jueves, 31 de mayo de 2012

GRANITOS


“¿A ti te pasa que al tocarte un granito de la espalda notas algo en otra parte del cuerpo?” La miro raro “No me había dado cuenta” “No me ocurre sólo a mí. Lo he comentado  con otras amigas y también les pasa” Se lleva la mano a la espalda. Hurga y pellizca.Ves. He notado como una rampa en el pie. Me llevo la mano a la espalda. Hay un folículo inflamado. Lo pellizco y solo aprecio dolor en la zona. “ Yo no noto nada” “ Son unos granos en particular. Más duritos.” Sonrío. “No me crees. A mí me gusta. Tú te lo pierdes”. “Quizás ocurre como en la acupuntura, hay zonas que interfieren con la inervación de otras, en las astas posteriores de la médula espinal” “No  lo sé pero a  mí  me gusta”.

Cuando ella no me ve me busco en la espalda alguno de esos granos, sin éxito. Por la noche, es verano, mientras mi compañera duerme miro su espalda. Debajo de uno de los tirantes de su camiseta hay un lunar oscuro, grafito,  y muy redondeado. Quizás son esos los puntos de que hablaba Carmen. Me acerco. Lo rozo. Lo pellizco. La pierna derecha lanza una patada. Gruñe pero dormida. Es curioso. Vuelvo a tocar esta vez con un pequeño giro a la derecha y la pierna se mueve, pero ahora hacia atrás y me golpea con el talón en la espinilla. Me conduelo pero en silencio para no despertarla. La luz de luna que entra por la ventana me muestra otro punto brillante en la base del cuello. Lo aprieto y el brazo derecho se mueve. Hacia la izquierda. No lo suelto y el brazo permanece en alto. Lo giro y el codo se dispara hacia atrás. Lo esquivo. Hay al menos diez puntos de ese tipo una vez sabes buscarlos. Uno a uno ensayo los movimientos que producen. Manejando a la vez dos de ellos e introduciendo giros o pulsaciones, los movimientos son cada vez más complejos. Es divertido manipular así a alguien mientras duerme. Con la destreza que da la práctica podría lograr cualquier cosa sin sacarla del sueño. Veo un número infinito de posibilidades a mi hallazgo, incluso algunas terapéuticas.

Sigo manipulando granitos, y en un momento dado, se pone rígida, las manos cruzadas hacia arriba y dejo de escuchar su respiración.  Acerco la oreja a su pecho. Su corazón no late. Espero unos segundos y sigue sin respirar y sin latir. La he matado con mi manipulación. Comienzo la reanimación, cinco masajes y boca a boca. Su pecho se insufla pero sigue sin latir. Recuerdo la melodía de los Bee Gees , sin éxito. Estoy muy asustado. Maldigo los granitos. La giro. Comienzo a pulsarlos todos en distinto orden. Pulso, toco acaricio, retuerzo, pellizco, froto. Un resuello. He escuchado un resuello. Su tórax se ha insuflado. Exhala. Inspira. Pongo la oreja y capto el latido. Respira. Late y duerme. Respiro yo también y me duermo jurándome no revelar a nadie mi descubrimiento del cuadro de mandos humano que todos tenemos en la espalda..

LA PRIMA DE RIESGO


Él tenía trabajo. A fin de mes cobraba, no mucho, pero sin demoras. También tenía salud. Sus dos hijos lo querían, tenían salud y trabajo. La convivencia con su mujer era sencilla y agradable después de muchos años. No era rico. Sus necesidades y un poco más estaban cubiertas. Debería ser feliz.

Pero no. No lo era. Desde que como un virus en todas las noticias de radio o prensa se coló la prima de riesgo no podía ser feliz. No dormía. No sonreía. Había perdido el apetito. No tenía ganas de hablar. Cada vez más. Sus amigos y su familia se preocuparon.

“Me voy a quedar en la cama” Después de una noche en vela”¿Estás malo?” Nunca había faltado al trabajo. “No me voy a levantar porque el mundo es muy triste” “No estás bien” “Estoy mejor que nunca” Su mujer lloró y respetó su decisión. Cada día le rogaba que depusiese su actitud.

Liberado del mundo exterior. Sin la interrupción del sueño comenzó a estudiarse por dentro. No podía cambiar el mundo que no le gustaba, pero podía controlar su cuerpo mejor que nadie lo haya hecho. Fue fácil mantener una misma posición sin moverse un milímetro ocho horas o más. Los músculos, los huesos y los tendones no tenían mérito. Más difícil fue el control visceral. Sencillo regular los movimientos intestinales. O la producción de orina. Más complicado la respiración. Superficial y escasa hasta bajar de cinco respiraciones por minuto sin que su cerebro echase de menos el óxigeno. Lo logró. Estaba cada vez más orgulloso de sus logros. Quedaba la prueba última: El ritmo cardiaco. Cada semana bajó dos a tras pulsaciones, otras tenía una lamentable vuelta atrás y las pulsaciones remontaba. Pero fue tenaz y cada latido quedó bajo su control. Sus células se adaptaban a la falta de oxígeno, sus mitocondrias se detenían, dejaban de oxidar, era muy sencillo, parar los ciclos bioquímicos a voluntad. Había dado con el interruptor que le permitía controlar las funciones de su vida.

Su familia primero lo tomó como una locura. Después enfadados concluyeron que era un juego macabro. Luego simplemente se olvidaron de él. Se ocupaban de su aseo a la vez que limpiaban y aireaban la habitación.

“No late. No respira. Ha muerto” vino la ambulancia.”¿Cuánto tiempo lleva así?” “Meses” “¿Meses?” “Progresivamente pero meses” “ No parece tan enfermo” “Está así porque quiere” “Pues ha conseguido morir” dijo después de estudiar el trazo recto y plano del electro. El enfermero del 061 iba a taparle el rostro con la sábana “Parpadea” Volvieron a tomar registros. No respiraba. No latía. Sin embargo su sangre tenía un contenido adecuado de oxígeno y su temperatura era de treinta y seis grados. “ Así no puedo certificar la muerte. Nos vamos” Sus hijos se disgustaron. Lo sacaron de la cama. Lo apoyaron en la pared unos días. Pasaron varios años. Cambiaron la decoración de la casa. A su nuera no le gustaba el efecto que hacía el abuelo paralizado y lo subieron al trastero donde les sobrevivió a todos.

Hoy la casa está abandonada. Si entráis y veis una escultura llena de polvo. Cubierta de telarañas, seguramente es él.

martes, 29 de mayo de 2012

AGRESION

“Oiga ¿qué falta para que atiendan a mi padre?”. Un hombre joven entra en el pasillo de urgencias de la Arrixaca. Trata de ser educado pero está alterado. En sus ojos hay el brillo del cazador. Quizás hay el brillo de algo más.

“Señor hay mucha gente esperando” “Mi madre lleva dos horas sin que nadie la vea” “¿La han visto en el triaje?” “¿Eso qué es?” “La sala número uno” “¿Un sudaca?” “ Se llama Héctor” “Un sudaca de mierda y a mi madre tienen que verla ya” “Señor espere fuera o llamo a seguridad” “Me va a tocar los huevos” Dispara el puño. El residente sale despedido contra el mostrador. Un enfermero corpulento se pone en medio. El residente alto y delgado, se toca la nariz. Está noqueado. Sangra por las dos fosas nasales. Cuando se espabila. Tiene algo en la boca. Escupe. Son dos dientes. Se toca. Los dos incisivos superiores han volado. Le dan una gasa. Los guarda y se los mete en el bolsillo.

“Vete a casa. El jefe de la guardia pondrá una denuncia. Ahora te curan y te vas a casa” Está avergonzado. Lo ha noqueado un hombre menos corpulento. Es un hombre. Joven. Inteligente pero un hombre. Había mujeres delante. Alguna de ellas le interesa. Y lo han noqueado. Trata de ser racional. A ella no le va a importar. Pero ¿Y si le importa?. No se va a casa. Se va a quedar a terminar su guardia. Va a escribir una página épica dentro de una historia aburrida y desabrida como es una guardia de urgencias de hospital. “NO me voy” “Estás loco” “Que no me voy. Dadme unos segundos y sigo” “Te he dicho que te vayas” “No me voy . Es mi decisión” El coordinador lo entiende. “De todos modos si cambias de opinión sabes que no hay ningún problema” Lo sabe. Resopla satisfecho. Al expulsar el aire se conduele.

A lo largo de la noche es el centro de la conversación. Trata de ser modesto pero le satisface. Quizás no ha sido tan malo. Ella lo ha mirado distinto. Los ojos se le están hinchando.

Pasa claramente de la medianoche. Los integrantes de su turno se retiran a sus habitaciones. Deja los bolígrafos, el fonendoscopio, su libreta , la cartera y algún libro de bolsillo desperdigados por la pequeña mesilla. En una gasa aparecen sus dos dientes. Casi lo había olvidado. Se roza los huecos. Mellado. Una sonrisa arruinada hasta que la restaure. Siente un poco de congoja. Echa de menos el punto de violencia que le habría llevado a golpear a aquel tipo. Deja la gasa en la mesilla con las dos reliquias ensangrentadas. Sueña despierto con que golpea a su agresor , le ve sangrar como sangra él y escupir un centenar de dientes o más . Se duerme.

Lo despierta un tintineo sobre la mesilla. A veces han robado. Enciende la linterna. Sus dientes quebrados han desaparecido. En su lugar hay dos monedas de chocolate. De nuevo el tintineo en dirección a la puerta. Un ratón huye de la habitación

lunes, 28 de mayo de 2012

LITIUM


No debería haberme dejado las pastillas de litio. El psiquiatra me advirtió que estaría bien mientras  las tomase. Si las dejaba, quizás alentado por la fase maniaca que intentaba manifestarse,  podría volver a las andadas. Pero las dejé. Y salí un par de fines de semana y me encontré como nunca. Todos disfrutaban más con mis ocurrencias, menos en casa que no me comprenden. No debería haberlas dejado.

