQUIA


“¡Viva la virgen de la Fuensanta!” “¡Viva!” No soy creyente. No tengo fe. Quizás una vez la tuve pero poco tiempo. Se me pasó. Sin embargo he seguido con algunas tradiciones. De un modo folclórico, porque si no no tendría mucho sentido. El segundo o tercer martes del mes de setiembre los murcianos suben a su patrona a su santuario de la Fuensanta. Cuando la patrona de la ciudad subió el puente de los Peligros la seguí, sólo pensaba hacerlo hasta la iglesia del Carmen, unos  quinientos metros más allá. Inmerso en un río humano pierdes una parte de tu individualidad. Eres un ser colectivo, un apéndice de un todo mayor que como una enorme serpiente se extiende desde la explanada del monasterio hasta la puerta de la catedral de Murcia. Cuando pasaba junto al trono me habría gustado portarlo un rato, por participar, pero impensable en ese punto. Me acerqué, admiré el mantón de este año, que estaba bordado de un modo sencillo al modo de los refajos huertanos, le daban un tono de mayor calidez que el hilo de oro o el raso. Estaba admirando el bordado del manto cuando oí una voz. “Este año hay más gente que otros” “No lo sé. Yo hace más de quince años que no venía” Respondía sin mirar “Pues sí si hay más gente” “Si usted lo dice” Era una voz agradable, dulce y tranquila. Escuché las quejas de un niño. “Calla hijo mío que todavía falta mucho para llegar al santuario. Yo también estoy cansada. Entre los nervios del viaje, la noche que me has dado y lo mal llevado que está este año el paso voy muy mareada” “¿Necesita algo?” Miré detrás y a los lados y no había ninguna mujer con niño. “Eh. Que estoy aquí. ¿No me ves?” Juraría que la voz venía de lo alto. Miré el paso y vi a la virgen haciendo arrumacos al niño Jesús. Fue entonces cuando se detuvo el tiempo. El sol tomó una luz más tenue, como cuando cambias una lámpara incandescente por una de bajo consumo. Los portadores del paso, todo el mundo de la romería, e incluso el agua de los brazales y las acequias o el viento o las hojas de los árboles se detuvieron. La gravedad, como aceleración que es, sin tiempo no funciona y dejó a los pájaros suspendidos en el aire. Mi reloj no se movía, pero yo sí. “Ayúdame  por favor que me voy a bajar un rato a estirar las piernas. Que sí Jesús, que te cambio ahora mismo” Dejó la corona en el trono. Se sentó en el borde. Me pasó al Niño. Me lo puse al hombro y de inmediato oí un hipo, olí a agrio y sentí la humedad caliente y ácida traspasar mi camiseta. Le tendí la mano y de un salto bajó. Se sacudió del manto y la túnica los restos de pétalos y me extendió las manos para coger al niño “ Te ha vomitado” “No importa. Son cosas de niños” “Ayúdame a buscar un pañalico” “¿Dónde?” “Muchacho, en algún carro. Tú crees que alguien se iba a negar a darle un pañal al niño Dios” “No creo” “Alcánzame una botella de agua fresca de ese puesto” “Vale un euro” “Yo no llevo dinero encima, puedo compensarle después” “Yo lo dejo” “Qué honrado eres” “No me gusta tener deudas señora” “Y eso que no crees en la vida eterna” “Pues no, pero ¿cómo sabe usted eso?” “He parado el tiempo para despejarme, eres el único testigo y me preguntas que cómo sé que no tienes fe” “Tiene razón” “Bueno este ya está limpito, me he refrescado y se me ha pasado un poco el mareo. ¿A que es guapo mi Jesusico?” “Sí señora” Me quedé con el niño tomado y me dejó otro lamparón en el otro hombro. Me encajé entre dos portadores del trono, le puse la mano a modo de palafrén y la ayudé a subir. Se puso la corona. Me pidió el Niño. Se arregló el manto y la túnica. Me dijo adiós y dejó  la mirada perdida de los místicos.

“Nene apártate de ahí que si tropezamos vamos a tirar a la virgen” “Perdone señor. Ya me salgo” Me aparté: miré la imagen que en realidad sólo era un busto y unos ejes para montar la ropa. Miré a mi derecha miré a mi izquierda. A los dos lados olía agrio.

