lunes, 31 de diciembre de 2012

APP


Se mira mientras intenta anudar la corbata. Es el tercer intento: demasiado corta, demasiado larga, una birria de nudo. Ya. La deja lista encima de una cama sin hacer. Vuelve al espejo. Luce un aspecto saludable. El pulso es firme. Nada de tripa. Buen color. ¿De qué preocuparse?. Su salud está bien. No va a pasar nada. Pero ¿y los infortunios? ¿Un accidente? Una calle oscura con la persona inadecuada pasada de alcohol o drogas. Un pinchazo y adiós. O un conductor imprudente. No va a conducir. Luisa no bebe nunca. Está bien tomar precauciones. Mejorar la seguridad. La camisa blanca se ha arrugado en el armario. Enchufa la plancha. El cable está pelado. Un roce al salir de la ducha descalzo y se acabó. Toma del cajón inferior cinta aislante y envuelve la erosión de la funda del cable. Levanta la camisa. Siente el tejido cálido entre sus manos. Le gustaría ponérsela ya, pero es pronto. Cuando se la ponga estará fría. Una corbata negra fina, una camisa blanca y un traje oscuro. Una mortaja que viste su cuerpo helado. Cierra los ojos y sacude la cabeza. La imagen se va. Le falta el aire. Las manos se le han helado y tiene ganas de orinar. Se sienta en la taza por temor a desvanecerse. Apoya la cabeza entre las manos. Mira el mármol del mueble accesorio del baño. Su móvil. En silencio desde ayer pero gobernando sus acciones aun en silencio. Tira de la cadena. Pulsa en el lateral y la pantalla se enciende. Pone su clave. Varios pitidos. Medio centenar de mensajes en Wasapp. Referencias a la fiesta de esta noche.Bromas sobre un año que no sabe si va a vivir. Pulsa el icono de la casa que le conduce a la pantalla inicial. Una gitana. Un icono de diseño naïf. Un app gratuito que encontró pero que va a pagar caro. Nuevos mensajes. Intrascendentes. Náuseas. Le habría gustado no encontrar el icono, pero está. Le preguntó qué deseaba conocer del pasado o el futuro. Millones de preguntas. Un número de lotería o una combinación del euromillón habría sido algo sencillo y práctico. ¿Cuándo moriré? Lo preguntó con una sonrisa incrédula. En cualquier caso con veinticinco años la muerte se te antoja un evento lejano. A media noche de fin de año, con las campanadas. El arco de su sonrisa se ha invertido. El labio inferior se frunce. En su estómago un vacío. Nunca había sospechado un futuro tan corto. Es una locura. Es una broma. Un pequeño icono en un móvil. Esta noche. Imposible. Es algo estúpido. Pero…¿y si?. Había miles de preguntas. Pero quizás en el destino no había más que una sola respuesta. Hoy.En unas horas. Después del fiasco del fin del mundo en 2012, va a acabar tu vida si el oráculo gratuito de tu móvil tiene razón. Igual que decidiste la pregunta has decidido actuar como si no tuvieses la respuesta. La corbata en la cama, la camisa planchada, el traje en la percha que ayer trajiste de la tintorería. Pulsas de nuevo el botón lateral. La pantalla se ilumina la gitana te sonríe. No has podido cenar. Has tenido náuseas con el primer bocado. La pantalla se ilumina. Una llamada perdida. Luisa abajo. Te espera. No vas a conducir. Un nuevo toque. Llamas. Le dices que no vas a salir, que no te encuentras bien. Antes que cuelgue le dices que la quieres. Se ofrece a quedarse contigo. Crees que se te pasará. Si es así irás en su busca. Accede. Faltan quince minutos. Te clavas en la butaca. Coges el mando. NO quieres ver las campanadas. Catorce minutos. ¿Qué puedes hacer? Esperar. Sentir en silencio tu respiración, percibir el frémito de tus latidos por tus venas. Después con la medianoche el silencio. Seguro y después quien sabe. Dos minutos para la medianoche de tu fin del mundo. Esperas el desfile de imágenes de tu vida en tu retina pero sólo la pantalla plana de un televisor apagado. Una campanada. La iglesia del barrio. Hasta... y once y doce. No respiras. Suena el móvil. Luisa te felicita el año. Te pregunta cómo estás. Tienes pulso y respiras. Ves tu reflejo móvil en la pantalla de televisión. Te levantas. Vistes la camisa. Ciñes la corbata y sales. Enciendes el teléfono e intentas eliminar la aplicación de la gitana pero te abstienes. Será suficiente con no hacerle más preguntas.

lunes, 24 de diciembre de 2012

CENA DE NOCHEBUENA


“Papá me prometiste que no ibas a cenar sólo” “Hija no te he mentido” “Papá ¿No lo habrás hecho otra vez?...Te callas. Lo has vuelto a hacer. Papá sé cuanto querías a mamá, pero eso no es sano. No conduce a nada. Ella no querría eso” “¿Cómo puedes saber lo que querría si ya no está entre nosotros?” “Prometiste que no lo harías” “Hija. Gracias por llamarme. No te preocupes. Estoy bien” “Feliz Navidad papá un beso. Nos veremos en año nuevo”

Tengo el besugo en el horno. Tengo su receta pero no sabrá igual. No entiendo por qué mi hija ve tan raro que ponga el retrato de su madre enfrente mío. Le hablo ¿Y qué? Sé lo que es la realidad y lo que es un deseo, pero prefiero cenar con su foto enmarcada que compartir la cena con un extraño.No necesito ya más gente. Conocí muchos y quedan algunos. No estoy triste. Estoy solo. El hombre nace solo y muere solo. ¿Por qué no vivir también en soledad?. O con ella que ya no está con nosotros. Las escamas ya no brillan cinco minutos más y estará listo.

“Quieres una copa cariño” No espero respuesta. Ella no está aquí pero la siento. Te sirvo un sorbito, si no quieres no te lo bebas. El timbre del horno. El besugo está ya. Lo he comprado muy grande valdría para cinco o seis personas. Mañana los gatos se darán un festín. Esto está ya.¡Qué es ese ruido!. Un chasquido. Estoy solo. La bandeja me quema. Voy a ver qué ocurre la dejaré en el horno.

Amor mío ¿qué te ha pasado?.Te has caído de bruces contra la mesa. ¿Te has lastimado? El caballete del marco es muy endeble. Una corriente de aire. ¿Con las ventanas cerradas?. No pasa nada. No te has hecho nada. Ya te traigo la cena.

Otra vez. Ese tintineo. El cristal se ha roto. Cariño, otra vez. El cristal en  mil pedazos. No te has herido. Tu vaso está vacío. El vino ¿Quién se lo ha bebido? Me estoy volviendo loco. Mi hija tiene razón. El timbre ahora. Te dejo en la cómoda frente a la mesa. Si alguien te ve así podrían tomarme por demente y quizás me encerrarían, tendría que abandonar la casa.

“Hola señor. Soy su vecino de abajo. Nos hemos visto pero nos hemos presentado. Nos hemos quedado sin luz . Las instalaciones de estos pisos son muy viejas. Podría dejarme un fogón. Tengo la cena a medio hacer y tanto la vitro como el horno son eléctricos” “Cuantos sois” “Mi mujer y mi hijo” “¿Queréis subir?. Podemos compartir la cena. Yo tengo un besugo que da para media docena de comensales” “No queremos molestar” “No es molestia” “Enseguida subimos, muchas gracias”

Tú sabías que iban a venir. Siempre te preocupaste de mi vida social. Hasta ahora. Pasado mañana te compraré otro marco que te realce.

Cenaron. Sus vecinos eran personas  muy agradables. Casi todas las personas lo son cuando se las conoce. Al terminar la cena, ya de madrugada los vecinos regresaron al apartamento y comprobaron que el sistema eléctrico funcionaba perfectamente.

jueves, 29 de noviembre de 2012

La hija de Robert Poste STELLA GIBBONS


Como en el Quijote la autora concibe el libro, al menos alguno de sus capítulos iniciales, como una sátira de un estilo literario perifrástico y enrevesado. Como en el Quijote, la autora se enamora de su personaje y le da mejor destino que la sátira formal.
La hija de Robert Post se queda sola sin nada con que ganarse la vida. En la época victoriana busca unos familiares con quienes asegurar su sustento. Acaba en una granja de unos familiares que no sabe cómo están en deuda con su abuelo. Uno a uno actúa favorblemente sobre ellos, con sus vidas rutinarias y asilvestradas . Buen humor y un libro optimista. Un  libro grande
"Y entonces Seth,.., de repetente decidió que se había traicionado hablando de una mujer de algo que no fuera amor, y se enfadó consigo mismo" Seth un hombre bruto que le confiesa a la hija de Robert Poste que ama el cine y guardia como reliquias las fotos de actrices.

Terminé de leerlo  el 22 de noviembre de 2012   Calificación 8/10

sábado, 24 de noviembre de 2012

REENCUENTRO EN DOS ACTOS


PRIMER ACTO

“Sabía que eras tú. Pasa” “Hace semanas que has estado dejando pistas” “No lo he hecho de forma consciente” “Seguro que no. Te conozco” Silencio. Ella avanza. “¡Me alegro tanto de verte!” “Me ves a diario” “Sabes muy bien lo que te quiero decir: conmigo a solas. Hacía mucho tiempo. La última vez…” “Hace justo ocho meses. También fue en un hotel” “Lo sé. Desde entonces esa noche me ha acompañado antes del sueño” “No te lamentes. Tú elegiste” “Estás simplificando” “Es la verdad. La verdad es simple” “No pude elegir, no elegí, simplemente dudé, las circunstancias se abatieron sobre mí. Estás tan guapa como siempre” “Gracias . Tú también” “Me encanta tu perfume” Le susurra desde la espalda y ciñe su cintura con ambas manos. No llega a acariciarla. Ella se aparta. Mira el suelo y se lleva la mano a la frente. “No debería haber venido. No sé por qué lo he hecho” “Yo lo deseaba. Lo deseaba mucho” “Yo también lo deseaba. Por eso estoy aquí. Lo deseé siempre y te fuiste. En un instante todo se rompió. Ahora callas. Ya no es suficiente que me encuentres hermosa, que te guste mi perfume. No es suficiente. Ya no. Salvo un milagro” “ Estás aquí. ¿No es eso ya un milagro?” “No sé si es un milagro, un error o simplemente una consecuencia irracional de tu deseo y … del mío” “Sigue habiendo magia. Por eso has venido. ¿Qué posibilidades hay de que dos personas se encuentren a esta hora en una ciudad que no es la suya” “Ha ocurrido. Quizás sí es magia, pero no la misma magia” Ella avanza hacia  el cristal que separa la habitación del resto del universo. Aparta uno de los lados de la cortina. Mira el exterior oscuro. En un rato va a amanecer. Una limpiadora con cofia y delantal abrirá el telón de esa ventana cuando la función ya habrá terminado y sólo quede el regreso. Está cansada. Tomó la decisión en el último instante cuando regresaba con sus amigos. Una excusa que no creyó nadie. Le dejó la llave del apartamento por si regresaba y no preguntaron. Lleva cuidado le advirtió su amiga. Un taxi. Dudas. La puerta del hotel donde él se aloja. El taxista guarda el cambio mientras la puerta del hotel susurra. Se para en el umbral. El tiempo ha pasado. La vida rueda. Cuando dos vidas se separan es complicado, casi imposible, volver a engranarlas. Entra. El susurro de la puerta automática que se cierra. El ascensor. La puerta. Dos golpes. Detrás está él.

SEGUNDO ACTO

Suelta la cortina. Se desploma sobre el sofá de dos plazas. Apoya la nuca sobre el respaldo bajo. Lento, él se sienta al lado. La mira. Ella con los ojos cerrados. Una mueca triste de un rostro bello. Extiende la mano. Acaricia la raíz de su cabello poco más arriba del cuello. Ella se estremece. Abre los ojos. La mira y no sonríe. Ninguno se mueve. Él aparta la mano. Ella frunce los labios y se levanta. Mientras él sentado la ve caminar con pasos pausados en silencio hacia la puerta. No te vayas, le dice. Sin mirar atrás abre la puerta. Un clic a su espalda. Al final del pasillo el ascensor. En la habitación un hombre sujeta la cabeza entre sus manos. Debería correr  y suplicarle pero no va a mover un músculo. Ella se detiene, desearía más que nada escuchar sus pasos en pos suyo. El silencio de la madrugada la persigue y la empuja al ascensor. Enfrente su reflejo. Los ojos rojos. Se vuelve. Agradece la luz tenue del hall. Afuera sigue el mismo taxi que la ha traído. El conductor abandona su asiento y la invita a entrar. El cielo amanece. Rechaza la invitación. Quiere caminar.