Desempeñaba mi trabajo con normalidad. O al menos eso creo. Hasta aquel día que no me pude controlar. Estaba de guardia en la séptima planta de la Arrixaca. La guardia estaba siendo muy tranquila. No puedo culpar al ajetreo de mi trastorno. Me eché a la una. Leía más de media hora y el sueño no venía. Apagué la luz. Los ojos abiertos. Ni un parpadeo. Conté ovejas. Pensé en cosas agradables. Los ojos seguían abiertos. Quería levantarme. Por otro lado no debía levantarme. Tenía que descansar para no descompensar mi enfermedad. A las tres me dio gana de orinar o mi subconsciente brotado me hizo creer que tenía ganas de orinar para que me levantase. Me levanté. Liberado de la presión sobre el pubis. Con el último goteo se me ocurrió algo. Divertido. Nunca preguntéis un por qué a un maniaco. Salí del baño. Salí de la sala. Las luces de las plantas estaban apagadas. En la sala de espera junto a los ascensores no había nadie. Pero había un extintor. Siempre había deseado vaciar un extintor. Sonreí. El metal rojo estaba frío y era muy pesado. Quité el seguro. Sujeté la manguera y disparé. A mi alrededor una niebla blanca espesa que iluminó la penumbra del silencio. Casi no podía respirar. Cerré los ojos.

Los abrí dispuesto a huir hacia la habitación y a escuchar el movimiento del hospital. Pero lo que vi me dejó inmóvil.

Estaba rodeado de decenas de siluetas blancas que vagaban de un lado a otro sin que las paredes o las máquinas expendedoras suspusiesen un obstáculo. Cuando chocaban con una superficie la silueta se remarcaba. Cuando aparecían al otro lado la nube blanca los cubría de una forma cada vez más tenue. Sus rostros de escayola o alabastro mostraban muecas de dolor , sufrimiento y desesperación. Me moví. Todos me rodearon. Me dirigieron muecas amedrentadoras u obscenas, como las que se dirigen a alguien que no te ve. Estaban confiados en su invisibilidad. Permanecí quieto, aunque algunas muecas eran horribles.

Tengo alergia. La nariz me picaba. Aspiré y estornudé. Con el torbellino de mi aire exhalado desaparecieron dos cabezas que tenía enfrente. El resto se miraron sorprendidos unos a otros varias veces. En un gesto de oh. Después un gesto de Ah. Corrieron hacia los muros donde dejaron por unos instantes sus siluetas, dos de ellas decapitadas. Volví a estornudar. Ya estaba solo. Era el momento justo de regresar a la habitación.

“¿Qué ha pasado?” Una enfermera salió a curiosear. “ Unos gamberros que han vaciado el extintor y después han huido”.

Volví a la habitación. No pude dormir. No es agradable dormir entre seres inmateriales que atraviesan las paredes.

domingo, 27 de mayo de 2012

DESAPARECIDO


“Señora deje de llorar y ayúdeme si quiere que encontremos a su marido. Dice usted que ese sábado cuando salió a correr empleó más tiempo en despedirse de sus hijos” “Sí. Normalmente de madrugada sólo cierra la puerta de los niños y se va. El sábado entró a arroparlos. Y tardó en salir de cada habitación. No mucho pero sí más de lo normal” “ Tome un clínex”.

Siempre se despertaba antes que sonase el despertador. Esperaba. Un instante antes de la alarma, la desconectaba. Tocaba una tirada larga de dieciocho kilómetros. Terreno llamo, la mota del río. Sentado en la cama miró el dorso de sus manos. Las giró. Vio sus pies desnudos. Se encontró extraño. Supo que era su último día. Era la hora. Miró atrás a su compañera que le dijo que cerrase la puerta de los niños y se dio la vuelta. Pasó a la habitación de cada uno de sus hijos. Los arropó y los besó. Les susurró a cada uno un adiós. Se detuvo en la puerta de la habitación de cada uno. Una última mirada y cerró. Le apeteció desayunar. Tostadas. Tomate. Aceite y sal. Sabía que era un último deseo.

“Inspector ¿Han averiguado algo?” “Con los datos de las zapatillas, hemos seguido las pisadas hasta el kilómetro siete. Ahí los dos pies se ponen en paralelo y abruptamente desaparecen” “¿Le han secuestrado?” “No por la fuerza. Se habría resistido. Habría pisadas incompletas o pataleo. Salvo que le hubiesen enlazado desde arriba desde un helicóptero, que alguien habría oído en la zona”

Ajustó los calzoncillos, estiró los calcetines, se puso vaselina en los pezones para evitar rozaduras en un trayecto largo que sabía que no iba a terminar. En la calle estiró como siempre. Comenzó a trotar. No estaba alegre ni triste al recorrer por última vez cada uno de aquellos pasos. Los clientes fumadores de la ventana del bar tampoco lo miraron distinto.

“Hay un carril bici. A esa hora pasa mucha gente” “En ese momento se abatió un banco de niebla sobre el cauce del río y su ribera” “¿Nadie vio nada?” “ Un ciclista llamó ayer e insistió en que no le tomáramos por loco, pero justo a la hora en que calculamos que desapareció, levantó la niebla, tan rápido como había caído, pasó al lado de una nube de mosquitos con forma y movimientos humanos. Ni siquiera se asustó. Lo tomó como un azar de la naturaleza. Se detuvo a unos metros. Miró atrás y ya no había nada”

Abandonó el pueblo sin mirar atrás. Trotó por la arena suelta después de varios días de calor. Le dolían las articulaciones con el esfuerzo. Poco a poco sus movimientos comenzaron a engranarse y los metros transcurrían con facilidad. Hacía calor cuando cayó la niebla espesa y fresca. En el cielo la figura del sol como en una eclipse y las ovillos de nubes que se deslizaban con la brisa de la mañana. Llegaba al lugar. Se detuvo en medio de la niebla. Salió el sol. Hacia él venía un ciclista. Lo rodeó una nube compacta de mosquitos de un zumbido que más parecía un tintineo. Vio reflejos tornasolados. Reflejos y tintineos  cada vez más débiles hasta que ya no vio ni oyó nada.

sábado, 26 de mayo de 2012

EL TERCER HOMBRE


A veces el tiempo se antoja una frontera muy endeble.

Tres hombres y tres mujeres pasan a la terraza de un restaurante. Mediodía. Junio. Hace sol. Hace calor pero llega la brisa. Dos parejas son residentes en la zona. La tercera no.

“Me habían hablado de este lugar” La tercera mujer está complacida. El plan ha surgido sobre la marcha. El tercer hombre no dice nada. Toman asiento alrededor de una mesa. La camarera les ofrece la carta y les explica la tapa.

El tercer hombre había estado antes en ese lugar. Físicamente. No es un déjà vu. Él si estuvo  allí.
“Diles ya lo que quieres estás despistado” . “Perdón” . El tiempo oscila. Es la misma silla que ocupó unos meses antes. El mismo rincón. La misma perspectiva de la barra. “¿Pero dile qué quieres?” “ Lo mismo que tú” “ ¿Y de beber?” “Una cerveza” “ Ya hemos pedido una jarra” “No me he dado cuenta”. Es mediodía o al filo de la medianoche. Hace calor o hace frío. Sólo sabe que es él. La agujas del reloj se tambalean entre  la escena de hoy y la de ayer.

El primer hombre, el más familiarizado con el local, al que saludan los camareros con confianza sirve la cerveza en las copas de los otros comensales. La cerveza se escurre lenta por las paredes de vidrio de la copa. Deja atrás espuma fresca del color de la cera un poco más tostada. Endereza la copa. Dorado. El segundo hombre pasa el índice por el borde de una copa vacía. La copa susurra o aúlla o quizás ulula. Ella también pasó el dedo y la copa susurró, aulló o ululó una noche.

Después de la segunda recarga todos ríen. El tercer hombre está serio y taciturno. Se siente cambiado. Desde que se ha sentado ha vuelto a ser el de aquella noche. La misma mesa. Entonces fue una mesa de silencios. Y de miradas. Y de caricias. También sonrisas. Deseos. El tercer hombre de ayer cuando sólo era el hombre, cuando no había un primero ni un segundo estaba feliz. Hoy no. Recuerdos. Vívidos como si los estuviera viviendo.

La mano en la mesa. Espera una mano que repta. Dos dedos que se rozan. Fuegos artificiales y una bandada de mariposas tornasoladas en el estómago. Sonrisas. “Pásame el pan. ¿no me oyes?” “Toma” La mano que obtuvo la caricia una noche toca la panera de esparto áspero.

“Vámonos ya” El tercer hombre se levanta y mira atrás. Se ha levantado. En la mesa , en la silla queda su recuerdo y enfrente una mujer que no era la tercera mujer. Se mira y la mira. Siente celos de sus recuerdos.

viernes, 25 de mayo de 2012

ESCABECHE


“Buenas noches. ¿Es la Guardia Civil de Beniel?” “ Sí. ¿Qué quiere?” “Iba a cenar…” “ Qué casualidad yo también” “ …una lata de sardinas en escabeche” “ A mí me ha preparado mi santa pollo en ajo cabañil” “ Oiga que soy un ciudadano” “ Y yo. Un ciudadano guardia civil” “Esto no es fácil para mí. Le llamo porque como le he dicho cuando he abierto la lata de sardinas en escabeche no había ni una sardina” “¿Eran de Mercadona?” “Creo que sí” “Pues reclame primero usted allí si la lata estaba vacía” “Es que no estaba vacía” “Pues dígame qué había porque ya me va a dejar con la curiosidad a medio cenar” “ Una mano” “¿Una mano?” “Una mano humana en escabeche. Con su pimentón y su laurel” “¿Está usted de cachondeo?” “No señor guardia. He llegado a casa a cenar muy cansado. No tenía gana de cocinar. Me he abierto una lata de espárragos con la que no ha habido problema. Y una de sardinas donde no había sardinas sino una mano” “¿Se la ha comido?” “ Pues no . ¿Quien cree usted que soy yo?” “En mi trabajo se ve gente muy rara” “ ¿Vienen ustedes a levantar el cadáver? “ “ ¿Qué cadáver” “La mano en escabeche” “ Una mano escabechada no es un cadáver. Suponiendo que usted tenga razón no pasa de ser un resto humano” “¿No va a venir el juez?” “No” “Entonces ¿Qué hago?” “Tráigala usted al cuartel y formulamos una denuncia” “ Si lo sé la tiro” “Haberla tirado. Yo habría terminado de cenar tranquilamente y usted también” “ ¿La mano?” “ Ya me ha dicho usted que no” “¿Entonces voy?” “Sí. Le espero. ¡Ah! No olvide traer la caja de cartón, porque¿ la mano seguirá en la lata?” “Por supuesto. Me he dado cuenta enseguida. El escabeche tenía muy buen aspecto pero me ha dado grima. Una mano humana” “Le espero. Ahora no se eche atrás” “ En un cuarto de hora nos vemos” “ Tómese su tiempo y yo termino de cenar. Una vez escabechada su mano no se va a ir lejos” “No creo señor guardia” “Por curiosidad ¿Se va a abrir otra lata de sardinas?” “ Creo que tomaré un poco de jamón” “Hace usted bien”.

