lunes, 30 de abril de 2012

LA PAPELERA


En el fondo de la papelera de la consulta había un preservativo usado. Estaba anudado. Tenía depósito. No era uno de esos preservativos que se usan para la sonda de ecografía.

Lo miraba de reojo. Me sonrojaba estudiarlo con detalle. Podía haber arrugado un folio y taparlo. Sobre un papel caería otro y sobre él otro más. Nadie lo vería. Entró la auxiliar con un par de historias. Con el ruido de la puerta me puse recto y fingí atención en la pantalla del ordenador que todavía no estaba encendido. Creo que me sonrojé. “Hola doctor” “Buenos días enseguida comenzamos”. Se había dado cuenta de que estaba disimulando algo. Incluso me pareció que había girado la mirada hacia el suelo, el lugar donde debía estar la papelera si yo no la hubiese arrastrado hasta el hueco de la mesa junto  a mis pies. No me gustó nada la media sonrisa que dibujó en su rostro.

Me había convertido en protagonista. El preservativo no era mío, pero al intentar ocultarlo y probablemente ser descubierto, me había introducido de lleno en la acción. Quizás la auxiliar ya lo había visto antes de entrar yo en la consulta y no había dicho nada. Cuando entró de nuevo se dio cuenta de mi afán en ocultarlo. Estaba claro que era como mínimo sospechoso. Imaginaba los susurros a mi paso. Si al menos fuese mío, pero no, yo sólo llevaría la fama mientras otros se habrían llevado el disfrute. Pero intenta explicarlo y verás.

Volví a sacar la papelera. No estaba reseco. Aun había fluidos en su depósito, y moviendo la papelera hacia la luz brillaba. La consulta era de mañana. Yo había entrado a las nueve y media. El policlínico cierra de noche. Los osados amantes tenían que haber entrado a primera hora.

La puerta se volvió a abrir. Volvió a entrar la auxiliar. Esta vez no moví la papelera de su sitio. Dejé un papel en el fondo. Ella miró al suelo. Se sonrojó. Estaba seguro que se había azorado. Sería ella. Ella llegaba a primera hora. O ella o la limpiadora. Pero era difícil saberlo, en el pasillo hay más consultas. En un hospital hay mucha gente que puede arrastrar una pasión contenida. Pero ella se había sonrojado.
La camilla estaba bien. La mesa, la silla, todo estaba en orden.

Llamé al primer paciente y después al segundo. Al final de la consulta la papelera estaba llena. “¿Puedo pasar?” “Por favor” Era la limpiadora. Pasó el trapo por encima de la mesa. Anudó la bolsa de la papelera y la echó en el saco del carrito. Estuve atento pero no hizo ningún gesto. Pasó el paño por la mesa mientras yo recogía. “¿Esto es suyo?” Era el bolígrafo de uno de  mis compañeros. Él no tenía consulta ese día.

Salí . Sentí miradas. Caminé con toda la naturalidad de quien quiere pasar desapercibido.

CENICIENTA (VERSION SEGUNDA)


Al despertar, a tu lado hay una anciana. Más de ochenta años. Pelo largo gris. La dentadura sumergida en un vaso en la mesilla. Duerme. Miras debajo de las sábanas. Está desnuda. Te duele la cabeza y después de verla te duele más.

Por la noche te acercaste a una chica. No le preguntaste su edad para no averiguar cuantos años era más joven que tú. Recuerdas sus labios turgentes. Su sonrisa. Unas facciones muy agradables. También un beso. Nunca te habían besado así. Te dejabas llevar porque te gustaba mucho donde ibas. Es emocionante cuando todo es tan fácil, como respirar o caminar.

La mujer se mueve. Un pecho flácido se descuelga por encima de la sábana. Se gira hacia ti. Su brazo te busca. Te vas al borde de la cama, desde donde miras a todos lados buscando tu ropa.

Era temprano para la hora a la que la gente solía salir. Poco más de las once. Ella  miraba continuamente el reloj. Le preguntaste si no estaba bien. Te respondió que estaba muy bien pero que a las doce tenía que estar en casa, si no le ocurriría algo terrible. Supusiste que su padre era muy severo. No era cuestión de su padre. Era algo mucho peor que no te podía decir. Respetaste su silencio. Ahora te  estás arrepintiendo de tu discreción.

Tu ropa está entre la butaca y el suelo. Te deslizas entre las sábanas sin hacer ruido.

La pasión llegó a un punto en que estaba casi al desbordarse. Le ofreciste ir a un hotel. Miró hacia abajo. Le pediste disculpas por tu oferta. Sus padres no estaban. Si tú querías podíais ir a su casa. No te lo pensaste. Ahora ya te arrepientes porque no te acuerdas de nada más que del despertar.

A las once y media os estabais desnudando en el dormitorio que ahora quieres abandonar. Te queda una última esperanza. Que se trate de una broma. Que mientras dormías, han cambiado a tu pareja por su abuela o su bisabuela o incluso tatarabuela. La anciana resopla en la cama. Te sobresaltas. Se da la vuelta y deja a la vista el tatuaje de su nalga. El es mismo que besaste anoche. En el cuello la misma gargantilla y en la muñeca la misma pulsera de alpaca que le compraste en el mercadillo antes de subir al coche. Ella no va a desenmascarar la broma. No hay ninguna broma. Te levantas. Coges tu ropa. Te vistes a medias. Tanteas los bolsillos buscando las llaves del coche.

Al salir, en el recibidor hay un espejo. Cuando pasas por delante, al otro lado hay un hombre de más de ochenta años que huye a hurtadillas de su casa. Te vuelves. Te desvistes. Te metes en la cama de nuevo. Ella se da la vuelta y te echa la mano por encima como hace desde no sabes cuantos años. No vas a dormir pero sigues un rato acostado.

domingo, 29 de abril de 2012

CENICIENTA


Al despertar, a tu lado hay una anciana. Más de ochenta años. Pelo largo gris. La dentadura sumergida en un vaso en la mesilla. Duerme. Miras debajo de las sábanas. Está desnuda. Tú también lo estás. Te duele la cabeza y después de verla te duele más.

Por la noche te acercaste a una chica. No le preguntaste su edad para no averiguar cuantos años era más joven que tú. Recuerdas sus labios turgentes. Su sonrisa. Unas facciones muy agradables. También un beso. Nunca te habían besado así. Te dejabas llevar porque te gustaba mucho donde ibas. Es emocionante cuando todo es tan fácil, como respirar o caminar.

La mujer se mueve. Un pecho flácido se descuelga por encima de la sábana. Se gira hacia ti. Su brazo te busca. Te vas al borde de la cama, desde donde miras a todos lados buscando tu ropa.

Era temprano para la hora a la que la gente solía salir. Poco más de las once. Ella  miraba continuamente el reloj. Le preguntaste si no estaba bien. Te respondió que estaba muy bien pero que a las doce tenía que estar en casa, si no le ocurriría algo terrible. Supusiste que su padre era muy severo. No era cuestión de su padre. Era algo mucho peor que no te podía decir. Respetaste su silencio. Ahora te  estás arrepintiendo de tu discreción.

Tu ropa está entre la butaca y el suelo. Te deslizas entre las sábanas sin hacer ruido.

La pasión llegó a un punto en que estaba casi al desbordarse. Le ofreciste ir a un hotel. Miró hacia abajo. Le pediste disculpas por tu oferta. Sus padres no estaban. Si tú querías podíais ir a su casa. No te lo pensaste. Ahora ya te arrepientes porque no te acuerdas de nada más que del despertar.
A las once y media os estabais desnudando en el dormitorio que ahora quieres abandonar. Te queda una última esperanza. Que se trate de un a broma. Que mientras dormías, han cambiado a tu pareja por su abuela o su bisabuela o incluso tatarabuela. La anciana resopla en la cama. Te sobresaltas. Se da la vuelta y deja a la vista el tatuaje de su nalga. El es mismo que besaste anoche. En el cuello la misma gargantilla y en la muñeca la misma pulsera de alpaca que le compraste en el mercadillo antes de subir al coche. Ella no va a desenmascarar la broma. No hay ninguna broma. Te levantas. Coges tu ropa. Te vistes a medias. Tanteas las llaves del coche en  los bolsillos. Abres la puerta y sales en silencio.

En el coche, a los pies del asiento del copiloto encuentras un zapatito no mayor de un treinta y seis. Anoche ella lo vestía. Arrancas. Cuando estás en la autovía abres la ventanilla y lo tiras.

sábado, 28 de abril de 2012

TESTIGOS . Anemia XII


A los pocos días de abrir la librería, Vlad, le cogiste gusto a la butaca baja con orejeras. La escamoteaste al uso de tu escaso público y la pusiste en un rincón detrás del mostrador que bloqueaba la entrada a la cripta. Una luz oscilante iluminaba tus lecturas. Los vampiros no necesitan luz, pero eres un ser de poses. Esa forma de leer te gusta, y son pocas las cosas que te dan placer. Acabas de terminar un tomo de Patricia Highsmith, Ese dulce mal. Un título delicioso que hace referencia a aquello que te hizo tanto daño como es el amor.

Afuera llueve. Una noche de tormenta tan rara en Murcia en este tiempo. Nadie va a venir. Te da pereza volar con la lluvia. Te gustaría que tu cena viniese por su propio pie. Te haces a la idea de que no será así. Tendrás que salir.

Un tintineo avisa de que la puerta se abre. Levantas la mirada. Un hombre y una mujer jóvenes. Visten en un intento vano de elegancia de un gusto pobre y un fondo de armario plano. Después de una cruz  lo que más te quema es una persona mal vestida. Incluso el sabor a la vez dulce y salado de su sangre se contamina de su atuendo.

“Buenas noches señor hemos visto abierto y hemos entrado a ofrecerle la revista La Atalaya” Quizás se había equivocado. “Pasen ustedes. Ya pensaba que no vendría nadie ¿Puedo ofrecerles un té?”Se miraron “No sé si nuestro apostolado nos lo permite” “¿Son ustedes religiosos?” “Somos hermano seguidores de  Jehová” “No veo que lleven cruces” “ Es un error de los católicos, Cristo murió en un poste, no en una cruz” “Yo también soy de esa opinión. Por desgracia no todos piensan así” “Es por eso que hacemos apostolado” “Encomiable en una noche como esta” “La palabra de Dios no entiende de meteorología. ¿Cómo se llama?” "Vlad Tepes” “Vlad cree usted en la salvación” “No” “¿Cree usted en la vida eterna?” “De eso sí estoy convencido”  “¿Sabe que el diablo preside el gobierno de los hombres?” “Lo sospecho. Ustedes son contrarios a las transfusiones. ¿Me equivoco?” “No se equivoca. El génesis dice con claridad que no se debe introducir sangre en el cuerpo” “En eso no estoy de acuerdo. Introducir sangre en el cuerpo es algunas veces  muy necesario. Lo sé por experiencia” “Puede perderse la salvación” “ Yo estoy ya condenado” “Le veo desesperanzado” La mujer habló por primera vez. “La esperanza no existe” “Hoy debemos irnos pero volveremos a hablar con usted. Al final creerá usted en la salvación” “ Está usted muy equivocada” Se estaba cansando de charla. Tomó la revista y la ojeó.