En la décima planta un hombre recibe la lluvia impostada de la ducha sobre su piel. En la calle una mujer dobla la esquina. Mejor cualquier realidad que  revivir un sueño enterrado. Pero a ella le gusta soñar.

lunes, 8 de octubre de 2012

ÚLTIMA CENA


Mientras escribo este relato siento su presencia a mi espalda. En casa todos duermen. Frente a mi la luz del flexo. Cuando un vampiro entra en tu habitación la temperatura baja dos o tres grados si ha ayunado, si llega saciado la temperatura apenas se modifica. Hace frío.

“Antonio buenas noches” “Vlad te esperaba” “Es cierto que vas a abandonar los relatos” “Sí. Al menos temporalmente” “Me abandonas” “Vlad tú trasciendes mis relatos, tú perteneces a  Murcia, vas a seguir existiendo aunque no sea a través de mis palabras” “Eso suena como lo que se cuenta a un niño cuando su madre ha muerto. Antonio no va a haber más palabras” “Vlad hice una promesa y debo cumplirla” “Los hombre rompen sus promesas” “Tienes razón, yo mismo las he roto, pero ésta debo cumplirla Vlad” “Estás misterioso” “Para ti no tengo misterios” “No Antonio. Han sido ocho meses juntos. A veces he tenido la sensación de que me envidiabas” “¿Envidiarte yo?” “Antonio…” “Sí. Tal vez sí. Eres un hombre de buen porte. Tienes éxito, infundes miedo y respeto en los que te circundan” “¿Realmente envidias eso?” “El porte sí” “Eres muy cabrón Antonio. Yo te he envidiado la vida cada momento. Y te he odiado” “Ya te dije que aunque estuvieses muy enamorado hay cosas que no pueden ser. La única forma de regresar a tu forma humana era morir. Morir para vivir. Vivir para morir Vlad” “Habría preferido la muerte, pasar a la vida eterna Antonio” “¿Pero acaso la vida eterna, el cielo existen?” “El infierno sí” “¿Pero el cielo?” “El cielo es la vida Antonio, la vida prestada y frágil que vives, los sinsabores y las caricias, las risas, los llantos, la vida y la muerte en definitiva, los momentos excelsos y las caídas. Yo habría muerto por poder vivir. La vida si se hace eterna es un grillete” “Estamos terminando. NO sufrirás más” “Pero Antonio, me había acostumbrado a mantener algo de esperanza” “Tú, un vampiro ¿esperanza?” “O algo parecido. También estuve enamorado” “Sí lo relaté yo mismo” “Siempre hay esperanza Antonio, hasta en los parajes más yermos” “¿Incluso en los desiertos?” “La esperanza de las flores del desierto es muy hermosa” “Estás melancólico Vlad” “Y tú” “Sí” “Pero me parece que me has citado para algo más. No me fío de ti un pelo” “Sí algo hay” “Puedo sentarme, llevo más de veinticuatro horas en ayunas y me duelen las rodillas” “Sí por favor ¿Quieres tomar algo?” “Sangre” “Después. Vlad qué te parecería si hiciesen una película con tu historia” “Antonio apenas te leen ¿Quién va a querer hacer una película” “Se ha puesto en contacto conmigo BRam Stoker” “Antonio, ese tío hace vampiros muy feos” “Por eso se estará interesando. ¡Eh! No me pegues que soy tu creador. Si escribo en el ordenador que te clavo una estaca se acaba Vlad ya mismo” “Pero no te burles. No me gustan las despedidas” “Lo de la película es cierto, pero el director es Santiago Segura, quiere que aparezcas en la nueva de Torrente, tu conversión en humo les ahorraría mucho en efectos especiales” “Mira que puedes llegar a ser tonto. Me avergüenzo de que seas mi creador” “Recreador, ya existías, te he tomado prestado, yo sólo te he trasplantado a Murcia y te he enfrentado a las delicias de los bancos de sangre” “Estoy triste. De nuevo quedo en silencio. No sé por cuánto tiempo” “Dame un abrazo Vlad. Espera me subo a algo que eres muy alto” “Antonio puedo beber un sorbito de tu yugular” “Claro, la verdad es que tengo mucha curiosidad, pero no te pases que es tarde y  mañana tengo consulta. No me he duchado. Me ducho antes de acostarme” “Es igual Antonio” “Pero luego no te quejes” “¿Puedo?” “Sí. Por favor” “Gracias” “Esto hace cosquillas” “Ya está” “¿No habrás sorbido poco? Sorbe si quieres algo más, me encuentro fuerte y no sé cuanto más estarás sin comer” “Ya está. Antonio gracias por haberme…recreado, he disfrutado a pesar de los momentos de dolor” “Yo también Vlad, a pesar de los momentos de dolor”

Si alguien pasa por la calle verá cómo sale de mi ventana un humo gris. Después un murciélago que bate sus alas en dirección a Murcia. Me encuentro débil.


domingo, 7 de octubre de 2012

EL DVD


No había terminado de subir cuando ya deseaba bajar del taxi. No soporto el olor a sobaco. Al conductor, ese olor, su olor, no le afectaba.  Una barra de desodorante es algo muy barato, pero para algunas personas parece que tuvieran que conseguir un aval para adquirirla. El taxista se detuvo a la puerta del restaurante. Bajamos los tres mientras Miguel pagaba al taxista. Le esperamos in entrar. Cuando llegó sonreía. “Mirad lo que me ha dado” Nos mostró una edición casera de un DVD con el nombre del pastor que lo había predicado  “Tíralo ¿Qué vas a hacer con eso?”  “No lo tires. A ver si te va a traer el mal fario” “Que lo tires” “Me has hecho dudar. No lo voy a tirar. Luego veo qué hago con él. Sonreímos.

Ya por la tarde poco después de la siesta Miguel apareció en el hall del hotel. Traía mala cara. “Antonio no sé si alegrarme o arrepentirme de no haber tirado el DVD” Estaba serio. No parpadeaba. Él, un hombre tranquilo se mostraba alerta. “¿Qué te ha pasado?” “He sentido curiosidad y antes de dormir he puesto el DVD en el ordenador” Su nuez se ha movido en busca de unas gotas de saliva. “Estás afectado. ¿Qué predicaba ese pastor? ¿El apocalipsis?” “No había ningún sermón” “¿Qué te ha pasado el taxista entonces” “Ha sido horrible” “Enséñamelo. Tengo curiosidad. Creo que no será para tanto” “Pero yo no vuelvo a mirarlo” No volvimos a cruzar una palabra en la habitación. Pasó la llave por el lector. La puerta se abrió. La introdujo en la ranura y se encendió sólo la luz sobre el escritorio. Debajo su ordenador. No había plegado la pantalla. Lo encendió . Puso la clave y se metió en el baño.”No me has dado el DVD” “Lo he dejado puesto. Se arrancará solo” Del baño, con la puerta abierta no salía ningún ruido, era evidente que se había ocultado. El DVD player comenzó a ejecutarse. Unas imágenes celestiales, un sol sobre cielo azul, el ojo triangular y un predicador con un traje gris. “¿Cuándo empieza lo que has visto? Porque de momento sólo aparece un predicador y bastante aburrido, el nombre además coincide con el de la carátula” “Desde el principio , la música y las imágenes, lo he soportado diez segundos pero se me han hecho eternos” “Sal tu mismo. Este tío es cargante pero no para  tanto” “A ver. Eso no lo he visto antes” “Tíralo. Me arrepiento de haberte dicho que no lo tirases. Te has sugestionado” “Si lo hubiera tirado no sé qué podría haber ocurrido” “Ahora eres tú y no el DVD quien me está asustando” “Llévatelo tú si quieres. “Dámelo, ahora lo tiraré. Vamos a cenar”. Me lo eché en el bolsillo lateral de la chaqueta para tirarlo en el primer contenedor que me cruzase. Pero lo olvidé.

Regresamos de la cena algo achispados. La cara de Miguel se había despejado. Sonreía. Las sombras se habían despejado de su mirada. Su habitación estaba dos plantas más abajo. Nos despedimos en el ascensor y seguí hacia mi habitación. Con la sensación de llegar al hogar, por instinto me llevé la mano al bolsillo del pantalón buscando las llaves. Me rocé con el borde de la cubierta del DVD en el bolsillo de mi chaqueta. Pasé delante de una papelera lo saqué pero decidí no tirarlo. Abrí la puerta puse la llave en su lugar y sólo se encendió la luz del escritorio. No recordaba haberla encendido. La limpiadora. La habitación estaba en ordenada. Me puse delante del ordenador. Lo encendí. Dejé el DVD en el lateral. Me quité la corbata y dejé la chaqueta en la percha. Tecleé la clave. Introduje el DVD.  Fui a lavarme los dientes mientras el DVD player se arrancaba. Desde el baño escuché música y ruidos, gritos inhibidos y destellos a mi espalda. Salí. Procedían de mi ordenador. Me acerqué y no me atrevo a describir lo que vi.  Replegué la pantalla sin apagarlo. Ni lo desenchufé ni saqué el DVD. Cogí la americana y me fui a dar un paseo. Me senté en un banco del parque y esperé que amaneciera. Por la mañana me cargué de valor y lo saqué.

No me atreví a tirarlo. No sé lo que podría ocurrir. Lo he dejado en la leja más alta de mi despacho, debajo de una caja de Ikea con documentos. Si alguien lo quiere se lo regalo.

sábado, 6 de octubre de 2012

LA FELICIDAD


“¿Qué le pasa?” “Está convencido de que ya ha pasado el día más feliz de su vida. Después de eso, poco te queda ya” “Qué estupidez” “Para ti” “Uno no puede saber si mañana no será un día aún más feliz” “Él sí lo sabe” “¿Cómo?” “Hace un año tuvo un día perfecto” “Siempre cabe la posibilidad de la mejora” “A veces no” “¿Por qué?” “Hace doce meses que compara cada momento con aquél” “Me estás poniendo muy nerviosa” “Yo no, en todo caso él” “Tú” “ Sólo trato de explicarte por qué está así” “Pero la mitad del mundo se pasa la vida buscando la felicidad sin éxito, algún momento más o menos agraciado entre un acúmulo de desventuras. Él encuentra la felicidad, una felicidad parece que absoluta y a partir de ahí es infeliz” “Exacto” “La humanidad o al menos los humanos que yo conozco, se conforman con lo que viven aunque sigan convencidos de que serían más felices si disfrutaran de aquello de lo que carecen, dinero, un amor, más o menos sexo, aventuras, éxito, riqueza, viajes, estamos diseñados para estar insatisfechos sin haber llegado a ser felices” “Él ha llegado a ser feliz” “Con un resultado nefasto” “O no” “Nefasto, no hay más que verlo” “Eso sí” “¿Y no le bastaría el regreso a la normalidad?” “Cuando se ha llegado a una felicidad como aquélla no” “Se podía haber quedado así para siempre” “No habría sido lo mismo” “Sí” “No, la misma fuerza pero con distinta intensidad” “No comprendo cómo llegado a ese estado lo dejó pasar” “Por falta de valor” “¿Te lo ha dicho él?” “Lo supongo” “¿Por qué?” “Casi todo el mundo tiene pánico a los cambios. Ser feliz de modo sublime es una cosa, pero dar un giro de ciento ochenta grados a tu vida algo muy distinto” “Llegó a un grado sumo de felicidad y según tú no sería capaz de cambiar el discurrir de su vida” “No, no lo sería” “Entonces ¿Qué le quedaba? La melancolía” “Sí, y la sensación de derrota también después de haber recibido  más de lo que estaba preparado a admitir” “Eso es de cobardes” “¿Cuántos héroes conoces?. Se necesita ser muy valiente para ser feliz” “No creo” “Ponte en su lugar. Estás aquí, ahora y te está pasando algo que te colma. Estás en el vértice de una montaña. Hacia atrás el pasado es gris y mate. A tus pies el sol. Tú encima. Hacia adelante no ves más que una bajada empinada sin fin tapada  mucho más abajo por la bruma, y hasta donde ves o donde imaginas no hay ningún otro pico que emerja de las nubes ¿Qué crees que sintió?” “ En tu ejemplo, encaramado a un pico agudo, imagino dos cosas o tal vez las dos a la vez. Una, vértigo, la otra, si el pico es tan alto que mira el sol hacia abajo, falta de oxígeno” “Las dos cosas, y sin embargo el ejemplo de la montaña tiene un matiz que lo diferencia” “Como en cualquier metáfora, pero me ha ilustrado de su situación” “La diferencia es que al pico de la felicidad subió sin esfuerzo, es más, no sólo sin esfuerzo, sino arrastrado por un gran placer” “Como bajo el efecto de las drogas” “Sí, aceptamos que escaló la montaña dopado de puro placer, y llegar a la felicidad con las drogas tiene el riesgo de que siempre quieres más y más hasta que el frenesí te deja exhausto y sin voluntad en la cumbre, abandonado, con la necesidad de una dosis mayor o más frecuente. Eso le pasó a él. Sintió miedo de una dependencia exclusiva. Se sabía feliz, pero  aun exultante no se vio capaz de avanzar, y la felicidad es frágil, y cuanto más intensa, mayor es su fragilidad” “Y bajó de la montaña ¿De dónde saco las fuerzas?” “Le aterró la dependencia, intentó convencerse de que al bajar sería libre, se dijo mil veces que esa era su elección, pero supo desde la primera que su elección no era lo mismo que su deseo” “Ahora es libre, ha bajado, se ha desembarazado de lo que le forzaba a la felicidad. En libertad hay otros caminos” “Pero no tiene fuerzas, ni ganas, ni deseo . Cuando estuvo arriba ver de cerca el sol lo dejó ciego” “Quizás mirar otra vez el sol podría ayudarle a recuperar la visión” “Imposible” “Si no un sol quizás la Luna” “La  luna solo tiene la luz prestada del  sol, no haría  más que recordarle su pérdida” “¿Tú me querrías tanto?” “ Yo no he dicho que él alcanzara la felicidad por amor” “¿Por qué si no?” “No sé” “Yo sí. Todavía no me has respondido” “No sé qué decirte” “Eso sí es una respuesta”

miércoles, 3 de octubre de 2012

¿QUIEN SE HA LLEVADO MI JAMÓN?