Quizás hay un ser humano muerto en su despensa. Las latas estaban de oferta y compró cuatro paquetes de tres. En una habrá un hígado en otra un corazón, en una tercera dos ojos. En otra medio pie y quien sabe en las demás. Las va a tirar, pero la policía quizas quiera investigar el contenido.

El transporte es complicado. La lata abierta derrama fácilmente su contenido que puede estar lleno de evidencias. La coloca en el interior de un taperware calzada con herramientas del maletero del coche y sale de Alquerías a Beniel. Quince minutos. “Buenas noches. He hablado con usted antes” “ El de la mano” “ El mismo” “Aquí esta´” Abre el taper encima de la mesa. “Es cierto. Tengo que confesar que no le había creído. Voy a redactar el atestado” “Ha traído su DNI” “Tómelo” “Pase conmigo y firme ahí. El papeleo nos va a llevar dos horas, y después avisar al forense” “Yo mañana madrugo” “Como todos. Pero es la ley”. Se escucha un tintineo contra el suelo. Miran hacia atrás. Es la lata. Se ha derramado. Un gato sale por la puerta del cuartel con la mano en la boca. En la calle una decena se le unen. “El gato se ha llevado la mano señor guardia. ¿Qué va a hacer?” “Fregar el aceite del suelo. El escabeche huele bien pero muy fuerte” “NO va a perseguirlo” “Si hay un muerto está en China. Tire si tiene más latas a la basura. Si hay más restos ya saldrán y vaya usted en paz” “Buenas noches” “Buenas noches”

Cuando volvió a casa tiró todas las latas de la alacena. Se acostó pero no se podía quitar el olor a escabeche de la cabeza. Lo aborreció.

jueves, 24 de mayo de 2012

HORA DE CIERRE


“¿Me vende un huevo  y una barra de ayer?” Acaba de entrar un hombre de uno cincuenta años. El traje pasado de moda le queda pequeño.  A pesar de ello lo lleva abotonado sobre un vientre prominente. El cuello de la camisa blanca está sucio. Tiene ojeras. Los carrillos enrojecidos. La mirada torcida. No mira al rostro. No mira de frente. No parece humillado. Ha entrado a la panadería del barrio cuando no había nadie. Su presencia incomoda  a la dependienta. No sabe qué hacer. Sola ante un hombre. Un huevo crudo es una petición imposible. Todo el mundo sabe que los huevos se venden por docenas o por media docena. Se puede separar pero nadie lo hace. Tiene miedo. Le da media docena y un panecillo. “¿Me puede dar alguna moneda para el autobús?” Le alcanza un euro que saca del bolsillo para no mostrar el dinero de la caja. “¿Sólo un euro?” . Le da otro. El hombre duda. Ella está muy asustada. Entra una cliente habitual. El hombre se marcha. Ella respira.

“Menos mal que has entrado. Ese hombre me estaba dando miedo” “Tenía una pinta rara. ¿Me das una barra de pan? ¿Los huevos son frescos?” “Fresquísimos” “Ponme una docena” “Dos cuarenta” Mira el monedero, abre cada uno de los dos compartimentos. Sacude la cabeza. “Apúntamelo. No llevo dinero”  “No te preocupes. Lo pongo en tu cuenta” Es clienta habitual pero sobre todo de fin de mes, antes llegaba al veinticinco. Ahora a partir del veinte tiene que recurrir a la pequeña tienda del barrio.

Falta muy poco para la hora de cerrar. Está cansada. Le pesan mucho las piernas, pero esos últimos minutos pueden redondear la venta corta del día. Un anciano. Nunca había pescado hasta que recogió a su hijo en su casa después de la separación. “Te ha sobrado pan para pescar” “Algo ha sobrado” Siempre le aparta barras del día de las que vienen quebradas o con alguna deformidad. Nunca lo ha visto con cañas. Ni regresar con pescado. Ni alardear de capturas. Nunca  lo ve ir a ningún sitio, pero siempre viene a por pan.

Es la hora. Baja la persiana. Toma las monedas y la caja. Poca cosa. Por la mañana con los proveedores se quedará casi a cero.  Apaga la luz. Sale. Cierra la puerta. Alcanza el asa de la persiana. Se engancha. Tira. Se le ha olvidado su propia barra. Abre la puerta. Enciende la luz.

“¿Vende tabaco?” La ha asustado. Una mulata muy bonita algo entrada en carnes en un vestido muy ajustado. “Sí” “Camel y un Kit Kat”. SE marcha. Se le volvía a olvidar su propia barra, aunque ya casi no tiene ganas de cenar. La persiana se desliza por sus raíles y estalla contra el suelo. El mejor ruido del día. Una noche calurosa. En los pueblos la gente sacaba las sillas a la calle. En la ciudad sólo chorros ardientes de aire.

En la esquina de enfrente el hombre que le pidió el huevo. Se tambalea. Lleva una botella oculta en una bolsa. Ella mira al suelo. Él viene detrás. Tendría que haberse mostrado más enérgica. Fue débil más por miedo que por compasión. Ahora quizás lo va a pagar. El coche está cerca. El miedo la inmoviliza. El hombre se está acercando. A su derecha se abre un portón de una finca. Es el pescador que no pesca. “Ayúdeme. Me persiguen” “Pasa hija”. Cierran la puerta y el hombre pasa de largo. El pescador que no pesca sube y llama su hijo. Una cara triste. Los dos la acompañan al coche. Se va a casa hasta mañana.

miércoles, 23 de mayo de 2012

UN MAL AFEITADO


Ayer salí de casa con mucho sueño. Trabajo mucho. Por la mañana y por la tarde. Tengo la sensación de que la vida se me pasa muy deprisa. Me gusta hacer muchas cosas. Leo. Escribo. Corro para prepararme para una maratón en Abril. Además es primavera y la primavera nos pone raros. O a mí me pone raro. Vamos, un día normal.

En el garaje me senté en el coche, miré el retrovisor para sacarlo del parking y me gusté. Me vi como siempre pero me encontré atractivo. Lo digo como lo sentí. Moreno. Pelo negro y ojos claros. Un ejemplar mediterráneo perfecto si fuese algo más alto. Muchos de mis amigos y amigas son ejemplares mediterráneos bellísimos. No entendía como no me había dado cuenta antes de que si los hombres y mujeres meditérraneos europeos de Italia a Andalucía no existiesen el género humano quedaría cojo. La cultura del mundo quedaría en nada. Era muy afortunado de pertenecer a ese grupo.

Ya en la calle tengo que rodear el pueblo para coger el camino que me lleva a mi tabajo. Me crucé a diez personas: ecuatorianos, bolivianos, magrebíes y un chino. Me enfadé muchísimo esos cuerpos podía llegar a mezclar su sangre con hijos del pueblo. Qué horror. Cuando tomé la última rotonda, un chico de unos quince años iba camino del instituto. Sus andares lo delataban: Mariconazo. Estuve a punto de gritarle por la ventanilla pero me contuve.

Me picaba mucho debajo de la nariz. En la consulta, con mi residente el Dr Antón, me di cuenta de que no me había afeitado el bigote. Yo creía que sí, pero el tacto no engañaba. Me acerqué al baño y  me había dejado una bandita de pelillos debajo de la nariz. Me gustaba a mi mismo. El bigote podía ser un accidente afortunado, pero mi pelo parecía demasiado encrespado, quizás  un poco negroide. ¡Qué horror! Me ausenté de la consulta y en la librería de la entrada del hospital donde venden de todo compré una gomina y me hice una raya pronunciada en el lado derecho con el pelo bien liso. Me encantaba. Muy bien. Debía evitar sonreír, y si lo hacía con un rostro de tristeza. Me puse una bata nueva perfectamente plisada. Uniformidad, Imprescindible.

Haberme dejado el bigote podía ser una señal de demencia, sí, pero me quedaba muy bien. Un destino afortunado

La consulta terminó. En el ordenador entré en youtube. Comencé a escuchar con deleite La Cabalgata de las Valkirias sobre las imágenes de Apocalipse Now donde masacraban a los amarillos desde los helicópteros. Wagner ¡qué maravilla!. Se me erizaban los pelillos de los brazos.

Cuando bien entrada la tarde llegué a casa con mi raya a la derecha , el pelo engominado, y el bigote que había crecido a la velocidad que lo hubiese hecho en una semana, comencé  a hacer gimnasia, para estilizar el legado de mi cuerpo.

 Poco después llegó mi hija.“Papá vas hecho un asco con todo el pelo engominado y esa mierda de bigote”

Mi hijo de 16 años me saludó con la mano alzada y después se carcajeó.

Me miré a le espejo y vi un asco de persona. Un pequeño Hitler. Pasé al baño me afeité insistiendo en el bigote. Me duché un buen rato.

El bigote no ha vuelto a crecer. Estoy contento. Con un afeitado bien apurado puedo haber evitado una nueva guerra mundial.

martes, 22 de mayo de 2012

Ruleta Rusa


“No he podido reunir el dinero. Necesito más tiempo” Las manos cruzadas sobre el pubis. La nuca ligeramente flexionada. La mirada intermitentemente al suelo. Un brillo graso en la frente. Delante una mujer pasada la cuarentena de una elegancia sobreactuada en un despacho que no tiene nada que ver con el barrio en que se encuentra.

“Este es el tercer aplazamiento. Has agotado tu crédito. Terminó el tiempo.” “No se vende nada. No hay un duro en la calle. Pídeme lo que quieras. Lo haré sin dudar” “Tú lo has dicho no hay un duro. Tengo gente de sobra para hacer lo que sea” “Si pierdo mi casa mi familia queda en la calle. No podré mirar a mis hijos” “Haber sido previsor. Es tu culpa. No pretenderás ablandarme con eso” “¡Por favor!” “Quién te ha visto y quién te ve.  ¿Donde está ahora tu chulería, tu mirada arrogante, tus puros caros? Hay que guardar para los tiempos  malos. Te lo dije. Los tiempos malos llegan y son buenos tiempos para personas como yo” “Lo que quieras” “No me gusta verte llorar. Sigues siendo guapo. No estropees mis recuerdos” “Te lo ruego. Si alguna vez signifiqué algo para ti” “ Fuiste todo. Me oyes. Fuiste todo. Pero ahora no eres nada. Te quise. Y te odié. Ahora me eres indiferente. Pero un momento. Estoy muy aburrida. Todo el mundo se ha vuelto aburrido con la crisis” Abre un cajón a la derecha de la mesa y saca un revólver. Lo pone encima de la mesa. “¿Qué es eso?” “Un revólver. ¿No lo ves?” “Qué vas a hacer con él” “¿Yo?. Nada. Tú. Eso es tu oportunidad” “¿Quieres que acabe con alguien?” “Ese revólver tiene capacidad para seis balas. Sólo tiene dos” “Eso deja al azar la vida o la muerte de alguien” “Eso es. Tu vida o tu muerte” “Una ruleta rusa” “Ahora te has dado cuenta” “¿Qué gano?” “ Un disparo. Si hay bala mueres. Tu mujer y tus hijos a los que tanto quieres se quedan sin deudas. Si fallas tú también vives y no hay deudas. Yo siempre pierdo. Tu familia siempre gana. Tú ganas o pierdes. Es un trato muy generoso”. Silencio.