“¿Tiene un baño por ahí?” “En la esquina” Ella le dejó la carpeta a él. Poco después salió aun ajustándose la falda que estaba ladeada. Él le pasó la cartera y entró. Era la oportunidad de Vlad. Se acercó. La miró como sólo saben mirar los vampiros. Le mordió desde la espalda. Y sorbió. Como sospechaba le supo rancia. Un buen vino pasado de su mejor momento. El hombre salía. Vlad bloqueó la puerta con el pie hasta que terminó. “ La puerta se había atrancado” “Los goznes están oxidados” “Estoy un poco mareada” “Eso es la humedad”. La tranquilizó su compañero

Vlad los acompañó a la puerta. Se ofreció a pedirles un taxi. Lo rechazaron. “ Sigan con su apostolado. A ver si acaban con esa costumbre horrible de las cruces. Buenas noches”

Ya no llovía. Por los laterales de la calle el agua aun corría hacia los imbornales. La luna aparecía entre las nubes. Era temprano para dormir. Si escampaba saldría. Aun podía tomar un resopón antes de acostarse para quitarse el mal sabor.

viernes, 27 de abril de 2012

PARADA DE AUTOBÚS


Una mujer joven y bonita esperaba el autobús. No vestía distinto de cualquiera de los otros pasajeros de su misma edad, entre veinticinco y treinta años: vaqueros ceñidos gastados, una camiseta con escote amplio y un pañuelo palestino o similar cubriéndole el cuello,. A las siete y media se sentó en la parada. Coincidía con los niños del transporte escolar. Durante toda la mañana departió con los ancianos que se dirigían a los distintos hospitales y centros de salud del municipio. Sonreía mucho. A las once sacó un bocadillo de su bolso, se sentó y se lo comió en la marquesina.

Salí a hacer una carrera y cuando regresé pasado el mediodía regresaban los ancianos, más tarde los niños que tenían jornada continuada y ella todavía seguía allí.

“¿No se ha movido?” “No yo no me he apartado de la parada y está todo el tiempo ahí”. Abandoné la parada y me acerqué a la marquesina. “Hola” “Hola buenos días señor” sonrió. “¿Necesitas algo?” “No gracias. ¿Y usted?” “¿A qué te refieres?” “¿A qué se refería usted?” “Llevo casi toda la mañana en la parada de taxis y tú no te has movido de la marquesina” “No” “Eso no es lo más habitual” “No desde luego” “¿Te has perdido?” “No” “¿Esperas a alguien?” “No” “¿Cómo te llamas?” “María” “María si necesitas algo me lo dices. ¿vale? Estoy en la parada” “Gracias señor. Si necesita algo dígamelo usted también a mi”

De regreso a la parada mis compañeros se arremolinaron entorno a mí. “¿Qué te ha dicho?” “Nada” “Vamos no te lo calles” “No me callo nada” “ Seguro que es una pilingui” “No. Bueno, no creo” “No nos cuentas nada” “No tengo nada que contar” “Seguro que te callas algo” “Id vosotros y le preguntáis” “Ya has ido tú no tendría sentido”.

Hora de comer. Sacó otro bocadillo y un refresco. De postre una manzana. Los pasajeros le deseaban buen provecho. Ella sonreía si tenía la boca vacía e inclinaba la cabeza si masticaba. A las siete en punto de la tarde se levantó y se marchó.

El día siguiente regresó. Así de lunes a sábado ocho  semanas. Me miraba a veces, me sonreía y me saludaba girando la mano.

Un día subió al autobús. No volvió.

jueves, 26 de abril de 2012

ENSALADA CÉSAR



Cuando a mediodía Renata, la camera de Rodilla del Centro Comercial Arrixaca, me dio la ensalada César no noté nada raro. Ensalada, dos bocadillos fríos y una coca cola light grande, un menú. Un tentempié para seguir el trabajo por la tarde.

Está haciendo unos días muy buenos. El sol calienta, pero aun no demasiado. Da gusto comer en la terraza aunque sea solo. Siempre pido ensalada César y los mismos bocadillos varios años. Tomé un sorbo del refresco. Saludé a dos compañeros que salían. Abrí al ensalada. Vertí la salsa César y la revolví un poco para que la parte noble, el parmesano y el pollo se mezclaran con la verdura y la salsa.

Yo como rápido. Comer sólo cuando has de volver a trabajar en el mismo u otro lugar, convierte un hecho social como es el almuerzo en un trámite. En diez minutos estaba apurando la última lámina de parmesano. Quedaba una hoja de lolo roso que iba a ser mi postre. La ensarté con el tenedor. La levanté. Abrí la boca y la hoja cayó de nuevo en el cuenco de cartón. Lo volví a tomar, y en el lago que había dejado una porción de la salsa con los jugos de la ensalada me pareció ver una hormiga que se movía. Me extrañaba porque el Rodilla es un local muy aseado. Me puse las gafas y me acerqué hasta casi meter la nariz en la salsa. No era una hormiga. Parecía un hombrecito. Sí, un hombrecito que braceaba agotado. Tenía que verlo. Cogí el cuenco y bajé a anatomía patológica. Si estaba mi amiga Agueda, le pediría que me dejase la lupa binocular.

“Andrés dónde vas corriendo ¿Qué quieres?” “ Águeda ¿puedo usar la lupa binocular?” Me señaló el despacho. “ ¿Eso qué es?” “ Luego te lo cuento. No lo sé, por eso quiero la lupa”

Enfoqué al punto donde el hombrecillo nadaba a Crol en el lago de salsa. No había nada. Cogí un hisopo y hurgué en la zona donde lo había visto. En una de las catas salió chorreando. Había muerto. Le eché un chorrito de agua. Era un hombrecito. Había fallecido. “Andrés ¿has visto lo que querías?” “No Águeda no he visto nada”. Tiré el envase de la ensalada con su hombrecito a la papelera. Volví al Rodilla y les pregunté por el origen de sus verduras. Me dijeron que eran proveedores locales. Me enseñaron la bolsa y vi que era de una envasadora de El Raal. Al lado de mi pueblo.

El fin de semana me acerqué a la envasadora. Les pregunté por el origen de sus lolos. El encargado me señaló un bancal adyacente a la nave transformadora. Después de pedirle permiso, inspeccioné cada caballón. Estaba acalorado. Llegaba al último. Me mareaba. Una sombra de una morera me acerqué. A mis pies una hoja bullía. Me moví despacio miré hacia abajo y vi hileras de hombrecitos que se dirigían a un hueco del tronco. Moviéndome muy despacio miré por una grieta del árbol y en el interior había lo que parecía un templo.

Escuché la homilía. Aunque hablaban muy bajito, entendí que estaban conspirando contra el mundo de los gigantes. En su religión esperaban la llegada del fin del mundo, la destrucción que acabara con el mundo gigante, para al igual que los mamíferos sucedieron a los dinosaurios, la civilización liliputienese estaba preparada para suceder a los gigantes.

Me horroricé. Al lado del árbol había un poco de estopa. Tenía cerillas, la prendí, la acerqué al hueco. La retiré.  No tuve valor. Si el mundo grande desaparecía, el mundo pequeño tenía derecho a su oportunidad. Yo no tenía derecho a cambiar el curso de la evolución.

miércoles, 25 de abril de 2012

ANEMIA 11 .La librería


La eternidad es aburrida. La muerte es aburrida. La existencia de un vampiro es una muerte eterna. Por mucha imaginación que tengas, cuando los años se cuentan por siglos es difícil encontrar alguna sorpresa. Tedio. Desesperanza. Tristeza y añoranza. Despertar de noche sobre un lecho de tierra, aunque sea la tierra maldita que te vio nacer. Girar la cabeza y no ver más que una tabla. No sentir un aliento cerca. Siempre frío. Y el hambre, ese ansia por salir a sorber sangre de tus víctimas. Regresar al sueño del día. Dormir sin estar cansado para poder seguir muerto eternamente. Ser  todopoderoso y vivir huyendo. Ser inmortal y estar escondido. Cansera Vlad, cansera.

Cuando de regreso retomó su lecho, no podía dormir. Sabía lo que turbaba su sueño. No soportaba más la rutina. Cada noche en media hora había saciado su sed. El resto de tiempo le sobraba. Tenía un local grande. Podría poner un bar de copas. No le apetecía el olor a fritanga en su guarida. O mejor una librería. Si algo recordaba de sus tiempos de humano eran los libros. Las historias y las palabras. Las sensaciones tan diferentes a cada humano con la lectura de un mismo libro. Sin embargo le llenaba de un placer triste pero inevitable pasar el índice por los lomos de pilas de libros, esperando que el azar, o el poder del diablo, le señalase el título del libro que le ayudara  a mitigar su melancolía.

Una librería nocturna. Con sillones, café y té. Con estantes y libros. Tertulias de madrugada. Sin humo, porque el tabaco no está permitido, pero con flujo de palabras y de ideas. No importaba que no fuese rentable. No necesitaba dinero.

Sólo fue necesario limpiar, repasar la pintura e instalar el mobiliario. Dejó que se reconociera que había sido un banco. Le gustaba reutilizar. Él también había reutilizado su cuerpo después de muerto. Al anochecer abrió las puertas. Entró un muchacho. Gafas gruesas de pasta y una tablet debajo del brazo. Caminaba a saltitos. Paseó entre los estantes sin rozarlos.

“¿Sólo tiene libros?” “Esto es una librería” “ Lo sé, pero no tiene videojuegos” “Sólo libros” “Son todos muy antiguos” “ Clásicos. Los clásicos no pasan. Lo son porque recobran nuevas vidas con cada lectura sin influir el tiempo” “Son muy viejos ¿dónde tiene las novedades?” “Esta no es una librería de novedades. Aquí dejamos que el tiempo tamice lo bueno y eso es lo que exponemos” “No se va a comer una rosca” “Me da igual” “Allá usted. Los libros en papel tienen sus días contados” “Muchacho a veces lo más emocionante ocurre después de la muerte. La vida, créeme no es  imprescindible” “Es usted un tío raro” “Soy muy viejo” “No lo aparenta” “No, no lo aparento” “Me llevaré éste” “Drácula. No es de los mejores”. “¿Qué le debo?” “ Te lo regalo. Cierro un  momento que tengo que salir a cenar” “Pídase algo” “ A veces la cena viene a mi tienda, pero hoy me apetece salir a picar” “Gracias”

Cerró la persiana y voló en dirección a El Palmar. Se hizo creer que su destino era una casualidad, pero sabía que no. Era un destino cargado de algo muy parecido a la esperanza.

Empezaba a hacer calor en Murcia.

martes, 24 de abril de 2012

DIÓGENES


Hacía quizás una semana que veía al mismo anciano todas las mañanas vaciando ordenadamente las papeleras, clasificando en el suelo sus hallazgos y volviéndolos a depositar en el interior. Siempre terminaba contrariado. Unos ochenta años. Bien aseado. En su ropa no se leían los lamparones o churretes que indicaran demencia o abandono.

Me quedé mirando. Buscaba en la papelera junto a la columna de entrada. Manejaba con delicadeza los botes. Desliaba los papeles y contemplaba su contenido. Cogía los restos de alimentos en una bolsa. Y todo alineado, todo en un orden lógico, incluso al devolverlo a su lugar.