Siempre que llegaba a casa, antes de la cena, centraba el jamonero en el poyete. Afilaba el cuchillo en la piedra de amolar. Se situaba vertical y quitaba chullas transparentes que formaban un entejado poco tupido sobre el plato de postre. Un bote de cerveza en una copa de cristal. El mando del televisor . Un trago. Burbujas en la garganta. Sabor amargo en la lengua. Un pellizco al jamón. El tacto untuoso. El olor a mantequilla y aceite. La comunión de la chulla. Los ojos cerrados. La sal que se disuelve en la lengua. Mastica. Un pico crujiente. Mastica dos veces más y otro trago de cerveza. Un placer de un hombre solo. Con precisión hacía coincidir el último bocado con el último trago. Ahora sí. Una cena ligera, una ensalada con algo de queso, un yogurt y a la cama. El ritual de todos los días entresemana. Al volver a la cocina, tapaba el jamón con un paño, admiraba el corte perfecto y lo afirmaba al lateral del frigorífico. Pero había comprobado la precisión de su corte, siempre entre noventa y cinco y ciento cinco gramos. Los jamones siempre entre siete kilos y  medio y siete setecientos cincuenta. Un jamón cada dos meses, semana arriba semana abajo. Pero esta vez el jamón avanzaba más deprisa de lo previsto. Calculaba que el doble más. Los tres días siguientes lo pesó en la báscula antes de servirlo en el plato: Cien gramos, ciento tres y ciento dos. Como siempre. Pero su jamón se evaporaba. Lo consultó con el carnicero, pensando que el jamón se secaba. El carnicero le dijo que en un jamón de bodega, eso era imposible. Pero su jamón se acababa. No le molestaba, pero la falta de control le estaba interrumpiendo el sueño, le estaba alterando el sabor y le estaba rompiendo las rutinas que hilvanaban sus días. No era posible pero era cierto. Después de cenar, dedicaba dos horas a hacer la contabilidad de un par de amigos autónomos. El apunte tedioso de las facturas, la valoración de los gastos en desgravables  y no desgravables, la confección de las liquidaciones para hacienda hacían que en su despacho hubiese dos montones de papeles, sólo dos, los pendientes y los resueltos. Pues algún día habría jurado que el paquete de los pendientes se había visto recortado, y coincidiendo con el recorte de su jamón. El sonambulismo podía ser una explicación, nadie sino él en sueño activo se habría comido su jamón  y habría adelantado su trabajo. Si era así, era un trastorno muy práctico, con un poco más de gasto en jamón avanzaba mucho más el trabajo. Pero ¿Y si no era esa la explicación?. Por la noche echó harina en la única entrada de la cocina  y también en la única salida de su habitación, hizo una muesca en el jamón y una raya junto a la vigesimotercera –a- del documento con el que empezaría al día siguiente. Esa noche descansó como hacía muchas que no lo hacía. Saltó la banda de harina en el suelo que estaba íntegra. Pasó al despacho. Buscó el documento marcado y no estaba. Miró en los resueltos, estaba ése y treinta más. Fue a la cocina con su corazón dando botes y se tranquilizó al ver la línea sin tocar. El jamón estaba tapado pero el corte había avanzado, calculaba entre un milímetro y medio y dos milímetros. Contuvo el llanto pero no la rabia. Si seguí así, antes de dos semanas estaría terminado, en cuanto al trabajo, no iba a tener que pasar ningún fin de semana más de fin de trimestre hasta las tantas revisando papeles. No podía contar a nadie el misterio del jamón y sus papeles. Él mismo tomaría por loco a quien le contase una cosa así. Compró una cámara y la ocultó en un altillo de la cocina y otra en un estante del despacho. A las seis se despertó. Había la mitad de expedientes pendientes que cuando se acostó. El corte limpio del jamón rozaba ya el hueso. Le dio la vuelta en la jamonera. Se sentó frente al ordenador. Colocó las grabaciones de ambas cámaras. Lo que vio le dio la respuesta.

Varios meses después el carnicero le preguntó si es que no le gustaban ya sus jamones. Le respondió que ya no comía jamón. En el bar sus amigos le preguntaron por qué ya casi no salía los fines de semanas. Él respondió que tenía que trabajar más.


El monedero


En el suelo había un monedero. Era viejo. No tenía nada especial. Se agachó a recogerlo por puro instinto mientras paseaba. Estaba demasiado en la calle a horas en que un hombre debería estar en su trabajo, pero hacía algo más de un año  después de veinte años  había perdido el suyo en una oficina. Algunos días no tenía fuerzas ni para levantarse. Se levantaba cuando su mujer lo hacía para ir al centro a limpiar dos casas, pero en cuanto se marchaba se acostaba. Dormía por el día y la noche la pasaba en vela. Como los niños. Le dijo su mejor amigo. No soy un niño. Estoy más cerca de ser un viejo que de ser un niño. Todavía te miras a los espejos. Le respondió que sí. Había espejos por todas partes y cristales y reflejos que te devolvían una imagen desagradable: la tuya. No seas vago. No soy vago. No hay trabajo para alguien como yo. Dar vueltas. Largas y cortas. Si se paraba en el bar acababa bebiendo y ya veía algunos compañeros que tomaban mal camino. Miró al suelo y vio el monedero. Aunque no llevaba gafas le pareció que entre las dos piezas del cierre salía un billete. Miró a los lados. Miró atrás. Se agachó. La espalda crujió. La inactividad lo estaba oxidando. De tela. Una bolsita con un cierra superior como una mandíbula con dos bolitas que con un clic se entrelazaban. Ciento cincuenta euros en tres billetes de cincuenta , tres euros, veinte céntimos y una medalla de latón de la virgen de la Fuensanta. Ningún dato que permitiera averiguar quien era el poseedor del monedero. Era una zona de paso de mucha gente. Cada hora media docena de autobuses paraban. Cualquiera podía ser el propietario. Ciento cincuenta euros. En su situación actual se trataba de una verdadera fortuna. De vez en cuando le venía alguna duda. ¿Y si el propietario estaba en iguales o peores condiciones que él?. Cuatrocientos euros de ayuda familiar mas lo que su mujer ingresaba con la limpieza. Tenía la casa pagada. No debía nada. En eso había sido previsor. No tenía hijos. Pero no había modo de localizar al propietario. Era absurdo intentarlo, y más absurdo dejarlo en objetos perdidos. Dinero en efectivo, como está la cosa, alguien encontraría el modo de quedárselo. Era suyo . Sí, sólo suyo. Una minúscula revancha frente a un destino que le estaba siendo muy adverso. No era la lotería, pero sí lo suficiente para un homenaje. El dinero que llega fácil se debe gastar rápido y con alegría. Esta noche cuando llegase su mujer le iba a dar el tiempo justo de arreglarse, Cuando le preguntase como siempre si había preparado algo de cena, sabiendo lo corto de su repertorio, le respondería que no, y la dejaría cabrearse y renegar un rato y  que le riñera, y después le preguntaría si había terminado y ella se cabrearía más todavía. Y el la abrazaría y le diría ponte guapa que nos bajamos al mesón a cenar marisquito, como antes. Y ella creería que él bromeaba. Y él le pediría que no le preguntase. Volvió a casa. Sonreía, pensaba en sus ojos cuando se enfadaba y en el brillo cuando tomaba dos cervezas. Subió. Se sentó en el sofá con la luz apagada. Ella se retrasó poco. Entró en silencio a pesar de que la luz estaba apagada. No preguntó si había alguien aunque él la vio mirar de reojo por los cristales esmerilados del salón. Sabía que estaba sentado y estaba callada. SE levantó y fue al dormitorio. La sorprendió mirando en los bolsillos de los vestidos, en las chaquetas y en los bolsos. Le preguntó qué le pasaba. Ella no lo miró y no le dijo que nada. Dejó de buscar, pero pareció recordar, volvió a un rincón detrás de una silla miró y tampoco vio nada. El le preguntó si buscaba algo. Ella le dijo que no. Seguro. Sí seguro que no. Su mentón se frunció. Se tapó los ojos cuando comenzó a llorar con el llanto de la desesperación que reservaba para momentos muy contados. ¿Qué te pasa?. Soy una tonta. Le secó las lágrimas con las manos que antes eran callosas. No, no lo eres. He perdido mi monedero con los cientocincuenta euros de los atrasos de la luz. Ahora nos la van a cortar. ¿Es este? Sí ¿Dónde estaba? Detrás de la taza del bidé. Menos mal que lo has encontrado. No nos cortarán la luz. Sí menos mal

lunes, 1 de octubre de 2012

EL CHATO


“Eres un cerdo. Sólo un cerdo habría hecho lo que tú has hecho. ¿Cómo has podido tratarme así?. Sólo sabes comer , ver fútbol y beber cerveza. Mírate en el espejo. Hace años que pareces un chato, la nariz se te pierde en los carrillos. Los ojos se te han hundido, las carrilladas enormes, la papada, la panza , eres un cerdo por dentro y por fuera. Y encima me tratas así. No debía haberlo consentido” “Loli que no es para tanto” “¡Déjame. vete a hozar entre tu mierda!” “Loli que te estás pasando. Yo te quiero” “¡yo no! ¡Cerdo me das asco!” “Loli que como me enfade” “Si te enfadas qué- Groing GRoing” “Lo has conseguido” Se da la vuelta en la cama. Se coloca la mascarilla para la apnea del sueño. Se aferra con las dos manos a la almohada. Deja que la silicona de su contenido le haga un molde del rostro. Un cerdo. La quiere. No fue su culpa pero no se arrepiente. Un cerdo. Antes a ella no le importaba. Le hacía gracia. Ahora que no puede perdonarlo sí repara. “Cerdo asqueroso si tuvieras dignidad te irías a roncar a otra parte” No se calla. No lo va a hacer. Pero él no se va a mover de ahí. GRoing Groing . El cerdo se va a quedar ahí. Que sea ella la que se va al salón. No debería quererla. Si ella le quisiese a lo mejor no la querría. Pero no lo quiere, la pierde y él el cerdo la desea más que nunca. Dormir. Mañana cambiará de opinión. Groing. GRoing. GRoing.

Se despierta sobresaltado. Una pesadilla peor que la vigilia previa al sueño. Los elásticos de la mascarilla le tiran, la mascarilla le aplasta la nariz. Intenta quitársela y no puede. Sus dedos se han vuelto imprecisos. Se deslizan por la goma elástica sin separarla de su piel. ¿sus dedos? No los siente. Se ha apoyado sobre el brazo y se le deben haber dormido. Tiene sed. Alarga la otra mano para encender la luz de la mesilla. No alcanza a pulsar. Estira la mano para coger el vaso. Lo empuja y cae al suelo en la alfombra. No ha hecho ruido. Menos mal, así ella no se ha despertado. Intenta sentarse para ponerse las zapatillas e ir al baño. Se desliza por el borde y cae sobre el vaso. Se lastima. ¿Qué le está pasando? Está muy torpe. Intenta levantarse para ir al baño y por mucho que se apoya en las paredes no consigue permanecer de pie. A cuatro patas. Levanta la pierna para orinar en el baño y tras varios intentos decide hacerlo en la ducha. A gatas va al salón. Está enfermo. Está muy gordo. Una apoplejía le ha sobrevenido mientras dormía. Llega al salón junto a su sillón donde le gusta ver la tele. Pulsa el interruptor de suelo que enciende la luz. Una pezuña. Ha pulsado con una pezuña. Aunque duda, se da la vuelta, no sabe si desea ver su reflejo en la vidriera. Es él. Se reconoce perfectamente. Un chato, un barraco de unos doscientos kilos.  Ella lo sabía. Un cerdo. Se acostó siendo un hombre o siempre fue un cerdo. Va a amanecer. Vive en el centro de la ciudad. Huir. En las afueras en una granja puede disimularse. Sale. Baja escaleras. Espera a que entre un vecino para salir a la calle y corre. Su olfato se ha agudizado. Sigue el olor de las trufas. Camina hacia el Norte. Cruza la autovía por un aliviadero de aguas de escorrentía, bebe unos sorbos de las aguas remansadas. Al otro lado una dehesa. Encinas. Le encanta el olor. Hoza con el morro y aparta la tierra con las patas. Deliciosa. Y más allá otra. “Marrano ¡epa!” Un hombre. “Padre mira cómo busca las trufas ese marrano” “De donde se habrá escapado” “No sé pero la finca es nuestra” “Sigue marranico” Le cuesta recordar cuando fue humano. Si cierra los ojos, si se imagina niño no ve más que un lechón. Les da las trufas a los recién llegados. Sabe antes de olvidarlo todo, que mientras encuentre hongos subterráneos no le faltará comida, bebida o incluso alguna marranita de buen ver.