Él estira la mano. Acaricia las cachas de nácar. Es una solución. Alguna vez ha pensado en matarse antes que la humillación de la pobreza. Sus deudas canceladas. Su mujer y sus hijos libres. Pero él puede morir. Ahora. Un clic. Una detonación y el fin de todo. No hay opción. No la hay ¿o sí?. Coge el revólver. Es pesado. Apunta con el cañón a la sien. Mete el dedo en el gatillo. El dedo tiembla. Clic. Estallido y morir. Sin dolor. Pero morir. Para siempre. O quedar lisiado. Para siempre. Está armado. Separa el revólver de su sien. Apunta a la mujer. Clic. Clic. Clic. Clic. Clic. Clic. Ella se ríe a carcajadas. Él le lanza el revólver que ella esquiva. Se da la vuelta. Dos hombre fornidos lo disuaden.

“Eres un cobarde y un tonto” “¡Mátame!” “Has podido salvarte y has perdido. Me has divertido mucho. Deja en la mesa las llaves del coche y la cartera” Se resiste pero uno de los gigantones lo amenaza. “Toma dos euros para el autobús” “Mañana iré por las llaves de tu. Perdón. De mi casa. Procura que tu familia no esté” “Echadlo a la calle. Se le escapa el autobús”

lunes, 21 de mayo de 2012

CORRER BAJO LA LLUVIA


Salió a correr por el campo. No conocía el lugar. No conocía las nubes de lluvia o las que indicaban viento. Hacía calor. Picaba. En su campo de entrenamiento ese calor anticipaba tormenta. Cuando llevaba apenas media hora, a la vez que empezaba a sudar, aparecieron las primeras nubes en la periferia montañosa del llano. Iba a llover. Inútil regresar. Había diseñado un trayecto circular con Google Earth, según las referencias orográficas estaba justo a mitad de camino.

En cinco minutos el sol de la tarde se llenó de blanco panza de burra, algodón hacia el sol y al fin gris plomo. Un rayo , un trueno y se desencadenaría la tempestad. Olía humedad. Los pájaros se habían callado. La naturaleza permanecía agazapada. No era una buena idea seguir en movimiento cuando la tormenta comenzase a descargar. Sólo había algunos árboles y achaparrados. Los picachos estaban alejados del camino más de su altura, no estaba protegida de los rayos.

Un chasquido el cielo se quebró. Un fogonazo cruzó de un lado a otro del valle. Se sobresaltó. No había casas cerca. Siguió corriendo mirando  a ambos lados. A la izquierda en un otero la nube lanzaba oleadas de lluvia que en unos segundos lo absorbieron. El viento acercaba la zona de lluvia. No le apetecía tirarse al suelo para protegerse de los rayos. No podía regresar. El siguiente rayo incendió un ciprés que había a la entrada de una finca. Casi sintió la onda expansiva. Comenzaban a caer gruesos goterones. El viento arreciaba. a unos cuatrocientos metros hacia el sur en un escarpe se veía un abrigo en la caliza. Esos abrigos según le habían dicho eran ricos en pinturas rupestres. Si sirvieron para un hombre primitivo, servirían para ella. Corrió. Cuando llegó estaba calada. En la boca de la cueva poco profunda vio desaparecer el vale en una cortina tupida de gotas. Un nuevo rayo. El chasquido seco y el trueno resonando entre las rocas.

“Hola Adela” Miró hacia atrás. La voz gutural salía de un nicho de la cueva. ¿Quién podía conocer su nombre?. Se le pasó por la cabeza echar a correr, pero la tormenta acababa de empezar. “Te esperaba” “¿Quién eres?” “A veces vivo aquí. Desde hace mucho tiempo” Avanzó y vio pinturas rupestres en la pared y en el techo.”¿Cómo sabes mi nombre? Eres muy mayor ¿cómo has llegado aquí?” “Preguntas mucho” “¿Eres del pueblo?” “Del pueblo y del campo y del aire.” “Has dicho que me esperabas” “ Sí” “¿Por qué?” “Porque venías” “Quieres algo de mí” Un nuevo trueno la hizo mirar al exterior. Al volver la cabeza, la anciana estaba en la esquina opuesta de la cueva. Con el reflejo de un nuevo rayo vio su atuendo de anciana, pero no su rostro. Su cabeza estaba cubierta por un pañuelo gris y miraba hacia abajo. “Puedo mostrarte un hecho de tu futuro. Pero sólo uno” “¿Por qué?” “Preguntas mucho. Sólo tienes una pregunta y yo te mostraré la respuesta?” El futuro. Quien no se pregunta por el futuro. Pero una cosa es preguntarse y otras es saberlo. El día de tu muerte. Si tu compañero será definitivo. Si tendrás hijos. Tu salud. Dinero. Un número de lotería. Te angustias. Conocer el futuro con certeza.¿ Y después? Interpretar tu vida como una obra de teatro de la cual conoces el final o algún acto. “¿Tengo alternativa?” “No”. Un nuevo rayo y un trueno que hizo retumbar las paredes.

“¿Cuando dejará de llover?” La tarde se abrió un rayo de luz entró en la cueva y la anciana ya no estaba.

domingo, 20 de mayo de 2012

LOVE STORY


Al principio de una carrera larga, una media  maratón, estás concentrado. Tus músculos, tus huesos, tus tendones te mandan mensajes y tú les envías a ellos. Estás parado oliendo a sudor y adrenalina de otros cientos de personas a tu alrededor. Delante un cronómetro a cero. Unos pocos aspiran a ganar, ya sea la victoria total o en su categoría. Cada uno aspira a su victoria parcial, terminar, mejorar la marca de una experiencia previa. Un petardo, una traca o una mascletá. Los primeros se lanzan a correr. Los de atrás esperan trotando a que se despeje  para comenzar, cada uno a su ritmo, la carrera. Los primeros kilómetros, son duros, hasta que encuentras un ritmo engranado y todo va bien.

Nuestro corredor caminaba hacia un buen tiempo. Veterano C ( superaba la cuarentena) el paso intermedio de los diez kilómetros, le llevaba a pulverizar su marca y probablemente al pódium de su categoría. El objetivo se estaba cumpliendo a plena satisfacción. Era una máquina que devoraba kilómetros y ansiaba los siguientes. Cuando ya pasas los  cuarenta sabes que un día esa marca ya no se moverá. El simple hecho de pensar en ello es un baldón difícil de superar. Corría. Corría. El sol el calor parecía ser su alimento.

Unos metros por delante había una atleta. Magnífica en su tiempo y en sus formas. Asidua de las carreras. Siempre le había llamado la atención. Bellísimo rostro, bellísimo cuerpo en el biquini de corredora. Una mujer a la que un hombre tímido como él nunca se habría acercado en la barra de un bar o por la calle. En alguna otra carrera una sonrisa sí.

La mujer se trastabilló en un resalto de la carretera. Dio dos traspiés. Rodó por el suelo y terminó sentada junto a la baldosa. Humillada pero no herida.

La marca o la posibilidad que tanto había soñado. El mejor tiempo que quizás no tendría tiempo de alcanzar o la oportunidad que quizás no volvería a tener. Se detuvo. “¿Estás bien?” “Sí” Le ofreció su mano. La ayudó a levantarse. Le ofreció agua y un gel nutritivo. Ella se levantó. Se miró. Alguna rozadura pero no tenía heridas graves.  Miró en dirección a los corredores que se alejaban y echó a correr. Ni una palabra. Ni una mirada. Ni un gesto de agradecimiento.

Quedó perplejo. Trotó hasta terminar la carrera. Acalorado directo al coche. Serio . Triste y marcado. Debería dejar de ser un soñador romántico y bajar al mundo de la realidad. Por qué sufrir una hora y media con el corazón bombeando a 160 por minuto para nada. Solo. Pero no quería la realidad. Prefería sus sueños. Un mundo donde un corredora agradecida le diese una oportunidad a una conversación y quién sabe si a una cita. Ese mundo existía. Lo sabía. En algún lugar en una carrera o en la vida. Si ese mundo no existiese no merecería la pena correr. No merecería la pena vivir.

sábado, 19 de mayo de 2012

UNA MAÑANA SOLEADA DE MAYO


“Papi dame un euro para una bola” “¡No hay euros! Y Si sigues molestando nos vamos a casa” “Por fi dame un euro” “Se lo voy a decir a mamá. Cuando venga del almacén te va a dar pal pelo. Corre a jugar al columpio que me enfado” El niño de unos cuatro años se da la vuelta . Su rabia lleva el labio inferior casi hasta la nariz donde los mocos recogen algunas lágrimas esbozadas. Se da la vuelta y en cuanto se distancia tres metros comienza a jugar con los otros niños.

El niño viste con el descuido de los cuidados sobrevenidos de un padre sin empleo. Su padre está en el banco sentado al sol jugueteando con el móvil y mirando de vez en cuando a  su hijo.

“Mira papi tengo la bolita” El niño sonríe. El padre le coge el brazo desde el que el niño le muestra la bola. El niño se queja. “¿Quién te ha dado eso?” “Me haces buba. Me la ha comprado aquella señora” Señala a una mujer de mediana edad que con otras toma el aperitivo en una terraza del mismo parque. El hombre se dirige hacia allí. Arrastra a su hijo con la mano izquierda y sustenta la bola en la derecha.

“Señora ¿le ha comprado esto a mi hijo?” “Sí. Es compañero de mi sobrino…” “ No se meta en la educación de mi hijo” “Disculpe pero no era esa mi intención” “No necesitamos limosnas” Deja la bola en la mesa y regresa al banco. Duda y se acerca a otro banco más alejado. El niño llora. El padre lo zarandea y lo sienta a su lado. Estás castigado se lee en sus labios.