“Su compañera murió hace una semana” “¿Cómo?” “El anciano. Su compañera murió hace una semana. Desde entonces se ha trastornado. Vacía y rellena las papeleras todos los días por la mañana. Al principio le llamábamos la atención. No hacía caso y tampoco hace ningún daño” Era el guardia jurado.

Me acerqué. “Señor necesita usted algo” “No caballero. Es usted muy amable pero no necesito nada que me pueda usted dar” Me miró lo justo para no ser descortés y siguió. “No se ofenda, pero si quiere usted comer o incluso beber o fumar, estaré encantado de proporcionárselo”  “Muchas gracias. Se ve que usted es una buena persona, pero aunque parezca lo contrario no soy un pordiosero. No tengo muchas cosas, pero lo suficiente para vivir con dignidad los días que me puedan quedar. Ya está todo en su sitio. Lástima” Se levantó y comenzó a caminar hacia la siguiente. “No entiendo por qué hace usted esto. Usted no está loco y todo el mundo va a pensar que lo está” “La única persona que me importaba murió hace una semana” SE paró delante de mi. Estaba serio. “Lo siento” Se volvió y  retomó su camino. “No le entiendo” “Yo tampoco le entiendo a usted. No soy su familia. No me conoce” “Ya le conozco un poco” Sonrió. “Busco una fotografía. ¿Está satisfecho?” “La ha perdido” “La perdí hace muchos años, cuando tenía veintiuno” “Entonces es imposible que esté aquí” “Cuando regresé de permiso de la mili la conocí. Nos hicimos la foto, una foto en sepia, yo de militar, muy estirado y muy seco y ella tan bonita. La vida nos separó y nos encontramos muchos años después, con nuestras vidas hechas o deshechas, no sabría qué decirle. Nos acordamos muchas veces de aquella foto, pero ella o yo la habíamos perdido” “Aquí no la va a encontrar. Intente en redes sociales, si quiere yo le ayudo” “La foto me la va a traer” “¿Algún familiar?” “No. Bueno sí, ella” “¿Su compañera?” “La misma. Me aseguró que me la traería” Una sonrisa plana y una mirada que se elevaba ligeramente.”Y se la va a dejar en la papelera” “¿Acaso podría ser en otro lugar. Bueno sigo a ver si tengo hoy suerte. Me ha gustado conocerlo”.

Él siguió su camino. Entré. A mi espalda una voz. El anciano corría con los pies a rastras ladeando el cuerpo y con el torso encorvado. “Está aquí. La he encontrado”

Me enseñó la foto en sepia de un militar y su novia que era muy bonita.

lunes, 23 de abril de 2012

PEQUEÑO


Desde antes de nacer ya eras muy muy pequeño. Un espermatozoide como todos. Un óvulo como cualquiera. Se juntaron. Un gameto muy pequeño y un embrión muy muy muy pequeño. El ginecólogo que visitaba a tu madre no llegó a ver con claridad el saco gestacional hasta el sexto mes. Le dijo a tu madre que con un tamaño tan pequeño, seguro que era un huevo huero. Como no manchaba, tu madre decidió esperar, compungida porque con la falta de la regla se había ilusionado, pero esperó a que la naturaleza actuase y vaciase sus entrañas. Pero no se vaciaban. Al octavo mes, el ginecólogo escudriñó, aumentó al máximo la imagen y logró ver un pequeño punto que latía en medio de un embrión del tamaño de una habichuela. Midió y le dijo a tu madre que estaba embarazada de dos meses. Tu madre le dijo que ella había sido  siempre como un reloj y la regla le faltaba ocho. El ginecólogo sólo escuchó sus tablas. Tu madre no escuchó al ginecólogo. Cuando faltaban dos semanas para las cuarenta tu madre andaba alocada ordenando la casa, limpiando el polvo hasta de la vajilla olvidada debajo de la cama, ordenando cada fleco de cada tela de tu habitación. Supo que el momento se acercaba.

Puntual, a las cuarenta semanas, tu madre sintió un pequeño retortijón en el bajo vientre que se le iba para la espalda. Fue al baño y en la braga estaba el tapón de moco. Otro retortijón minúsculo, fue al baño, y en el paño de la braga estabas tú, con algo menos de dos centímetros y un peso desconocido porque sólo el joyero tenía una báscula capaz de pesar los gramos por unidades.

Tu madre tuvo unos calostros muy buenos que te dieron empapados en un hilo de coser. Creciste poco y lento. Gateaste pronto, a los 9 meses, medías ya casi tres centímetros. Tu madre te ponía en alto para que nadie te pisase. Un día, aun no tenías un año, te deslizaste por el borde de una silla y te colaste en una botella que por suerte estaba vacía. A todos les hizo gracia verte aumentado a través del cristal. Se dieron cuenta de que eras muy guapo. Tu madre volteó la botella para sacarte, pero tú te aferrabas al cuello. No querías salir. Te dejaron ahí. Te daban la comida y la bebida con una pajita, aspiraban los restos con otra y  barrían con un pincel .

Creciste. No mucho pero creciste. Estabas encajado en  las paredes de cristal. Tu nariz y tus carrillos aplastados contra el vidrio. Te costaba sonreír . No se habían dado cuenta. Cuando las cosas pasan día a día la gente no se fija y si es en un mundo diminuto menos. Te arañaban la cara cuando introducían la pajilla para darte el alimento. Cada vez costaba más sacar la porquería. Tu madre un día decidió sufrir y gritar. Quería sacarte y chillaba, aunque dentro del cristal el ruido llegaba sólo como unos golpes. Agitó la botella para romperla contra un aparador, pero se dio cuenta de que eso te heriría. Buscaron vidrieros por todo el país que hicieran una botella mayor. Con un diamante podrían cortar la tuya.

Mientras estudiaban las posibilidades descuidaron tu higiene. Hedías. La limpiadora puso un tapón a la botella. Te diste cuenta que no necesitabas el aire para respirar. No necesitabas nada. No necesitabas a nadie dentro de tu mundo de vidrio. Te moviste lo poco que te podías mover. La botella se cayó y rodó. Salió por la puerta. Saltó por los escalones. Tu cuerpo amortiguaba cada golpe y evitaba la fractura. Llegaste al muelle. Caíste al mar. Las olas te mecieron y por fin dormiste.

Algún día en una playa lejana alguien te encontrará. Quizás en Liliput, o en el país de las personas envasadas.

domingo, 22 de abril de 2012

OUTLET

 Había tenido un día malo. Pensó que comprar algo le haría bien antes de llegar a casa. Algo de ropa, su vestuario se había quedado anticuado. No quería algo convencional. Quería mostrar personalidad, distinción y un toque exclusivo. Podía permitírselo. Si elegía bien la prenda bien podría ser que le diese un giro a su vida. Nada de boutiques o centro comerciales. Demasiado fácil cuando pretendes algo trascendente. Se dejó guiar por el azar. Una zona de outlet. Empezaría por ahí.

Pasó una hora revolviendo entre los estantes y los montones de ropa. Una hora para un hombre es mucho tiempo de compras. Comenzaba a sentirse frustrado, y comprar por comprar no, eso sería un fracaso, renunciar a una parte quizás esencial de sí mismo. Se había desilusionado. Su ansia inicial se había desinflado, estaba casi convencido de que habría sido mejor llegarse a casa, bajar al bar y tomarse una cerveza, o leer algunas páginas del libro que llevaba a medio, o escribir unas palabras de la novela en la que estaba atascado. Salió de la última tienda. A la salida de las tiendas de outlet de firmas, en un lugar que no daba a los patios interiores sino a la calle, había un bajo comercial a medio arreglar. Vio salir grupos de jóvenes vestidos con mucho estilo, diferentes, desde perroflautas a siniestros e incluso algún mod. Mucho más jóvenes que él, pero nada tenía que perder. Se acercó. Todo era ropa de segunda mano. Sobre mesas camilla había montones sin ningún tipo de orden. El precio se debía negociar con el hindú que regentaba la tienda.

No le gustaban los montones. Le gustaba que le ofreciesen la ropa conjuntada, con sugerencias solapadas de combinaciones, sin embargo sintió que el montón que había en el centro era el suyo. Introdujo la mano y de los diversos tejidos atrapó un tejido grueso casi como lona. Tiró. Era una camisa de color beis. Cerrada por delante, con una especie de marsupio para proteger las manos del frío. Las mangas eran muy largas, para llevarlas plegadas y el cierre por detrás con correas se le antojó un poco incómodo. La miró. Era su talla. Era su prenda soñada. Se acercó al hindú que levantó un cartón y le dibujo 110 euros. Él tachó el segundo uno y el hindú aceptó. Cien euros era una ganga .

Llegó a casa. Eran las seis, su mujer no estaba. Fue a la habitación. Deslió con ansiedad el celofán de la camisa. Se quedó en calzoncillos. Las hebillas traseras no podría cerrarlas él solo. Optó por meterla como un jersey. Introdujo las mangas y sacó la cabeza. Qué calentito. Metió las mangas en el marsupio y le invadió un enorme sensación de confort. Intentó sacarlas y no podía. No recordaba haber cruzado las mangas en  equis a través del marsupio y menos atarlas a la espalda. No lo recordaba y no sabía si podría haberlo hecho. Tiró y tiró pero no conseguía soltarse. No sabía cómo pero estaba atado a su camisa. Qué tontería. Que vergüenza cuando llegase su mujer y comprobase de qué modo había quedado atrapado en una prenda. Eso si no le daba por pensar que había empezado algun morboso juego sexual y su partener le había abandonado.Daba igual. Tenía mucho calor, quería que le quitaran la camisa. No podía ver la hora pero eran las seis y media, enseguida llegaría. Pero recordó que era lunes. Tenía cena después del trabajo. No vendría hasta las doce. Intentó zafarse pero fue en vano. Se sentó en un sillón y no tuvo otra que esperar.

A las dos de la madrugada llegó su mujer medio chispada. Tocó en la cama pensando que estaba acostado. El la llamó desde la butaca " ¿Qué haces?" " Me he comprado una camisa y me he liado" " Tú eres tonto" Intentó quitarle las hebillas pero el alcohol la hacía imprecisa. " Córtala ya me estoy poniendo nervioso" "No me explico cómo te la has podido  poner. Eres un Houdini" 

Cuando consiguió liberarse. Vió los resto de su nueva camisa. En el interior identificó una marca. "Hospital Psiquiátrico Román Alberca". Comprobó que era imposible que el azar hubiese abrochado las hebillas. La tiró.

sábado, 21 de abril de 2012

UN CALDERO DE ESTRELLA



Sábado por la mañana. El Sol ya calienta. Abril. No hace viento. La gente no se va todavía a la  playa. Es un día de aperitivo, de cerveza y de terraza. Nuestra terraza, la de mis amigos y nuestras familias es la Plaza Jardín. Los niños juegan en el tobogán y los columpios sobre un suelo de corcho.

Sin un acuerdo previo, mujeres o compañeras o novias se ponen al sol entorno a la mesa. Los hombres, compañeros o novios y algún agregado nos colocamos junto a la barra que da servicio a los camareros.

