lunes, 23 de julio de 2012

MANIFESTACION (ANEMIA XVIII)


“¡Somos más. Todos unidos ganaremos!¡Somos más todos unidos ganaremos! ¡Abajo los políticos y los banqueros!”

Vlad veía la multitud por la Gran Vía desde la terraza del edificio del Banco Vitalicio. En verano Murcia estaba muerta, pero este año estaba siendo agitado y levantisco, menudeaban las tertulias y las aglomeraciones que facilitaban la selección de su cena. Una manifestación que termina para un vampiro es como un buffet. Un rebaño de bolsas de sangre que camina lento. La rabia que paso a paso se convierte en euforia da un sabor agridulce al plasma que una vez reposado después de un gintonic o unas cervezas le da un gusto excelso. Con las manifestaciones, la noche murciana se había convertido en una tienda de delicadezas. Junto a unos contenedores del jardín de San Esteban se posó en el suelo. Se acercó a los manifestantes

“¡Somos más!¡Venceremos!” “Únete a nosotros guapetón. Que vayas de traje no te excluye de las filas de los obreros. Sí es a ti. Ven con nosotros” La mujer que había elegido le había elegido a él. Bajó de la acera a la calzada “Somos más venceremos. Repite conmigo ¡somos más venceremos!” Lo repitió con poca fe. “¡No dejaremos que Rajoy y Merckel nos chupen la sangre!” Vlad se sobresaltó. Acaso no era un vampiro solitario. “¡Rajoy dimisión, Merckel a Plutón!” No se encontraba cómodo. Algunos siglos antes, las turbas también reclamaban el final de la masacre a las puertas de su castillo en Transilvania. Su guardia daba cuenta de los aldeanos y por la noche él mismo una por una se ocupaba de sus hijas. “Algo pasa por delante” La mujer morena con un pantalón corto por las ingles señaló una nube de huevos que volaban hasta la fachada del domicilio del presidente regional Valcárcel. “¿Cómo te llamas?” “Vlad Tepes” “Vlad no vas preparado y creo que vamos a tener que correr de aquí a poco”. “No te preocupes por mí” “ La policía está cargando. Vienen hacia aquí. Vamos” Le tomó la mano. Notó como sus dedos hacían un respingo al notar su mano helada. Él sintió la sangre circular por sus venas, su calor. La saliva inundó su boca. Debía esperar un poco más a su festín. Jugar al gato y el ratón. Su acompañante era veloz, pero un manifestante en su huida tropezó y ella y una decena de personas cayeron en cadena. Una porra se iba a abatir sobre Vlad. Vlad se revolvió. Cogió el brazo de su agresor que gritó al sentir la presión que le aplastaba. La porra cayó al suelo. Vlad cogió el casco, se lo arrancó y lo arrojó al suelo. Era una mujer, rubia y muy joven. Le miraba con ira. Pateó el costado de Vlad con la fuerza de la embestida de un toro. Vlad no se inmutó. Micra a micra aplastaba el brazo. La mujer policía trataba de soltarse. Tenía las yugulares turgentes por encima del cuello del uniforme. Vlad no pudo resistir. Le echó la mano al cuello y la arrastró hacia el jardín de San Esteban. Sorbió aquella sangre de guerrera. A su espalda dos policías comenzaron a golpearlo. Los lanzó hacia las paredes con el brazo. “Alto” Un policía le apuntaba. Disparó. Era una bala de fogueo. Se lanzó hacia él. Las cinco siguientes eran balas de verdad que le atravesaron la pierna y el pecho sin dañarlo. Cogió la pistola y la aplastó. Qué bien se sentía. La violencia. La sangre guerrera. Sintió nostalgia de los tiempos en que las batallas regaban de sangre los campos. Uno de los policías, renqueante pidió apoyo. “Vlad por aquí. Estaba preocupada. No te veía y pensaba que te habían detenido” “No” “Ya veo. Eres una especie de superhéroe” “Más o menos” Sonrió. Ella tenía una llave de la sede social de Cajamurcia y entraron. La policía siguió de largo. “Me merezco una recompensa” La mujer lo besó. Hacía  mucho que no besaba a una mujer. Ella tuvo suerte que ya había cenado.

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