Se acerca otro hombre al nuevo banco donde están el padre y el hijo. Habla de modo estruendoso . “ Te invito a un tercio” El padre del niño acepta. Le da al niño en el hombro y le señala el parque. Le señala también el bar de la otra esquina donde va a estar y le dice que no se mueva.

Cuando el padre entra en el bar. La mujer llama al niño y le vuelve a dar la bola.

viernes, 18 de mayo de 2012

El hombre nuevo


“Ya estás aquí de nuevo. El fin de semana pasado no estuvo mal” “¡Uy! No te lo puedes imaginar. Tan moreno. Con esos ojazos. Te pasaste un poco” “¿Yo?” “Parecía un chico de menos de treinta años. Lo miraban todas.” “¿Y no te gusta que miren a tu chico?” “Mucho. Es lo que más me pone, que otras mujeres me envidien como perras. Por eso estoy de nuevo aquí” “Tú marido así al natural es muy poca cosa” “Muy poca. Y con el tiempo lo poco que había va decayendo” Un hombre tripón, con pelo de rata desordenado, con papada, con unos pantalones que colgaban fláccidos hacia las perneras observaba entre resignado y sorprendido. “Este finde ¿quieres repetir?” “No. Mejor quiero cambiar. Me está gustando cambiarlo. Esta vez, si puede ser, lo quiero bajito , fuerte y guapito de cara, como Tom Cruise de Top Gun” “Te estás volviendo viciosilla” “ Es que tu sobrina con sus sortilegios y sus encantamientos es algo fuera de serie. No imaginas lo viva que me siento” “Claro, cada fin de semana te remozamos a tu  marido” “ Y entre semana que no lo veo...” “Ja ja ja”. “Bueno aquí te lo dejo. ¿Qué vas a tardar?” “ Casi una hora, los viernes vamos muy cargadas de trabajo, todo el mundo quiere cambiar a sus hombres el fin de semana. Me canso más de bruja que cuando era peluquera” “Menos mal. Antes  nos pasábamos horas achicharrándonos con el secador y al llegar a casa ni se daban cuenta. Es mejor cambiarlos a ellos aunque sea temporal” “Muchísimo mejor. Viciosilla que eres una viciosilla” “Ji Ji Ji. Bueno Juanito aquí te dejo con esta amiga. Verás que guapo estarás cuando regrese” “ Sí cariño”. Se dieron un piquito y salió de la peluquería reconvertida en salón de brujería.

Cuando regresó con dos bolsas de Victoria’s secret en la mano, en la entrada de la peluquería bruja había mucho jaleo. “¿Qué pasa?¿Qué son estos gritos?” “Parece que un conjuro ha fallado por primera vez” “¿Síiii?” “ Ves aquel muchacho rubio con bigotito igualito que Brad Pit” “Sí” “Es el marido de tu vecina Joaquina” “ Pero si era un batracio. Todo boca y ojos saltones” “Joaquina salió de viaje el lunes y pidió un sortilegio para toda la semana, ella volvió tan contenta, pero él ahora no quiere revertir el encantamiento” “¿No?” “Dice que se gusta mucho así y que cree que siempre le han gustado los chicos” “¡Qué desastre!” “Ella ha pedido la hoja de reclamaciones. Quiere la devolución de su dinero y que le reintegren a su batracio” “Si quiere le doy yo al mío antes de que le hagan la metamorfosis” “ No si ya han clausurado todas las salas. No tenía permiso de apertura. A las brujas se les va a caer el pelo” “Qué mala suerte, me he quedado sin mi Tom Cruise. Yo que venía de comprarme lencería” “Tendrás que echarle mucha imaginación” “Estoy por devolver las braguitas” “ Guárdalas. Las brujas tienen mucha mano en la consejería. Igual vuelven a abrir pronto” “Ojalá. Juanito ¿Dónde estás? Ah estás ahí. Ven cariño que nos hemos quedado sin fiesta. ” “ Sí cariño” “ Este fin de semana como vas a tener tiempo podías aprovechar y colgar los cuadros” “Sí cariño” “Eres un primor” “Sí cariño”

jueves, 17 de mayo de 2012

INDIGNADA

Salir un lunes a las seis de la mañana con destino al trabajo después de un fin de semana agotador en que había gastado más de lo que tenía previsto, se había divertido menor y no había descansado nada: Deprimente. Faltaban diez días para que le ingresaran la nómina y la cuenta se tambaleaba. Los justo para cumplir , y confiaba que no surgiera ningún pago imprevisto. Había cola en la carretera. Había cola a la entrada del parking. El ascensor tardó en llegar y cuando llegó se detuvo en cada piso. En la oficina, los compañeros la llamron para ir al despacho del jefe. Una reunión imprevista. Nada bueno.

Otro cinco por ciento de reducción del sueldo o despidos de los eventuales. Las ventanas habían caído. Los impagos habían aumentado. No había otro remedio. No era una pregunta. Ya había dejado de fumar. Había dejado de salir. Con este nuevo apretón tendría que llevar cuidado con el aire acondicionado, y el curso próximo, intentaría buscar un colegio más económico para su hija. Estaba sola con su hija. No aguantaba esta caída continua  de las expectativas. Sospechaba que la engañaba el mundo, el destino, la historia.

La mañana transcurrió lenta. Quemada. Y empobrecida. Había otros peor. Ella no estaba bien. ¡Y el ambiente irrespirable. Cansada muy cansada.

A su izquierda, en la Glorieta vio gente concentrada. Pancartas. Jóvenes y viejos. Hombres y mujeres. Todos a una. Sintió curiosidad. Dejó el coche en el parking. Y salió.

El hombre que llevaba el altavoz clamaba por la redistribución de los recursos. Por la autogestión, dar a cada cual segun sus necesidades y cada uno aportar según sus posibilidades. Solidaridad. Ocupar casas vacías igual que echaban a gentes de sus casas. Acabar con la dictadura del tener y comenzar con la libertad del ser. Dar un mundo mejor a nuestros hijos. Ella quería un mundo mejor para su hija. Había que luchar por ese mundo. Ser un germen de libertad y de ilusión. Ella necesitaba tener ilusión, transmitir a su hija la ilusión que le había transmitido su madre. Llamó a casa a su madre que cuidaba de su hija. Estaba en una protesta. sentía que debía hacerlo. No iba a casa. Su madre le pidió que se cuidase.

Anocheció en asamblea. Cada uno hablaba según sus necesidades y todos intentaban plantear posibles soluciones. Se compartía la comida la bebida y se daba apoyo. Estaba en su sitio empezando un nuevo mundo. Sonrió mucho. Se le contagió la esperanza de que otro mundo era posible.

De madrugada sintió sueño. Le ofrecieron una manta y una tienda donde dormir. Durmió como hacía mucho que no había dormido.

Sintió el reflejo del sol y el agobio de la humedad en una tienda cerrada. Abrió los ojos. Estaba sola en la tienda. Qué vergüenza. Habrían empezado las actividades comunitarias sin ella. Qué descansada. NO quería perder un minuto. Quizás iría a casa a ducharse después si no le asignaban ninguna tarea. La revolución había comenzado.

Salíó de la tienda. En el exterior no había nada ni nadie. Los viandantes miraban raro una tienda improvisada en pleno centro de Murcia de la que salía una mujer.



miércoles, 16 de mayo de 2012

EL ÁRBOL


palo santo


Había que podar los árboles del parque. Enero. Antes que comenzasen a brotar había que aligerar la carga de ramas. Los brotes verdes, más flexibles, disminuyen el riesgo de los viandantes. Eran árboles jóvenes chopos alineados. Cuando el jardinero se ponía delante, veía una fila perfecta. Se sentía como un general delante de su tropa. Miró una segunda fila y encontró una imperfección. El décimo árbol era más rugoso, crecía achaparrado y un poco lateralizado, las ramas tenían entronques más nudosos. Parecía un árbol de bosque. Desentonaba en un parterre.

Era un jardinero sobrevenido. En la construcción no había faena y en la agencia de colocación le propusieron el trabajo. Asistió a un curso con desgana. Ganaba menos de lo que había ganado los últimos años. Apenas llegaba a cubrir gastos. Sabía que no debía pensar en eso. Eran las siete de la mañana de invierno. Tenía una hilera de árboles que podar.

La jardinería es una labor creativa. Puede ser un arte. Podar una hilera de chopos de una urbanización es una cadena de montaje. Tenía la sensación de quitar las mismas ramas en cada uno. Llegó la hora del almuerzo. Estaba solo. Era una de tantas urbanizaciones abandonadas a medio hacer. Paró justo frente al árbol distinto.

Acostumbrado a los árboles idénticos, llegar a un árbol distinto lo dejó perplejo. Midió con pasos las distancias entre todos los anteriores. Quince pasos. Midió la distancia entre el anterior y el siguiente. Quince pasos. Aquel árbol o estaba ya allí cuando plantaron el resto o de algún modo había crecido después. Se acercó movió la tierra y comprobó que debajo había un tocón enorme del que surgía un brote buscando el sol . No sabía qué hacer. Imaginó cómo podar las ramas para que no se notara la diferencia, pero no se le ocurría el modo. Estaba perdiendo el tiempo. Aun le quedaba mucho trabajo. “Jefe hay un árbol distinto que ha brotado entre los otros” “Córtalo. Deben ser todos exactamente iguales. Ese era el encargo y así debes dejarlo” Le colgó.

Empezó a serrar una de las ramas más gruesas. “¡Ay!” Miró alrededor. No había nadie. Siguió “Me haces daño” Un páramo a su alrededor. Cogió el serrucho “No sigas por favor” “No puede ser, los árboles no hablan” “ Yo también estoy extrañado, pero por favor no me cortes. Me duele” “Esto no está ocurriendo” Esta vez cogió el hacha y atacó el tronco. “¡Me estás matando!”. Dio la vuelta al árbol. Quizás era una broma. Algún compañero podía haber dejado algún artilugio electrónico para burlarse. “No busques. Sólo me escuchas en tu cabeza pero no estás loco”.

Se sentó. Mientras no le hería el árbol permanecía callado. Pero si siquiera lo rozaba gemía y se lamentaba. No dejar de escuchar porque la voz le sonaba adentro. No podría soportar escuchar su lamento hasta morir. Si no lo cortaba estaba en la calle literalmente, del trabajo y de su casa.

Llamó a su jefe para que no le recogiese. Adujo que iba a volver andando. A lo largo de toda la noche arrancó y replantó seis de los árboles jóvenes a cada lado de modo que aunque diferente el brote del viejo árbol parecía haber sido plantado. Le pidió por favor que se dejase cortar unas ramas. Le insistió que crecerían de nuevo. El árbol accedió. En su mente el jardinero sintió gemidos.