“Un cubo de quintos José Luis” .Da gusto ver el caldero  del que rebosa una docena de quintos con sus hielos y agua al fondo para mantenerlos fresquitos. En realidad en esta primera andanada el hielo es inútil. Nadie sabe cómo, la cerveza desaparece de su envase. Cada vez resulta más fácil hacer un chiste. “Jose Luis otro cubo de quintos”. Otra docena aparece en la ventana. El ritmo de desaparición es más lento. Parece que se han terminado. Meto la mano aparto hielos y en el agua del fondo aun queda un botellín. Está helado. Ya antes de salir, aprecio un tacto un poco rugoso. La saco, me pongo las gafas y la miro. Es una botella antigua de Estrella de Levante, no veía un así hace más de veinte años. Está enmohecida y la chapa oxidada. “José Luis porque estemos chispados no nos vayas a sacar todo el solaje de la cámara” “Antonio que yo todo lo que tengo es fresco. Dámela si no la quieres, no sé cómo se ha colado ahí, eso es una pieza de colección” “Pues ahora si se puede me la voy a beber” “No hay cojones”. Me jalean mis amigos.

Pongo el abridor sobre la chapa con la misma emoción de un historiador que encuentra un incunable. Apenas la muevo un milímetro, la chapa sale disparada. Un chorro de espuma que llega a la altura de un segundo piso. Cuando la espuma cae, con las gotas toma forma una hermosa muchacha. Lleva un gorro de paja con una cinta verde y una estrella. Viste pantalones muy cortos, zapatillas de deporte sin calcetín y una camiseta blanca de amplio escote con el logo de Estrella de Levante. Nos quedamos boquiabiertos. Dejo el casco en una mesa. “¿Tú quien eres?” “Soy la genia de la cerveza. ¿Quién me ha liberado?” “He sido yo” “Pues te concederé tres deseos” José Luis sale por la ventana. "Antonio que la cerveza la compré yo” “Jose, ha dicho que quien la ha liberado y tú la querías dejar en un estante” “Pero la cuenta la pagamos todos , no hemos pedido un solo quinto sino un caldero” “Claro lo lógico es que repartamos los deseos” “Yo no lo veo tan claro. La he abierto yo”. Al ver la discusión y una chica tan bonita en medio, nuestras mujeres se acercaron “ ¿Qué pasa?” “ He abierto la cerveza y ha salido esta genia que me concede tres deseos” “Nos concede Antonio, nos concede” “Antonio  cariño ,está claro , uno es un ático que la nena quiere una terraza” “Claro y yo una casa en la playa” “Y yo un coche” “Y la ermita tiene falta de arreglar” intervino el cura.

Llegó mi sobrina corriendo con sus amiguitos . Se metieron entre las piernas de los mayores para pedir agua. Empujaron la mesa y el casco cayó. Se oyó un chasquido contra el suelo a la vez que la genia desaparecía en un estallido de espuma de cerveza.

“Jose Luis otro caldero de estrella, pero que sean todos iguales. “ “Por la salud” 

viernes, 20 de abril de 2012

FIEBRE.

El día que me puse el termómetro por primera vez, llevaba ya tres días destemplada. Treinta y ocho grados. No tosía. No tenía molestias al orinar. No me dolía la cabeza ni tenía diarrea. Ningún absceso. Sólo cansancio y más cansera que cansancio. La cansera es la falta de energía del murciano. La debilidad de un cuerpo que no obedede a la voluntad. No tienes gana ni de abrazar a los hijos que has parido.

Me estaba consumiento. Los tratamientos no tenían ningun efecto. Me miraba al espejo, sin ganas de arreglarme, ojerosa con mirada lánguida y el canto interno de los ojos siempre húmedo. Seguía trabajando. Estaba yo sola en mi panadería. No podía cerrar la persiana de un día para otro. Las clientas que venían a coger su dosis de conversación a cambio de una barra de pan o de una bolsa de madalenas ya sólo compraban. Alguna, no todas, me preguntaban qué me ocurría. La fiebre. "Estás delgada". "La fiebre" "Estas triste" " La fiebre" "¿Tienes la regla" "No, la fiebre". Llegaba arrastrándome al final del día. Contaba los segundos de los últimos cinco minutos antes del cierre.  Cuando llegaba el cliente que siempre llega cuando agachas la persiana, me echaba a llorar, delante de él, lo atendía pero entre lágrimas. "Perdona".

Una semana antes de ingresar en el hospital comenzaron las pesadillas.De día la fiebre de noche las pesadillas. Soledad. Oscuridad. Voces. Rostros con risas tristes y otros con muecas de burla o dolor. Caminar sin ver, tanteando a cada paso el suelo. Fatiga de tanto caminar y siempre con la sensación de seguir en el mismo lugar. Cuanto más cansada más risas. Miedo no. La misma cansera en sueños que despierta.

Ingresé hace diez días. He tenido ya dos compañeras de habitación. Una sanó y otra ha muerto. Sé muchas cosas que no tengo, pero no sé por qué me pasa esto.Veo los rostros de los médicos frustrados con cada una de las pruebas. Si formo un anillo con el pulgar y el índice puedo abrazar mi brazo. Me cuesta respirar. Me dicen que si mi riñón sigue fallando tendrán  que dializarme. Me estoy muriendo.

Mi último compañero ha muerto. Meten una nueva cama. "Hola. ¿Cómo eztaz?" Me mira. Es una mujer con Down, su habla es gangosa y cecea."Bien". Y me doy la vuelta porque no tengo ganas de hablar. Ni de nada. Cuando uno siente que se muere pierdes las ganas de hacer todo lo que deseabas. Quizás porque no tienes fuerzas."Tú no te eztaz muriendo. Yo zí" "¿Y tú como lo sabes?" "Tengo un ángel conmigo que me va a llevar al cielo" Su madre sonrió condescendiente, pero salió y tuvo que meterse al baño con la mano cubriendo el rostro. "Tu angel eztá prezo" "¿Qué?" "Tu angel eztá atrapado dento de tí". La madre salió del baño con los ojos rojos e instó a su hija a que descansara.

De noche, a las once, tomo el orfidal que me permite dormir dos horas. De madrugada, no sé la hora, he despertado. La muchacha está de rodillas apoyada en mi cama. Me mira fíjamente con sus ojos rasgados. "¿Qué haces que no duermes?" "Mi ángel quiede libedad ad tuyo" Me toma la mano. Primero siento una mano regordeta de niño, pero de piel seca como la de un escualo. El tacto se hace firme. Siento como si tomase posesión de mi cuerpo. Mi columna se estira, se pone rígida y se incurva en opistótonos. Es doloroso. Estoy débil creo que no lo voy  a soportar. Me pone la otra mano en el vientre justo por encima del pubis. Cuando llega al estómago siento náuseas. Mientras asciende  por el tórax tengo dos arcadas. El estómago, los intestinos se contraen. Mis yugulares están hinchadas, la cara, los labios morados, los ojos rojos. Una arcada descomunal. Siento como se desencaja la mandíbula . De mi boca asciende una figura como un reptil o un murciélago de ojos rojos . Miro a la niña . Trata de atrapar su cabeza, pero desaparece con un gesto de angustia. Pierdo la consciencia.

"Enhorabuena. No tienes fiebre por primera vez" Mi compañera de habitación duerme. Parece cansada.

Cuando los médicos pasan visita, se felicitan: por fin su tratamiento ha tenido éxito.

jueves, 19 de abril de 2012

UN HOTEL CON ENCANTO


Habías esperado recostado en la cama pasando canales en el televisor. Ella estaba en la ducha. Unas cervezas. Cena con un magnífico cava. Un pequeño hotel con encanto. Tu pareja y tú. Daba vueltas en tu cabeza su sonrisa durante la cena, el cruce de miradas. Era bonita. Sabías que todos la miraban. Te gustaba que la mirasen porque estaba contigo.

“He terminado”. Un nudo grueso sujetaba la toalla por encima de su pecho menudo. Su cabello mojado le empapaba los hombros. Su puño cerrado ocultaba la ropa interior. Te levantaste. Cogiste su cintura y desde atrás rozaste su cuello con tus labios. Todavía no. Se dio la vuelta y rozó sus labios con los tuyos. Acarició con el índice la punta de tu nariz. “Me he duchado con agua fría. El grifo de agua caliente tiene el resorte estropeado. Lo pulsas y regresa a su posición original” “Deberías haberme llamado” “Verás cómo se me han puesto los pezones” Te erizaste sólo con imaginarlo.

Cerraste la puerta. Te desvestiste. Te gustaba orinar antes de la ducha. No había bañera, sino una ducha rodeada de una mampara de cristal templado con la palabra agua en distintos idiomas que unía los dos paños. Giraste el grifo del agua caliente. Pusiste la mano para calibrar la temperatura. Salió agua pero poco a poco el grifo se cerró y dejó de gotear. No te explicabas el mecanismo de semejante resorte, pero sabías que no te gustaba ducharte con agua fría. Estabas caliente, y no querías enfriarte por nada del mundo. Le diste al agua caliente. Regulaste la fría y conseguiste la temperatura que te gustaba. Cogiste un alambre que había en un rincón detrás del sanitario, lo ataste entre un saliente de la mampara y una de las aspas. Te  mojaste. Comenzaste a enjabonarte sin parar el chorro de agua tibia. El alambre se tensó. Comenzó a dar tirones. Se paró. Te metiste debajo del chorro. El agua se ponía cada vez más caliente. El grifo del agua fría se estaba cerrando. Intentaste abrirlo pero al tocarlo te quemó. Miraste el alambre y estaba al rojo. El agua ardía. Te estabas quemando. Te pareció oír risas desde las tuberías, varias voces. Te quemabas y la corredera no se abría. El vapor tomó forma , Frente a tu cara un rostro horrible. Gritaste. Te estabas escaldando. Gritaste. Golpeaste el cristal . No se rompía. Lo pateaste y al final estalló. Con el esfuerzo saliste despedido. Caíste al suelo . Tu pierna sangraba. Tenías el cuerpo lleno de heridas por los cristales. Tenías la espalda quemada. Gritabas. Llorabas. El ser del vapor te miró . Se acercó y lamió la herida de tu pierna. Se esfumó.

La puerta del baño se abrió de golpe. Tu compañera vestía lencería de encaje pero no pudiste fijarte. Perdiste el conocimiento. Lo último que recuerdas es a ella haciéndote un torniquete en la pierna con su sostén.

Despertaste en el Reina Sofía de Córdoba. Lo que empezó como un fin de semana apasionado acabó como un desastre. Te visitó el psiquiatra, cuando te sinceraste te recomendó dejar el alcohol y las drogas que sabías que no habías tomado. Te dejó unos ansiolíticos que tiraste.

Ella te salvó la vida. Con ella ya nada fue igual.

miércoles, 18 de abril de 2012

UN CORTADO


Cuando fue a pagar el cortado, al sacar el dinero del bolsillo pequeño del pantalón, parte del contenido se derramó en el plato. La cuchara tintineó y cayó al suelo. Recobró el equilibrio. No se había manchado. Se sentó solo en una mesa apartada. Cogió el vaso y lo acercó a los labios. Un sorbo. El café cortado inundaba el vaso. Tomó una servilleta de papel para evitar el chapoteo. Antes de poner la servilleta para empapar el líquido vio imágenes en movimiento en la superficie de café.

Eso fue ayer. Ahora iban camino del cementerio.  Conducía su coche detrás del coche mortuorio que llevaba a su padre. Llegaron al cementerio. En la lápida separada de la fosa se leía el nombre de su padre. Deslizaron la caja. Unas últimas lágrimas. El sepulturero selló el nicho interior. La lápida cerró la fosa. Estaba nublado. Hacía viento y chispeaba.