jueves, 13 de septiembre de 2012

BRICOLAJE


Adhesivo de montaje rápido, tan rápido que permite pegar objetos en el techo o las paredes. Olvídese de las púas lees en el expositor. Terminas tus vacaciones. Vas a aprovechar para acercarte a la playa para poner algunas cosas. En setiembre ya no hay gente. Te gusta ver el mar con la tranquilidad de la soledad. Piensas por un momento la cara de satisfacción de tu mujer cuando has salido. No se lo podía creer. Bricolaje. Voluntario. Tú que has tenido años cuadros apoyados en la pared y nunca has encontrado el momento de juntar la broca con el percutor. Hace un buen día. Sol. Calor. Un poco de viento. Abre con llave la puerta de la calle. La cierras a tu espalda. No hay ningún coche aparcado en los aledaños de la urbanización. Vas a tomar el ascensor pero desistes. No quieres ni pensar que dejase de funcionar. Son sólo tres pisos y gracias al adhesivo con que vas a restaurar algunos alicatados el peso que acarreas es bastante liviano. La casa huele a húmedo y a cerrado. Abres un hilillo la ventana para evitar la corriente. Extiendes un mantel viejo y unos periódicos para no manchar nada. Si no manchas no tendrás que limpiar. Coges el cilindro del adhesivo. Lees las instrucciones. Se debe montar en la pistola metálica para aplicarlo de modo progresivo. Debes limpiar de polvo y restos las dos superficies a adherir. Advierte sobre su ventaja: es muy rápido. Buscas la pistola en el armario de la galería. La regalaban con dos cartuchos de silicona que no llegaste a usar. Retiras el émbolo y lo ajustas a la parte posterior del cilindro. Cortas con un cúter la  punta y le pones el aplicador. Coges la primera baldosa. Aprietas el gatillo de la pistola varias veces y la base del cilindro no se mueve y su contenido no sale. Retiras el émbolo para volver a comenzar. Lo vuelves a intentar y falla en el avance. Quitas el capuchón con la intención de recortar un poco más, quizás se haya secado en el interior del conducto. Aprietas en la base. Recortas un poco más. Vuelves a apretar. Introduces en la punta una púa. Con el estímulo, toda la presión que había acumulada en el interior del cilindro estalla y un chorro de adhesivo te salta directo a la cara. Lo esquivas, pero tu agilidad tiene el precio de perder el equilibrio. Caes y apoyas la mano. No te has hecho daño afortunadamente, podrías haberte roto la muñeca. Has tenido suerte. O eso crees. Intentas levantarte  pero no puedes. Tu mano se ha pegado al suelo. Has caído sobre el pegamento derramado. Tiras pero te arrancarías la piel o incluso el brazo. Apoyas la otra mano para hacer más fuerza. Te vuelves a resbalar en los periódicos y apoyas la mano sobre el adhesivo. Ahora tienes las dos manos atrapadas. Por más que tiras no te puedes soltar. Estás atrapado con tu propio adhesivo sobre el suelo de tu casa de la playa en setiembre. No gritas porque nadie te va a oír. No tienes otra que esperar avergonzado a que alguien venga a rescatarte. Son las nueve de la mañana. Tu mujer regresa del trabajo a las seis de la tarde comprobará que no estás. Esperará unas horas y hasta la hora de la cena no echará de menos tu falta. Tratas de controlar tu organismo. Intentas buscar una postura, pero con las dos manos pegadas boca abajo ninguna es confortable. Tienes ganas de orinar. Siempre que te pones nervioso. Te concentras. No puedes. Aguantar hasta la noche.  A mediodía suena el teléfono. Alcanzas a ver la pantalla, es la foto de tu mujer. Suena tres veces y cuelga. Pensará que estás comiendo y que te has dejado el teléfono. Tienes los brazos dormidos. Las muñecas se te están inflamando. Si te duermes el dolor punzante de los brazos dormidos te despierta.

Te has meado. Te has dormido quince minutos y el sueño te ha traicionado. No deja de ser un alivio de la presión del bajo vientre. A media noche gira la llave. Menos mal que no has dejado la llave puesta. La luz se enciende. “¿Qué haces ahí?” “Me he quedado pegado ayúdame. Llama a los bomberos” Ella suelta una carcajada“ Los bomberos no. Voy a los chinos a comprar disolvente” “NO me dejes sólo que estoy cansado” “No te dejo solo. He venido con mi hermana y mi cuñado que se van a quedar contigo”. “¿Cómo estás?” “Estupendamente” “¿Funciona la tele?” “Sí” “Hermana no tardes” “Media hora”

miércoles, 12 de septiembre de 2012

LA MEDIA LUNA (ANEMIA XXI)