Suena el despertador. Su mujer se despierta. La mascarilla está en el suelo. Está sola. Piensa que él ha ido a por tabaco. No se le ha pasado el enfado.

domingo, 30 de septiembre de 2012

WALHALLA


“Juan acabo de sacar una migas .¿Quieres una tapa?” “¿Por qué me dices esas cosas si sabes que no me puedo negar” “Es que con esta lluvia apetece” “Y está lloviendo con ganas” “Estamos en alerta roja” “Termino un arreglo que tengo en la casa de al lado y me voy para la casa. Esta tarde no voy a salir que el agua me da mucho respeto. Están cojonudas estas migas. Dime qué te debo que me voy para mi casa” “Un euro” “¿Y las migas?” “A la tapa te invito yo” “Pues ahora pago yo una ronda, ponte tú otra” “Toma” “Qué jaleo en la calle” “Sí es raro. Va todo el mundo para abajo”. Los dos hombres salen del bar. Al fondo de la calle había otra calle. Ahora hay un torrente. “Qué pasa” preguntan al unísono a uno de los que se dirigen con prisa.”Un coche se ha quedado atrapado y mira como está el tiempo” “Juan voy a llamar al ciento doce” “Yo voy a acercarme”. Al llegar hay un coche parado en medio de la calle que ahora es una rambla. El agua tiene unos veinte centímetros, pero la calle es muy empinada y tiene mucha fuerza. El hombre que conduce ha intentado salir a pie pero no consigue mantenerse. Está en el coche tranquilizando a los dos críos. Le dice al mayor si puede salir por la ventana, que tiene cerca una farola donde agarrarse. El chiquillo asustado abre la ventanilla. Se agarra a la farola y sale del coche. La corriente le arrastra los pies pero por fin consigue asirse. El agua está creciendo. En cualquier momento el coche va a comenzar a flotar calle abajo. Juan mira al hombre del coche. El hombre le comprende y le señala al niño que ya está fuera. Juan se agarra a un árbol. Le extiende la mano y con apuros consigue sacarlo. El niño señala a su hermana y su abuelo. El agua ha arrastrado el coche que ha golpeado contra un árbol  y de momento sigue varado. El hombre desde el interior mira a Juan , parece el único dispuesto a intentar lo imposible. Trata de abrir la puerta, pero la corriente ya no lo deja. Le dice a la niña que abra la ventana trasera. Juan se agarra a las rejas. Los vecinos le dicen que no lo haga hasta que no llegue otro vecino con un tractor y un motor para enganchar el coche. No hay tiempo, la corriente sube y sacude el vehículo, la niña lo mira aterrada. El abuelo atrapado en su asiento reza para que deje de llover, pero arrecia, ahora la lluvia es una niebla densa. Juan baja por el lateral de la calle agarrado a una reja. Está a dos metros, pero sólo  queda una pared enlucida. Busca  apoyo con los pies, pero la corriente es muy fuerte. No será posible. Llueve. El estallido de lluvia apenas le deja tener los ojos abiertos. Mira atrás. No hay retirada, aunque el terror que siente le empujara. Se suelta y se agarra al tirador del coche. Mira al hombre sentado resignado pero agradecido y pidiéndole perdón. Mira a la niña. Llega a coger su mano. Llueve. El gorgoteo de la lluvia se silencia con el rugido de una crecida sobre la crecida, una ola de agua y barro se abate sobre ellos. Se coge al vehículo. Y salen dando tumbos en un torbellinos de agua y piedras que le golpea y lo ahoga. Los giros continuos le hacen perder la noción del espacio y después del tiempo. Pierde la consciencia, sin soltarse de la maneta del vehículo con el que ha sido arrastrado.

Amanece en un lago tranquilo. El coche flota. La niñas sonríe y su abuelo está relajado. Se mete por la ventanilla en el asiento del copiloto. El abuelo y Juan sacan la mano y reman en un agua en calma. Se encuentran una barca. Preguntan al barquero que viste un traje extraño que donde está la orilla. Les señala en dirección a un sol que no parece moverse. En silencio bogan escuchando el chapoteo del agua tranquila. La niña está dormida. El vehículo queda varado a unos metros de unas arenas doradas. A los dos hombres les duele todo. El abuelo saca en brazos a la niña. Se está bien. Se tumban mirando el sol. Cierran los ojos. Han alcanzado la otra orilla.

sábado, 29 de septiembre de 2012

SUMILLER


“Tenemos unas perdices con fondo de chocolate y reducción de Pedro Ximénez” “Parece delicioso” “Y le recomiendo el maridaje con un Vega Sicilia único” “No se ha andado usted con fuegos de artificio” “Perdón señor, no sé a qué se refiere” “El Vega Sicilia no es un vino barato precisamente” “Sé que a usted le gusta lo mejor y es el que da la mejor combinación con el plato sin lugar a dudas, pero puedo ofrecerle otros” “Está bien. Confío en su criterio. Era un simple comentario”.

“Has estado muy seco con el sumiller cariño” “Por lo que vamos a pagar aquí, no te diré lo que tendría que hacerme para considerarlo caro” “Qué bruto eres. Ya vuelve”

Descorcha la botella. Huele el tapón y la vierte en un decantador. El vino se escurre por el vidrio antes de posarse en el fondo. El ambiente se impregna de aroma a alcohol y después a una fragancia de cereza y almizcle. “Lo dejamos reposar unos minutos y le doy a probar. Las perdices ya están tomando su temperatura” Se da la vuelta y toma de una mesa accesoria dos cucharas que parece que han raspado un poco de mantequilla, por encima unas motas dispersas de color verde o gris moho. “Tomen mientras el aperitivo de la casa. Virutas de torta del Casar, fundidas a ochenta grados y compactadas a dieciocho grados con finas hierbas. Maridaje espléndido con cerveza negra artesana de Cork. “Yo no he pedido cerveza ni aperitivo. Quiero saborear las perdices” “¿Quiere entonces que lo retire?” “usted verá” “Deje por favor el mío. Me encantará probarlo” “Gracias señora” Se retira empujando la mesa auxiliar y sin llevarse ni el vaso plano con la cerveza negra ni la torta del Casar echada a perder.

“Aquí están las perdices. Bon apetit” “Gracias” Escancia el vino en la copa de él. Él lo coge lo huele y lo deja. “Está bien” “¿No lo va a catar?” “No” El camarero hace un mohín de disgusto” “¿Le sirvo a la señorita?” “Por favor. Es suficiente. Gracias” “¿Tiene usted Casera?” “¿cómo dice el señor?” “¿Que si tiene usted Casera?” “Señor esto es un restaurante” “¿Y donde debe haber gaseosa, en una farmacia?” “Señor aquí no tenemos gaseosa” “¿Y Sprite o SEven up?” “Sprite” “Botellas pequeñas supongo” “sí señor” “Tráigame tres en una chapañera con hielo” “¿Desea algo más el señor?” “No con eso es suficiente” De vuelta a la barra el camarero hace ejercicios de relajación con la respiración y las manos. Al poco regresa con el Sprite como le ha indicado. Pone un vaso ancho en la mesa con hielo “¿Para qué es este vaso?” “Para el Sprite señor” “No hace falta, es para tomarlo con el vino. Lo mezclo en la misma copa” “Señor le recuerdo que es un Vega Sicilia Único” “Lo sé. A mí me gusta con Sprite” “Seño disculpe pero como sumiller lo considero un sacrilegio” “Y sin embargo si le pidiese su mejor ginebra me la mezclaría sin contemplaciones con el Sprite” “Permítame decirle que no es lo mismo. El vino es una cultura” “El vino es un líquido alcohólico de buen sabor que a mí me gusta beber con Sprite” El camarero suda. La mujer calla. El señor no se inmuta. El hombre y el sumiller se miran y callan. “¿A que le adivino qué está usted pensando de mi?” “Señor no estoy pensando nada. Mi trabajo es aconsejar” “Está usted pensando que soy un nuevo rico que trato de impresionar a una mujer joven , extremadamente hermosa y de una mirada indefinible” “Señor le aseguro que no” “Por eso propuso de entrada el vino con diferencia más caro de su carta. Un hombre con una mujer así no va a rechazar ninguna propuesta” “Señor le aseguro” “Pues ha acertado usted, del todo, sobre todo al definir a mi acompañante, y porque no ha hablado usted con ella, y sabe algo más” “No” “Tráigame otro plato como este de perdices porque parecen deliciosas pero con esta cantidad. si no me trae más le sacaré el sabor cuando me lave los dientes en casa” “Sí señor”

IT`S RAINNING MEN


 “Lleva cuidado que está la calle imposible” “Después de un verano tan seco, esta lluvia repentina nos ha descolocado. Los accesos a Murcia estarán colapsados. Pero no te preocupes que evitaré circular por las autovías. Ahí,  un frenazo te alcanzan por detrás , tú le das al de delante y sin coche un mes o más. Llevaré cuidado. Puedes estar tranquilo” “No es por eso. No es sólo por la lluvia” “El viento. Estate tranquilo. No paso por ningún bulevar o alameda. Si hay alguna rama desgajada no me va a alcanzar. Lo tengo todo controlado” “Tampoco es por el viento. Es la tormenta” “Una aguacero, torrencial, pero apenas quince minutos. Habrá balsas de agua que también tengo previstas en mi trayecto, pero ni atravieso torrentes ni ríos o ramblas” “Déjame terminar. ¿No has mirado por la ventana cuando llovía?” “Hoy no. ¿ha caído granizo?” “Granizo no” “No me dirás que han llovido ranas. Porque lo de llover ranas es un mito. Mi abuela me lo decía, pero lo que ocurre es que las ranas están ahí, en la tierra dormidas y con la humedad, desaparece la cutícula que las protege del ambiente seco y su metabolismo comienza de nuevo a funcionar. Comienzan una alimentación frenética, una actividad sexual alocada, los renacuajos se apuran en los charcos comiéndose a los más débiles para que cuando de nuevo el sol seque el suelo, algunas ranas, las más resistentes aguanten en el suelo a una nueva precipitación. En sitios húmedos no hace falta tanto, en los trópicos hay ranas hasta en los árboles” “No paras de hablar. No son ranas. Mira por la ventana tú mismo” “El chapoteo de la lluvia. El viento que produce ondas en los charcos. Mucho tráfico y torrentes de agua por las calles” “Fíjate en las balsas de agua” “Sí hay muchas. Caen algunas gotas que dejan una impronta de círculos concéntricos en la superficie” “Y si te digo que no son gotas” “Será granizo” “No es granizo. Todos pensábamos lo que tú pero un anciano se entretuvo en contemplar un charco y afirmó que había visto los cojoncillos de un enanito que se zambullía, y que después, al fijarse había muchos  más de los que podía contar” “Pon la tele. No acabo de creerte. Lo de las ranas puede tener una explicación, pero lo de los cojoncillos, perdón lo de los hombrecillos, no sé” “Míralo” “Son las noticias. ¿no me engañas? ¿no es un vídeo de pega? Es cierto el presentador muestra en unas imágenes de una cámara sumergible que introduce en un charco a decenas de hombrecitos y mujercitas desnudos zambulléndose entre las aguas turbias. Comiendo el verdín del fondo, sorbiendo el musgo y solazándose. Están copulando” “Espera . Mira esta otra cadena” “Son bebés, centenares de bebés amamantados por las mujercitas” “Mira esta otras más sensacionalista” “Son hombrecitos muertos. Están medio chafados por las ruedas de un coche. No miden más de cinco centímetros” “El alcalde de hecho ha prohibido la circulación en las vías inundadas para limitar la mortandad una vez se ha establecido que son humanos pequeñitos” “¿De donde han venido” “La mayoría dice que con la lluvia. Tú seguramente opinarás que siempre estuvieron ahí, sin embargo nadie había hablado antes de ellos” “Siempre se ha hablado de gnomos o duendes,  aunque todos hemos pensado que eran mitos, y estos son muy reales y desde luego jamás en este número tan descomunal” “¿Qué crees que pasará con ellos?” “Seguro que desaparecerán como han venido con el tiempo seco” “Alguien ha dicho que en cuanto ven el arco iris los adultos entran en un sopor que los conduce a una muerte dulce. Otros dicen que sus pequeños los devoran” “No me extrañaría” “¿Y cuando salga el sol?” “Se sublimarán o se ocultarán bajo tierra a esperar otra oportunidad. ¿Lo has grabado para que podamos mostrarlo a nuestros nietos?” “Claro ya circulan en youtube en facebook y twiter casi más vídeos que estos pequeños seres. En realidad nadie los ve si no es en su imagen digital” “Son muy graciosos” “Sí”

