jueves, 5 de abril de 2012

ANEMIA (6) Jueves Santo



Desde que dejaste la convivencia con los humanos Vlad, vagas por las noches por las calles y veredas de Murcia sin un destino distinto de procurarte el alimento que te mantiene vivo. A veces echas de menos los horarios y las rutinas que hacen llevable la no vida de un ser eterno. Pero no puedes volver. El regreso supondría el recuerdo doloroso de cuanto perdiste. La carne muerta cicatriza mal. El corazón de un vampiro mantiene las heridas eternamente. La soledad te procuraba pocas distracciones. Hoy tienes un plan. Jueves Santo. La procesión del silencio.

 Desfila al filo de la media noche el Cristo del Refugio que sale de la Iglesia de San Lorenzo. Las luces de la ciudad se apagan a su paso. Solo la luz de los faroles del Cristo y alguna vela de los hermanos penitentes iluminan el trayecto. No hay música distinta de los tambores que abren y cierran el cortejo. Los nazarenos visten túnica negra o morada y capirote cuya tela les cubre el rostro permitiéndoles ver sólo con dos óvalos a la altura de los ojos. Te gusta. Quitando el Cristo y las cruces podrían ser una procesión en honor de un vampiro. Este año han tenido el detalle de permitir que desfilen como penitentes mujeres cofrades. No cenarás antes. 

Sobrevuelas la ciudad. Te detienes en uno de los pináculos de la catedral donde retomas la apariencia humana. Corres por el terrado del edifico anexo a la catedral, y en el tejado de los soportales miras el gentío. Se apagan las luces. Escuchas los tambores. Viene el Cristo que porta la cruz. Te ciega. Te ocultas. Pasa el Cristo. Estás muy hambriento. Los cofrades llevan luminarias y grandes collares con placas del vía crucis pero no cruces. Aguzas la visión. Avistas penitentes mujeres. Seleccionas tres, además contiguas. En la esquina de La Carmelitana saltas convertido en humo que repta a ras de suelo por el recorrido del desfile. Se enrosca en los pies de tu primera víctima. Te embriagan los tambores. Te deslizas bajo la túnica y el capirote y te cebas en la yugular. Suficiente. Nadie repara en que una figura de nazareno anda dando traspiés. De nuevo el humo helado. Unos nuevos pies. Asciendes bajo la túnica y el capirote. Eres humo helado y suave. Cuando vas a infligir la dentellada, una luz. Ha quedado la luz desde la luna de una tienda. Uno de los ojos del capirote te lo muestra. Con la luz rostros de espectadores. Ella. Ella está ahí viendo la procesión. No recuerdas los días exactos desde que no la veías. Pierdes la concentración que exige la audacia de un vampiro. Dejas de ser humo. La nazarena siente un hombre apretado junto a ella en su túnica. Sin dejar de mirar a tu amada muerdes y sorbes hasta la última gota de aquella sangre desgraciada. La nazarena cae exánime. La túnica se ha vuelto estrecha y te arrastra al suelo. El contacto próximo de la mujer muerta aun caliente te evoca aquellos abrazos tan distintos. Los abrazos y los besos. Un tumulto a tu alrededor cuando ven salir un hombre vestido de negro de debajo de la túnica. Deberías desaparecer para no ponerte en riesgo, pero la salmodia de los tambores y el regreso del deseo te aturden. Un hombre joven intenta agarrarte. Le golpeas y su cuerpo acaba con la luz que te ha permitido reconocer a tu amada. Ella te mira. Desdén es lo que lees en su rostro. Huyes. Golpeas a muchos con la fuerza que te presta el diablo. Atraviesas la plaza de la Cruz hacia la de los Apóstoles. Bajo la cadena recuperas tu ser de vampiro. Primero humo y después un murciélago y vuelas, alto, a lo más alto de la torre desde donde contemplas la multitud donde está ella aterrada por el suceso. Aúllas para que todos te oigan. Los perros te hacen coro. Extiendes tus manos y desde el Carrascoy por el suroeste comienzan rayos y truenos, un vendaval y el aguacero que dispersa la procesión. Llueve sobre ti. El agua helada te purifica de momento de tus sentimientos humanos. Eres un vampiro. Estás solo Vlad.

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