Había fracasado en su viaje a Estados Unidos. Un simple retraso de unas horas podía destruirlo. Sin embargo, dueño de una librería y noble cuando estuvo vivo, tenía un cierto gusto por los libros que no perdió al caer al averno de los vampiros. Vlad quería viajar. El avión quedaba descartado. El barco era posible, pero no en un crucero, donde una caja llena de tierra en un compartimento llamaría la atención. Un buque de carga era lo mejor. Las sentinas de un carguero son tan oscuras como la noche. Un error, un retraso o un adelanto no tendrían efecto alguno. No quería riesgos. El Norte de África. Tánger le pareció un destino adecuado. Además encontró la ventaja de la escasez de católicos, librarse de las incómodas cruces. Tomó una habitación interior exigiendo que estuviese cerrada. Quedaba cerca de la mezquita. Cuando el muecín llamó a la oración de la noche Vlad despertó de su letargo. Estaba algo mareado por el viaje en barco y muy hambriento. Corrió las cortinas y la luna entró sin obstáculos. Miró la playa que aun estaba llena de gente. No esperaba unas costumbres tan nocturnas. Sobrevoló la ciudad. Le gustaban la luz tenue de sus casas y barrios, sólo los neones más cercanos a la costa rompían la tranquilidad de la oscuridad. Olía a canela, a hierbabuena y a cominos. A las afueras un fuerte olor a sangre en los lugares en que se sometía a los animales a sacrificio mirando a La Meca , degolladas para que la carne fuese hallal. Bajó. No soportaba más el dolor de los colmillos. En un parque apartado la figura de una mujer con hiyab hacía la oración de la noche hacia La Meca. Cuando fue noble y guerrero y vertió sangre en los campos de batalla, le excitaban los velos de las mujeres,  encontraba irresistible la insinuación de lo oculto. Se detuvo. La miró hacer los últimos rezos. Le levantó el velo y clavó sus dientes en la yugular sin darle tiempo a reaccionar. Sorbió y no encontró sangre. Sólo un sabor fuerte a ceniza y putrefacción. La mujer se volvió y le apartó de sí. Le habló en árabe. Vlad no recordaba ningunas palabras de su lengua. Antes sí, cuando fue humano sabía palabras de guerra, insultos y palabras para amedrentar. Cuando ella se dio cuenta de que no le entendía le habló en español. “¿Qué haces perro?” “Lo que voy a hacer, beber tu sangre” La mujer comenzó a reír a carcajadas. SE le acercó. Alzó su mano tatuada de gena al cuello de Vlad y lo levantó del suelo. “Suéltame. ¿Quién eres?” “Soy lo que eres tú. Una bebedora de sangre. Hacía mucho que no te veía” “¿Me conoces?” “¿Quién crees que te hizo inmortal?” “Desperté y recordé un sueño donde una mujer me besaba el cuello y después me mordía” “Fui yo. Se puede decir que fui tu madre inmortal” “Los mortales aman a sus madres. Yo te odio” “Solo podemos odiar, el amor se reserva a los vivos” “¿Por qué rezabas? ¿Era un cebo para llamar mortales?” “Eres un ignorante. Los ashiras también conocidos como cainitas cumplimos los preceptos del profeta adaptados a nuestra vida en la oscuridad. No hacemos las oraciones diurnas y el Ramadán lo hacemos por la noche. Debemos ser piadosos porque la inmortalidad no nos preservará del juicio final el último de los días sin haber disfrutado del mayor de los premios para un buen musulmán, el paraíso, esa es nuestra condena. Vente vamos a comer algo” “¿Adónde vamos?” “ Aquí cerca en el malecón hay una discoteca llena de infieles y malos musulmanes. Allí puedo saciarme” “ A mí me da igual la fe que profesen” “No debe morir nadie. Sólo en periodos de guerra o si hay peligro para la Fé verdadera nos está permitido matar” “Yo tampoco mato a mis mejor ganado” “Vamos” “Te va a gustar. El alcohol de los católicos estropea el sabor de la sangre” “Eso va en gustos, luego te digo”

martes, 11 de septiembre de 2012

LA CUEVA DE HÉRCULES


El primer día no había sido bueno. El aterrizaje en el aeropuerto de Tánger casi les permitió tocar los granos  de arena que de Norte a Sur se extendían casi hasta el horizonte. Hacía calor en la península y en Marruecos. Un taxi, un Mercedes antiguo con la vibración de los motores diesel les llevó al hotel. “Estoy deseando darme un baño” “Sin deshacer la maleta bajamos a la playa”.  En la habitación miraron hacia el mar. El espigón del puerto, camellos y caballos en una playa inmensa de arena blanca. Desde el malecón hasta el agua no menos de trescientos metros.”Hay un problema amor” “Me estoy poniendo el bañador” “Yo no voy a bajar” “Hace mucho calor. Hace un momento te apetecía” “Mira la playa” “Magnífica” “¿Quien hay?” “Gente. No mucha porque ya es setiembre” “No veo ninguna mujer ni siquiera en bañador y yo sólo tengo un bikini y muy pequeño pequeño. Las pocas mujeres que hay van completamente vestidas” “Ellos tienen sus costumbres” “No me voy a encontrar cómoda. Bájate tú si quieres” “No me hagas esto” “No me gusta sentirme observada” “Vale pues yo tampoco bajo. No te preocupes. Lo entiendo” “¿Qué hacemos?. La medina la vamos a visitar mañana” “Vamos a la cueva de Hércules” “¿Una cueva?. Las cuevas son todas iguales” “Viene en todas las quías. Tiene que ser interesante” “No me apasiona pero vamos”

Tomaron un nuevo taxi idéntico al anterior pero con la puerta delantera que sólo se cerraba con la ayuda de un cordel. Les dejó a la entrada de un camino que se abría en una plaza, desde cuyo borde se veía el mar veinte  metros más abajo. Entraron en la cueva. Lo más espectacular de la gruta era que se abría al mar y la forma en que lo hacía remedaba el perímetro de África. Por turnos unos niños hacían un salto suicida desde seis metros de altura a una poza no más ancha que un brocal. “Esto no es más que una cueva” “Bueno pero de camino hemos visto el paisaje, nos hemos mezclado con la gente. Mira qué buena pinta tienen esas sardinas. Las acaba de hacer a la plancha” “¿Has visto la cantidad de moscas que hay alrededor?Y no se ve a través de los cristales del expositor” “Pero están asadas. Eso no puede ser malo” “Te he dicho que no lo voy a probar” “Propón tu algo” “No sé. Tú organizaste este viaje” “Lo organizamos los dos” “Me gusta complacerte” “O sea que me reconoces ahora que no te apetecía venir aquí” “No es eso, pero para playa prefiero La Manga o si quieres Altea o Benidorm” “¿O Ibiza?” “ Sí Ibiza habría estado bien” “ Y me lo dices ahora. El primer día del viaje cuando nos queda una semana” “No todo va a ser malo” “Empiezo a pensar que ha sido un error venir aquí, o mejor dicho venir contigo” “Ahora te estás pasando” “No me estoy pasando, de hecho creo que tú también habrías preferido no venir” “No pongas palabras en mi boca” “No son palabras, son hecho, son gestos. Uno no está feliz si no está con la persona con quien quiere estar” “Estás sacando las cosas de quicio porque no me gusta el aspecto de unas sardinas” “No es sólo  eso. En el avión no me has dirigido la palabra ni me has mirado.  Cuando te he hablado te has hecho la dormida. Y desde que hemos llegado… hemos estado en sitios infinitamente más sucios y has estado a gusto. Quizás con quien no quieres estar es conmigo. ¿Te callas?” “No me callo. Te voy a hablar y muy claro. Quiero irme a casa. Este viaje no ha tenido sentido. Tú querías arreglar algo que ya no tiene arreglo. Pero no tiene sentido. No pretendas culparme. Ahora lo veo claro. Si mañana encuentro un vuelo regreso. El viaje ha terminado, por lo menos para mí” “¿No nos vamos a dar una última oportunidad?” “Era ésta la última oportunidad y ha pasado” “Lo siento” “Yo no. Es lo mejor, Al fin el del viaje ha sido un dinero bien invertido” “Lo siento” “Volvamos al hotel que tengo que buscar vuelos".