viernes, 28 de septiembre de 2012

CONJUNCIÓN PLANETARIA



Imposible que dos gravedades no converjan en un universo vacío. Venus y Júpiter. Sentada en el espigón desde el que se abre la playa de La Llana. Al fondo La Manga. A la derecha la tormenta que se ha reactivado en contacto con las aguas caldeadas del Mediterráneo. Los pescadores recogen las cañas cuando la intensidad del viento ha tirado algunas. “Señorita va a llover . Se va usted a calar” No responde. Intenta sonreír y agradece con un gesto de su mano que más parece una parálisis. Va a llover. El viento se ocupará de empaparla. Una sensación. Es mejor que no sentir nada. Un rayo. Un trueno. Se estremece. Siempre tuvo miedo. Pero ahora necesita ese espanto sobrenatural para asirse a la vida. Las olas rompen con más fuerza mientras esperan la lluvia. Un chasquido. Una manta de agua restalla como un látigo sobre las olas. Se acerca. El viento la sacude ahora con violencia. Su cuerpo oscila delante y detrás. Atrasa un paso para no dejarse llevar. Se alejan las luces rojas traseras del último vehículo. Un pescador que le ha hecho una oferta. Una puta. Una mujer sola. De pie abrazando su propio cuerpo y encarando el viento. Se van. Se acerca al lugar más oscuro, pero no debajo del espigón . Necesita sentir la humedad y el frío deslizarse. Necesita hablar en silencio, pedirle al viento que le devuelva los momentos que arrastró hacia el interior. Hubo un tiempo en que esos momentos le sobraban, tenía muchos, cada instante, cada segundo cada centésima de segundo. La gravedad, los planetas, Júpiter y Venus se encargaban de proveer las preces que ofrecer al viento. No quedó ninguno. El viento se los llevó. Era el mismo lugar donde la conjunción de Venus y Júpiter hicieron estallar el tiempo. La misma oscuridad y el mismo silencio, pero entre chiribitas de colores y caricias en el estómago. Stop. Tiene frío. La temperatura es agradable, pero el viento le roba el calor a su cuerpo como le robó los momentos. El viento le quitó todos los momentos, o ella se los dejó arrebatar sin oponer resistencia, sin embargo el calor no se lo quitará del todo. Le gustaría, ahora que comienza de nuevo a sentir. Tirita. No puede hilvanar dos ideas seguidas. No puede recordar. Tirita. Tirita. Los brazos se estremecen. Los dientes castañetean. A la luz de la última farola el suelo hierve con el chapoteo del agua. Intenta subir al espigón, pasear en alto por el borde, pero está cerrado. Una puerta de dos alas y un candado. Levanta el postigo que lo sujeta al suelo. Lo mueve con las manos. Es delgada, un poco más y podrá colarse. Con el esfuerzo está entrando en calor. Llueve menos, pero las gotas, más finas se le clavan en las mejillas.

“Oiga ¿Qué hace usted ahí? Está prohibido pasar. ¿Adónde va con este tiempo?” Le enfoca la cara con la linterna. Se oculta del foco con las manos. En el haz de luz ve arreciar de nuevo la lluvia. “Señora ¿Qué hace usted con esta noche?. Está temblando. Véngase conmigo que llueve a cántaros” No se decide. “O si quiere márchese, pero no le puedo permitir entrar salvo que sea mi invitada” Sigue a ese hombre desgarbado y mal afeitado. Él la espera con la puerta abierta. NO hay nadie más en la caseta con cristaleras con palillería a los cuatro puntos cardinales. Él la espera. Ella entra en silencio. Un relámpago, un trueno. El cielo se deshace y cae a plomo sobre las cristaleras. Le ofrece un café. No le gusta el café. Le da un sorbo. Le sabe amargo. “Está caliente, lleve cuidado. ¿Cómo se le ocurre salir en una noche así?” Sopla la taza. El hombre le ofrece un poco de leche directamente de un brik. Da un sorbo. Mejor ahora. “Si no quiere hablar no hable. YO estoy acostumbrado a estar solo, pero si me permite yo de vez en cuando le diré algo aunque no me conteste” Él tampoco sonríe. Mira al exterior. “Vine a ver la conjunción de Venus y Júpiter” “Ha elegido el día” Le echa un poco más de café. Da un bocado a un bocadillo envuelto en papel aluminio. Le ofrece después de morder, excusándose por no haberlo hecho antes. “He elegido el día. El viento podría devolverme lo que se llevó”

miércoles, 26 de septiembre de 2012

EL ABUELO


“Nada funciona. Llevamos meses sin escuchar más que malas noticias. Todo el mundo tiene miedo a perder algo y no me refiero a la salud; a la gente le resulta doloroso si no imposible hacer planes de futuro porque barruntan que el futuro será peor y si sales ves las manos abajo, ves personas derrotadas que miran al suelo” “Eso no es nuevo” “Lo sé, pero tantas personas desesperadas tantas navegando al pairo en la desesperanza de un mar hostil puede conducir  al caos, al colapso de nuestra sociedad o...” “A la guerra” “No sé si tanto, pero cuando pierdes la esperanza, cuando el futuro es un borrón que se inclina cuesta abajo hacia un pozo y te aceleras en la caída, cuando no se puede soportar más la humillación, puede que la gente se rebele, luche detrás de la primera bandera que consiga arrastrar tanta fuerza desperdiciada” “Cuando hay un naufragio, rara vez se cogen los botes de forma ordenada, no hay mujeres y niños, sino mi hijo, mi mujer, yo, los botes zarpan medio vacíos, la mayoría naufragan a su vez al ser botados con prisa, el resto si tiene suerte se hace de un chaleco salvavidas, o consigue asirse a un objeto que flota y espera en el agua el rescate, o la congelación o los tiburones, o la deshidratación. El resultado es que el barco tendría recursos suficientes para haber salvado la vida de la casi totalidad de los tripulantes y pasajeros y sin embargo la mitad o más alimentarán el plancton” “Sin embargo me educaron, tú me educaste en la quimera de que las crisis sacan lo mejor de los hombres. Y ahora, según se prolonga no veo más que actitudes miserables, cobardes e insolidarias” “Cuesta abajo se camina más fácil” “Aunque sepas que caminas hacia un pozo de mierda” “Cuando estás cansado sólo los más fuertes pueden elegir, y a veces no quieren o no saben” “Es desolador” “Pero tienes que mirar bien. Hay personas ejemplares mucho más cerca de lo que crees, líderes solidarios que se ocupan de sus vecinos o de su familia, empresarios que aguantan su empresa” “Pocos” “Algunos y otros se han arruinado en el intento. Madres que multiplican los ingresos disminuidos quitándose de todo por mantener lo esencial de sus hijos, personas que sonríen cuando te dicen buenos días” “Poco mérito es ése” “Miguelito si la mitad de las personas que te cruzas por la calle te sonriesen cuando las ves la crisis habría terminado” “Entonces no ha terminado” “Te veo cansado Miguelito” “Abuelo estoy muy cansado. No tengo ganas de luchar” “Eres mi nieto favorito pero siempre fuiste muy flojo” “No me digas eso. ¿para qué luchar algo que no voy a sobrevivir. Y sin embargo me gustaría tener algo de esperanza para mis nietos. No te vayas” “¿Qué quieres ahora?” “Estoy muy cansado. Llevo siete días postrado en esta habitación, he sobrevivido a un compañero y aunque las enfermeras me animan, yo no veo mejoría por ningún lado” “Miguelito noventa y tres años son muchos, yo no pasé de los sesenta y seis” “ Si tuviese un puntito de esperanza no creas que tengo ganas de irme, pero ya no la tengo y estoy muy cansado. Quizás está llegando el momento de devolver mi cuerpo a la tierra” “Todavía puedes elegir pero no mucho tiempo más” “Espera que me voy contigo. Siempre me gustó tu conversación. Aprovecharé la oportunidad que he tenido de volver a verte” “Has vivido mucho más que yo. Tú también tendrás cosas que contarme” “Pero si te canso me lo dices abuelo, que los viejos a veces somos un poco pesados”

“¡Miguel. Despierte”

No volvió a despertar.

martes, 25 de septiembre de 2012

SEPTICEMIA.


La inmortalidad te apartó de los humanos. Anclado al paso del tiempo, sin atajos, sin paradas, sin vuelta atrás y sin final. La sangre tu único alimento. La noche tu día. La soledad tu compañera. Inmune a las infecciones y al cáncer o la vejez que matan a los humanos tu infección son los recuerdos. Cuando un vampiro evoca sus recuerdos, pierde el apetito, se estremece, le invade la melancolía, añora el momento en que pudo morir y descansar para toda la eternidad. Anoche Vlad no salió. Se quedó en su cripta. Se sentó en un rincón a la luz y al olor acre de la cera quemada de un cirio. Le apetece sentir el tiempo. Extiende la mano y ve a la luz de las velas las sombras oscilantes de sus venas exangües en las manos sarmentosas de viejo. La septicemia se enrosca en su interior, le muerde el tiempo en que revivió el amor humano. Cuando el sopor a que le conduce el ayuno le hace eclipsar los párpados, el sueño nocturno se interrumpe con la imagen de la que le hizo desear ser humano. Como en las pesadillas despierta con la frente regada, la boca seca y las palpitaciones sordas de un corazón muerto. Le queda un hilo de vida. Un hilo. Mañana si no se alimenta, con la salida del sol su cuerpo devolverá la ceniza que hace cientos de años le hurtó a la tierra. Falta poco, muy poco. Pero sabe que ese poco es imposible. Ningún vampiro ha llegado a voluntad a devolverse a la muerte. Es como si un humano intentase estrangularse con sus propias manos. Fallan las fuerzas. A Vlad le fallan las fuerzas y le falla la voluntad. Se levanta. Se sublima en un humo que sale por la cerradura de la cripta. Se arrastra por la calle con el único impulso que le impele el viento flojo de primera hora de la noche. Una rendija por debajo de la puerta de un cajero. Un indigente se cobija entre unos cartones. Vuelve a su cuerpo. Aparta el cartón. La mujer de apariencia mucho mayor que su edad no se inmuta dormida por el vino de un brik que yace a su lado. Sorbe. Sabe rancio. Siente náuseas. Es como comer gusanos, u hojas o raíces en un ejercicio de supervivencia. Recupera la fuerzas, sus músculos emaciados se rellenan a la vez que su estómago convulsiona y siente náuseas que expulsan la espuma de su saliva y algunos restos de sangre ajena. No puedes seguir así. La mujer en el suelo se levanta, te mira, se rasca las dentelladas de la yugular, extiende la mano y sorbe las gotas del envase, lo sorbe y lo colapsa y cuando termina te lo tira. Te dice vete y te vas. Caminando. Tu porte ahora es elegante y joven pero no orgulloso. Cabizbajo tropiezas con dos mujeres jóvenes. Desde arriba ves el pelo y piensas que es ella. Le coges el rostro entre tus manos la miras y escuchas hola guapo de una voz que no es la suya. La sueltas y te vas. Dame un besito escuchas desde atrás. Se marchan apuntalando su paso entre las dos. Sabes que debiste morir. La inmortalidad desde que no pudiste volver a ser mortal ha sido un error. Mejor morir y descansar que la inmortalidad que no te permite vivir o amar a la luz del día. Estás resuelto. Vas a ser el primer vampiro que se suicida de la inmortalidad. El infierno será tu destino, pero ningún infierno peor que tu no vida. Has fracasado en un intento de ayuno. No podrías salir al sol, las fuerzas te abandonarían antes de ponerte en riesgo. En un montón de basuras hay un palé roto. Una tabla puntiaguda. La colocarás en la tapadera de tu ataúd. Lo sujetarás, soltarás las bisagras y el peso perforará tu corazón. Descansar, para siempre. Es posible. Es posible. Lo haces . Va a amanecer. Te acuestas. Esperas el último instante de la noche. Tratas de mantener los pensamientos neutros, pero te aparece el infierno, la condena del fuego y el sufrimiento. Y sin ella. Vas a soltar. Va  a caer. Las pesadillas. La septicemia de su rostro detrás de tus párpados. Basta ya. No puedes más. Va a amanecer. Quitas el calzo que la mantiene abierta. Adiós. Adiós. Te quiero.

