sábado, 1 de septiembre de 2012

NOCHE DE TORMENTA


El verano tocaba a su fin. De madrugada un rayo y después un trueno, y después otro y otro más. Si no fuese por el mar pensaría que estaba en los Cárpatos. Subió a la terraza. El viento huracanado tumbaba las copas de los árboles. Finas gotas de agua salpicaban su rostro. Su traje se estaba manchando de gotas rojizas. La superficie del agua semejaba una pradera con ovejas pastando alocadas. El viento le irritaba los ojos. Su cuerpo inclinado hacia delante. Parpadeaba. Costaba mantener el equilibrio. Seguía parpadeando sin poder evitar que una lágrima se deslizase por su mejilla descendiese por su mentón y se desprendiese con la lluvia como una gota más. No sentía emoción alguna, sin embargo la sensación del agua salada deslizándose por su piel muerta le trajo recuerdos. Sabía que un vampiro rara vez tiene recuerdos de cuando fue humano, pero en ocasiones esos recuerdos acaban por ser muy vívidos y tan dolorosos como una pústula untada de vinagre y sal. Cuando fue un príncipe su fama de sanguinario le privó del contacto con otros humanos que no estuviese condicionado por el miedo. En su presencia no había gestos espontáneos o inocentes ni bromas ni risas. En ese ambiente rígido amó una vez y no fue correspondido. Poseyó su cuerpo, pero no consiguió su afecto. Se avergonzó después y mirando una tormenta como miraba ahora el viento arrastró lágrimas de sentimiento. Ella murió, como murieron tantos para forzar su secreto. Ahora él también estaba muerto.

“Señor. Señor por favor” Una muchacha regordeta se protegía de la lluvia intermitente. “¿Qué quieres?” “Con el viento de levante y la humedad se ha descargado la batería de mi seiscientos” “Yo no soy mecánico ¡vete!¡no me molestes!” “Oiga que no necesito un mecánico, para eso habría llamado a la grúa, que lo paga el seguro. Sólo quiero que me ayude a empujar el coche. Pero déjelo va usted muy arreglado. Buscaré a otro” “Espera” “Gracias. Tenemos que dejar el coche en la pendiente. Son quince metros. Cuando empiece a rodar yo engrano una marcha y debe arrancar. Me llamo Loli” “Vlad” “Qué nombre más raro. ¿Se ha dado cuenta que lleva el traje salpicado de la lluvia” “No” “Tendrá que llevarlo a limpiar”

La muchacha se montó en el coche y Vlad comenzó a empujar. La rueda se metió en un charco y le salpicó la pernera del pantalón. Llegó al borde de la rampa. El coche tomó impulso. Dio dos tirones y arrancó dejando detrás una humareda. La chica dio la vuelta y regresó.

“Le he puesto perdido” Vlad la miró. Intentó controlar sus pensamientos con los ojos. Se acercó a su cuello regordete. Mordió. Hurgó y hurgó succionó pero solo libó flóculos de grasa. No alcanzó la yugular. “¿pero qué está usted haciendo? No me muerda. Sea más suave si quiere algo invíteme a cenar, después  ya vendrá lo que tenga que venir” Le empujó y se apartó. Sacó las llaves del coche que llevaba prendidas en una cruz de Tesé. Vlad se tapó los ojos ella subió al coche y se marchó.

Vlad miró al cielo. Extendió las manos, las extendió a las nubes y un rayo lo alcanzó. Mil venas aparecieron en cada centímetro de su piel. Cayó al suelo aturdido. Jadeaba, pero recuperó fuerzas. Había fallado por primera vez. Buscaría otros cuellos.
En sus mejillas no había más lágrimas. Su traje estaba arrugado y sucio. Sus dientes tenían un desagradable sabor rancio. Una mujer salió a pasear a su perro que se ocultaba bajo sus faldas a cada rayo. Cuando Vlad se acercó ladró. Cuando Vlad mordió el cuello de su ama se alejó a pesar de que los truenos tenían más intensidad que en toda la noche

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