Era una simple operación de vesícula. Por laparoscopia, laser como dice la gente, insistió el cirujano. En un par de días se irá usted. Eso fue lo único que se cumplió. No sabía cómo decir a su padre lo que había visto nítidamente en el café derramado. Si ves con toda claridad como en una pantalla digital, pero en tonos de marrón, el trayecto al cementerio y el cierre de la lápida no sabes qué hacer. Es una locura. Intentó poner excusas, que pensase que la operación quizás no era tan necesaria, que la vesícula ya no le dolía, que faltaba poco para las vacaciones. Su padre había tomado la determinación y confiaba en su  médico. No pudo insistir porque tampoco estaba seguro de qué significado tenía aquella visión. Ahora lo lamentaba. Cuando vio salir a su padre aprisa del quirófano con la cara demudada del anestesista a su lado, sedado con un tubo colgando de la comisura derecha del labio, camino de la UCI y después que la operación se había alargado más de cuatro horas supo que algo terrible pasaba. Por la noche murió.

Cuando regresaron del cementerio seguía la llovizna y algunas ráfagas de viento. Su hermana le acompañaba en el coche. “Necesito tomar algo, estoy mareada” Se detuvieron en un bar de la carretera “¿Qué van a toma” “Un café con leche y una ensaimada “ “ Un cortado” El camarero les ofreció las consumiciones por encima del expositor de las tapas. Tomó primero el cruasán y el café con leche. Cuando cogió su cortado parte del contenido se derramó. Lo dejó en la barra . Se puso serio. “¿TE acuerdas de papá?” “Eh. Bueno. Sí” “Tómate eso que te hace falta” Cogió una servilleta para evitar las salpicaduras. Al levantar el café vio una imagen nítida como en una pantalla de plasma.

Salieron. Entró en el coche. Había conducido un kilómetro cuando un camión resbaló con las gotas escasas de lluvia, se había cruzado en la carretera había volcado y de ese modo se deslizaba hacia ellos. Dio un volantazo y el coche salió de la carretera dando vueltas de campana.

“¿Estás bien hermana?” “ Sí “ . Ya había visto esto.

No volvió a tomar café.

martes, 17 de abril de 2012

ANEMIA (10) EL INTRUSO


Hasta la cripta de Vlad llegaba un fuerte olor a orina. Cuando el sol llegaba al ocaso, tras varias horas de ayuno, su olfato se agudizaba. Despertar con olor a orines fermentados, cuando tienes un olfato cien veces más sensible que el de una embarazada, no es un despertar agradable. Vlad salió de la caja. Acomodó la arena del fondo. Cerca del amanecer, cuando regrese no le gustará encontrar el fondo con grumos. La puerta blindada de lo que fue una caja de seguridad chirría al abrirse. Golpea la pared y el eco se transmite a todo el local que permanece diáfano aunque con más polvo y telarañas que cuando comenzó a habitarlo. Al acercarse a la puerta de entrada el olor aumenta. Siente algo parecido a una náusea. No obstante se acerca. El olor procede de un pequeño charco de líquido que se ha filtrado desde el exterior. Fuera hay murmullos. Nadie se mueve. Ronquidos. Abre las puertas de cristal. Levanta la persiana. En un rincón del vestíbulo que da a la calle, resguardado de la lluvia, hay un bulto.  Detrás el asfalto brilla con la luz pálida de una farola que parpadea. No es media noche pero no hay nadie: es Murcia y llueve. Bajo unos cartones una manta. Debajo de los ronquidos siente un frémito. Un humano bulle. Un cartón de vino ha derramado sus últimas gotas en la acera. El charco de orina se desliza desde muy cerca de donde debe estar la cabeza del vagabundo. Alguien ha profanado su morada.

Hiede. Le da asco rozarlo. Acerca su pie de vampiro de dedos muy largos peludos. Atrapa una bola de pelo llena de piojos y le presiona los ojos. Lo arrastra y aprieta su rostro contra el charco de orina. Cuando más aprieta más deseo tiene de aplastarlo con los dedos o contra el suelo. Desea probar su fuerza con ese alfeñique.

“Me aplastas. Déjame hijo de la gran puta” Con las manos torpes trata de golpear el pie.

Vlad lo suelta. Lo ve. Su maldad le hace dejarlo vivir. No va a beber su sangre. Su cuello está lleno de eccemas y costras resecas. Los piojos se deslizan entre los rizos. Se sienta. Vlad se pone en cuclillas en forma humana. Frente a frente. Dos humanos caídos, de la vida y de la muerte. La vida es sucia y desaliñada. La muerte luce un traje negro y una aspecto saludable. La vida se alimenta sólo de alcohol y Vlad sólo de sangre.

“Habría jurado que  me aplastabas con una garra. Alucinaciones” “Te he cogido con una garra” “Estás más loco que yo” sonrió y mostró las raíces careadas de su dentadura. Vlad exageró su sonrisa para mostrar sus colmillos “ Ahora veo unos colmillos” “ Soy un vampiro” “Estoy soñando. Voy a dormir” Cogió el cartón del vino derramado y escurrió sus últimas gotas en su boca. Hizo ademán de acostarse. Miró atrás y solo vio humo. Se acostó. Volvió a mirar y del humo surgió un murciélago de más de dos metros con alas membranosas desplegadas.” Estoy soñando” Vlad le cogió el rostro con las garras de las alas. Las uñas se clavaron “Déjame”.

Cogió su manta. Se agachó miró el vino derramado y lamió el suelo. Cogió una bolsa y se fue renqueando debajo de la lluvia. Repasó los restos de un botellón. Después buscó un rincón y pasó la noche.

Vlad esperó mujeres en las paradas de taxi para saciar su sed. Cuando se sació voló un rato bajo la lluvia y regresó a su cripta

lunes, 16 de abril de 2012

EL OBSEQUIO


“Qué bolígrafo más chulo lleva usted” . Fue una de esas cosas que se dicen a los pacientes para crear un ambiente de suficiente confianza que permita una comunicación fluida.

Era un hombre de mediana edad, pero su aspecto taciturno, su pelo claro y desarreglado, su mirada perdida y caótica sin detenerse en ningún lugar, y menos en los ojos de quien le hablaba, le hacían parecer diez años mayor. Se frotaba continuamente las manos, y después de frotarlas, se las secaba en las perneras de los vaqueros . Habría preferido que no me ofreciese la mano cuando entró a la consulta. Después de estrechármela fue él quien volvió a refregarla delante y detrás en el pantalón. Dos lamparones de sudor orlaban sus axilas. Su pelo estaba graso y su frente brillaba. Sus ojos claros carecían de brillo. El bolígrafo, sin embargo resaltaba en su camisa arrugada. Parecía de madera oscura, pesada por el pliegue que dibujaba en el borde del bolsillo, probablemente caoba, con un aro dorado, que se continuaba con la pinza que lo sujetaba al bolsillo, el metal estaba tallado con una fina filigrana.

“No es un bolígrafo. Es una pluma”. “Es lo mismo. Es igual de bonito” “¿Quiere verlo?” Me daba igual pero no me podía negar. Era pesado, caoba o ébano, y muy antiguo. Ni un sólo rincón sin tallar. La destapé y la punta refulgía, el contraste del dorado con el negro aumentaba la sensación de nobleza. Era una joya heredada, sin duda. Era muy hermoso.

“¿Lo quiere?” En ese momento me habría considerado el hombre más feliz del mundo poseyendo un objeto tan noble como aquél, pero no era honesto aceptar un regalo de ese modo, sería casi un chantaje, pero era tan bonito, no podía dejar de mirarlo. “No . Es suyo”. “Tómelo. Se lo regalo”. “Si lo sé no le pregunto. Me está usted incomodando” Deseaba coger con  mis manos aquel objeto precioso. “Tómelo. Yo no lo quiero. Es suyo. No me haga enfadar” “¿De veras?” “Ya no es mío” “Pero si cambia de opinión se lo devolveré” No creo que se lo fuese a devolver “No cambiaré de opinión” Tomé el bolígrafo y lo coloqué en el bolsillo del pecho de la bata.

El hombre se levantó. “Puedo lavarme” “Ahí tiene un lavabo” Se lavó la cara y las manos. Se mojó el pelo, sacó un peine del bolsillo y se arregló el cabello. Se estiró la camisa. Ordenó los faldones. Ajustó el cinturón. Limpió los zapatos con una toalla de papel.  Se dirigió a la salida.”Oiga. Que no me ha dicho nada de lo que le ocurre” “No importa estoy mucho mejor” Me miró directo a los ojos. Sus palabras no vacilaban en su boca. Abrió la puerta y se marchó.

Le quité la capucha y la vi. Era una pieza bellísima. La apoyé sobre el papel y escribí: Eres un tonto. No recordaba qué era lo que había querido poner pero juraría que no era eso. Lo intenté con algo bonito: Eres el mayor de los tontos y tu madre una zorra asquerosa. Estaba seguro que no era eso lo que quería escribir. Qué tontería, qué estaba pensando. Encapuché y llamé al siguiente paciente. Se retrasó. “Hostias. ¡Qué pasa hoy están ustedes tontos!” “Lo siento no le había oído” “No pasa nada” Refunfuñé. No miré al nuevo paciente a la cara, miraba a todos lados. Las manos me sudaban. Me las secaba compulsivamente en la bata. Cuando terminé la consulta me miré al espejo. El pelo estaba grasiento y desordenado. Dos lamparones de sudor en el polo de manga larga. Mi mirada era lánguida y las ojeras se habían pronunciado. Sin embargo la pluma en el bolsillo brillaba. Me sentía pesado, cansado, irascible, triste. El mundo era una mierda muy pesada. Menos mal que tenía mi nueva pluma. Mi nueva pluma.

Subí a la planta. Un compañero me miró. Puso cara rara hasta que vio la pluma. “Antonio qué bolígrafo más bonito” Mi cerebro gris avivó un rescoldo. “Es una pluma. Tómala. Es tuya”.

domingo, 15 de abril de 2012

DIGNIDAD


Hace un par de años recibí una oferta del trabajo del Hospital San Jaime de Torrevieja. Acababa de regresar de Lorca para recaer en la Arrixaca. Después de una década me había quitado kilómetros. La oferta debía ser muy sustanciosa para ser de interés. No suelo decir a nada que no sin estudiarlo. Un miércoles me puse en carretera desde Alquerías. Hacía muchos años que no pasaba por esa carretera. El camino más recto recorre comarcales poco frecuentadas pero de un paisaje muy agradable, bosque mediterráneo y se bordea el pantano de la Pedrera. Sólo por eso el viaje merecía la pena.  No estaba muy  lejos de la costa cuando sentí algo raro en el coche. La marcha no era tan estable. Bajé la ventanilla para escuchar y percibí el flop flop de la cubierta delantera derecha reventada. No pude evitar considerarlo como un mal presagio.

Unos metros más allá detuve el coche en un arcén que me pareció suficientemente ancho. Bajé. Estudié la situación. Un problema. Una de las opciones del Audi que adquirí un año antes era la de cierre de seguridad de las ruedas. Implicaba que en algún lugar había una llave especial que permitía retirar las ruedas. Abrí el capó. Puse el gato y levanté un poco el coche antes de quitar la rueda. Volví al capó. Busqué la llave de seguridad y no la encontré. Maldije todo lo maldecible.