En un último instante se gira y la estaca apenas le roza la espalda. Después el sopor del día. Mañana necesitarás sangre.

lunes, 24 de septiembre de 2012

EL GUANTE


“Vete” “¿Qué pasa?” “Ahí tienes tu maleta. Vete.” “No entiendo nada. Te has vuelto loca” “¡Qué engañada me has tenido!” “¿Qué estás diciendo?” “¿Dónde está el guante?” “Paula ¿Qué guante?” “El guante verde de cabritilla en el lateral del asiento del copiloto del coche”

No podía reconocerlo pero sí lo sabía. El guante verde que encontró dos semanas antes donde ella le decía. Le extrañó verlo. Doblado desordenadamente en el lateral del asiento del copiloto. Le extrañó no haberlo visto antes, porque era bien visible, pero él solía conducir el coche. Pero recordaba haber lavado el coche dos o tres veces en los últimos dos meses y en ese hueco no había nada. O habría perdido la razón. Y hacía seis meses que no  veía a Lucía, o sí la veía pero no como antes desde que se resquebrajó el futuro frágil que estuvieron construyendo tapizado de sueños blandos y mullidos de color rosa claro y azul celeste. Estalló el sueño. Pero el guante de Lucía sólo lo vio hacía dos semanas. Se lo devolvió. Ella lo tomó sin palabras, sin gestos. Sí es mío. Lo atrapó y lo apretó en el puño, moviendo los dedos para hacer desaparecer de la vista el resto inesperado, tal vez incómodo de su pasado. Paula lo sabía. ¿Cuánto tiempo lo había sabido en silencio? Ahora. Seis meses después. Ahora y no hace siete u ocho meses.  Hoy una condena doble. Ayer una liberación del mundo inesperado en que navegaba al pairo agitado por placer, por dolor, por remordimientos y por amor. Habría ganado algo , ayer, hoy todo era pérdida, nada más que dolor.

“Vete ya degenerado y traidor” “Me voy pero no sé a qué te refieres” “Embustero” “No lo sé de veras” “No sabes cuantos días he subido al coche oliendo su perfume” “Estás desquiciada” “Hace siete meses un guante verde en el coche cuando cogía mis gafas de la guantera. No era mío. El perfume, el mismo perfume que había invadido mi espacio, que te había desplazado de mi lecho salía entre los dedos de ese guante único. ¿Estoy mintiendo? Ahora no dices nada. Te callas. Ya eres libre. Sigue el olor de tu hembra. Traidor. Ingrato” “Déjalo ya por favor” “Me alegro de haber roto  mi silencio. Me encuentro bien aunque me veas llorar. No te importa” “Sí me importa . Eres tú” “No soy yo. Eres tú y es ella. No soy yo. Yo estoy aquí y seguiré aquí. Tú te vas” “Me echas” “Te has echado tú. Más de seis meses tuve el guante guardado. Intenté tirarlo pero no podía. Lo dejé en un cajón. Lo cambié mil veces porque sentí que su olor impregnaba cada una de las prendas. Lo envolví en una bolsa. Hasta hace dos semanas. Necesitaba una prueba. Lo volví a dejar en el lugar donde lo encontré” “Estás loca” “Sí. Loca. Y no has dicho nada. No me has preguntado si era mío” “Sabía que no era tuyo” “Ves sabías que no era mío. Lo sabías. Sal de tu mentira. Yo ya estoy más aliviada. Ahora vete” “Me voy . Adiós. ¿No te lo vas a pensar?” “No quiero pensar más. Han sido muchos meses. Una última prueba que no has superado” “Bueno ya te diré donde estoy. De momento no voy a mover nada por si cambias de opinión” “Yo ya he hablado con mi abogada” “Adiós”.

La puerta se cierra a su espalda. Es de noche. En su interior se cierne el gris, o el marrón sucio, niebla o calina. No quiere pensar en el mañana. Se tienta el bolsillo. Las llaves del coche, las de la playa. No quiere dormir en casa de nadie ni en un hotel. No quiere reproches de sus padres ni el consuelo de sus amigos. Su casa y su cama en la costa. Llamar a Lucía no, todavía. Mañana será otro día.

No hay nadie en la urbanización de la costa. La brisa y él. Abre el portón de entrada. Regresa al coche abre la puerta del copiloto. Mira el interior e intenta imaginar al menos el momento en que el guante calló. Sí. Tomará prestado un sueño de su pasado para pasar una primera noche en soledad que será sin duda de hiel.

domingo, 23 de septiembre de 2012

DETRÁS DEL SETO


Los niños formaban una algarabía en la piscina y de la piscina corrían al castillo hinchable emplazado en el único rellano abierto del jardín. Es lo primero que se veía al llegar. A la izquierda, en el porche del chalet que miraba a los niños, las mesas estaban dispuestas igual que el año anterior, pero en los rostros de los mayores se percibía una mueca. Risas, gestos sobreactuados, pero presididos por el lastre de una ausencia precoz y reciente.

Cuando un niño se queda sin padre, los mayores a su alrededor pierden el derecho a la tristeza. La tristeza debe quedar por dentro. El mundo de los niños cicatriza rápido, el de los adultos no tanto, incluso algunas heridas no restañan nunca. El niño huérfano no tenía edad para comprender el alcance de la muerte. Sus amigos estaban allí, las ocho velas de su tarta, la piñata y una multitud de regalos, más que en otras ocasiones. Conforme la tarde cayó, el niño cada vez con más frecuencia se acercaba a su padrino reclamando orden para el resto de los niños. Antes de hablar con él recorría las caras por si hubiese suerte y apareciese el único rostro ausente, el rostro que por su enfermedad tanto lo había acompañado los últimos seis meses salvo las ausencias largas del hospital. No estaba. “Padrino..”.

Los días previos, la madre no tenía seguridad en lo que hacer. Sentía mucho la falta. Tan cercana. NO había todavía destilado con suficientes lágrimas la pena. Las respuestas siempre.”Seguir” “Seguir” “Seguir” “Adelante” “Tu hijo”. Y la certeza de que un padre muerto que estuvo intensamente aferrado a la vida no querría que su hijo perdiera una oportunidad de alegría por un detalle, por un instante, el final de una vida. Haría la fiesta, aunque su gesto no saliera de una mueca y aunque tuviera que perderse en el  interior para recuperar un ánimo que se disolvía.

Ya era de noche. Después de la cena las copas y la cercanía del final de un día que comenzó tenso hicieron más fácil las risas de los mayores. Algunos niños caían rendidos en las butacas más cómodas o encima de sus padres o madres los más pequeños. La viuda miró alrededor y contuvo la respiración, su hijo no estaba. “¿Habéis visto a mi hijo?” Unos niños le respondieron que no , otros que estaba detrás de un seto que dividía en dos el jardín. La madre miró y el niño apareció. Venía muy serio caminando hacia ella. “Mamá el papá me ha dicho que vayas” La música era el único sonido que rompía el silencio. Todas las conversaciones de la veintena de adultos que había pararon. “Pero hijo. Papá…” “Mamá me ha dicho que vayas. Me ha felicitado. Me ha dado un abrazo y se ha despedido. Me ha dicho que aunque yo no lo vea él estará conmigo y que todo va a ir bien. Quiere que vayas” A la madre le temblaban las piernas. Miró a su hermana. Miró a su amiga que con un movimiento de ojos le señalaron que fuera. Extendió la mano a su hijo.”No mamá. Me ha dicho que tú sola” La música se detuvo. Nadie se preguntó cómo. La mujer caminó lenta hacia el seto. Lo  bordeó. Sólo se veía su cabeza. Se agachó. Silencio. Su hijo comenzó a jugar y los otros niños lo siguieron. Dos o tres minutos después la mujer volvió a aparecer. Primero la cabeza por encima del seto. Después dio la vuelta. Sonreía y miraba algo que traía en la mano.

“Estaba ahí. Quería despedirse. Me ha dado esto” Y les mostró la rosa que le había dado.

sábado, 22 de septiembre de 2012

NOE


Técnico de mantenimiento del Hospital de los Arcos en el mar Menos. Diez años. Muy conocido ya en el hospital antiguo. Un problema, una solución y siempre amable. Más cerca de los sesenta que de los cincuenta. Se volvió canoso. Normal a su edad. Pero en unos días. Se dejó el pelo y se dejó la barba. Al terminar de la jornada se quedaba hurgando en los montones de deshechos que produce un hospital. No se llevaba nada sin consultarlo. Tornillos para reutilizar, una madera, trozos de tela, plásticos. Lo miraban extrañados, pero no molestaba y nadie se atrevía a preguntar. Cada día rebuscaba entre los restos con mayor desesperación. De la meticulosidad del inicio cuando cada remache, cada pieza, le cuadraban, a una expresión próxima a la desolación transparente en unos ojos ocultos detrás de una pelambre blanca. Su jefe le siguió con su furgoneta atestada de tablones. Llegaron desde San Pedro del Pinatar por la antigua nacional a la rotonda del Centro Comercial La Velas, ahí giró a la izquierda y a unos doscientos metros detuvo la furgoneta. Dudó si detenerse a su vez y ofrecerse a ayudarle. No lo hizo. Era evidente que le había estado siguiendo. Siguió unos metros. En la nueva rotonda que permite incorporarse a la autovía, se detuvo en un camino. Oteó desde un alto y lo vio. Se ocultó tras un árbol. En medio del campo apartado de la línea de naves industriales junto a la carretera, había un viejo barco varado en medio de un campo roturado en barbecho. Lo vio ir y lo vio volver. Lo vio acarrear agua y algunos sacos. Estuvo trabajando una hora y se marchó. Saltando entre los tormos, su jefe se acercó. Desde lejos el barco aparentaba ruina. Unos ocho metros de eslora. Agujeros por encima y por debajo de la línea de flotación. Los cristales rotos en la cabina. Sin embargo las maderas carcomidas habían sido tratadas, rellenadas y alguna podrida sustituidas. Tocó y ya había dado una primera mano de decapante para después pintar. Abrió la puerta de la cabina. Bajó dos peldaños y en el pequeño compartimento, olía a demonios. A derecha e izquierda, en el suelo y en el techo había jaulas en cada una de las cuales había parejas de ratas, ratones, gatos, unos chiguaguas, tórtolas, palomas, canarios y otros animales pequeños. Apenas podía respirar. Abrió la trampilla para el pescado y vio terrarios con gusanos que bullían, moscas, mosquitos, cucarachas, hormigas   e insectos que ni siquiera conocía. Se fijó en el sistema de control de humedad y temperatura que en absoluto silencio funcionaba sin parar. Se fue preocupado por su amigo. Por la mañana lo comentó con el neurólogo quien no dudó,  una demencia, con su edad un inicio de Alzheimer puede volver a las personas maniáticas con tendencia a guardar cosas. Le advirtió que todo estaba en un orden absoluto, si no sería cosa de los psiquiatras, le aseguró que no, que le trajese a la consulta aduciendo cualquier causa. No estaba dispuesto a engañarlo más. No tenía motivos para haberle espiado sin haber intentado antes que él mismo le explicase la verdad. Eso iba a hacer, hablar con él, lo que debería haber hecho desde el principio. Cuando regresó al taller, vio a personas que no eran habituales, sin ningún cometido, que se acercaban a curiosear al compañero que había perdido la cabeza. Se enfadó con quien no había sido discreto y consigo mismo por no haberse dirigido a él desde el principio.

