martes, 3 de abril de 2012

LEAL COMPAÑERO

“Ginés está todo bien. El electro y los análisis. No hay en este momento nada cardiaco” “Gracias a Dios” “Pero tiene usted que quedarse, el dolor que ha contado era muy típico. Creo que habrá que hacer más pruebas” “Doctora estoy bien. Usted me conoce de otras veces. Si tengo que venir a la consulta ya vendré pero no puedo quedarme” “Lo siento porque le conozco pero tendrá, si se va, que firmar el alta voluntaria, porque lo hace contra mi voluntad” “Dra Soto. ¿Se llama usted María?. Tengo que irme”.

 María no se podía negar había empatizado con aquel hombre de casi setenta años desde que empezó a venir hacía tres meses de forma intermitentemente a urgencias de la Arrixaca. Sabía que el hombre vivía solo en una aldea cercana a Cuevas de Reyllo.

 Había pasado la media noche. En el exterior, en la sala de espera que quedaba en paralelo con las camas de observación se oían ruidos. A María no le era indiferente nada de su guardia. Se acercó a interesarse. 

“¿Qué pasa?” “Doctora este niño está solo. Lo estoy viendo toda la tarde aquí en la sala de urgencias. Pensaba que estaba con alguien hasta que solo quedo yo que tengo a mi madre dentro” “¿A quién se le puede haber olvidado un niño tan guapo?” “He estado pendiente y ha comido galletas y tenía un biberón de agua”.

 El niño los miraba. Tres o cuatro años. Ojos marrón verdoso, rubio, delgado pero fuerte con ropas de niño mayor. Su pelo y su higiene eran óptimos.

 “¿Cómo te llamas guapo?” No contestó, miró al suelo y agitó la puntera del pie derecho. “No habla. Atiende pero no habla” “Voy a informar al jefe de guardia. De noche no podemos dar un aviso a megafonía, habrá que ponerlo en manos de la autoridad” Le tendió la mano al pequeño pero el pequeño se escondió detrás de la máquina expendedora de café.

 “Compañero ven aquí” Ginés salía vestido. El niño corrió hacia él y se abrazó a sus pies. Miró de reojo a María que se acercó. “¿Es tuyo este niño Ginés?” “Ha venido conmigo doctora” “Pero ¿es tu familia?” “Doctora no. Sabe usted que yo soy solo. El niño ha aparecido esta mañana por mi casa. Justo cuando me ha dado el dolor. Y como me venía me lo he traído” “¿Tendrá padres?” “Doctora muchas veces me quedo con niños de gente de la aldea y forasteros. Sus padres van al campo y no saben qué hacer con ellos. Yo estoy jubilado y me gustan los niños. Todo el mundo no tiene un abuelo o una guardería como en la capital” “No sé Ginés no sé” Un guardia civil que custodiaba a un preso intervino. “Doctora déjelo. Yo no le he dicho esto, pero como intervenga el juzgado de menores y algún juez creativo, no le quiero contar” “Bueno váyase Ginés, pero lleve mucho cuidado también con el niño” “Es mi compañero de viaje doctora” “¿Necesita ambulancia?” “Tengo ahí mi furgoneta. Gracias. Vamos compañero” El niño lo siguió dando saltitos con sus piernas menudas.

 A las 8:00 cuando María salía del guardia le informaron que Ginés nunca había llegado a su casa. Se había sentido mal al incorporarse a la autovía en dirección Cartagena. Se había detenido en el arcén y allí había muerto. Al niño nadie lo vio más. Nadie denunció su desaparición. En la furgoneta de Ginés la policía no encontró más restos de ADN que los del fallecido.

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