CURTIDORES


“Pasen por favor. Entren y distribúyanse entre las distintas pilas. El olor no es agradable si alguien no lo  puede soportar que se quede fuera. De todos modos sabían que íbamos a venir y lo han limpiado para nosotros” En lo más alto de la medina de Tetuán atravesando los gremios de los recoveros, carpinteros, albañiles y fontaneros ,un giro, una puerta estrecha y el espacio se abre. Multitud de pilas de agua de distintos colores desde blanco hasta ocres se distribuyen por el espacio junto a la alcazaba como un damero multicolor. Paso y salto sobre una pelliza fresca sin tratar cubierta de moscas. La cabeza está en su lugar sin desollar , las órbitas están vacías. No hay ningún techado salvo un cuarto de dos o tres metros cuadrados donde también hay una pila llena de agua. En ella hay metido un hombre delgado que continuamente se agacha sumerge las manos en el agua, saca una pelliza ya sin pelo, la eleva sobre su cabeza y la deja con un chasquido  sobre un montón de cueros a medio tratar similares. Se agacha y vuelve a coger otra y hacer exactamente  los mismos movimientos. Cada cuero que saca nos chapotea. Nos mira sin hacer un solo gesto ni de reprobación ni de burla ni siquiera de cansancio.”Aquí se prepara de forma artesanal el cuero para nuestra artesanía. Como ven es un proceso laborioso donde el cuero se va liberando primero de impurezas y posteriormente se va tratando con sustancias que le dan la dureza y flexibilidad necesaria para hacer babuchas carteras o bolsos”. No puedo evitar mirar al hombre sumergido. Un hombre haciendo un trabajo de máquina. Lo miro y me mira. Doy dos pasos hacia atrás y piso la pelliza.  El hombre deja de golpear las pieles se lleva las manos a la cabeza y me increpa. Lo miro y noto un dolor agudo en el talón. Evito gritar para no llamar la atención porque creo que he hecho algo que no debía hacer. Me miro el lateral de la sandalia y veo sangre. El hombre me mira y mira la pelliza. Mira la pila de cueros húmedos que ha sacado del caldo sanguinolento en que se encuentran y gira la cabeza de un lado a otro. Frunce los labios. Me mira y leo en sus ojos un no ves lo que has hecho. Sólo he pisado la pelliza. Sin querer. Ya me he hecho yo daño no sé con qué. Mi pie sangra. Que la hubiesen quitado si es cierto que lo han limpiado todo para nuestra visita. No sé qué podía tener esa pelliza de especial. El hombre se volvió al agua y siguió con su trabajo. Antes de empezar apartó las pieles que ya había fuera del agua y comenzó un nuevo montón. Miró la pelliza que lo miraba y me pareció que le decía algo sin mirarla directamente a las cuencas donde estuvieron sus ojos. Me volvió a mirar con resentimiento y siguió con el nuevo montón.

Cuando salimos me acerqué al guía. “Perdone Abdul. He pisado sin querer la pelliza  que había en el suelo y el curtidor que estaba en la pileta me ha parecido que se ha molestado” “Son gente supersticiosa. Este oficio es anterior a la dominación árabe de Marruecos. Los oficios se han heredado a lo largo de generaciones y también las supersticiones. Por eso no han quitado esa pelliza cuando hemos entrado. Cuando de madrugada a las tres o cuatro de la mañana los carc
niceros les traen los fardos con las pieles, deben dejar una pelliza al sol mirando a la pileta donde empiezan a procesarlas” “La que he pisado es la de hoy” “Sí. A la puesta de sol, cuando dejan de trabajar por unas horas la piel  sigue ahí. Por la mañana sin embargo cuando regresan no está, un cordero sacrificado dicen que viene a recuperarla. Si por algún motivo la piel se mueve o desaparece, las pieles del día se perderán, hagan lo que hagan, al menos eso dicen, se pudrirán” “Por eso se ha cabreado” “No te preocupes. Se le pasará”. 