“Juan vente al despacho” “Hoy todo el mundo quiere hablar conmigo” “Te encuentro raro” “Estoy trabajando mucho” “¿Quieres descansar?” “No no puedo. TE lo habría dicho” “Has cambiado tu aspecto” “No tengo tiempo de afeitarme” “Y te llevas cosas cada día después de trabajar” “siempre te he pedido permiso” “No es eso. Somos compañeros. Eres mi amigo y estoy muy preocupado” “Yo también” “¿Quieres contarme algo?” “No. Eres muy buena persona. Simplemente no cambies” “No me vas a decir nada” “Te lo he dicho. Simplemente que no cambies. Queda poco” “¿Poco qué o para qué?” “Tengo que trabajar. No puedo decirte más” Se dio la vuelta y se marchó a trabajar. Cada día la misma rutina. Nadie entendía nada hasta que empezó a llover.

viernes, 21 de septiembre de 2012

LAS AGUJAS DEL RELOJ


Cuando mi hija nos vio discutiendo nos recriminó de forma muy agria. No recordaba haberla visto así. Desde que nació fue una niña un poco rara. Su mirada intimidaba a los adultos que se acercaban a hacerle carantoñas. Pero como ayer nunca. Yo discutía con su madre, mi mujer, por naderías, como siempre, ninguno de los dos queríamos renunciar a la última palabra. Mi hijita no había hecho un gesto. Dejó su muñeca en la trona, con mucho cuidado, sacó los pliegues del vestido de los laterales de la silla. Los ordenó uno por uno. La peinó con dos pasadas precisas del cepillo. Se agachó. Juntó su cabeza a la de la muñeca y le susurró al oído muy flojito, o no tanto, pero nuestros gritos nos impedían oírla. Se dio la vuelta. Esa mirada. No podré olvidarla. Las cejas enarcadas. Como su madre. Pero los ojos con una expresión fría. La boca blanda. Los labios fruncidos. La punta de la lengua que se insinuaba. Sus pupilas negras no dejaban ver el ojo de sus iris. Callaros ya. Susurró. Seguimos sacando trapos sucios del desván de los recuerdos de pareja. Que os calléis. La miramos de reojo. A la vez le dijimos que no se preocupase que no era nada . Que tu padre. Que tu madre. Y nos volvimos a enzarzar. Que os calléis estoy harta de oíros discutir. Esta vez sí nos callamos. A través de sus pupilas se veían sus retinas rojas como fuego. Os vais a callar porque yo lo digo. Estoy cansada de escucharos decir tonterías y discutir a cada hora. No puedo jugar con mi muñeca con un mínimo de tranquilidad. ¿No podéis entenderlo?. Son cosas normales en familias. Dijimos su madre y yo al unísono. No son cosas normales. Estoy harta de vosotros. Estoy muy harta. En sus ojos refulgía el rojo como dos llamas. Hija no te pases. Sí no te pases. No entendéis nada de nada. No sois nadie. Yo tomo el control. Ha llegado el momento. Hija no te pases. Eso, repliqué. Alzó las manos. Nos señaló y no vimos levitando. Movió las manos y nos zarandeó en el aire. ¿Me vais a hacer caso? Suéltanos.No os voy a soltar. Que nos sueltes. Eso suéltanos. No. Todavía no he decidido qué voy a hacer con vosotros. Os voy a poner a reflexionar. Mucho tiempo hasta que decidáis dejar de discutir cada hora.

Y aquí estamos. Dando vueltas. Los pies en el eje. Nos vemos a las doce. A la una y seis minutos a las dos y doce minutos, a las tres y diecisiete, a las cuatro y veintidós, a las cinco y veintinueve,a las seis y treinta y tres, a las siete treinta y ocho, a las ocho cuarenta y cuatro, a las nueve cuarenta y nueve, a las diez cincuenta y cinco y a las doce. Once veces al día nos encontramos. Por supuesto mi mujer y yo no nos hablamos y hace ya una semana. Yo he tenido suerte. Marcar las horas hace el recorrido lento. A ella le han tocado los minutos. Mi hija nos mira en su muñeca dar vueltas en silencio.  Hace algo más de una hora iba algo mareada. Doce vueltas en un día es mucho, me ha reconfortado su sufrimiento, pero me abstengo de reír, porque una vez hice una mueca y mi pequeña me miró y me amenazó con trasladarme al segundero, y eso que yo hasta en la más mínima atracción me he mareado no podría soportarlo. Aún doy gracias por ser la manecilla horario de un reloj de pulsera. NO quiero pensar ser de un carillón con sus campanas cada hora. Todavía he tenido suerte. Mañana, al llegar mediodía intentaré reconciliarme con mi mujer a ver si mi pequeña se apiada de sus papis y nos retorna a nuestra vida normal. En el futuro sólo discutiremos cuando esté en el colegio, o si acaso cuando duerma. La próxima vez nos ha amenazado con convertirnos en granos de un reloj  de arena, zarandeados arriba y abajo al ritmo del tiempo. Ya viene por allí su madre. Silencio. Si espero, en cinco minutos se aleja. Mañana. Mañana será el día de la reconciliación. 

jueves, 20 de septiembre de 2012

BLOQUEADO


El Kebab no sabía bien. La salsa olía agria. No tendría que haberlo probado. Estaba muy hambriento. Ahora tengo que entrar a dar la clase y no sé cuanto tiempo podré aguantar. Primero ha sido el ardor. Después los eructos. Y ahora, justo ahora los retortijones. Podría irme pero no puedo. No suponía que estudiar educación física tuviese unas salidas tan complicadas. Sin oposiciones las clases en los gimnasios son mi única oportunidad de trabajo. El Metropolitan es un gimnasio muy bueno. De momento sólo dos grupos tres veces a la semana, pero tiene gimnasios en más lugares y puedo desarrollar más actividades paralelas, quizás pueda ser entrenador personal de algún alumno. El retortijón vuelve. Hoy. El kebab de los cojones. No podía haber tomado un bocadillo. Qué dolor. Voy a sentarme porque creo que me estoy mareando. Estoy solo en el vestuario. A media mañana empezarán a llegar los alumnos. Ahora estoy solo. En cuanto me quite el pantalón me coy al baño. Si aguanto.

¡Qué alivio! Ahora mejor. Ahora sí podré aguantar la clase. El spinning es sentado. Si fuese la clase de pilates sería otra cosa. No podría soportar las contorsiones, pero la media hora del spinning sí. O eso creo. Qué dolor. Otra vez. Creía haber terminado. Tendré que esperar a levantarme. Mi tablet. ¿Dónde está mi tablet? ¿ Y mi cartera?. Me las he dejado fuera. Todas mis clases. Todas mis tarjetas afuera. No me puedo levantar. No hay nadie. No conozco todavía a la gente del gimnasio. En otros lugares hay rumores de mangantes. Aquí no lo sé. No me puedo levantar. No hay nadie. No por Dios. Viene otra vez.

Hay alguien afuera. La puerta se ha abierto. Camina. Será la limpiadora. Demasiado sigilo y no ha preguntado si había alguien. Ahora se detiene. Es el vestuario  masculino podría haber alguien desnudo. Pero no necesariamente tiene que ser una mujer. Ahora hay muchos limpiadores varones. Un hombre no tendría que anunciarse cuando llega al lugar en que hay otros hombre. Se ha detenido. Tiene que estar a la altura de mi mochila. La taquilla, está detenido enfrente de su taquilla, será un trabajador o un cliente madrugador. Pero a veces los robos domésticos los comete gente de dentro, personas insospechadas que no saben resistirse a la tentación de una tablet o no saben o no pueden evitar la emoción del riesgo de ser descubiertos tomando posesión de lo ajeno. Tienes que hacer algo. Tienes que encontrar un modo de manifestarte. Si estuviera bien podría salir. El intruso en cualquier caso no será violento no se atreverá a buscar pelea, huirá. Pero no puedo mis tripas me están matando. Ha abierto un  velcro. Ahora un cremallera. Pero no puedo gritar desde el baño. No puedo hacerlo, si hablase sentado me sentiría ridículo. Dios que puedo hacer. Me están robando en mis narices y no puedo hacer nada. Grítale. Amenázale. No puedo. Si me equivocase tendría que abandonar el trabajo. Pensarían que soy alguien desconfiado. A mí mismo me mataría la vergüenza. ¿Qué puedo hacer?. Me duele la tripa y ahora me estalla la cabeza. La cadena. Si tiro de la cadena huirá.

SE escucha el ruido de la cadena. El sonido silencia el resto de ruidos que pudiera haber fuera del baño. Cede el retortijó. Me levanto me lavo las manos y salgo. Hay un muchacho con la mochila junto a la mía. Le sonríe. “¿Usted es el nuevo profesor de spinning?” “Sí. Soy yo”

miércoles, 19 de septiembre de 2012

LA RANA


El olor a sábanas limpias. El tacto crujiente de una sábana extendida sobre otra. El crujido cuando la despliegas. La cama es siempre una fuente de placer para el descanso o para el sexo. Llegas a casa después de un largo viaje. Abres la mampara de la ducha. Catas la temperatura del agua. El vapor anuncia que está muy caliente. Giras el mando hacia el lado azul. Esa es la temperatura que te apetece sentir por cada rincón de cuerpo. El tintineo. El masaje de la esponja. La puerta entreabierta y al otro lado la cama. Aunque estás solo no te resistes a perfumarte antes de echarte. Cada detalle importa para el momento de la inmersión entre las sábanas. El momento del buceo buscando la postura adecuada para descansar. Te paralizas. Bajas la presión de cada uno de tus sistemas. Enfocas tu cerebro a la fantasía que deseas. Y te duermes. O así debería ser si al apratar la sábana para echarte no escuchases un croar y vieses justo en el centro geométrico un batracio que croa y te mira con descaro.

“Croac, Croac” “¿Qué haces aquí en mi cama? Aquí no hay charcas o acequias, ni piscina, este es un apartamento sin terraza en el centro Murcia” “CRoac, croac” “Mi abuela decía que en tormentas especialmente intensas se había visto llover ranas. Es final de setiembre y hace mucho calor” “CRoac, croac” “¿Por qué eres tan descarada? Deberías saltar a tu charca en cuanto me has visto” “¿A qué charca? Croac CRoac” “Has hablado” “Que a qué charca. Croac Croac. Esto es una habitación” “Una rana parlante. Eres un prodigio o yo estoy ya durmiendo” “No estás durmiendo. CRoac croac” “Vete de  mi cama que estoy muy cansado” “No pienso irme. A falta de charca estoy muy cómodo” “Lleguemos a un acuerdo. Apártate por lo menos que pueda acostarme en este lado. A mí las ranas me dan muchísimo repelús” “Para que me mueva. CRoac, croac. Primero debes acariciarme la cabeza y después darme un besito” “¡Qué asco! Se me revuelve el estómago con sólo pensarlo. No puedo soportar las ranas” “Mala suerte. CRoac CRoac. Pero si no me das el besito no me puedo ir” “¿ Por qué me ha tenido que pasar esto a mi precisamente hoy que estoy tan cansado?” “Croac. Mejor es esto que te hagan un hechizo que te condene a ser una rana. Croac Croac” “¿Por eso hablas? No siempre fuiste una rana” “No . Croac, CRoac. Slurp” “Te acabas de comer una mosca” “Es asqueroso. CRoac. Croac. Pero no he podido evitarlo. Antes de ser una rana, yo era concejal del Ayuntamiento de Murcia” “¿Quién te hizo esto?” “El mismo brujo. CRoac croac. Que nos tiene condenados a esta crisis. CRoac. Croac. Después de muchos días de estudio había llegado a la fórmula para neutralizar el hechizo que nos tiene en la ruina. Croac. Croac. El brujo se enteró y aquí me tienes comiendo moscas” “¡Qué mala suerte, para uno que actuaba con buena fe!. Yo te acariciaría y te besaría pero no puedo” “ Si me besas, desde el ayuntamiento te daré lo que me pidas. CRoac. CRoac” “Pero si ahora estáis tiesos” “Simpre se puede hacer algo croac croac” “Mira, ahora que lo dices, al colegio de mi hija le vendría de perlas arreglar el gimnasio que está cerrado porque no tiene bomba de achique, y renovar algo el mobiliario” “Eso es fácil. Pide algo más. CRoac. Croac” “Yo tengo trabajo. Me conformo. Arregla algún otro  colegio y por favor abaratad el bono de transporte, que la gente va tiesa” “Hecho. CRoac. Croac. Ahora bésame” “Uno , dos y tres. No puedo” “Por favor. Bésame. Croac CRoac. Tenemos que acabar con la crisis” “las mejoras en el colegio y en el municipio están en juego, el bono transporte está en mi mano. Lo voy a hacer. Lo voy  a hacer. Una dos y … MUAAAA. ¡Puaj!”

Se levantó una humareda y sobre la cama apareció un hermoso concejal con una traje de Armani , zapatos Sebago, cinturón de Hermes, camisa Carolina herrera y corbata, alfiler y gemelos de Moschino. Se sacudió el polvo que había dejado el humo . SE atusó el cabello. Se bajó de la cama y se dirigió a la puerta dejando de lado a su desencantador que sólo vestía una toalla entorno a la cintura.