Siguió trabajando varios días en la urbanización. No volvió a escuchar voces de árboles.

martes, 15 de mayo de 2012

UN PAÑUELO


“Oiga . No se vengue de  mí. Mi hijo no tiene la culpa de nada” “Señora no sé de qué me habla. Yo hago mi trabajo siempre lo mejor que puedo”.

Me acordaba. Nunca olvido.

“Si le ofendí le pido perdón. Pero mi hijo no tiene la culpa”

Cuando regresas de un viaje transoceánico estás cansado. El viaje en sí. Has dormido poco e incómodo en el avión. Si has tomado algún hipnótico para inducir el sueño tienes resaca. Te sientes sucio después de tanta hora vestido. Si debes hacer un enlace, debes esperar a veces horas en el aeropuerto, y si por el contrario vas ajustado tienes que apresurarte, sudas con las prisas y se acrecienta la situación de suciedad. Es una sensación similar a la de un ejército de retirada. Pasada la euforia de la batalla, sólo notas la falta de fuerzas.

“Le he dicho que se tranquilice” “Se lo ruego” “Vaya a la sala de espera al fondo y cuando acabemos la informamos. Gracias”

Sabía que me acordaba. En cuanto llamamos al muchacho que era su hijo a la sala de endoscopias la reconocí. No iba uniformada, pero no olvido una cara, y menos aun una cara que me ha hecho pasar un mal rato. Su mirada triste e inquisitiva. El halo de tristeza como un velo sobre sus ojos. La miré. Me miró. Las miradas hablan cuando uno quiere hablar pero no le iba a dar el gusto de reconocerlo. Estaba en mi terreno
.
Abrieron la puerta de embarque de Iberia destino a San Javier. Arrastraba el troley de mi equipaje de mano. Mostré mi pasaporte y la tarjeta de embarque. Una señora morena recién pasados los cincuenta puso una pegatina en  mi maleta. “¿He de dejar la maleta aquí?” “¡No. Se la lleva usted!” “No lo sabía” “¡Eso faltaba que llevásemos nosotros las maletas!¡Qué se habrá creído!” Hablaba en voz alta para que se la escuchase. Bajé la rampa deseando desaparecer. Me hizo sentir ridículo. No paraba de hablar para avergonzarme delante del resto de pasajeros.  Pensé que si al hacer la compañía de bajo coste de Iberia la metían en el ERE lo tendría bien merecido. En ese momento podría reírme yo si me gustase reírme del mal ajeno.

Después de la exploración salí. Llamé a los familiares del muchacho. Sólo estaba ella.

“Todo ha salido bien” “Gracias doctor”

lunes, 14 de mayo de 2012

SEGUID LAS BALDOSAS AMARILLAS


(c) psp


Trabajaba mucho. Por la mañana en un hospital y por la tarde en una clínica privada. Una mujer independiente. Segura de sí misma, sensible y muy decidida. Sus amigas se casaban. Su círculo se deshacía como un azucarillo. Algunas también habían deshecho ya sus matrimonios. Pero ahora tocaba boda. Le gustaba comprar cuando no necesitaba nada. Pero cuando la necesidad , como era el caso, le empujaba, se volvía indecisa. Miraba tiendas. Se probaba trajes y a cada uno le sacaba un defecto, y cuando el traje era perfecto, imaginaba que era ella la que no daba la talla. Un incordio. Prefería viajar. Vámonos. Internet. Unos billetes. Muchas ganas de divertirse y unos días libres y hasta pronto. Pero tocaba boda. Una más.

Iba al cine. Se detuvo en un escaparate. Eran ésos. Sin duda eran ésos. Entró. Los tocó. Acarició la piel. Comprobó que le entraban. Volvíó a acariciarlos. “Me los llevo”. Feliz. Una cosa hecha. Sentada en el cine entreabrió la caja y los miró. Acarició el motivo, como una flor de la puntera. Rojos con un tacto de terciopelo.

El día de la boda. La puerta del juzgado de Ricote. A la entrada del ayuntamiento. Un desconocido tropezó con ella y le golpeó el pie.  “¡La media!”  “Lo siento” “No te preocupes” Lo mataría por torpe. La media estaba rota. Buscó un bar. Entró en un baño cochambroso y se cambió la media. Menos mal que eran medias. Al ponerse el zapato, el adorno, la hermosa flor roja se cayó. Vio la caída a cámara lenta. Antes de caer sus ojos estaban húmedos de tristeza y de rabia, pero contuvo a tiempo las lágrimas para no deshacer el maquillaje. Eso nunca. El suelo estaba limpio. Tenía arreglo. Pensó en pegamento rápido, pero se arriesgaba a que los pétalos perdiesen su gracia. Mejor un zapatero. Sábado por la tarde. Difícil.

“Perdone camarero ¿ Hay alguna zapatería por aquí?” “Señorita siga el camino de baldosas amarillas y al fondo a la derecha hay una” A las cinco de la tarde en mayo no había nadie por las callejas. Caminó las baldosas amarillas que decoraban el centro del pavimento adoquinado. Al fondo a la derecha en una senda sin salida vio el rótulo a mano en la parte de atrás de una señal de coto: zapatero “El rápido”. No tenía buena pinta. Sus zapatos maravillosos en un rincón tan oscuro.

Un pequeño mostrador y un hombre detrás. Unas gafas de protección. Guantes y unas botas en la mano. “Buenas tardes señor” “Hola” La voz se deformaba con cuatro clavos que tenía en los labios. “¿Me puede arreglar unos zapatos?” “Estoy ocupado” “Podría mirarme por lo menos y sacarse eso de la boca” “Perdone” Se quitó las gafas. Tomó los clavos con los guantes. Se levantó. Era el Duque. Igualito que el actor. A ella le habría gustado correr y mostrarles a sus amigas su descubrimiento. “ Se ha soltado la flor del zapato” “Hasta mañana no lo tiene” Ella tardaba en responder mirándolo fijamente. “¿Le interesa o no?”. “ Es que voy a una boda” “Se casa usted” “No. Es la boda de una amiga” “ Y no tiene nada mejor que hacer en un día tan caluroso como éste” “Dudó” “Tienes los zapatos hechos una pena. Seguro que llevas otros más cómodos para la fiesta. Yo bajo la persiana. Si me esperas cinco minutos nos vamos en mi moto a la playa” “No sé”. “Siéntate ahí. Quieres tomar algo. Son cinco minutos¿Una cocacola, una cerveza?” “Una cocacola”. Cerró la persiana. Ella era alta y él bastante más que ella. Se perdió en la trastienda. Escuchó el agua. No pudo evitar imaginar. Silencio. Cinco minutos. Y al otro lado de la persiana apareció en vaqueros camiseta y el zumbido de una Harley.

Varias horas más tarde ya de madrugada regresaron. En El Sordo aún se escuchaba la música de la fiesta. “Todavía te puedes tomar unas copas con tus amigos” “¿Me vas a dejar así?” La besó, pero un beso frugal. “Ah lo olvidaba” De la maleta lateral de la moto sacó sus zapatos rojos, con la flor perfectamente pegada. “Eres un cabronazo” “Hasta la vista” Arrancó el motor y se perdió en dirección a Archena. Él miró atrás por el retrovisor. Ella lo vió.

domingo, 13 de mayo de 2012

39 GRADOS (Anemia XIII)



PALOSANTO
En un rincón de tu librería observas a dos de tus clientes sudar. Tú permaneces impávido vestido con tu traje negro. Te miran raro. Fuera hace calor. Dentro de la tienda, seguramente también hace calor. Tú nunca tienes calor ni frío. “¿No tiene usted calor?” “No” “Pues debería poner aire acondicionado, con esta temperatura  la gente busca el fresco en los establecimientos “ “Yo no vendo fresco, esto no es una heladería, aquí se venden libros y aun eso me da igual” “Quizás su hijo no piense lo mismo” ¿Su hijo? El muchacho de las rastas que venía a diario a escudriñar en sus volúmenes descatalogados no le había conocido. Se tocó la frente y se palpó el cuello y recorrió las arrugas. “Tienes razón. Debo poner aire acondicionado. Ahora tengo que cerrar” “En eso se parece a su hijo. Cierran cuando les da la gana. Bueno en eso y en el traje que no se quitan ni con el calor” “¿Tienes algo con mi traje? Es un Armani?” “No señor. Es muy elegante, pero su hijo lo luce más” “La juventud” “Hasta mañana” “Adiós”. No sabías que el calor podía llegar a afectarte. Ha acelerado tu metabolismo. Envejeces más rápido. Debes alimentarte. Echas el cierre.

Te gusta el calor. Cuando la temperatura alcanza un nivel crítico, treinta y ocho grados, muchas ventanas quedan abiertas toda la noche. SE exacerba la pasión en los humanos. Te regalas la vista en tus vuelos nocturnos. No es fácil elegir. La alimentación de un vampiro parece aburrida, pero puedes captar en la sangre de tus víctimas millones de matices o más. Los avatares de la vida de los vivos sazonan tu alimento. Hay sangres amargas, dulces, ásperas, desabridas, saladas, excelsas…

Un gran ventanal abierto. La luz apagada. La luna llena. Un hombre y una mujer en una cama. Duermen. Claroscuros. Una cama desordenada. La ropa desperdigada en la habitación. Él desnudo en la parte más alejada de la ventana. Un hombre joven. Boca abajo la sábana no le cubre más allá de las rodillas. Ella boca arriba. Con su rostro esbozando la sonrisa que le dejó el amor anterior al sueño. La sábana blanca casi le cubre el torso. Un pecho se insinúa por el borde de la sábana. El pelo largo rubio pegado por el sudor de la noche y la pasión a sus sienes.

La sangre reposada después del amor es claramente tu favorita. La excitación, la pasión y después la calma dejan su firma de autor en el plasma. Será una cena sabrosa. Te sientas en la butaca del fondo de la alcoba. Ves el pasado inmediato y te gustaría ser humano. Te acercas. Apartas suavemente el cabello de su cuello detrás de la mandíbula y sorbes. Inspiras. No podrías describir el goce. Él se mueve. No  has terminado. Alargas el brazo. Lo posas en su hombro y se vuelve a dormir. Te retiras. Lames una gota que se desliza por el cuello. El cóctel de sangre con el sabor salado del sudor te excita. Los miras por última vez. Saltas al vacío. Y vuelas de regreso.

