viernes, 3 de agosto de 2012

BAJO EL SUELO


“¿Seguro que no escapará?” “Los cimientos de esta fortaleza arrancan cinco metros bajo tierra anclados sobre roca” “Es mi hijo. No le deseo ningún mal pero no puedo ya controlar la situación. Era un niño normal” “Les pasa a todos” “Hasta que con diez meses le llevamos a la playa era como todos” “Así son los padre de los pacientes” “Un día su abuela no le encontraba. Le había dejado jugando en la arena. SE volvió a hablar con una mujer de la sombrilla de al lado y el niño no estaba. Pensaron que le habían robado o que se había ahogado. Cuando se lamentaba por su descuido, de un montón de arena emergió su cabeza, sonriendo con sus incisivos, sonriendo. Tenía unos ojos azules enormes. ¿Qué hemos hecho mal? Algún tóxico, alguna fuente de radiación. Llevábamos una vida muy sana durante el embarazo, nuestros trabajos no son de riesgo” “No se culpe. Los epidemiólogos no han logrado establecer ninguna relación con desórdenes ambientales” “Mis otros hijos son normales. El pequeño también es normal. Y mira que pasamos miedo cuando por descuido su madre quedó embarazada. Le atábamos cuando a los cuatro años perdió un ojo con una astilla. No dijo nada. Varios días después el pus fluía entre sus párpados. Siempre arañado. Siempre sucio. Siempre bajo tierra. Con los años la piel iba perdiendo el color, La piel del rostro era áspera como la de un armadillo. Los dedos se habían acortado y ensanchado, las uñas eran cilíndricas y cuando le dejábamos atado varios días crecían y se retorcían igual que sus incisivos. Teníamos que soltarle. Corría al jardín y cavaba durante horas. Y se perdía. Primero hacía madrigueras, después túneles. Cada vez más rápido. No le agobiaba la estrechez del suelo ni la oscuridad. Feliz. Y a la luz agobiado. Nervioso. Corría a la sombra. Ya entonces, si permanecía al sol experimentaba terribles quemaduras, y a pesar de ellas a pesar de las heridas seguí rozándose contra la tierra. Dejó el colegio. NO tenía amigos. Un niño ciego con las manos mutiladas inútil para nada que no fuese cavar túneles incapaz de salir a la luz del sol. Su madre no aguantó. Se fue el día que le vio comer lombrices. No nos explicábamos como sobrevivía. Hacía semanas que no probaba nada de la comida que le ofrecíamos. Lombrices y gusanos y raíces tiernas y tubérculos. Feliz con media lombriz serpenteando por la comisura” “En eso tenemos que dejarlos. No hemos conseguido que prueben la comida normal” “sí por favor no quiero que muera. Es mi hijo. Él no tiene la culpa de esta terrible enfermedad. Y ¿Han concluido algo en las investigaciones de su tratamiento?” “Pensamos que es un trastorno del metabolismo de los lípidos. Como el Lech Nyham que produce extraños fenómenos de conducta que le lleva a amputarse sus miembros pero no hay nada concluyente. Todas las pruebas dicen que son humanos adolescentes. Todos en el entorno de diecisiete años. Ninguna consanguinidad. Confíe en nosotros” “Cuídenlo”

“El mundo terminó. El de la superficie. El cometa que chocó con la tierra arrasó el planeta hasta quince metros por debajo de la superficie. A veinticinco metros estuvimos seguros. Temblor. Algo de calor, pero suficiente agua y alimento para aguantar. Recatamos a nuestros muertos, padres, madres y hermanos aéreos, dejamos sus cuerpos tendidos al aire para no contaminar nuestros suelos. En unos meses vendrá la siguiente generación de hombres subterráneos. Nuestras mujeres no llevan ya a sus niños. Dejan sus huevos en las galerías selladas. Los machos soltamos fluidos para fecundarlos y en un mes tenemos crías que repoblarán el mundo subterráneo. Quizás en mucho tiempo volvamos a retomar la superficie. El sol, el aire, el viento y la lluvia se me antojan un medio hostil. No puedo hacerme a la idea de tener hijos videntes algún día espero que lejano”

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