“No me ha costado mucho. ¿Cuándo vas a hacer lo del colegio y lo del abono transporte?” “¿Qué?” “Lo que me has prometido” “Mira. De ti para mí. Nunca hagas mucho caso a un político en campaña”

lunes, 17 de septiembre de 2012

El BARQUERO


“Esto es un fórmula uno” “Un fórmula uno no, pero tecnología fina sí” “Tienes un montón de pilotos. Debe ser muy complicado manejarlo” “En absoluto. La mayoría son testigos. Para ponerlo en marcha sólo tengo que darle a este botón para el encendido. Este otro para comenzar a dar presión a las bombas hidráulicas. Este otro para abrir la caja de los viajeros. Con este la cierro. Este otro lo pone en marcha y este más alejado me confirma la marcha.  Y este asa que es la parada de emergencia. Está todo numerado” “Pero es alucinante. Pero para desmotar esto .¡Tela!” “Es lo más fácil de todo. Ahí donde lo ves, la atracción no es más que un camión con la cuba desplegada y el mástil donde engancha el eje es esencialmente una grúa enorme. SE pliega solo y se vuelve un camión. Es muy rápido” “Como un transformer” “Exacto” “¡Qué chulo! Mi abuelo y yo tenemos que darnos una panzada de montar perno a perno para que todo esté listo, y asegurar cada coche y cada coche con sus cables, y si se rozan, que se rozan mucho en invierno a final de enero que no tenemos ferias los pintamos. Tírale líneas con el pincelito. Acabas con los riñones destrozados” “Desde luego es mucho más incómodo. Pero” “Pero nada. Es mucho más incómodo. Ya quisiera yo tener una como estas en vez una rueda de caballitos, pero hasta de segunda mano tienen que valer una pasta” “Mucho” “Pero qué gozada” “Sí” “Bueno. Muchas gracias por enseñármelo. Si quieres luego te invito a algo” “No hace falta. Ha sido un placer. Si quieres un día te dejo manejarlo” “Jo tío. Sería lo más grande” “Pues te pasas un par de días y un día que libre me dejas tú a mi en la tuya” “¿Qué interés vas a tener tú en una rueda de caballitos”

Sí, sí que me interesa manejar una rueda de caballitos. Yo soy feriante. Hijo y nieto de feriantes. La feria, los viajes, los chiringuitos, la música, las luces, los papelillos y los fuegos artificiales han sido nuestra vida y nuestra muerte en accidentes o por puro cansancio como mi abuelo que sólo salió de su rulot en la ambulancia que lo llevó a morirse al Hospital Reina Sofía en Córdoba. Ni cama le pudieron dar. De la observación a reanimación, de un sitio a otro como había vivido. Mi padre y  mi abuelo fueron feriantes. Yo soy hijo de feriantes pero yo soy un cajero de un banco. La atracción es una empresa, con acciones, dividendos amortizaciones y desgravaciones. Las decisiones de esta empresa ya no se toman mientras lo montas y lo desmontas, si la gente ha venido o no, si el tiempo a acompañado o ha llovido cada día sino en una reunión de la sede social, donde la voz cantante la lleva mi primo el economista con su máster de ESADE que no ha pisado ni una feria. No sé lo que soy y lo que soy no me gusta por muchos botones de colores que tenga en mi cabina o por la cantidad de vatios de música que lance al exterior. No me satisface tener acciones de un bulldozer. “Oye” “Decidme” “Queremos ocho entradas” “Lo siento es hora de cierre la máquina se ha desconectado” “Venga. Se acaban las fiestas. Somos ocho danos una vuelta” “No es que no quiera. Es que se ha terminado chicos. La máquina está programada para pararse a esta hora. Esto gasta mucha energía para estar encendido en balde” “Pues nos vamos a los caballitos” “Lo siento”

“Abuelo está usted echando la lona. No lo molestamos” “¿Qué queréis?” “Se acaban las fiestas. Vamos chispadas como piojos no se lo vamos a negar pero nos apetece mucho darnos una última vuelta antes que acaben las fiestas” “Coño. Montaros que yo también he sido joven” “Abuelo. Que estamos cerrando” “Coged caballos. Y tú también. Deja de recoger. Mira que chicas tan guapas. Las niñas bonitas no pagan dinero” Y puso a todo volumen al montar la barca me dijo el barquero las niñas bonitas no pagan dinero. Las muchachas reían . Su nieto reía. Él cantaba a carcajadas mientras bebía tragos de un bote de cerveza. Enfrente, con las luces apagadas un transformer tomaba la forma triste de un camión. En la cabina un muchacho los miraba, las risas y los caballitos viejos y repintados que subían y bajaban.

domingo, 16 de septiembre de 2012

LAS BABUCHAS


“¿Abuela vas a estar esta tarde en tu casa?” “Si hasta las siete que después he quedado a andar con mis amigas” “¿Me invitas a un café?” “Y a lo que tú quieras” “He vuelto de viaje y te he traído una cosica” “¿Y para qué te molestas?” “Nos das tú siempre que salimos. Luego nos vemos que tengo ganas de darte un abrazo. Cuelgo que tengo que arreglarme”

Me gusta que mi nieta venga a verme. Me gusta verla hacer cosas que yo no habría soñado hacer. Está terminando su carrera, ha viajado por sitios que yo no sabía ni que existiesen, es guapa, o por lo menos yo la veo muy guapa, tiene buenos amigos, sus amigos la quieren, respeta a su madre y de vez en cuando viene a verme a mi. Muchas veces sin avisar. A veces he tenido que rehacer mis propios planes, pero los veo tan poco que no voy a ponerle pegas. Voy a hacer unos buñuelos en un momentico que le encantan.

Están ricos. Luego no podré comer ninguno. Ella médico y yo diabética, me pondría la cabeza a cien. Tomaré otro con un poquico de azúcar. Que sea lo que Dios quiera.

El portero eléctrico. Ahí está. Mírala que guapa hasta en blanco y negro. “Sube”.

“Hola abuela dame un abrazo” “Mua mua mua mua. Te comería a besos. Tan alta y tan guapa. Estás más delgada” “No abuela estoy bien. Tú siempre me ves más delgada. ¿Huele a buñuelos?” “Acabo de terminarlos. Me han salido riquísimos” “Abuela que eres diabética. No los habrás probado” Se relame un pequeño resto de azúcar glas de la comisura “No hija no. Yo no puedo comer dulces, ya lo sé, son para ti” La nieta lleva una bolsa en la mano. Deja la bolsa y el bolso colgados de la percha de la entrada. La joven pasa de largo el salón que sabe que su abuela que vive sola no usa mucho, deja atrás las fotos de bodas y bautizos de la pared, de las comuniones y graduaciones, y en el lugar de honor la de su abuelo que falleció hace ya diez años. En la primera puerta a la derecha está la sala de estar, la mesa camilla en el centro, el mueble del televisor enfrente, la mecedora al lado con el gato que se levanta y se frota con las perneras de su pantalón al reconocer en ella el olor de la familia. Se sienta en la mecedora. Curiosea la labor que hace su abuela: el cuello de una chaqueta de punto. “Aquí tienes tus buñuelos . ¿El café cómo lo quieres?” “Manchado” “Aquí tienes la leche condensada” “Están buenísimos abuela. Cómo te echo de menos. Tengo que venir a verte más” “Cuando tú quieras. Yo siempre estoy aquí o muy cerca. ¿Dónde has estado esta vez?” “En Marruecos abuela” “¿Y qué tal?” “Me ha gustado mucho. Tienen unas costumbres un poco radicales para nosotros, pero tiene mucho encanto, en muchos lugares es como viajar en el tiempo cincuenta, cien años o más” “No sé yo si firmaría eso cariño” “Claro que no abuela, ni yo tampoco, pero es algo muy interesante. Te ayuda  a apreciar cosas que tenemos cada día y te encuentras otras nuevas” “No sabes cómo me gusta oírte” “¿Y con quien te has ido? ¿Tienes novio?” “Abuela me he ido con mis amigas. Soy muy joven para tener novio” “Pues a ver si se te va a pasar el arroz que a tu edad tu madre ya estaba casada” “Eso era antes. Tú no sufras. ¿Un poquico de mistela no tendrás?” “Sí. Ya te la traigo” Cuando salió no pudo evitar mirar la bolsa colgada en la entrada. Tenía una cierta curiosidad por su contenido. “Abuela te he traído un regalico. Te lo doy” “No te levantes. Dime qué es y termínate los buñuelos” “Unas babuchas” “¿Y eso qué es?” “Las babuchas son como unas zapatillas que usan en Marruecos en su traje típico incluso para ir por la calle. Te las doy” Qué atinada había estado. Unas zapatillas, con la falta que le hacían. Y con lo cortas que estaban las pensiones nunca veía el momento de cambiarlas. Mientras su nieta iba a la bolsa a traerlas, cogió las suyas que estaban hechas una pena y las tiró a la basura con los restos de las sardinas en escabeche y las pepitas de melón del medio día. Descalza regresó. Se acomodó en la silla.

“Toma abuela” Le extendió dos zapatitos muy bonitos de poco más de tres centímetros. “¿Eso qué es?” “Unas babuchas de imán. Verás qué bonitas quedan en el frigo. ¿Qué haces descalza abuela?” “El podólogo me lo ha dicho para que no me duelan los callos” “Me tengo que ir. Muchas gracias por los buñuelos y el café. Dame una par de besazos” “Adiós guapa".

Cuando la puerta se cerró se acercó a la basura. Los jugos había empapado sus zapatillas. Las babuchas refulgían en el frigo. Abrió el monedero. Había algunos euros para acabar el mes. Luego se pasaría por los chinos de la esquina por unas zapatillas nuevas.

sábado, 15 de septiembre de 2012

UN CORAZÓN DE MANZANA


A la altura del Marble Arch entré en Hyde Park.  Prefería pasear entre césped y arboledas a pesar del frío y la amenaza de lluvia que soportar el ruido del tráfico que buscaba el norte de la ciudad. Las manos en los bolsillos del abrigo. La marcha rápida de las distancias largas. El cuello encogido como las tortugas para evitar el frío. El pequeño pedestal del Hyde Park Corner me pareció triste. Aquel era un lugar de peregrinaje de la España de la Dictadura. Ahora casi nunca hablaba nadie allí en un mundo que  ha perdido la fe en las palabras. El mundo de hoy sólo cree en el tiempo que pasa rápido, en la energía y en la fuerza. A estas alturas del año no quedaban hojas. A la altura de Buckinham Palace crucé a mi parque favorito en Londres, Saint James. No iba a ningún sitio. No tenía ni quería ir a ningún lugar. Me senté y miré unas ardillas gordas que se acercaban a los pocos visitantes que sabedores de su presencia las alimentaban. En el lago patos, ocas y cisnes. De vez en cuando se zambullían. Respiré hondo. Miré al cielo que se había puesto gris al compás de una brisa procedente del  Támesis. Me subí las solapas del abrigo y cerré los ojos. Los abrí. Miré al suelo. En el cuero de mis botas manchadas del barro del camino comenzaban a posarse algunas gotas finas como la cabeza de un alfiler o el estambre de una amapola. Algunas ráfagas de viento agitaban las ramas de los robles. Las ardillas se habían subido a los árboles. No llevaba reloj. Había conseguido perder la noción del tiempo. Había escapado de la reunión que me estaba asfixiando. Bastaba por hoy de trabajo. Cada vez quedaba menos espacio para el asalto de nuevas gotas. La superficie lisa del lago parecía completamente esmerilada. Mi gorra de lana y el abrigo podrían aguantar la humedad aunque la lluvia tupida pero fina arreciase. A mi espalda sonó el bisbiseo de la carrera de una ardilla con su cola enhiesta y desplegada que corría hacia la pata delantera del banco donde me encontraba. Se dirigía a un corazón de manzana apoyado junto a mi bota. Antes había mirado y no estaba. Alguien lo había arrojado quizás en un momento de abstracción o en un momento en que el sueño me hubiese vencido. La ardilla se detuvo a un palmo de mi bota. Se movió de delante hacia atrás dando saltos, estudiando las intenciones de un desconocido. La miré y miré el resto de manzana. El corazón de manzana era mío. Lo cogí entre el índice y el pulgar. La ardilla esperó que se lo lanzase. No. Era mío. La ardilla gruñó y se marchó hacia su árbol.

Alguien la había comido aprisa, como comen lo gusanos, sin hacer una pausa entre uno y otro bocado. Entre el peciolo y los restos de los pétalos sólo cabía una boca pequeña, a ambos lados había dejado una corona casi en forma de sombrilla. Restos de pintalabios se mezclaban con el verde de la piel y el blanco ya anaranjado de la pulpa. Una mujer joven, tal vez casi una niña, o una mujer pequeña china o vietnamita con un pintalabios barato que la obligaría a retocarse a cada momento. Junto a mi bota. Una bota vieja marrón y sucia con el verde, el blanco y el rojo, sobre el césped y bajo un cielo grisáceo. 

Algunas gotas más gruesas. El esmerilado del lago se convirtió en un tintineo. Líneas diagonales se dibujaban en el espacio con  cada gota. Mi abrigo estaba ya empapado.  Miré el roble. La ardilla estaba agazapada a sotavento de las ráfagas de lluvia. Lancé el corazón de manzana a las raíces nudosas que emergían del suelo. No se movió. Eché a andar de vuelta. Avancé diez metros y me giré. La ardilla corría ya de vuelta con su comida hacia su refugio. En Marbel Arch encontré a mi compañera con su impermeable amarillo recién estrenado. No preguntó donde había estado.