sábado, 24 de marzo de 2012

ANEMIA IV . The end





Vlad habías aprendido a controlar el apetito de un vampiro por la sangre. Regresaste. Debías quedarte con un poco de hambre en cada toma para envejecer al ritmo de un ser humano. Así 10 años. Después cambiarías de hospital. De ese modo la eternidad, tan larga, se fragmentaría.

Volviste a la existencia casi humana de una criatura sin luz. De noche salías con sus compañeros. De día te recluías en tu ataúd o en el hospital.

 Una mirada. Una conversación. Una sensación extraña similar al deseo de perforar la yugular de aquella mujer. No querías hacerle daño. Reías y reía. Comenzasteis a salir. Siempre de noche. Le confesaste tu naturaleza. Al principio no te creyó. No podía vivir sin ti. Le daba igual. Deseaba pasar su vida contigo. Nada importaba que la vida en presencia de un vampiro pueda ser tan corta. No le importaba que cuando estabais con gente vigilases obsesivamente los espejos y evitases las continuas fotos de grupo para no delatarte. Todo estaba bien. Todo era perfecto. Todo se arreglaría con el hombre de su vida.

Ella quería salir de día. Alguna vez, contigo. Ir a los parques y las montañas. Un día que una tormenta se acercaba con el cielo gris plomo a punto de desgarrarse paseasteis. Con el paraguas entre la lluvia y el aguacero. Solos. Los rayos y los truenos. El calor de su mano con la frialdad de la tuya.

 No era suficiente. Quería tus días. Tenía padres, tenía amigos que querían conocerte. No era posible. Debías dejar de ser vampiro. Regresar a tu condición humana. No sabías si es posible. Revisaste tratados milenarios, oráculos perdidos, leíste los astros y cuanta magia conocías. No había respuesta distinta de la muerte real. Polvus etis et polvus reverterius. Cegado por la angustia te pusiste un plazo para una solución. Un traje, un peinado, una máscara que te ocultase del sol. Era ridículo. Llegó el día. Te esperó al salir. Te llamó y no saliste. Todo terminó.

 Después tiempo de silencio . Algunas palabras escritas sembradas de ultimátum. Y silencio.

 A mediodía te despertaste en la oscuridad de tu cripta sobresaltado por la punzada de tu corazón. Un cazavampiros te había localizado. La estaca ponía fin a tu vida. Por fin. Tocaste tu pecho. No había nada. Era una estaca profundamente humana de la pústula ardiente en tu víscera exangüe. Dolor urente. Desánimo. Descuidaste tu alimento y tu aspecto avanzó cinco años.

Miraste en la distancia y la viste con otros hombres. Buscando un futuro sin ti. Aullaste y todos los perros de la ciudad aullaron contigo. Desplegaste tus alas membranosas enormes. Encrespaste las uñas. El poder que te presta el diablo había vuelto. Podías hacer una masacre con ella y todos esos hombres con solo desearlo. Saciarte de sangre y bañarte en la que sobre. Estuviste a punto. Pero aun quedaba algo. Siempre queda algo.

 Te elevaste con tu batir de alas abatido. Recto hacia la luna llena. Tus alas membranosas sobre el blanco son una bonita estampa. La estampa de un todopoderoso, de un muerto viviente, de un perdedor enamorado.

 Vlad se marchó de urgencias de la Arrixaca pero puede estar en cualquier lugar esperando para saciar su apetito.

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