Me apoyé en el coche. Me fastidiaba llamar a la asistencia en ruta por un pinchazo. “Hola” alcé la mirada. “Hola” Respondí. Era una de las chicas que esperaban clientes en los arcenes de la carretera. Era una chica muy esbelta. Rubia, de botellazo seguramente, pero de ojos azules profundos . Vestía una minifalda muy corta y un top que dejaba ver sus brazos y un pecho más bien generoso que no parecía postizo. Su acento o era fingido o era una mujer del este.”¿No sabes cambiar la rueda?” Sonrió con algo de sorna. La llegada de una extraña con el coche abierto me puso a la defensiva, pero no tenía posibilidad de reaccionar ante cualquier imprevisto “ No puedo quitar la rueda porque no encuentro la llave de seguridad” “ ¿Has mirado en el maletero?” “ sí” Caminó hacia el maletero. El contoneo y sus tacones levantaban más de la cuenta las tablillas de una falda demasiado corta. Su ropa interior era roja. “Toma” Se acercó y con un pequeño giro liberó la rueda . “Gracias” Balbucí “¿Quieres algo más? Puedo ofrecerte lo que quieras” “Lo siento. Tengo una cita” “Conmigo no la vas a necesitar” “Una cita de trabajo” “Yo trabajo aquí y muy bien” “Soy médico” “ Si quieres yo puedo ser tu enfermera” Yo  estaba rojo rojo y quizás algo asustado. “Te agradezco tu ayuda. Eres muy bonita, pero no necesito nada. Te pagaré gustoso porque me has hecho un gran favor” “ Tengo dignidad. Si no trabajo no cobro” “ No quería ofenderte” “Adiós” “De veras que lo siento” Ajusté la rueda. Puse la otra en el maletero y cerré.  Ella ya estaba en su puesto sonriendo a otros conductores.

En San Jaime el gerente estaba ocupado. Fui a la cafetería y tomé un café y un botellín de agua. “Tres euros” Eché mano a la cartera y la billetera estaba vacía. Antes de salir había sacado dinero del cajero. Pagué con dinero suelto. Dejé a deber diez céntimos. Acudí a la entrevista. Como sospechaba no me interesó.

De regreso pasé por la misma glorieta. La vi. Me vio . Sonrió y me saludó. La saludé. Sonreí y seguí mi camino.

sábado, 14 de abril de 2012

Anemia (9) Entierro de la Sardina


Salvo la cripta del local que era su nueva casa, el entorno era mucho más bullicioso. En fiestas de primavera, en Murcia, el gentío era continuo. Tenía una barraca detrás con jotas huertanas a todas horas, y los desfiles del Bando de la Huerta y los de los grupos sardineros no pasaban lejos. Actuaciones en plazas y fuegos artificiales. Un ambiente extraño para un vampiro.

Vlad llevaba muerto muchos años. Había perdido la prisa. Todo pasaba, lo sabía. Se adaptaba al ambiente allí donde estaba. Primavera en Murcia son tapas. Vlad tomaba pequeños sorbitos de muchos cuellos.

Sábado día del entierro. Ayer la fiesta terminó casi al amanecer. Se encerró en su cripta esperando el último día de la fiesta, el entierro de la sardina. Después de la Semana Santa, cargada de Cristos y Cruces, agradecía el ambiente carnavalesco postcuaresmal de Murcia, con el colofón del entierro de la sardina.

A las diez menos cuarto se despertó. Decidió salir por la puerta con la imagen de un ser humano. Detrás de la reja había dos jóvenes besándose. Vlad esperó. Ser voyeur de un beso le despertó recuerdos casi humanos de su trabajo en urgencias de la Arrixaca, de su amor cuando quiso volver a ser humano. Recordó la envidia que un vampiro no siente. Como no paraban. Abrió la persiana. No cejaron en su empeño. Vlad puso la mano en el hombro del chico. El muchacho de su talla y más corpulento le dio un manotazo que no movió un milímetro el brazo de Vlad. Se dolió. Vlad lo miró con la mirada helada de los ojos verdes de un vampiro. Soltó a la muchacha y se fue caminando lentamente. La chica lo miró. Vlad quiso probar un beso sin amor. La misma humedad cálida. La misma dulzura.  Pero no había la electricidad que te desconecta, que te rinde, y te deja sin fuerzas. Decepción. Lo sospechaba. Abandonó los labios y buscó la yugular y sorbió. Una sangre dulce y aterciopelada con un gusto de claveles de Murcia y alcohol mucho alcohol barato. Se detuvo pero la muchacha volvió a apretar su cabeza contra su cuello. Vlad se resistió pero solo un segundo. Siguió sorbiendo, se detuvo. No quería matarla. No por piedad, sino para no perder esa sangre en el futuro.

Se sintió eufórico. Más que nunca. Simpático. Locuaz. Sociable. Un hombre que pasaba le preguntó la hora. Se rió. Iba a decirle que a él el tiempo no le importaba, pero balbuceaba, su hablar era gangoso. Corrió. Dio saltos mortales por la calle. Se paró y se sintió triste. Le invadió la melancolía de la ausencia. La recordó. Toda Murcia estaba en la calle. Ella estaría en la calle. Subió muy alto. En la Gran Vía, frente a hacienda en el lado de la Plaza de las Flores. Quería impresionarla. Alardear delante de ella. Que viera lo que había perdido. Tomó la forma de Vlad con alas membranosas enormes. El desfile comenzaba a pasar el puente de los Peligros. Vlad descendió desde las alturas a la Gran Vía, justo delante de la policía municipal que encabezaba el desfile. Hizo un looping vertiginoso en la Gran Vía. La miró y ella le vio. Se paró donde ella estaba y donde estaban todas las cámaras. Escuchó una ovación del público. Sintió vergüenza por haber roto la discreción que se le exige a un vampiro. Corrió a pie, se salió del desfile y se convirtió en humo. Tomo dos sorbos de  sangre y mucho antes del amanecer se fue a su cripta.

Al día siguiente era la comidilla la aparición en el desfile del entierro de la sardina, pero nadie sabe por qué  ningun cámara consiguió una imagen de aquella atracción portentosa. 

TOILET


Se oían ruidos en el cuarto de baño adyacente a la sala de exploración.

La colonoscopia de Juana, una mujer de mediana edad, había terminado sin problemas. Estaba despejada una vez había pasado el efecto de la sedación, pero se encontraba un poco hinchada por lo que pidió acceder al baño, al que se entraba desde la misma sala. La auxiliar le indicó que no echara el pestillo, que no iba a entrar nadie. Improvisó una falda con la sábana y cerró la puerta.

Es incómodo estar detrás de la puerta de un baño ocupado. Tienes la sensación de invadir la intimidad de alguien, pero no hay otro remedio porque hay que hacer el informe en la misma sala. Normalmente no prestas atención, pero esta vez en el baño los sonidos habituales eran distintos. La mujer que había entrado tranquila ahora gritaba. Primero un chillido agudo que llamó la atención de medio hospital. Después ruido de golpes y después pidió socorro. La puerta se abrió, se estampó contra la pared y la mujer salió corriendo con la toalla colgando cubriéndola solo por delante. El rostro demudado. Lloraba y señalaba al baño.

“Señora, tranquila” “¡Una mano!” “ Tome usted la mía y siéntese” “ ¡Hay una mano en el baño! ¡Hay una mano en el baño!”  “No se preocupe, es la medicación que le ha jugado una mala pasada” “ ¡Había una mano! Me he sentado a …aliviarme y he sentido que algo me acariciaba la nalga y me ha pellizcado” “Es una alucinación. De todos modos voy a entrar al baño y lo voy a comprobar y así usted se tranquiliza” Enjugó sus lágrimas. Hipó un par de veces. Siguió mis pasos con la mirada. La puerta no se había cerrado. Levanté la tapa de la taza y no había nada. Tiré de la cadena. Tomé la escobilla y la froté contra el sanitario. “Nada” “No sé. Quizás tenga usted razón. Lo debo haber soñado. Gracias”

La señora se levantó. Estaba chocada, no se preocupó de cubrirse el trasero. En su nalga izquierda en la convexidad había una rojez que comenzaba a tomar tonos violáceos.

Estaba de guardia. Por la noche hicimos una urgencia en la misma sala. Mis intestinos se movieron y me acerqué al baño. Antes de sentarme destapé el sanitario. Miré su interior. Me pareció ver unas ondas en el agua pero me senté. Antes de relajarme oí el agua del fondo agitarse. Algo me rozó. Me levanté. Cogí la escobilla a mi derecha me giré y la atrapé justo en el fondo cuando ya se retiraba hacia el sifón. Era una mano, con reloj y dos anillos. La escobilla no pudo retenerla más que unos segundos y yo no estaba dispuesto a cogerla con mi propia mano. Desapareció hacia el sifón con un movimiento similar al de un lenguado o un rodaballo.

No he vuelto a usar ese baño. En realidad no uso ya ninguno con tranquilidad.

jueves, 12 de abril de 2012

EL TRAGASABLES


“Buenas noches agentes, buenas noches señor. ¿Te has tragado tres pilas y cuatro cuchillas?”  “Creo que cuatro” “Ya has venido tres veces este mes” “No llevo la cuenta” “¿Cuánto te queda de condena?” “Cinco años” “ Si te comportas en un año estás fuera si no ya veremos” No respondió. No hizo ningún gesto. “Te vamos a hacer una endoscopia. Si las cuchillas están en estómago las sacaremos. Te anestesiaremos porque la prueba es molesta” “No me afecta el dolor. No quiero anestesia” “Puede ser molesta” “ No hay dolor. No quiero que me duerman”.

Estuvimos media hora trabajando con él. Hubo que introducir el tubo más de diez veces. Alguna náusea pero ni  un gesto de sufrimiento. “Hemos terminado” “¡No hay dolor!¡No hay dolor!”.

Eso fue en julio. Hasta marzo vino  casi todas las semanas una o dos veces. La dirección de la prisión manejaba el régimen disciplinario, pero no había resultados, de hecho comenzó a liderar el movimiento de los tragasables. En un lugar triste y aburrido como una prisión, aunque se disfrace de parque temático,  cuando querían dar una vuelta en coche patrulla, se tragaban cuatro o cinco cuchillas, un par de pilas o un mechero y al hospital. Siempre a deshoras, para incordiar al máximo a los guardias que les trasladaban y muy secundariamente a nosotros.

Un día llegó con siete cuchillas. Cuando llegó ya habían pasado al intestino. Su organismo circulaba el metal con una rapidez envidiable. “¿Tú puedes tragarte cualquier cosa cuando quieras?” “Sí”.

Regresó a la prisión, pero en mi cabeza ya daba vueltas una idea. Pocas semanas después, elevadas consultas jurídicas y éticas, se hizo una propuesta a nuestro tragasables. “Hemos hablado con el juez y con el alcaide. Te podemos ofrecer un trabajo” “ Ni sé ni quiero hacer na” “Es algo que haces”  “No hago na” “Tragarte cosas , pasearte y nosotros te las sacamos” “Eso sí” Se iluminó su mirada.