Aun falta mucho para que amanezca, pero quieres regalarte con los recuerdos y los sabores de esta noche. Hace calor. Debes poner aire y vestir un atuendo más espor, camiseta y pantalón de lino hasta el otoño . Cierras los ojos en tu cripta y sientes el paso de cada gota de esa sangre a tu cuerpo. Te duermes. Te gusta el calor. Treinta y seis grados para la sangre y treinta y nueve para el ambiente.

sábado, 12 de mayo de 2012

ELCONVENTO DE SAN JUAN




“¿Qué tal vuestras habitaciones?” “La mía muy bonita pero no he podido dormir” “ Pues la mía es pequeñísisma, apenas cabe la cama para un hombretón grande como yo. Parece la habitación de la monja mala” “No digas eso que en mi habitación pasaban cosas raras” “¿Qué te ha pasado?” “La tapa del váter se movía sola” “Yo he oído otra clase de ruidos. Ja. Ja Ja.” Todos rieron, pero la afectada permaneció un poco seria.

Observé la conversación entre personas con las que no tengo mucha confianza. Intenté intervenir pero sólo escuché. Un convento colonial del siglo XVII en Puerto Rico secularizado convertido en un hotel. Por la noche al volver de la piscina, ya de madrugada entré al lavabo y mientras me lavaba los dientes no podía dejar de mirar la tapa del váter. No se movía. Me costaba caminar por la combinación de cerveza y piña colada hervidas en mi estómago dentro de un jacuzzi. No estaba seguro de no tener que volver al baño apresuradamente si  los helicópteros decidían venir a mi habitación.

Apagué la luz. No me atrevía a entornar los ojos con el miedo de que el mundo empezase a girar. . Tuve la certeza de una presencia. Cerré los ojos. Prefería no ver nada. Concentré mi escucha en la tapa del váter. Juraría que había algo a mis pies. Sentí frío. Era una presencia tranquila. Ruidos en el baño a mi izquierda. La puerta estaba abierta. Abrí los ojos. Estaban hurgando en mi neceser. Con delicadeza, sin prisa, pero el desodorante rodaba sobre la crema de afeitar y el masaje aftersave. Miré. Sudaba. La  cortinilla se movía sin que hubiese aire. En el espejo del fondo había un reflejo que oscilaba y no había luna. No sé cuando me dormí. Por la mañana todo estaba en orden.

“Estoy cansada esta noche de nuevo ha sonado la tapa del váter y he oído como me registraban  en mis perfumes. He encendido la luz y no había nadie en la habitación. Este calor me va a volver loca” “ A mí también me ha pasado. Nos estamos obsesionando”. Yo no comenté nada.

Antes de salir de excursión, subí a la habitación. Dentro estaba una mulata rechoncha muy joven que estaba terminando de acondicionarla. “Perdone tengo que entrar al baño” “Pase usted yo ya terminé” “¿Le puedo hacer una pregunta?” “A su ólden” “En el hotel pasa algo raro” “Eso tiene que desilo en la resepsion” “¿Aquí hay fantasmas?” “Señol yo eso no se lo puedo desil” “Aquí hay fantasmas. No se lo diré a nadie. Por favor” Cerró la puerta tras de sí. Entornó el ventanal. “Es el fantasma de sor Leonol pero no se preocupe. Es un espíritu juguetón pero bondadoso. Trae buena foltuna a quien se le apalese” “¿Doña Leonor?” “Sol leonol fue recluida en el convento con quinse años. Tuvo un amigo que no gustó a su papá, un comelsiante muy rico de San Juan. Era una mujel muy alegre. La abadesa era una mujel amalgada, peol que un mal homble. Un día pilló a sol Leonol con el cabello suelto , mirándose en un chalquito del suelo y poniéndose bonita con unos polvos blancos. Le coltó todo el pelo. Le restlegó el rostro con barro y la condujo a una dependensia del convento que sólo ella conosía. Pol  la noche la abadesa murió. El cólera. Se llevaron pol fuelzs a las monjas, pelo nadie se acoldó de que sol Leonol estaba presa hasta sinco días después, cuando la encontraron muerta de sed y de calol. Desde que hicieron el hotel le encanta curiosearlen las ropas y los perfumes de los visitantes. Habría disfrutado mucho. Pero no se lo diga a los dueños. Me despedirían. Nos exigieron el secreto”. “No se preocupe gracias”.

Hacía mucho calor y mucho bochorno. En la calle comercial aledaña. Compré un perfume de mujer. Por la noche lo puse fuera de su caja en la mesa junto al televisor. Por la noche escuché un spray. Creo que oí una risa. Por la mañana estaba abierto

viernes, 11 de mayo de 2012

EL CEMENTERIO JUNTO AL MAR



Camino de El Morro, a la derecha frente al mar hay un cementerio blanco. Choca ver un cementerio, un lugar de tierra, sobre el mar. Aunque iba sudando, cansado en ropa de deporte bajé a curiosear.

A las 7 de la mañana, había personas entre las lápidas acompañando a sus familiares. Estaba cansado, intenté silenciar mi respiración para no turbar el duelo de los vivos y el reposo de los muertos. En una esquina, a la sombra de la  tapia que daba al mar, una negra zahína hacía gestos de hablar o rezar. Me acerqué. A mi alrededor aparecían lápidas abiertas parcialmente. Pensé que sería algo relacionado con el vudú que se practicaba en algunos lugares del Caribe.

“Señol lleve cuidado o se va a cael”. Me habló la mujer cuando estuve a punto de tropezar en un lápida “¿Por qué dejan las lápidas abiertas?” “ Eh una historia muy lalga” “No tengo prisa” “Yo sí pelo si quiere se la voy a contal” Me senté en la misma lápida donde estuve a punto de tropezar.”Hase muchos años. Cuando los españoles todavía eran los amos. Los marineros del pueblo salieron al mar. Era un día de Setiembre. El día era muy bueno. Zarparon antes que el sol saliera y no regresaron más” “¿Qué pasó?” “Una tormenta enorme, unhuracán inesperado se llevó a barcos y tripulantes al fondo del mar. ¿Ha oído hablar del mar fosforescente?” “Sí me habría gustado hacer esa excursión, dicen que es el plancton quien produce ese fenómeno” “ Eso dicen los europeos, pero nosotros sabemos que son los marineros muertos en el mar que esperan que un nuevo huracán los devuelva a tierra” Me dejó con ganas de hacer la excusión nocturna en kayak “Pero las tumbas abiertas”  “Una criolla recien casada despidió esa mañana a su marido español en un buque con destino a España. El barco también naufragó. Muchos restos del naufragio aparecieron en las costas, pero tripulantes ninguno. Los meses siguientes, la luz del mar aumentó. Algunos cuentan que al navegar sobre esos fondos iluminados se oyen quejidos. La criollita acudió a la playa y encontró un baulito con el diario de su enamorado. Leyó palabras muy tiernas. No se pudo enterrar a muertos que no aparecieron, pero las familias, deseosas de acudir a llorar a sus muertos, fueron poniendo lápidas y cruces para recordarlos. La criollita también preparó una fosa pero se negó a cerrarla y dejó la lápida afirmada en un lateral. Cada día acudía al cementerio sin lágrimas. Estaba demacrada y flaca. Su mamá se fue a vivir con ella pero no consiguió aliviar su tristeza. En noviembre la muchachita era una sombra ojerosa. Los niños se callaban a su paso. Todos estaban convencidos de que acabaría por ocupar la fosa que había dejado abierta” Sudaba, movía la lengua pastosa. Le ofrecí mi bebida isotónica que aceptó.

“Y pasó setiembre y octubre en un pueblo sin hombres. A mediados de noviembre amaneció otro día radiante, pero alguien se dio cuenta de que las ranitas coquí no cantaban como el día del gran huracán. Los pocos barcos que quedaban no salieron. La criollita estaba muy nerviosa. Su mamá veía desparecer sus últimos restos de cordura si antes no perdía la vida. A medianoche comenzó el viento. La criollita escapó de la vigilancia de su mamá y subió la cuesta desde la catedral y después bajó al cementerio. Casi no se podía mover con el viento. Entró en el cementerio se sentó junto a la tumba vacía. Cuando el huracán llegó a su máximo, cuando el silbido rompía los tímpanos y la lluvia caída dolía. Una sombra saltó la tapia del cementerio. La criollita lo miró. Me da otro poquito de esa bebida” “Tómela toda”

“La mañana siguiente, la mamá de la niñita se dio cuenta de la desaparición de su hija. Nadie la había visto. Pensaron en un suicidio. Buscaron en todos los acantilados de alrededor del morro, pero con una aire tan intenso, el cadáver habría pasado a iluminar los fondos. Alguien entró al cementerio. No había nadie, pero la lápida que la criollita había querido dejar abierta estaba tapada. Olía muy mal alrededor. Pidieron permiso a la mamá, al  párroco y al gobernador para abrirla. Nadie se opuso, el olor era insufrible. En el fondo encontraron a la criollita tendida más bonita que en ninguno de los últimos meses, con la cabeza reclinada sobre el hombro de un cadáver sin ojos de vientre hinchado, pero con un anillo de casado igual que el de la criollita. Desde entonces, todas las familias que tienen desaparecidos en el mar dejan las lápidas abiertas por si deciden regresar desde el mar fosforescente” “Gracias señora” “ Gracias a usted por su refresco”

En el hotel me crucé con uno de mis compañeros. “ Antonio esta noche vamos a navegar con kayak por el mar fosforescente” “Creo que me quedaré aquí”. Las ranas coquí silbaban

jueves, 10 de mayo de 2012

RABIA





La víspera del último día de estancia en San Juan discutieron qué hacer hasta mediodía. El avión salía la seis. A las dos debía estar en el aeropuerto Luis Muñoz. Medio día no es mucho. No podían despistarse porque los aviones no esperan. La playa no le apetecía. La playa es arena, sol y mar. No querían playa, eso lo tenían en casa y no tenían tiempo de acceder a la Isla Verde, una zona paradisiaca. Las opciones era visitar los museos del Viejo San Juan o visitar el parque natural de El Yunque.

Once personas y un chófer de ascendencia irlandesa descendientes de irlandeses reclutados por las tropas españolas. Un hombre alto moreno y socarrón. Por el camino les explicó los detalles de lo que iban a ver, les advirtió del único peligro, las mangostas, unos pequeños mamíferos comedores de serpientes y portadores de la rabia. “Si te muelden te contagian y mueles de una folma telible. De niños las comíamos, pelo si una mangosta tila babas, esa no la comíamos".