Volvimos al hotel. Al salir de la ducha mi compañera vio la sangre en mi pie. “¿Qué te ha pasado en el pie?. Estás sangrando” “Una oveja me ha mordido”

LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ


Cuando salieron del hotel de Tetuán hacía una noche magnífica. Algo bochornosa como corresponde al fin del verano pero con un cielo límpido. Se distribuyeron en los dos coches que les conducían a la boda de Narvin, su compañera de trabajo. Les acompañaba el guía, un hombre enjuto y muy serio pero que sin servilismo se desvivía por atenderlos. Les acompañaba también un amigo del padre de la novia que había sido el Delegado de Turismo de Tetuán. Aunque la boda estaba prevista a las ocho y media, ya les habían advertido que a esa hora no  habría nadie. A las nueve y media comenzaron el camino. El que fue delegado de turismo insistió en mostrarles una zona de la ciudad. Callejearon hasta alcanzar el mar. De repente se encontraron en medio de un mercado enorme de casi un kilómetro de longitud con tenderetes de ropa de segunda mano. El señor les informó que era ropa que procedía de España. Cáritas la vendía ahí para convertirla en dinero líquido para sus proyectos de asistencia. “¡Pare por favor, pare por lo que más quiera!” El conductor ante el alarido de la mujer se detuvo. Como los cinturones no funcionaban dos o tres pasajeros emperejilados acabaron rodando por el suelo. “Abra por favor. Abra inmediatamente” Abrió. La mujer saltó del autobús. Se cogió el vestido largo. Y de puntillas porque llevaba tacones corrió en la dirección en la que habían venido. Revolvió entre la ropa y sacó del montón un trozo de tela. Su marido corrió tras ella. Entrablaron una  negociación con el vendedor. Salió un billete de cincuenta euros y regresaron. Cuando subió al autobús, ella sudaba. Gotas negras de rímel se deslizaban mejilla abajo. La espalda del vestido de gase estaba empapada y por detrás los flecos que se habían rozado con el suelo se habían ennegrecido. Al subir al autobús el sonido del desagarro anticipó un siete enorme en la tela. A pesar del todo la mujer sonreía. Los otros viajeros la miraban. “Es mi vestido favorito. Lo perdí hace seis meses. Y lo he encontrado. Qué suerte que nos hayamos venido a este mercadillo. Desde la ventana he visto aparecer un trocito entre otro montón de ropa. Mirad qué bonito” Extendió un vestido con olor a rancio estampado de color verde chillón con mangas y atado en la cintura.

Seis meses antes el día después de otra boda la misma mujer lavó con esmero el vestido y lo tendió protegido del sol para que esos estampados tan bonitos no perdiesen un ápice de su colorido. Era un día ventoso. Era sábado. La mujer salió. El marido vio el vestido tendido. Cuanto odiaba esos estampados y ese color. Y aún odiaba más cuando ese trozo de tela que habría resultado deslucido para un mantel o para una cortina de un baño, lo vestía su mujer. Le resultaba repulsivo entrar con ella del brazo vestida con semejante atuendo. Él con traje gris y ella con verde esmeralda le hacía sentirse blanco de todas las miradas. Y era su favorito. Y estaba tendido en la terraza, protegido del sol, para que el verde chillón no se atenuase ni un píxel. Su mujer no estaba. Era su oportunidad. Pero ¿cómo?. Vio zarandearse el toldo con dos ráfagas de viento. Su oportunidad. Salió a la terraza. Lo arrancó sin quitar las pinzas. Corrió escaleras abajo. Cruzó la calle. Vio el contenedor de ropa y juguetes. Lo introdujo en el balancín lo elevó y cayó al interior. Respiró aliviado. Ella lloró mucho y muchos días después de dar por finalizada la búsqueda de lo que el viento se llevó.

Cuando llegaron al lugar de la celebración unos mozos vestidos de sarraceno les saludaron y les invitaron a entrar. Con la luz la mujer contempló el estado penoso de su maquillaje y los destrozos en su vestido. “Menos mal que he encontrado mi vestido favorito” Se metió al baño y regresó con aquel vestido puesto. Él trató de sentarse antes de que le alcanzase, pero llegó por detrás. “Mira cariño ¿A que me favorece?” “Sí cariño” Ella le cogió del brazo y recorrió el camino más largo hacia la mesa que tenía reservada. Tocaba un grupo de música andalusí muy parecida al flamenco pero más y mejor orquestada.

lunes, 10 de septiembre de 2012

UNA CABEZA DE TIBURÓN MARTILLO


Nunca imaginé que vería un tiburón martillo en una mesa del mercado de la medina de Tetuán. No olía a pescado. Olía a gallinaza. Pequeños puestos a los largo de calles frescas estrechas de lo que debe ser en su conjunto uno de los más grandes centros comerciales del mundo. Poco más allá los encurtidos. Más abajo la casquería, cabezas de cordero enteras sin desollar. Dulces. Ropa. Hilos, paredes de ovillos de hilo. Carpinteros, fontaneros, curtidores trabajando malolientes zamarras de cordero medio sumergidos en aguas infectas del mismo modo que se hacía hace mil años o más. El guía que alardea de su parecido con Butragueño nos condena a un ritmo rápido que sólo se ralentiza en los lugares que él considera aptos para comprar. Es el pan de su casa. Es ameno y es claro. En poco tiempo nos introduce en una cultura condenada quizás a la extinción. Salimos de la zona de tiendas. Enfrente una puerta centenaria. Las casas de la medina fueron casas señoriales, sin ventanas al exterior, con la luz proveniente de los patios. El guía nos señala una ventana un poco más arriba y a la derecha de la puerta. Hay mujeres que no salen de su casa sin es con sus maridos. Si alguien viene y llama a la puerta, se acercan a la ventana sin mostrarse. Si por la voz reconoce que es un hombre responden que no hay nadie, que venga más tarde. El guía, el Butragueño, nos explica que en su cultura hay que librarse de las habladurías, porque si un hombre entra a una casa con una mujer sola qué saben los vecinos que está ocurriendo en el interior. De ese modo se previenen las tentaciones y las habladurías. Murmullos entra la  mayoría de las mujeres que nos acompañan.