Y  aquí estamos ahora mi representado y yo llegando al servicio de digestivo de la Paz, donde está previsto que se  trague dos tenedores y un cuchillo, los residentes, por turnos se los extraerán. No podemos atrasarnos que esta tarde actuamos en el Gregorio Marañón, y mañana en la Princesa, donde él no quería ir, porque querían que se tragara un dildo, me ha dicho que pollas no come, se han conformado con una zanahoria y un pepino mediano, aunque el precio no va a ser el mismo. Este mes está siendo agotador con tanto bolo, no sé si lo voy a poder aguantar, pero le queda poca condena y pronto será libre.

Es emocionante cómo estamos reinsertando a un hombre. Para cuando sea libre ya  tiene un representante, y ofertas de varios circos y algunos programas de televisión. Nos queda el problema de sus discípulos, que visto éxito se han multiplicado. Hay uno que dice que se traga un reloj por piezas y es capaz de montarlo en el estómago, pero los presos son muy exagerados. En una semana he convocado pruebas para los bolos del año que viene, a ver si hay suerte, aunque el mercado se está poniendo difícil, cada hospital está consiguiendo su propio preso como modelo, y en algunos incluso algún residente en paro.

miércoles, 11 de abril de 2012

RECORTES (2)


Nunca en  los anales de las historia de la gestión sanitaria, alguien había conseguido un éxito tan rápido en términos de eficacia y eficiencia como el que se había conseguido en la Arrixaca de la mano de la Jefa de Farmacia. Reducir el gasto al veinte por ciento era algo inaudito. El exigente sistema británico NICE desplazó expertos a Murcia para comprobar incrédulos el milagro estaba ocurriendo en aquel rincón del sureste de una España al borde de la ruina. Levantaba sospechas el oscurantismo entorno a un éxito tan relevante. Personas que habían pregonado una montaña cuando habían conseguido un grano de arena ahora callaban. Cuando llegaron los auditores, las cuentas eran claras: Habían dejado de comprar medicinas. Revisaron las altas, hicieron un muestro de las curaciones milagrosas: no había duda en los diagnósticos y no había duda en los resultados. El problema vino cuando quisieron analizar el contenido de las bolsitas. La jefa de farmacia montó en cólera y se negó. “Ustedes quieren copiar nuestra patente. Cuando la tengamos preparada ya la publicaremos” Protestaron pero no se movió de su posición. Los auditores se marcharon. Mostraron sus quejas en Murcia, en España y en sus países, pero por una vez nadie les hizo caso. En época de crisis los estados y los mercados financieros estaban deseosos de milagros , no querían saber los detalles, la prima de riesgo de la deuda española había bajado a límites anteriores a la crisis, se volvía a hablar del milagro español , no había nada que saber. Ni The Times, ni Le Figaro dieron pábulo a las críticas metodológicas.

Pero nadie quiere mantener un hospital vacío. Se cerraron la mitad de las plantas, la mitad de los quirófanos. No se renovaron muchos contratos y otros de interinos estaban en la picota.

Los residentes de la Arrixaca veían su futuro negro por culpa del amarillo que tenía todo el hospital. Está muy bien que la gente se cure, pero todo tiene un grado, y a este ritmo, sin pacientes, se iban a quedar sin trabajo. La excitación, el nerviosismo se generalizó al ver el porvenir en peligro. Jose, mi residente, no dijo nada de lo que habíamos visto en la guardia. No por miedo, sino por considerar que aquello  formaba parte del secreto profesional.

Se reunieron en asamblea. Unos exigieron la vuelta a la unidosis, las pastillas y las ampollas como siempre. Otros echaron la culpa a un complot de los informáticos de Selene que habían tomado el control. Pero cuando se decidió tomar medidas, todos acordaron a propuesta de la residente de interna Adriana que, siendo médicos, resultaba muy complicado protestar por un sistema que estaba tan claramente sanando a la gente. Se concluyó que de seguir así, lo mejor era ajustar los planes de residencia dando un peso mayor a la rehabilitación y prevención que a la curación.

A los tres meses, los primeros despidos de interinos coincidieron con intensos rumores de súbitos empeoramientos y muertes terribles en muchos de los pacientes que poco antes habían experimentado una curación milagrosa.

Jose revisó las historias y localizó a uno de los pacientes. Vivía en el Palmar. El hombre de 70 años había fallecido inmerso en terribles dolores y delirios. La familia le relató que habían recibido un sobre con membrete de la Arrixaca con un papiro que contenía un contrato que debía ser firmado ydevuelto en  sobre franqueado adjunto con destino a Farmacia de la Arrixaca. El contrato exponía en sus cláusulas que, una vez recuperada la salud, debía, debidamente informado, entregar su alma con su firma. La familia no comprendió bien, habían pensado que se trataba del tan mencionado copago y tiraron el contrato con sus sobres a la basura, que dicho sea de paso comenzó a arder. De inmediato comenzó el empeoramiento, y el enfermo aterrado se negó a que le atendiesen en el hospital que antes había venerado. Murió. Jose recogió tres casos similares. Todo cuadraba. Regresó al hospital y habló con el cura Juan quien no pudo negar la evidencia. Aquello explicaba por qué la cruz cada mañana amanecía al revés.

Con la puesta de sol, se colaron en el recinto donde habíamos asistido al aquelarre. Rociaron cada rincón con agua bendita. Dejaron en la ventanas ramitas de olivo del Domingo de Ramos. Exorcizo vos, numismata, per Deum  Patrem omnipoténtem, qui fecit caelum et terram, mare et òmnia, quae in eis sunt. Omnis virtus adversàrii, omnis exércitus diàboli et omnis incùrsus, omne phantàsma sàtanae, eradicare et effugare ab is numismàtibus: ut fiant òmnibus, qui eis usùri sunt, salus mentis et còrporis : in nòmine Patris  ET Omnipotentis… El cura Juan cayó exhausto. El color amarillo empezó a disiparse. Se olía a jazmín. Las brujas no llegaron.

Al día siguiente en la Arrixaca siguió habiendo fantasmas, brujas , ángeles y demonios pero desaparecieron los saquitos de piel y se volvió a la unidosis. No hubo milagros, pero hubo alguno curación y muchos cuidados, y sobre todo, cada uno hizo con su alma lo que pudo o quiso

martes, 10 de abril de 2012

RECORTES


Las instrucciones desde el ministerio a la consejera de sanidad habían sido claras: Un recorte de al menos un veinte por ciento en la factura de farmacia de la Arrixaca. “¿Cómo?” “Tú verás” “ Desde cuando” “Ya estás perdiendo tiempo” Y le habían colgado al Gerente. El Gerente a su vez convocó a su equipo directivo y les hizo un planteamiento similar. Los directivos reunieron a los jefes de servicio en los mismos términos. Fue un día de reuniones intensas. Los viejos cánones de la calidad no servían. Se imponían soluciones imaginativas. Con tanto y tan buen cerebro pensando no habría ningún problema.

La primera medida fue exigir a los facultativos informes para solicitar cualquier medicamento. A las enfermeras justificar a partir de un número de gasas. A las auxiliares por el número de esponjas jabonosas. Balance semanal: Se aumentó el gasto un diez por ciento.

Nuevas reuniones. Camarillas. Acusaciones veladas. Mucha masa gris pensando encontraría esta vez sí la solución.

La semana siguiente, el clásico carrito de unidosis, donde en cada cajoncito se encuentra el tratamiento de un enfermo se vio sustituido por una bandeja de plata o alpaca grabada con extraños motivos, con una bolsita de cuero por paciente liada con un cordel de piel. El celador traía aquella bandeja justo al amanecer. El sistema de prescripción seguía funcionando sin cambios, cada paciente tenía diez o doce anotaciones para una sola bolsita. Varios pacientes más sagaces vertieron el contenido de la bolsita en un plato y no encontraron diferencia entre un infartado y un enfermo de sida. Pero las instrucciones eran claras. A tragar todo el mundo. Y eso que el olor que despedían las bolsitas y su sabor eran nauseabundos. “Más curará” Tranquilizaban las auxiliares más veteranas.

Fuera cual fuera el aspecto, lo cierto fue que cada vez había menos pacientes ingresados. Comenzaron a detectarse curaciones milagrosas en todas las especialidades médicas y quirúrgicas. Menos de la mitad de camas estaban ocupadas, los quirófanos funcionaban al treinta por ciento, la UCI estaba vacía. Con una expectativa así, urgencias estaba a rebosar, y aún así el hospital no se llenaba.

Mi residente José me advirtió una tarde de guardia que las paredes iban tomando un color cada vez más amarillo y que aquel extraño olor iba llenando poco a poco cada rincón. Bajamos a la capilla y la cruz estaba al revés “Se habrá caído Jose” además hacía mucho frío. Por la noche uno de los pacientes enfermó, se agitó y decía que veía demonios por todas partes. Cuando la enfermera se acercaba blandía una cruz. Prescribí risperdal y el celador vino poco después con una de aquellas bolsitas. Le dije que no quería bolsitas, quería una ampolla. Encogió los hombros. Llamé al interfono de farmacia. No contestaban. Me cabreo pocas veces, esa fue una de las ocasiones. Bajamos a la menos dos por el ascensor número seis que esta vez se comportó. Lo rodeamos. Por debajo de la puerta de farmacia se filtraba un humo denso del mismo color amarillo anaranjado que tenía las paredes. El olor era intenso. Un olor picante a azufre. La luz amarilla oscilaba y las sombras con ella. Salió alguien desnudo y al instante su cuerpo se cubrió del pijama. En la mano una bandeja con una entrega de uno de los saquitos.

Jose y yo nos colamos. Nos colocamos detrás de un estante con ruedas y nos acercamos a la sala. En el centro de un salón había una enorme marmitaal fuego amarillo y una señora enormemente gorda malencarada con una gran verruga en su nariz larga removía su contenido. A su alrededor en corro entre risas ebrias bailaban a medio vestir o desnudas mujeres hermosas acariciadas y mimadas por íncubos y súcubos. En los rincones hombres y mujeres s revolcaban, mientras la bruja mayor echaba y echaba ingredientes a la marmita mientras pronunciaba una salmodia ininteligible.

Poco antes de amanecer. Del interior de la marmita brotó la imagen un macho cabrío que berreó, lamió los senos de la anciana. Escupió en el interior del mejunje y desapareció. En un instante todos los danzantes dejaron de bailar. Voltearon la marmita en pequeños moldes que después colocaron en las bolsitas.

La puerta se abrió. Entró la Jefa de Farmacia. “Buen trabajo, hemos reducido el gasto a un veinte por ciento” “Nuestro jefe también está contento cada vez más almas. Pronto empezaremos en los Arcos y el Rafael Méndez”  “ Adiós” y todas, menos la jefa de farmacia salieron con sus escobas por la ventana antes del primer rayo de sol.

Cuando salió. La seguimos sin que reparara en nosotros, subimos a la sesión y dimos el pase.

lunes, 9 de abril de 2012

ANEMIA ( 8 ) Mudanza


Dicen que los dos principales factores de estrés para un ser humano son la separación de su pareja y una mudanza. También para un vampiro. La visita inesperada de la mujer había precipitado algo que él ya deseaba hacer. Con la ruptura de proyectos que supuso el desamor, la vida en la misma torre que había llenado de sueños ( los vampiros tienen sueños muy vívidos que casi no pueden distinguir de sus recuerdos) le estaba resultando muy dura.