De niño, en Murcia, la rabia se esgrimía como argumento para que los niños no se acercasen a perros desconocidos. Las babas. La agresividad de los animales enfermos. Tuvo pesadillas con el terror que por el agua tenían los rabiosos y sus muertes atormentadas, aislados, gimiendo y aullando como licántropos.

Pasaron de los manglares de la costa siempre salpicados de bungalows a un camino serpenteante. Primera parada en el centro de interpretación. Flores, enredaderas y un bosque de árboles de treinta metros. Segunda parada una cascada apenas visible entre la maleza. Después una torres que ofrecía una panorámica del parque hasta la costa Caribe.

“Ahola estilalemos las pielnas” en un panel vertical una red de senderos que recorrían los vericuetos de la selva. Le gustaba el monte. En un cruce de caminos se apartó para ver de cerca un helecho arborescente. El jurásico debió ser así. En el suelo el musgo y unos caracoles grandes y planos. Más allá una planta de hojas de más de un metro. Y flores. Un paraíso. Un cruce de sendas. El bochorno aumentaba.  Estaba narcotizado por el verde. Plantas comestibles y terapéuticas, otras drogas votivas o lúdicas. Deshizo sus pasos y se topó con una cascada que no había visto antes. Se paró e intentó escuchar voces para volver al camino. Lo tupido del bosqueno impedía ver. Estaba perdido. Se había nublado. Oyó un trueno. Las nubes bajaron a gran velocidad. La niebla se abatió. Otro trueno y goterones rompieron contra el suelo. El aguacero era torrencial. En algunas partes del camino había visto pérgolas que servían de cobijo. Llegó a una de ellas. No sabía la dirección pero había subido. Imposible una lluvia más intensa. Las partes llanas eran lagos, los arroyos ríos. Mientras no escampase no podrían llegar a rescatarlo. Mejor no moverse. El móvil no tenía cobertura.

Noche cerrada y la niebla y la lluvia seguían incesantes. A su alrededor escuchó un movimiento de ramas distinto al producido por la lluvia. A dos metros aparecieron unos ojos brillantes. Se acercaban. Un nuevo rayo iluminó un instante un animal peludo del tamaño de un gato. El rayo siguiente lo iluminó más cerca. Reconoció una mangosta. Su mordedura podía ser mortal. No iba a salir de allí. El animal subió a la plataforma resguardada de la lluvia donde él se cobijaba. Otro rayo , cerró los ojos pero oyó su gruñido e imaginó las babas de su boca. Antes de abrir los ojos algo le golpeó la pierna desnuda. Se tocó. No sangraba. Aun había esperanza. Abandonó aprisa el refugio. Avanzó solo unos metros, sus piernas atenazadas se negaban a responder. Se sentó en el musgo de una roca. Tomó una hoja gigante para cubrirse la cabeza. Cogió una piedra para evitar el ataque, pero el cansancio lo traicionó y se durmió quedando a merced de la fiera enferma.

“Señol ¿Está bien?” Un guardia de parques nacionales de los US “¿la mangosta rabiosa. Me ha mordido?” “Eh un gatico señol, venga usted conmigo, sus compañelos malchalon ayel”

miércoles, 9 de mayo de 2012

CARIBE





El suelo burbujea con la lluvia.Rayos escasos. Hace calor. Bochorno. Es imposible no sudar mientras no llega la brisa. Hotel El Convento. Un antiguo convento colonial de San Juan de puerto Rico. Veinte personas cobijadas bajo la marquesina que debe proteger de la lluvia. Al otro lado del patio un piano sirve de soporte a una caja vacía de cerveza Medalla. Calor, humedad y  la lluvia que ha pasado a ser un estruendo.

“¿Te conozco?” “Su cara me resulta familiar. Tambien sus ojos negros. Estoy seguro que alguna vez hubo una mirada.

La pérgola no aguanta la avalancha. La lluvia paciente busca poros. Primero gotas, después un torrente. Desmontan las mesas con prisa . Las cambian de lugar y las sitúan en un pórtico.

“No recuerdo” Estoy seguro que sí. Esa mirada existió. Pasó y dejó  una huella difuminada pero coincidente. El pasado pasó. No para de llover. El suelo hierve. Después de cambiar de mesa no me he vuelto a sentar. Voy de un arco a otro, miro una lluvia que comienza a enternecerme. La lluvia cálida del trópico despierta los recuerdos, abre las heridas de pus dorado de la melancolía. Las ranas coqui silban aunque no se las oiga con la lluvia. En el trópico las ranas silban, no croan. Las ranas viven en los árboles. La humedad continua las libera de la prisa de los países secos.

Llueve retazos de melancolía. Piña colada. Aguacero. Truenos y relámpagos. Miro el piano. Me gustan las escenas perfectas. Vivir como en una película. Falta música. Un pianista. No hay voluntarios. Pongo en mi mente los sonidos de boleros. “La otra tarde vi llover” El pus fluye brillante aun sin música.

La cena ha terminado. Las copas no son capaces de alargar más una jornada. No va más. El cambio horario acelera la fatiga. A las diez los planes exaltados se vienen abajo  y cada uno regresa a su habitación.

Mi habitación es azul, azul celeste. En el techo colañas gruesas de madera y traviesas más pequeñas. El aire acondicionado zumba. Las ranas silban cuando las deja  la lluvia. Es  muy temprano. La soledad de habitaciones de hotel me entristece. Recuerdo la mirada. Fantaseo la  música. Me voy a la calle. Un paseo sin dirección.

Huele a humedad. Pero sólo a humedad. En Murcia después de llover la tierra llena el ambiente de aromas. En el trópico la lluvia no es una fiesta sino algo inevitable. La lluvia. Tomo un paraguas de la recepción del hotel. Bajo la calle que da al mar atravesando primero la muralla que viene de la fortificación del El Morro. En el número 13 encuentro la música que deseaba cuando irrumpió la lluvia. No hay ningún bar. La música procede de un segundo piso. En el balcón hileras de luces de colores. Un bajo, un batería y un saxo. NO hay ningún local abierto al público. Nada señala la actuación. Es un ensayo privado a plena calle. Quiero escuchar esa música. Toco el timbre. Detrás de la cancela un llamador. Dentro de un mural de flores. Responden a mi llamada. “¿Quién es?” “¿Puedo subir?” Con un zumbido se abre la puerta. Una mulata gorda me invita al silencio , me señala a los intérpretes. Se mueve con las notas. Los músicos evitan el calor en el balcón que me ha llamado. Me pasan una cerveza. El bajo es delgado. El batería es grueso. El cantante no ha venido. El saxo está triste.

Mis pies golpean el suelo. Mis dedos martillean mientras la mulata gorda baila. Otra cerveza. Un rayo. Llueve. Soy una pieza trasplantada en un espacio y un tiempo prestados. Toda mi vida ha sido diseñada para estar ahí. Hace calor. Mañana hay que madrugar. “Adiós amigo. Te quelemos” “Yo también os quiero” He estado a punto de cambiar la r por una l, pero habría sonado a burla.

El hotel está al final de la cuesta. La lluvia me ha traído a la música. En mi cabeza, en la cama, siguiendo el movimiento de las aspas del ventilador sigo escuchando el jazz caribeño.

En el desayuno cuento a todos mi hallazgo. Lamentan no haberme acompañado. Por la noche me acompañan.

Después de cenar unos se quedan en la piscina y otros bajamos la calle. Hasta el número 13. Hay una casa derruida con la selva devorando sus entrañas. ¿Me he equivocado?. Bajo y compruebo que no. No hay más pisos de dos plantas que la casa derruida del número 13. Es un hecho. Maleza,herrumbre y olor a  humedad. “Bebiste demasiados mojitos Antonio” Sé que no fue un sueño de alcohol. No discuto. Me quedo solo. Paseo hacia la fortaleza de El Morro que preside la ciudad en una colina al borde del mar.

Desde lo alto algo más cerca que el horizonte nocturno rayos y truenos sobre el mar. Con la luz intermitente, una cortina de agua sobre las aguas. Llega la brisa. Hace calor. Comienzan las primeras gotas. Hasta mi llegan acordes del grupo de jazz que escuché ayer.

Al intentar repetir las cosas condenadamente hermosas se convierten en fantasmas. ..por lo menos en el CAribe 

PRIMERA VEZ


En el aeropuerto de Barajas, cuando desde el finger vio el avión, le pareció imposible que algo enorme pudiera elevarse del suelo. Lo saludaron cuando entró con una pequeña reverencia y lo encaminaron hacia su asiento, el 14 ventana.

“¿Me permite?” “Disculpe”. Estaba ocupando el asiento de otra viajera. Una mujer de unos treinta años de pelo lacio o planchado y un pecho demasiado firme para su edad. Masticaba chicle como una batidora, se apretaba las manos, las retorcía, se raspaba los dedos y cada poco se secaba el sudor en la tela de la pernera de sus vaqueros. Se dio cuenta de que él la miraba. “Me aterra volar. No se moleste” “Es mi primera vez” “Mi primera vez tampoco tuve miedo, pero fue un viaje con turbulencias y un aterrizaje abortado”.
El avión empezó el rodaje. Se detuvo en la cabecera de la pista. Los motores rugieron “Señores abróchense los cinturones”

La mujer afirmó el dorso al respaldo del asiento. Él miró  por la ventanilla con cosquillas en el estómago. El morro del aparato se inclinó. Ella le cogió la mano con fuerza. Húmeda y fría., como las manos de su abuela cuando murió. Le apretaba. Le clavaba las uñas mientras apoyaba la cabeza, se mordía los labios, el sudor brotaba de su frente y había empapado sus axilas. La mano atrapada le escocía. Las uñas se habían clavado, y sin embargo sentía la emoción del contacto de aquella piel casi muerta. La mujer le agarró el brazo con la otra mano. Él temió decepcionarla por su debilidad. La vio con los ojos cerrados en una tensión de parturienta y le pareció mucho más bella que cuando había llegado.

El vuelo se estabilizó. Se encendió la luz que permitía soltar los cinturones. Su mano y su brazo quedaron libres. La sintió respirar hondo antes de levantarse con dirección al baño.

Se  dirigían a un aeropuerto sin escalas. Podía ser el destino en que les había puesto juntos, o la casualidad. Una oportunidad para un hombre tímido.

Ella se volvió a su asiento. Ni rastro de su agonía. Comenzó en descenso. Él aproximó su tronco ligeramente para acercar su brazo. Buscó un roce de su mano. Intentó palabras que tantearan una cita. Nada.

El aterrizaje fue suave. Aplausos se supone que al piloto o a la fortuna. La mujer se levantó deprisa. Cogió su maleta y abandonó la primera el avión.