“Señor, señor” Miro y es un anciano desdentado, encorvado, creo que ciego, o al menos tuerto por la mancha blanca en una de sus córneas. “Si me da unos euros le contaré una historia que ocurrió en esa casa hace mucho tiempo” Una historia. ¿Quién se puede resistir a una historia por unos euros. “Diez euros” “A esta casa vino una vez un ciego que suplicaba caridad por los caminos y acababa de llegar a Tetuán. En el mes de agosto de su calendario aquí hace mucho calor. No conocía las calles por las que caminaba agarrado a las paredes. Los comerciantes de la medina no son generosos cuando la venta es escasa para familias tan largas. Caminaba sin destino y con frecuencia se perdía en la maraña de callejas. Y así perdido llegó a esta casa. Tocó a la puerta. Ante la falta de respuesta volvió a tocar. Tengo sed y tengo hambre dijo. Siguió el silencio. Tengo sed y tengo hambre insistió. No hay nadie aquí respondió una voz. Ahora fue él quien calló. Aquel sonido le quitó las pocas fuerzas que le quedaban. A rastras se marchó y tropezó en el dintel. Durmió al raso. Por la mañana acudió al haman a tomar un baño. Repitió los pasos del día anterior y se apostó bajo la misma ventana. Tengo sed y tengo hambre. La respuesta esta vez no se retardó. No hay nadie venga otro día. Vendré respondió y se arrepintió de sus palabras. Pero regresó. Antes de llamar ella respondía. Nadie. Nadie sabe cuanto tiempo estuvieron así, pero lo que sí se sabe es que su marido, un viejo mercader regreso a casa un día, entro por esta puerta y la mujer por la que su padre en dote había recibido veinte camellos y dos docenas de cabras, con sus dieciocho años no estaba. Juró matarla, arrancarle las uñas, los ojos y lapidarla con piedras afiladas. Lo habría hecho. Era la ley. Pero no la encontró. Unos dicen que estuvo a punto, pero se le escaparon; la mayoría dice que al ver imposible la huida, al saber los dos que si la encontraban a ella al menos le esperaba una muerte segura, se arrojaron al mar en un acantilado del Cabo Espartel; otros sin embargo juran que los vieron en una caravana de beduinos que desde Fez hacían el camino hacia las tierras lejanas de Egipto. Y es que al amor no se le pueden poner puertas” “Ni ventanas. Muchas gracias. Me adelanto que me quedo retrasado del grupo y no sé si sabría salir de aquí”

HASTA QUE LA MUERTE


“Ha sido un desastre” “Como siempre” “Pero un avión no se estrella todos los días” “Como siempre. La muerte siempre es la muerte con olor a podrido o a quemado, mucho silencio y después lágrimas, y a veces ni eso” “Jefe no creo que sea usted tan frío” “No lo soy. Es mi trabajo. Tengo que buscar pistas de lo ocurrido, si ha sido una negligencia del piloto o del mantenimiento en tierra, un defecto de fabricación, un vicio adquirido con el uso o un sabotaje o simplemente una acumulación aleatoria de desgracias que se han unido en un momento fatal del tiempo. ¿Sabes lo que me impresiona, qué me supera aunque permanezca sereno?” “No” “Los heridos. Los vivos que temen el trance de la muerte y gritan o guardan silencio. Eso, pero los muertos. Los muertos callan. Lloran sus allegados, pero a esos yo no los veo?  Pero dejémos de filosofar. ¿Cuántos muertos tenemos?” “ Noventa y seis o noventa y siete” “¿Noventa y seis o noventa y siete?” “No lo sé” “¿Hay algún herido grave o moribundo?” “No hay heridos” “Entoces si hay restos dispersos de cadáver, toma muestras de ADN de cada uno de ellos. Después si no quieren o no tienen presupuesto que no lo procesen, pero que no nos pase como a los que hicieron la identificación de los cadáveres del Yacolek que se estrelló con militares en el Cáucaso” “No señor, no hay fragmentos que no podamos identificar. Tenemos noventa y siete cadáveres achicharrados” “Y si tienes noventa y siete, por qué reduces las víctimas a noventa y seis. ¿Quieres volverme loco?” “Los cadáveres están contados. Han muerto abrasados atados a su asiento. Ha sido fácil el recuento pero nos sobra uno” “¿Sobra uno? Pues tíralo a la basura. ¡cómo te va a sobrar uno! ¿Es que estoy rodeado de ineptos?” “Aviación civil ha cotejado la tripulación, la lista de tarjetas de embarque y la grabación del finger de entrada y del entorno del aeropuerto. Para ellos el pasajero de la 23 E no existe” “Y la caja negra” “Nada raro hasta que el piloto no controla la fuerza de los motores. Ninguna referencia a un polizón” “¿Has recogido una muestra de la dentadura además del ADN?” “Está hecho” “Si no hay otro remedio esperaremos a que alguien denuncia su desaparición”.