Buscar casa para un vampiro es complicado. No por el precio, Vlad podía fabricar de mil maneras más riquezas de las que podía gastar, sino por los horarios. Los horarios comerciales de las inmobiliarias eran incompatibles con su vida nocturna. Encontró en internet una herramienta. No quería vecinos molestos. Si viviendo aislado en una finca alguien había llegado a molestarle, no imaginaba lo que podía ser el bullicio de una escalera.

Encontró un concepto satisfactorios: un loft. Un bajo comercial. En estos tiempos había bajos a cientos vacios por toda la ciudad. Tecleó el que más le gustaba. Al instante recibió la respuesta. “Vlad ¿cuando quiere usted verlo?” “Hoy pasada la medianoche”  “A las doce en punto nos vemos. ¿Cómo le reconoceré?” “Llevaré un traje negro”. Vlad sabía que seis años antes ni un todopoderoso habría sido atendido por una vendedora de pisos a las doce de la noche.

Era un local de esquina. Se distinguían las cicatrices que habían quedado al retirar los carteles luminosos.  Llegó la vendedora. Una mujer baja con una falda muy ajustada que la hacía caminar como ensartada en un eje vertical. “Buenas noches señor Tepes” Vlad saludó. La mujer se agachó a quitar los candados del suelo. Se oyó un crujido de costuras. Se levantó, palpó el desaguisado que no era amplio. Pulsó el mando que elevó la puerta. Un mostrador, papeles por el suelo, polvo. Mostradores y algún estante rotos.

“Es amplio. No está preparado pero el dueño se avendrá a negociar el precio”. Vlad no respondió, miraba los rincones, la poca luz de unas ventanas en lo alto de las paredes cubiertas de cristales esmerilados. Los rayos de la luna llena apenas conseguían atravesarlas. “¿Esa puerta?” “No lo sé , no me conozco los detalles” Se acercó, la abrió. Había unos escalones y debajo una puerta acorazada abierta. Dentro sobres y polvo. Un habitáculo de un metro por tres metros oscuro, frío y húmedo, un lugar acogedor para Vlad. “Me lo quedo” “No es barato. Aquí antes había un banco”. “ Me lo quedo” “Pásese mañana por la oficina” “Lo necesito ya” Necesitaba descansar . “No puedo hasta la firma del contrato” Vlad la miró. Tuvo que contenerse para no  mostrarle los colmillos. “Tenga esto será suficiente como señal” Le extendió una bolsa. La vendedora sacó varios fajos de billetes de cien y doscientos euros. Salió a la calle. Se acercó a un locutorio y se bajó el contrato. Vlad firmó. “Aunque sea indiscreción ¿a qué va a dedicar el local?” “A una actividad esencialmente similar a la que se desarrollaba” “Banca” “Más o menos” “Tenga mi tarjeta si necesita a alguien” “Necesito personas casi a diario. La llamaré” Se ruborizó y se marchó. El auxiliar de una funeraria que hacía pocas preguntas trasladó su ataúd con tierra de los Cárpatos a la cámara acorazada. Vlad salió a cenar. Cuando alboreaba regresó saciado a descansar a su nueva casa.

De noche, cuando paséis por el bajo cerrado que fue vuestro banco, alejaos, Vlad puede estar hambriento. Ya perdisteis vuestro dinero y quizás vuestra casa, ahora podéis perder la sangre en el mismo lugar.

domingo, 8 de abril de 2012

ANEMIA 7. CRISIS


Vlad había saciado su sed muy pronto. Lo que quedaba de noche lo había gastado vagando de un lugar a otro. Volar sólo es apasionante cuando no lo has hecho nunca. Volar sólo por fuerza de noche puede ser muy aburrido. Se posó en el balcón de la Fuensanta a unos doscientos metros de altura sobre Murcia. Desde el poyete apreció que ya no queda huerta. Cada carril está iluminado. Es un bonito espectáculo si no se tiene en cuenta lo que se perdió: la oscuridad y el silencio.

Los mortales viven con la obsesión del tiempo que se les escapa entre los dedos, como un fluido o arena. Para un inmortal, para Vlad, el tiempo es una maldición. La percepción del tiempo para los vampiros es como la percepción de los niños, algo sin límite. Para los niños no tiene valor, para los vampiros es algo muy pesado.

Por fin por el Levante comienza a clarear el día. Los humanos sienten frío, los vampiros sienten calor.Es el momento de dormir. Un vuelo corto. Su ataúd está en una torre de huerta, un caserón de doscientos años en medio de una finca. La bodega resultó perfecta para su morada. Discreta y apartada. Se coló por la ventana y se tumbó.

No había comenzado su sueño cuando oyó ruidos. Alguien golpeaba repetidamente pero sin mucha fuerza el portón de entrada. Vlad fingió no oír. Los golpes siguieron. A lo lejos se oía una voz de mujer. Golpes y más golpes. El visitante no tenía intención de irse.

Vlad se levantó. Tocó el interruptor que a distancia abría la puerta. Miró quien entraba. Era una mujer joven. La puerta se cerró. Vlad se hizo humo  subió por una rendija del  techo y se ocultó en un armario. Desde que había abandonado la vida de los humanos había abandonado el cuidado de la torre. Todo estaba ordenado pero con descuido. Polvo y telarañas por todas partes.

“¿Hay alguien?” Era una mujer muy bonita. Unos treinta años. Un cuerpo deseable. Un rostro moreno con media melena y ojos negros. Vlad la espiaba desde su espalda. “Vlad sé que está usted viéndome. Vengo a proponerle un trato”. Un trato en su propia casa, no parecía un chantaje la voz no trataba de intimidar. “Un trato muy ventajoso para usted” Sabía su nombre. Un inmortal, un vampiro no tiene nada que negociar, pero un vampiro necesita el sigilo, el secreto para poder sobrevivir. Los días de un vampiro le hacen frágil. La mujer comenzó a desabotonarse la camisa. Se quitó el sostén. La curva sesgada de sus pechos era muy hermosa. Comenzó a bajarse los leggins. Cuando los tenía por los tobillos, Vlad desde atrás se presentó. “¿Qué trato me propones?” Sabía que era cruel tratar con alguien con los pantalones o los pantis en los tobillos. La mujer se incorporó. “Tome de mí lo que desee. Mi cuerpo o mi sangre, pero ayúdeme. Lo he perdido todo” La mujer se desmoronó, sintió vergüenza y  cruzó las manos sobre el pecho. “¿Por qué tendría que ayudarte?” “Por mi cuerpo o por mi sangre. Puedo hacer su vida más cómoda y le necesito. He rezado mucho a Dios y no me ha escuchado. He perdido mi trabajo. Voy a perder mi casa. Sin trabajo, sin casa perderé a mi hijo. Por eso acudo a usted”  “Estás loca” “Estoy desesperada” “ ¿Intentas que un vam… que yo me compadezca? ¡Vete! ¡No debiste haber venido! Cancerbero échala”.Comenzaron a oírse ladridos. La mujer se atemorizó. Cogió su ropa y corrió hacia la puerta. Se trastabilló con los leggings. Salió. Vlad se protegió del rayo de luz del sol de la mañana y volvió a la cripta. Le habían descubierto. No quería más sentimientos humanos. El amor había estado a punto de acabar con él ¿Compasión? Un vampiro no tiene compasión. Un vampiro no quiere almas. Pero le habían descubierto. Necesitaba una nueva guarida. Pero eso es otra historia.



sábado, 7 de abril de 2012

LA NOVIA


Cayetano estaba en su hora feliz. Cayetano un veterano adjunto de puerta de la Arrixaca tiene momentos de activación en que pone a trabajar al internista que es a una velocidad supersónica. Eran poco más de las doce. Una guardia complicada. Relevó al residente del triaje cuando observó que la espera de primera atención se alargaba.

Al triaje entró una señora pasada la cincuentena muy emperejilada de un escote generoso, y una muchacha frisando la treintena vestida de novia con mucho tul blanco y con cara apática o de aburrimiento y una palidez extrema.

“Dígame señora”  “Mire que la nena se casa y ha surgido un problema” “Señora ¿y para eso viene a las doce de la noche?” “Un problema con el novio, ya sabe” “ Señora para restaurar virgos es en ginecología y el seguro no lo cubre” “Es usted un poco borde, si me escucha..” “Disculpe y cuénteme” “ Que la nena se va a casar pronto” “ Señora que eso ya me lo ha dicho y hay gente esperando” “No me deja hablar. La nena se casa y hemos ido a hacerle las fotos y no sale” La señora comenzó a llorar, como ya había hecho antes, por los churretes de maquillaje de sus mejillas y los dos lamparones en la pechera del vestido, la nena no se inmutaba “Señora hable con el fotógrafo, seguro que encontrará el modo de sacarla bien” “No, si no no habría venido a la Arrixaca, son ustedes la última esperanza de una madre. El fotógrafo no puede sacar las fotos. Y si no, mire” La señora mostró una serie de fotos en que el que debía ser el novio, un mocetón alto con frac, abrazaba, besaba, miraba, hacía arrumacos a la nada. “¿Esto no es una broma?” “¿Me ve usted con cara de broma?, Y cuando le hemos probado el traje tampoco se ve en los espejos” “¿A qué lo achaca? ¿Antes se veía?” “Sí, todo era normal hasta que hace dos semanas según contó la abordó un hombre bien parecido vestido de Armani, le besó y le mordió el cuello y vino a casa con dos pequeñas cicatrices. No vea al novio lo que esto le tranquiliza” “¿Su hija sale de día?” “Cada vez menos y con gafas negras y gorro” “¿Va a misa?” “Últimamente no y le ha entrado le petera de casarse por lo civil” “¿Le ha dado ajo?” “Lo ha aborrecido. ¿Qué le pasa a mi hija doctor?” “Señora su hija se está convirtiendo en vampira”.

La señora entrecortó un Oh con la palma de la mano. Cayetano estaba sorprendido de su propio diagnóstico, y de lo que no tenía idea era del posible tratamiento, por lo que  consultó a Google:Tratamiento del vampirismo.Leyó la wikipedia con avidez y preguntó a la presunta vampira.

“¿Tú has bebido de tu propia sangre?” “No” respondió lacónica mientras su madre se abanicaba. “Señora no todo está perdido” “¿Qué hago doctor?” “Esperar, es posible que el efecto de la mordedura se pase y su naturaleza humana se imponga” “¿Y si no?” “Tendrá usted una hija vampira” “ ¿Y la boda? “ “Tendrá que ser por lo civil” “Y ¿Qué le digo al novio?” “Que hay un cincuenta por ciento de posibilidades de que se le pase, y si no, tendrá una mujer vampira” “Pero eso es peligroso” “ El matrimonio es peligroso. Que pacte con ella la cantidad de sangre que razonablemente él le puede ofrecer sin menoscabo de su salud” “¿para siempre?” “ No, sólo un tiempo, después ella se cansará y buscará sangre fuera” “Eso lo va a tranquilizar mucho” “Señora es  lo que hay” “¿Y no le va a hacer análisis?” “No, la voy a transfundir directamente y le daré el alta. Ahora la pasan a sillones. Buenas noches” “Buenas noches”.

Cayetano no creyó prudente poner principio de vampirismo en el informe de alta, por lo que sólo puso anemia.