“Jefe, se acuerda del cadáver que quedó sin identificar del accidente aéreo” “Claro” “Hay una novedad” “Al grano que esto no es una novela negra” “La mujer ya estaba muerta al menos cuarenta y ocho horas antes” “¿No insinuarás que un asesino se lleva el cadáver de su víctima en un vuelo comercial repleto de pasajeros y tiene la mala suerte de que se estrella?” “No. La mujer falleció por las metástasis de un tumor” “Entonces se la llevaban ya muerta sentada para ahorrarse el ataúd de zinc. ¡Esta crisis!” “ Jefe se me antoja poco probable” “Que revisen esa información y si se confirma pide una orden al juez para tener acceso a los certificados de defunción de esos días”

“Ya tengo los resultados preliminares. La necropsia confirma los resultados preliminares y nos da una edad aproximada de cuarenta años. En esos días  murieron en la región diez mujeres de esas características, tres de ellas de alrededor de cuarenta años” “¿Historia dental?” “De dos de ellas” “¿Y?” “Una coincide con la mujer no identificada del avión siniestrado” “¿Quién es?” “La esposa del pasajero del asiento 23 F” “Un cadáver junto a su marido que muere en un accidente. Sigue sin cuadrarme, aunque elogio tu trabajo” “Y menos que le va a cuadrar” “¿Queda más?” “ En el cementerio donde estaba enterrada” “Supuestamente” “El sepulturero asegura con la foto que conseguimos que era ella. El mismo sepulturero escuchó un chasquido o un chirrido al anochecer cuando terminaba su labor de mantenimiento del cementerio. Se acercó a inspeccionar. La lápida estaba movida y dentro de la fosa la caja estaba abierta y vacía. Puso denuncia ¿Sabe lo mejor?” “Me lo temo” “La hora estimada de la supuesta profanación” “¿La misma del accidente?” “SÍ”

jueves, 6 de septiembre de 2012

LA ÑORA


“Miguel ¿Estás muy ocupado?” “Luis te conozco de hace muchos años y miedo me da cuando pones esos ojillos” “No te lo vas a creer” “Tú estabas con la investigación de las ñoras desde hace siete años, cuando mi ascenso” “Sí” “Y no te aburre investigar tanto tiempo un pimiento seco” “Miguel no me gusta que hables así. A mí me a apasiona pero esto no tiene nada que ver. O mejor dicho, sí tiene que ver pero no directamente, pero los resultados  son grandiosos y muy muy rentables” “Mira que aumentar la producción agrícola en un mercado saturado y tan local va a tener poca repercusión. No te emociones” “Me dejas que te cuente” “Vamos allá” “Las ñoras son un pimiento seco, casi una cáscara de la que sólo se puede sacar algo de pulpa y como condimento al rehidratarlas” “Sí” “Pero tiene un problema” “¿Cuál?” “Las pepitas” “Vale igual que las sandías, pero en un producto de un consumo infinitamente mejor. De hecho no he destinado tus recursos a otras líneas porque eres tú” “Pero lo cierto es que las pepitas molestan porque dan un cierto sabor amargo” “¿Y en qué cambia eso las cosas?” “Que las pepitas no sobran. A mí no me gusta producir vegetales  que no sean capaces de desarrollar un ciclo biológico. Los plantones que venden masivamente las multinacionales son estériles” “Eso sí es un negocio, nadie puede copiarles la patente” “Pero a mi no me gusta, y tampoco es ecológico. Si tú te comes un tomate y haces de vientre en el campo, un tomate natural dará lugar a una nueva tomatera en el lugar de tu deposición” “Fantástico” “Eso es natural” “Y resumiendo. ¿Qué logro me vas a presentar?” “Estaba a punto de conseguir una semilla que no tenga mal sabor” “Y has fracasado” “No. En los últimos cruces he encontrado algo mejor” “Te estás alargando” “Míralo tú mismo” “Qué son estos cristales rojos” “Rubíes” “¿Rubíes?” “Lo he comprobado con un joyero. Rubíes de una altísima calidad” “¿Y de donde salen?” “Imagínalo” “¿De las semillas de los pimientos?” “Después de someterlos al secado tradicional. Y si se cultivan verdes dan lugar a otras plantas” “Esto es una broma” “No . Te he traído una . Ábrela” “¡Coño! Es verdad,No se lo habrás dicho a nadie¿Al joyero?” “Le dije que era una herencia” “Esto puede hacernos ricos” “Y para esta región es como encontrar petróleo. NO va a cobrar lo mismo un bracero de ñoras que un cultivador de rubíes” “O un gerente o un investigador principal. Enhorabuena. Quizás obtengas el Nóbel” “No es para tanto. Ha sido casualidad” “Y el descubrimiento de la gravedad por Newton” “Pero a ese no le dieron el Nóbel” “O la radiactividad a Marie Curie” “ A esa sí” “Por favor guarda silencio que en dos días hablamos para ver cómo podemos poner esto en marcha”

“Miguel ¿puedo pasar?. Me dijiste dos días y hace ya una semana” “Ahora te iba a llamar. Me voy” “Ahora que tenemos esto en marcha” “Me voy por esto” “TE despiden” “No. Me voy a Nueva York, consejero delegado de la empresa Den Bosch” “No entiendo” “Den Boch es el mayor productor mundial de rubíes” “Podíamos haber buscado una empresa de la región, A Tomás Fuertes el de El pozo, o de España Amancio Ortega o Botín para que desarrolle el proyecto” “El proyecto no se va a desarrollar” “Nadie quiere cultivar plantas y en dos meses obtener zafiros. Es la piedra filosofal. No entiendo nada” “Es demasiado fácil” “Eso es lo mejor” “Eso es lo peor. Si aumenta el  stock mundial de rubíes en un diez por ciento, las acciones de Den Boch valdrán la mitad. Si aumenta en un cincuenta no valdrán nada” “Nadie lo quiere” “Den Bosch lo quiere, pero para dormirlo y así todos contentos” “Contento tú” “Lo olvidaba, para ti han dejado esto , una renta anual de un cuarto de millón de euros , pero tienes que desaparecer y trasladarte a tu casa de Trinidad y Tobago. Y si te aburres vas temporadas a Miami. Ya has trabajado mucho por la ciencia” “Si hubiese conseguido que no fuesen fértiles a lo mejor si lo querrían” “Seguro” “Sería sencillo” “Hazlo” “No eso no me gusta. Está bien así. Me voy Trinidad”

miércoles, 5 de septiembre de 2012

EL VAGABUNDO


“Juan soy su asistente social” “¿Es usted doctora?” “De algún modo. Yo no arreglo enfermedades pero sí problemas sociales. O por lo menos lo intento” “Yo ya estoy bien” “Le van a dar el alta hospitalaria” “¿Dónde vive usted?” “En la calle” “¿En algún lugar en concreto?” “El puente de La Fica, donde ponen la feria pero ya me he cansado. Ahora con las fiestas no puedo decansar. Voy a cambiar de ciudad” “¿Tiene familia?” “Tuve” “¿O tiene?” “NO lo sé. Ellos no me han buscado y yo no los necesito” “¿Tenía algún oficio antes de vivir en las calles” “Sí. En Francia era ingeniero” “Es francés” “Tengo o tenía doble nacionalidad. Mis padres eran españoles” “¿Qué le llevó a la calle? El alcohol, las drogas, el juego o algún problema de salud…” “….mental. No” “Hombre como lleva usted el pelo y la barba tan largos.. y esas uñas, ¿qué miden? Diez centímetros?” “No las mido” “Pero eso no es muy aseado” “O eso o los bichos” “Me ha dicho que no bebía” “Y no bebo” “Pero usted ve bichos y eso es típico de los alcohólicos” “Veo bichos cuando hay bichos, cuando no los hay no los veo” “Qué clase de bichos” “Eso depende” “¿De qué” “No me va a creer. Nadie me cree. Pero cuando lo ven se alejan de mi” “dígamelo pruébese. Le advierto que en mi trabajo estoy acostumbrada a muchas cosas” “Cierre la puerta” “Esté atenta” 

Se arrancó un cabello de la barba y lo arrojó como quien se deshace de un explosivo al suelo en la esquina de la habitación. El cabello planeó bajo la mirada de ambos. Se posó en el suelo. 

“No pasa nada Juan, pero no se preocupe. Podemos ayudarle, pero antes necesito que el siquiatra perite su estado de salud” “Espere”

El pelo se retorció. La asistente miró a la puerta que estaba cerrada. También la ventana como en todos los hospitales. El aire también estaba en silencio. Comenzó a agitarse. Avibrar a un ritmo cada vez más rápido y a hincharse. En su lugar un enorme gusano comenzó a reptar.  Por el suelo. La asistente cogió una revista y lo aplastó. Lo cogió con un papel y  lo tiró al baño. Por el camino apreció el gesto de dolor de Juan que se retorcía en la cama.

“¿Qué le ocurre Juan?” “Ah. Déjeme un momento. Ah”

Regresó del baño. Estaba tendido en la cama. Con los ojos cerrados. Respiraba profunda y lentamente. Se sentó al lado y guardó silencio. Hacía un repaso mental de lo que había visto. Paso a paso la metamorfosis del pelo de un hombre en un enorme gusano blanco.

“¿Se encuentra ya mejor” “Ya se pasa. Son dolores terribles, peor que si  me infligiesen el dolor a mí” “Y eso con un simple cabello” “Por eso no me corto las uñas, ni me quito un padrastro. Cualquier resto de mi cuerpo, una vez se separa da lugar a insectos, gusanos, alimañas” “Pero ¿Por qué?” “No lo sé. Una enfermedad, una aberración genética o una maldición. No lo sé” “¿Y empezó de golpe?” “Absolutamente. Hace cinco años fui a la peluquería. Me retocaba el cabello y me hacía la manicura. En cuanto varios mechones tocaron el suelo, decenas, cientos de cucarachas, gusanos, moscas y tábanos llenaron el salón. Las clientas y las peluqueras salieron aterradas. Sólo yo me quedé allí porque el dolor que se me producía cuando aplastaban aquellos bichos me impedía moverme. Y desaparecí” “Pero Juan de algún modo podemos ayudarle. Espéreme un minuto".

Quince minutos después, cuando volvió a la planta, observó desde la escalera, de vez en cuando, algunos pequeños gusanos parecidos a la procesionarias. Se cuidó de no pisar ninguno. Los apartó con el pie y los puso en un sobre para liberarlos. No le volvió a ver. Seis meses después leyó un suceso en la prensa. Unas mujeres habían visto cómo un hombre malvestido y de cabello gris muy largo se acostaba en los raíles del tren que llegaba. Se acercaron. Pero al llegar no vieron ningún cuerpo, sí un lobo y cuatro serpientes del tamaño de una pitón.